LA ECONOMÍA DE LA VIDA

By Matthew Hennessey
Law & Liberty
6 de octubre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es matthew hennessey, law & liberty, life, October 5, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Cuando usted escucha la palabra “economista” probablemente no piensa en Sócrates, Platón, y Aristóteles, Qué pena, pues la economía, apropiadamente entendida, es una búsqueda filosófica. Es un intento por responder la gran pregunta que ocupó a los antiguos griegos. Esta es, “¿Cómo debería uno vivir?

Adam Smith quería esa respuesta. Él la quería tanto que pasó toda su vida intelectual aferrándose a eso. Él leyó filosofía como un estudiante y enseñó filosofía como un profesor, pues entendió que nuestras vidas económicas no podían separarse de nuestras vidas interiores o nuestras relaciones con otros. Escribió su Teoría de los Sentimientos Morales porque creyó que los humanos eran racionales y que la naturaleza del ser era conocible. Él escribió La Riqueza de las Naciones pues intuyó una conexión entre el interés individual propio y la prosperidad social.

Algunas veces Smith es llamado el “padre de la economía” pero, probablemente, en estos tiempos se le dificultaría conseguir un puesto titular en una universidad. Él nunca hizo crujir los conjuntos de datos o corrió una regresión. A diferencia de muchas personas, que en el siglo XXI se llaman a sí mismas economistas, Smith fue un soñador idealista que se acaricia la barbilla. Pasó su tiempo musitando la gran pregunta: “¿Cómo debería uno vivir?”

Esto es para decir que Adam Smith era un filósofo. Así, para el caso, lo fue Jeremy Bentham, cuyas nociones de utilidad y racionalidad aún influyen fuertemente en el enfoque moderno hacia la economía. Karl Marx logró la respuesta a la gran pregunta (y la mayoría de las pequeñas) espectacularmente mal, pero no sería suficiente para llamarlo un economista. Él era un filósofo, y uno consecuente con eso.

El precepto fundamental de la economía es que vivimos en un ambiente de escasez. Debido a que los recursos son limitados, la gente debe hacer elecciones acerca de qué y cómo consumir, producir, comerciar, e invertir. Para elegir lo nuestro inteligente y eficientemente debemos resolver qué es lo que queremos y necesitamos, aprender a ponderar los tratos, y hacer la paz con el hecho de que no podemos tener todo.

La economía -es decir, el estudio del problema de la elección en un ambiente de escasez- en su raíz no es una cuestión de matemáticas o dinero, aunque parecería ser eso cuando leemos noticias económicas o vemos canales de negocios en la televisión. Es una cuestión de comportamiento humano. En última instancia, la economía quiere saber, “¿Cómo debería uno vivir?”

En algún momento, en el camino se perdieron las raíces filosóficas de la economía. Como todos los practicantes de artes liberales, los economistas no pudieron si no crecer celosos del respeto otorgado a compañeros en las ciencias duras. Quisieron ser tomados en serio, así que dejaron de lado a Locke y Rousseau, y eligieron a Thomas Bayes y Ronald Fisher. El empirismo reemplazó la epistemología. Nació un baúl de viaje grotesco para describir este nuevo subcampo: la econometría.

Los economistas académicos se enamoraron de la computación estadística y aprendieron a construir modelos de predicción. Al aislar y manipular ciertas variables económicas en sus modelos, les permitió publicar artículos ricos en ecuaciones con predicciones apropiadamente elusivas acerca del futuro. Los mercados financieros pagarían por esta información. Los responsables de políticas escucharían a quienes la producirían.

Cualquiera que sea la cantidad pequeña de respetabilidad seudo científica que este cambio le ganó a la profesión en Wall Street y Washington, vino con un costo alto: estadounidenses regulares, de todos los días, ya no más sintieron que la economía les podía decir algo acerca de cómo vivir. Pensaron que todo lo que ella les podría decir era por qué alguna gente se enriquecía y todos los demás seguían siendo pobres. Y para la mayoría de la gente de eso no es de lo que trata la vida.

Conocido de muchos por su podcast en EconTalk y una larga afiliación con el blog Cafe Hayek, Russ Roberts siempre ha sido uno de los buenos muchachos. Un maestro de la popularización, tiene un talento raro para alejar la parla de la economía. Él ha hecho mucho o más que nadie en los últimos 30 años por diseminar el evangelio del libre mercado en un idioma sencillo.

Puede que alguna vez Roberts se haya subscrito al utilitarismo benthamita, pero, si eso fue así, ciertamente parece haber cambiado. En su nuevo libro, Wild Problems [Problemas salvajes], él identifica toda una clase nueva de predicamentos humanos pegajosos, impenetrables a lo que él llama “la caja de herramientas estándar del economista.”
Estas son preguntas sin respuestas fáciles ̶ cosas para rascarse la barbilla que son de alto valor.

Si usted está tratando de decidir si casarse o no, una comparación sencilla de costos y beneficios es un ejercicio totalmente inadecuado. Si usted está pensando en tener hijos, ninguna cantidad de contabilidad previa al juego le ayudará a que aprecie la experiencia que altera la vida de llegar a ser padre. Estos son los “problemas salvajes” del título. En su mayor parte son filosóficos en su naturaleza –“¿Cómo debería uno vivir?”- e inmunes a consideraciones utilitarias.

En el papel, una vida de tardes interminables bebiendo margaritas al lado de la piscina puede lucir ser más placentera que una vida de cambios de pañales y pagos de matrículas universitarias ̶ pero, sólo en el papel. Crear hijos puede ser complicado, caro, y agotador, pero, en el largo plazo, la vida en familia es más valiosa y más satisfactoria de lo que jamás podría ser una vida de cocteles helados. Las cosas realmente importantes no pueden verse como “una serie de nodos de decisión en donde usted maximiza la felicidad o el bienestar” escribe Roberts. El utilitarismo estrecho no es el camino hacia el florecimiento humano.

Todo eso ciertamente es verdad. También es -y mi respeto hacia Russ Roberts es tal que dudo en decir esto- de sentido común. Al leer Problems salvajes no puedo más que preguntarme: ¿De qué está hablando él? ¿Quiénes son los utilitarios estrechos que ven sus vidas de esta manera?

El autor tiene sus ejemplos. Siendo solteros Charles Darwin y Franz Kafka, ambos, hicieron listas de lo que imaginaban era los pros y contras de la vida de casados (y estúpidamente las dejaron atrás para entretenimiento de la posteridad). Roberts se divierte a expensas de cada uno de ellos. Pero, hasta el economista de mente más racional no posee tales hábitos áridos de la mente, como para tratar cada relación humana como si todo lo que importara fuera, “¿Qué hay en eso para mí?”

Esa es una triste caricatura del homo economicus, una criatura mítica a la que sólo le importa maximizar su propia utilidad incluso en asuntos de vida, muerte, amor, y felicidad. En realidad, ella no existe fuera de la Torre de Marfil de los experimentos mentales.

Problemas salvajes
es un libro sencillo que hace una cosa complicada. En su manera campechana y sociable, Roberts le da un empujoncito hacia atrás a la economía, hacia sus raíces filosóficas y de reflexión. Esta es una victoria pendiente para los soñadores idealistas. Pero, si bien los lectores hallarán difícil argüir con la tesis de Roberts, de que el análisis económico estándar tiene cierto límite, pueden encontrarse a si mismos preguntándose si es todo lo que hay en Problemas salvajes. Por momentos se siente como si el autor tuviera mucho de un Ph. D. de Chicago en él, para otorgar a sus lectores lo que él se otorga a sí mismo: Un entendimiento explícito -y cómodo con él- de una vida rica y a menudo un desfile contradictorio. La mayoría de nosotros entiende que sumar los costos y beneficios de un día en las carreras o un atardecer en el lago, le quita el dulzor a la vida.

Al final, el consejo de Roberts es el mismo que usted esperaría de su abuelito. Haga cosas difíciles. No mida el éxito por cuánto hay en su cuenta bancaria. Sea más intuitivo y menos transaccional en sus tratos con otras personas, en especial con quienes a usted les importan y a ellos usted les importa. De vez en cuando tome el camino menos transitado.

Es una buena filosofía. Que de un economista sea la última persona que usted esperaría escucharlo, no refleja bien el estado de la profesión de Russ Roberts.

Matthew Hennessey es el subeditor de la página editorial del Wall Street Journal y auto de Visible Hand: A Wealth of Notions on the Miracle of the Market (Encounter, 2022).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.