Una lección de la historia reciente, que debe tenerse presente en especial cuando un gobernante poderoso no lo usó en su beneficio propio, sino de los gobernados.

LUDWIG ERHARD-ARQUITECTO DE UN MILAGRO

Por Lawrence W. Reed
American Institute for Economic Research
26 de setiembre del 2022

Qué inusual y refrescante es que el poderoso entienda las limitaciones del poder y, en la realidad, repudie su uso, en efecto devolviéndolo a los individuos que integran la sociedad.

George Washington fue tal líder. Cicerón fue otro. Igual lo fue Ludwig Erhard, quien hizo más que ninguna otra persona por desnazificar la economía alemana, luego de la Segunda Guerra Mundial.

“Ante mis ojos,” confió Erhard en enero de 1962, “el poder es siempre aburrido, es peligroso, es brutal y, en última instancia, hasta tonto.”

Cualesquiera sean las mediciones, Alemania era un desastre en 1945 -derrotada, devastada, dividida, y desmoralizada- y no sólo debido a la guerra. Los nazis, por supuesto, eran socialista (el nombre se deriva de Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes), así que, por más de una década, la economía había sido “planificada” desde lo alto.
Estaba atormentada por controles de precios, racionamiento, burocracia, inflación, amiguismo, carteles, malversación de recursos, y dominio gubernamental sobre industrias importantes. Los productores hicieron lo que los planificadores les ordenaron hacer. El servicio al estado tenía el mayor valor.

Ludwig Erhard revirtió esas prácticas, y, al hacerlo así, dio luz a una recuperación económica milagrosa.

LIBERAL CLÁSICO

Nacido en Bavaria, en 1897, Ludwig Erhard fue hijo de un empresario de la ropa y lencería. El padre de Erhard era, en palabras del biógrafo Alfred C. Mierzejewski, “de ninguna forma rico” sino “un miembro de la clase media sólida que se ganó la vida por medio del trabajo arduo y satisfaciendo la demanda creciente de los consumidores de la época, en vez de cabildear para obtener subsidios y protección gubernamental.”

Cuando joven, Ludwig escuchó a su padre argüir a favor de los valores liberales clásicos en discusiones con sus colegas empresarios. El joven Ludwig resentía las cargas que el gobierno imponía sobre empresarios honestos, independientes, como su padre. Él desarrolló una vida entera de pasión por la competencia de libre mercado, pues entendió lo que F.A. Hayek expresaría tan bien en la década de 1940: “Entre más planifica el estado, más difícil es para el individuo hacer planes.”

Los valores liberales clásicos del más joven Erhard se fortalecieron por su experiencia en la sangrienta e inútil Primera Guerra Mundial. Al servir como artillero en el ejército alemán, fue severamente herido por un bombardeo aliado en Bélgica en 1918. Empezó a estudiar economía cuando una tumultuosa hiperinflación atrapó a Alemania, que hizo que ahorros, pensiones, e inversiones perdieran todo su valor y que borró la clase media alemana.

Erhard obtuvo su PhD en 1925, se encargó del negocio familiar, y, en su momento, encabezó un instituto de investigación de mercadeo, lo que le dio oportunidades para escribir y hablar acerca de temas económicos. El ascenso de Hitler al poder en los años treinta enturbió profundamente a Erhard. Rehusó tener que ver lo que fuera con el nazismo o el partido nazi y silenciosamente apoyó la resistencia al régimen. Los nazis se aseguraron que perdiera su empleo en 1942, cuando escribió un artículo en que expresaba sus ideas para una economía libre de posguerra. Él pasó los siguientes años como consultor de empresas.

Las ideas de Erhard obtuvieron una nueva audiencia después que los Aliados derrotaron a los nazis. En 1947, se convirtió en presidente de una importante comisión monetaria. Mostró ser un paso vital hacia la posición de director de economía del Consejo Económico Bizonal, una creación de las autoridades estadunidenses y británicas de la ocupación.
Ahí podía, al fin, poner sus ideas en práctica y, en el proceso, transformar su país.

EL ARTISTA DEL CAMBIO DE RUMBO

Para esa época, las creencias de Erhard se habían solidificado. La moneda debería ser fuerte y estable. El colectivismo era un sinsentido mortal que frenaba al individuo creador. La planificación central era un engaño y una ilusión. Las empresas estatales nunca podrían ser substitutos aceptables del dinamismo de los mercados empresariales competitivos. La envidia y la redistribución de la riqueza eran flagelos.

“Es mucho más fácil darle a cada uno un pedazo más grande que una eterna división de un queque pequeño, pues en ese proceso cada ventaja para uno es una desventaja para otro.”

Erhard abogó por un suelo parejo y nada de favores. ¿Su receta para la recuperación? El estado establecería las reglas del juego y, alternativamente, dejaría sola a la gente para que restaurara la economía alemana. En junio de 1948, “unilateralmente y con valentía emitió un decreto aboliendo el racionamiento y los controles de precios y salarios, e introdujo una nueva moneda fuerte, el Deutsche-mark,” según palabras del economista William H. Peterson.

Erhard así lo hizo “sin el conocimiento o aprobación de las autoridades militares aliadas de la ocupación,” e hizo que el decreto fuera “efectivo de inmediato.”

Continúa Peterson:

“Las autoridades estadounidenses, británicas y francesas, quienes habían nombrado a Erhard en su cargo, estaban impactadas. Algunas alegaron que se había excedido en sus poderes, que debería ser removido. Pero, la hazaña estaba hecha. El comandante general de los Estados Unidos Lucius Clay le dijo: ‘Señor Erhard, mis asesores me dicen que usted está cometiendo un terrible error.’ ‘No los escuche, general,’ respondió Erhard, ‘mis asesores me dicen la misma cosa.’”

El general Clay protestó porque Erhard había “alterado” el programa de control de precios de los aliados, pero Erhard insistió en que en lo absoluto había alterado el control de precios. Que simplemente los había abolido.

En 1949, Erhard logró un asiento en el Bundestag (el parlamento alemán) en las primeras elecciones libres desde 1933. En el subsecuente gobierno del canciller Konrad Adenauer, fue nombrado como el primer ministro de economía de la recién constituida república de Alemania Occidental, un papel que mantendría hasta 1963.

En esa posición, emitió una andanada de órdenes desregulatorias. Recortó aranceles. Elevó los impuestos al consumo, pero más que los compensó con un recorte del 15 por ciento en los impuestos al ingreso. Al remover los desincentivos para ahorrar, impulsó una de las más altas tasas de ahorro de cualquier país industrializado de Occidente. Alemania Occidental se inundaba de capital y crecimiento, mientras que la Alemania Oriental comunista languidecía. El economista David Henderson escribe que el lema de Erhard podría haber sido “Simplemente no se quede allí sentado; deshaga algo.”

Los resultados fueron asombrosos. Escribiendo en la edición de diciembre de 1988 de The Freeman, Robert A. Peterson (no confundirlo con el arriba mencionado William H. Peterson) los explicó:

“Casi que de inmediato la economía alemana cobró vida. Los desempleados regresaron a trabajar, la comida reapareció en los anaqueles de los negocios, y se desató la legendaria productividad del pueblo alemán. En el lapso de dos años se triplicó el producto industrial. Para principios de la década de 1960, Alemania era el tercer poder económico mundial más grande del mundo. Y todo esto ocurrió mientras que Alemania Occidental estaba asimilando a cientos de miles de refugiados de Alemania Oriental.”

El ritmo del crecimiento empequeñeció a aquel de los países europeos, que recibieron mucho más del Plan Marshall de lo que alguna vez recibió Alemania.

LOS PRINCIPIOS DE LA LIBERTAD

El cambio de rumbo increíble de los años cincuenta llegó a ser ampliamente conocido como el “milagro económico alemán,” pero Erhard nunca pensó así de él. En su libro de 1958, Prosperity through Competition, escribió: “Lo que ha tenido lugar en Alemania… es cualquier cosa excepto un milagro. Es el resultado de los esfuerzos honestos de todo un pueblo al que, al mantener los principios de la libertad, se le dio la oportunidad de usar su iniciativa personal y energía humana.”

Las tentaciones del estado asistencialista de los años sesenta descarriló algunas de las reformas de Erhard. Sus tres años como canciller (1963-66) fueron menos exitosos que su mandato como ministro de economía. Pero, su legado fue forjado en esa década y media posterior al final de la guerra. Él siempre respondió a la pregunta “¿Qué hacer con una economía en ruinas?” con la receta probada y sencilla: “Libérela.”

Reimpreso del Intercollegiate Studies Institute

Lawrence W. (“Larry”) Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Foundation for Economic Education (FEE) y Embajador Global por la Libertad Ron Manners, habiendo servido por casi 11 años como presidente de la FEE (2008-2019). Tiene una licenciatura en economía del Grove City College (1975) y una maestría en Artes en historia de la Universidad Slippery Rock State (1978), ambas en Pennsylvania. Tiene dos doctorados honorarios, uno de la Universidad Central de Michigan (en administración pública en 1993) y en la Universidad Northwood (en derecho, 2008).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.