UNA REFLEXIÓN ACERCA DE “LO QUE SE VE Y LO QUE NO SE VE” DE BASTIAT

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
13 de setiembre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, Bastiat, September 13, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Frédéric Bastiat (1801-1850) es correctamente celebrado por su habilidad aún inigualada de transmitir ideas económicas claves al público en general, con claridad e ingenio. Entre sus esfuerzos más famosos y efectivos a lo largo de estos lineamientos está su panfleto de 1850 “Ce qu’on voit et ce qu’on ne voit pas” ̶ “Qué vemos y qué no vemos,” o popularmente traducido como “Lo que se y lo que no ve.” La política gubernamental se mejoraría vastamente si más gente bien intencionada y políticos leyeran este, no muy extenso, pero brillante trabajo.

La idea esencial de “Lo que se ve, y lo que no se ve” es que, cuando la gente valora los méritos y deméritos de acciones económicas, o de intervenciones gubernamentales, muy a menudo es ciega ante al peso de las consecuencias de las acciones e intervenciones. Los párrafos iniciales del panfleto reflejan el tema con toda claridad:

“En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos.

Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever.

Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa. ̶ Así, el mal economista persigue un beneficio inmediato que será seguido de un gran mal en el futuro, mientras que el verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a riesgo de un pequeño mal presente.”

El hecho no puede negarse seriamente. Las acciones económicas y las intervenciones gubernamentales generan consecuencias significativas que la gente (y, por tanto, los políticos) ignora. Tampoco puede negarse que esta ignorancia de las consecuencias no vistas promueve malas políticas gubernamentales. Gente bien intencionada, que falla en ver el conjunto completo de las consecuencias de las intervenciones, a menudo pide acciones gubernamentales que no pediría si “viera” más de las consecuencias, a la vez que gente astuta y venal insensiblemente explota a sus conciudadanos, al aprovechar la ceguera de gente bien intencionada hacia consecuencias no vistas.

Al apuntar los daños no vistos infligidos por los aranceles sobre casi todos los consumidores (y sobre la mayoría de trabajadores), al trazar los resultados principalmente perjudiciales de una creación excesiva de dinero y el financiamiento de déficits de los presupuestos gubernamentales, ningún deber del economista es tan importante como identificar las consecuencias, que son, hasta ese entonces, no vistas, y revelarlas al público.

A pesar de su incuestionable brillantez, el propio Bastiat no se dio cuenta de una realidad que debería ser revelada. El descuido de Bastiat difícilmente es un fallo importante. Si acaso es una mancha. La idea de su ensayo continúa inspirando y su relevancia irradiando. Sin embargo, dejó pasar algo que vale la pena señalar.

Específicamente, Bastiat dejó pasar el hecho que muchas de las consecuencias que identifica como “lo que se ve,” son, en sí, a menudo tan invisibles como lo son incontables consecuencias que identifica como “aquello que no se ve.” La gran mayoría de la población con regularidad y al instante “ve” un puñado pequeño de consecuencias invisibles, a la vez que pasa por alto la mayoría de otras.

La debidamente famosa descripción del cristal quebrado, dada al inicio de su famoso ensayo, empieza así:

“¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran estos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: ‘La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?’”

Luego, Bastiat explica correctamente que no sólo se empobrece el Señor Buenhombre por el destrozo descuidado de su hijo, al contrario de las seguridades erradas de los espectadores, también, la sociedad como un todo se empobrece.

Sin embargo, note que los efectos que Bastiat identifica como los vistos -esto es, los beneficios para los cristaleros y sus suplidores por el gasto monetario del Sr. Buenhombre, para reemplazar el cristal quebrado- de hecho, en realidad, no son vistos. Los espectadores que aseguran al Sr. Buenhombre que su hijo, sin darse cuenta, le hizo a la sociedad un favor, al impulsarlo a comprar una ventana de reemplazo, literalmente ven sólo que el cristal ha sido roto. Estos observadores, en realidad, no ven un cristalero comprando suministros, y poniendo el trabajo necesario para reponer el cristal. En vez, los observadores usan su razón para inferir, correctamente en este caso, los efectos positivos del cristal quebrado sobre las acciones y bienestar del cristalero y sus suplidores.

Sucede parecido con los aranceles proteccionistas. Cuando se debaten cambios en tasas de los aranceles, partidarios bien intencionados en realidad no ven a consumidores respondiendo a aranceles sobre las importaciones, cambiando más de sus compras hacia substitutos producidos domésticamente. Estos partidarios de las tarifas usan su razón para inferir la conclusión correcta de que aranceles mayores aumentarán artificialmente el empleo en esas industrias domésticas, que compiten con importaciones sujetas a tarifas.

En resumen, las consecuencias económicas que Bastiat identificó como “lo que no se ve” no difieren tanto como podríamos suponer de las consecuencias que identificó como “lo que se ve.” Ambos conjuntos de consecuencias llegan a ser “vistos” sólo por medio de la razón humana. Y así, la pregunta se convierte en esta: ¿Por qué la razón humana revela tan rápidamente, hasta para gente no instruida en economía, algunas consecuencias no vistas pero reales, mientras que comúnmente falla en revelar otras?

Una respuesta posible es que la gente da por un hecho que cada causa tiene sólo uno o dos efectos, así haciendo que no tenga sentido cualquier pensamiento acerca de consecuencias ulteriores del tipo de la ventana rota, más allá de notar su efecto sobre el mercader que suministra el reemplazo. Pero, esa posibilidad parece ser poco posible. Todos estamos de acuerdo cuando se nos recuerda que el camino al infierno a menudo está pavimentado de buenas intenciones, y, en nuestras vidas personales, nuestra propia supervivencia requiere que cada uno de nosotros con regularidad tome en cuenta consecuencias más allá de aquellas que suceden primero.

Las personas tienen pocos espacios de atención para asuntos más allá de aquellos que personalmente los afectan de inmediato o sobre los que no tienen control personal. Por tanto, en asuntos de política pública, la gente es lo suficientemente atenta como para inferir que es posible que un tendero cuyo cristal es roto, lo reemplazará y que mejorará al comerciante de quien el tendero compra el cristal de reemplazo. Pero, después de llegar a esa deducción, la gente se aburre y no pondera el tema más allá.

No hay una explicación clara de por qué mucha gente regular y experta usa la razón para “ver” e inferir algunas consecuencias económicas, pero tiene enorme dificultad para usar esos mismos poderes de la razón, para “ver” otras consecuencias que no sean menos reales o importantes, como lo son las consecuencias que ellos “ven.” Cualquiera sea la explicación correcta, precisarla puede dar una clave constructiva que nos ayude quienes de nosotros usamos la forma económica de pensar, para mejorar el caso contra las intervenciones gubernamentales. Hoy al, igual que en época de Bastiat, las consecuencias negativas permanecen siendo invisibles para demasiada gente.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.