En nuestro país, cuando en la actualidad vemos algunos intentos de eliminar prácticas mercantilistas sumamente onerosas para los consumidores, este artículo nos cae como anillo al dedo, para entender mejor la reacción fuerte, y hasta grosera, de ciertos gremios protegidos en su intención de continuar adheridos ad eternum, a prácticas que les permiten enriquecerse descaradamente a costas de otros, usualmente desprotegidos.

TONTERÍAS MERCANTILISTAS, EN AQUEL ENTONCES Y AHORA

By Samuel Gregg
Law & Liberty
12 de setiembre del 2022

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En el Foro Económico Estadounidense del 2022 organizado por el Intercollegiate Studies Institute, tuve la ocasión de escuchar un discurso posterior a la cena acerca del comercio -más precisamente, una visión económica nacionalista del comercio- por el anterior Representante Comercial de Estados Unidos, Robert Lighthizer. Cuando después conversé con estudiantes que asistían al foro, uno de ellos me preguntó qué pensaba de los comentarios del embajador Lighthizer. Mi respuesta fue: “era mercantilismo actualizado para el siglo XXI.” “¿Qué es el mercantilismo?, preguntó ella.

En efecto, ¿qué es el mercantilismo? No es una palabra que hoy se usa comúnmente, pero mercantilismo es taquigrafía para un conjunto de ideas y prácticas económicas, políticas, y legales, que dominaron el mundo europeo entre 1500 y 1800. “El Sistema Mercantil,” como le llamó Adam Smith, fue también el objetivo del Libro IV de su Riqueza de las Naciones. Era, como luego le escribió el propio Smith a un corresponsal danés, “un ataque muy violento… sobre todo el sistema comercial de Gran Bretaña.” No obstante, la andanada de Smith corrió la cortina para mostrar lo que en realidad implicaba el mercantilismo. El panorama que emergió no fue bonito, pero ilustra por qué el libre comercio en el exterior y los mercados libres en casa, son mucho más preferibles a las alternativas mercantilistas que hoy están en oferta.

UN MUNDO DE SUMA CERO

Una dificultad al analizar el mercantilismo es que sus proponentes rara vez despliegan un caso sistemático en su favor.
En su History of Economic Analysis [Historia del análisis económico], el economista Joseph Schumpeter hizo ver que las “doctrinas mercantilistas” emergieron de forma dispersa a partir de principios del siglo XV. A menudo tomó la forma de panfletos que defendían actividades económicas específicas o exploraban temas como la balanza comercial. El caso más sistemático a favor del mercantilismo (y una versión moderada de él) fue desarrollado por el Jacobita escocés, Sir James Steuart, en su Inquiry into the Principles of Political Economy (1767). Leído ampliamente a lo largo de fines del siglo XVIII, incluyendo por Adam Smith, este texto estuvo en las bibliotecas de muchos fundadores de los Estados Unidos.

En otros ambientes, las ideas mercantilistas fueron formalmente expuestas en artículos estatales, escritos por ministros de gobierno como el Contralor General de las Finanzas Estatales de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert. Esto indica el grado en que las ideas mercantilistas fueron impulsadas por el deseo de lograr objetivos políticos, en vez de una investigación empírica acerca de cómo funcionan las economías.

Lo que queda claro de la literatura en existencia es que la visión económica mercantilista no enfatiza el crecimiento económico. Al contrario, consideraba a las economías como altamente estáticas. Así, la riqueza no se creía que surgiera por medio de la empresariedad, competencia, y libre comercio. Para los mercantilistas, los países prosperaban al adquirir tanto como pudieran de la riqueza existente del mundo.

Esa convicción básica se traducía en diversas cosas. Una era un esfuerzo de los estados de apoderarse de tanto territorio y dominar tantas rutas comerciales como pudieran manejar. Hablando prácticamente, esto significaba que estados europeos, como Gran Bretaña, estimularan u organizaran asentamientos coloniales alrededor del mundo y prohibieran que bienes británicos se transportaran en barcos no británicos. Estas políticas eran respaldadas por una disposición a usar la fuerza para proteger ganancias territoriales e imponer restricciones al comercio.

Parte de la estrategia mercantilista de adquisición de riqueza involucró gobiernos otorgado privilegios exclusivos a sociedades anónimas, que les conferían un monopolio del comercio de un país en partes específicas del mundo. Esto produjo organizaciones como la Compañía de la Bahía de Hudson, la Compañía de la India Oriental Holandesa, y la Compañía de la India Oriental Francesa. La más famosa de esas empresas, la Compañía de la India Oriental Británica, fue creada en 1600. Para mediados del siglo XVIII, estaba ejerciendo poderes similares a un estado soberano a lo largo de la India y Bangladés de la actualidad moderna. El monopolio del comercio británico de la Compañía de la India Oriental en esas regiones se dio gradualmente de forma sutil, y, si fuera necesario, con una protección no tan sutil de soldados británicos y de la Marina Real. Tales eran los ligámenes estrechos forjados entre gobiernos y muchos mercaderes.

Un segundo producto resultante de la idea estática de la riqueza del mercantilismo, fue una fijación con los temas de la balanza comercial: más específicamente, asegurarse que usted exportaba más de lo que importaba. Los países hicieron enormes esfuerzos para intentar asegurar una balanza comercial positiva. Eso tiene sentido si usted cree que la suma total de la riqueza en el mundo es finita.

Cada vez que usted importaba desde el exterior, los argumentos mercantilistas decían que usted exportaba riqueza en forma de pagos de oro y plata. Para intentar reducir las importaciones, por la vía de subsidios y regulación, así como aranceles a las importaciones, los gobiernos buscaron crear o impulsar numerosas industrias domésticas, a fin de desalentar a la gente de comprar productos hechos en el exterior. En algunos casos, se prohibieron las exportaciones de oro y plata. A la inversa, las exportaciones de bienes fueron estimuladas y, a menudo, subsidiadas, pues eso significaba que los franceses estaban pagando, digamos, a mercaderes británicos por bienes británicos, por tanto, atrayendo más metales preciosos a Gran Bretaña.

CONCEPTOS FALSOS DE RIQUEZA

Esto nos lleva a una propuesta mercantilista central: entre más oro y plata poseía y adquiría un país, más rico era. Esa fue parte de la lógica económica que impulsó a los conquistadores españoles, con el respaldo, en su momento, de la Corona Española para conquistar América Central, del Sur, y mucha del Norte, en un asombrosamente corto lapso.

Sin embargo, resultó que adquirir vastas sumas de oro y plata no enriquecieron a las naciones. Después de 1521, España experimentó décadas de enormes influjos de metales preciosos desde sus posesiones en América. No obstante, para mediados del siglo XVII, la economía de España estaba estancada y convirtiéndose visiblemente en una más pobre comparada con otras naciones europeas. Esto, en algún grado, se debió a que España estuvo constantemente en guerra con poderes grandes como Francia, Gran Bretaña, Holanda y el Imperio Otomano, desde mediados de la década de 1550 hasta la década de 1650. Pero, hay mucha investigación que ilustra que la declinación económica de España fue, también, en parte impulsada al descansar crecientemente en importaciones de oro y plata del Nuevo Mundo y por el subsecuente desplazamiento de industrias productoras de riqueza.

Aquí todavía yace otro problema con el mercantilismo. El ejemplo español muestra que la esencia de la riqueza no es, como sostuvieron los mercantilistas, qué tanto posee un país mediante metales preciosos. Adam Smith demostró la falsedad de este alegato tan temprano como en sus Lectures on Jurisprudence [Lecciones de Jurisprudencia]. Riqueza es nuestra capacidad para satisfacer nuestros deseos y necesidades económicas. Entre otras cosas, significa ser capaz de ofrecer a otros algo que ellos quieren y que están preparados para intercambiarlo por algo que usted quiere. A partir de esto se deduce que, entre más barreras usted erige para obstruir la habilidad de la gente para intercambiar y competir con otros (como lo hizo el mercantilismo), más inhibe usted la creación de riqueza.

De hecho, el mercantilismo desalentó que individuos y países descubrieran y, luego, se especializaran en lo que hacen comparativamente mejor que otros. Esto importó, pues la división del trabajo es clave para facilitar las mayores eficiencias y productividad que crean riqueza nueva. En vez de ello, el mercantilismo estimuló que gobiernos crearan y promovieran sectores domésticos, e incentivaran que mercaderes lograran favores de gobiernos para extraer privilegios de ellos: algo que no era conducente a una creación eficiente de riqueza y positivamente corrosivo para el buen gobierno.

VIOLACIÓN DE LA LEY, INEFICIENCIA, Y AMIGUISMO

Para mediados de 1700, la frustración con las prácticas mercantilistas estaba creciendo a través del mundo europeo. Los altos aranceles gravados sobre las importaciones habían resultado en un contrabando diseminando por toda Europa. Esto trajo falta de respeto por la ley, a la vez que requería los enormes gastos de un aparato aduanero que trató, y en mucho falló, de frenar el contrabando.

Ese no fue el único costo económico relacionado con el mercantilismo. Las ideas mercantilistas contribuyeron al crecimiento de extensos imperios coloniales europeos. Pero, como lo descubrió Gran Bretaña después de su abrumadora victoria sobre Francia en la Guerra de los Siete Años, proveer las fuerzas militares necesarias para proteger y vigilar sus enormes posesiones globales y las rutas comerciales entre ellas, significaba una fuga importante de fondos públicos. Intentos por hacer que las colonias estadounidenses pagaran por lo que los parlamentarios británicos veían como su parte justa de mantener los costos de los cuarteles militares británicos en América del Norte, ayudaron a desatar la insurrección y, en su momento, una revolución.

Luego, estaban las disfuncionalidades políticas y económicas asociadas con las empresas mercantilistas, como la Compañía de las Indias Orientales. Como lo hizo ver Edmund Burke en su Speech on Fox’s India Bill (1783), el monopolio comercial de la Compañía distorsionó severamente el funcionamiento del mecanismo de los precios en India y, en consecuencia, introdujo ineficiencias extensas en el comercio británico a través de la región. Peor aún, señaló Burke, la convergencia monopolística del poder económico y político de la Compañía, había corrompido a muchos funcionarios coloniales británicos, comerciantes, y sus contrapartidas de India. Caballeros jóvenes británicos de perspectivas medianas, afirmó él famosamente, fueron a India y rápidamente se convirtieron en “aves de presa.”

Esa corrupción tenía su forma de diseminarse. La Compañía de las Indias Orientales gastó sumas vastas para mantener un cabildeo fuerte en los salones británicos del poder. Mostró ser excepcionalmente competente en anular intentos por disminuir el monopolio que tenía la Compañía del comercio británico en el Lejano Oriente. El hecho que, en este punto, el gobierno británico (y muchos miembros del Parlamento) fueran accionistas importantes de la Compañía, hizo que el amiguismo y la corrupción fueran positivamente incestuosos y mucho más difíciles de disolver.

No obstante, una insatisfacción creciente con ese estado de cosas no fue suficiente para desatar la reforma. A pesar de algunas medidas de liberalización del comercio, como las Leyes de Puertos Libres de 1766, que Burke ayudó a pasar en el Parlamento, en realidad, el asidero del mercantilismo sobre las economías europeas se fortaleció a fines del siglo XVIII. Se requería algo más para empezar a deshacer el asidero. Ese algo más resultó ser un libro.

APARECE ADAM SMITH

Decir que La Riqueza de las Naciones de Adam Smith demolió intelectualmente al mercantilismo es una subestimación. Por una razón, Smith mostró cómo los esfuerzos mercantilistas para proteger las industrias domésticas no aumentaban la producción total de un país. Ninguna regulación, afirmó Smith, es “capaz de aumentar la actividad económica de cualquier sociedad más allá de lo que su capital pueda mantener.” En vez de ello, desvía parte del capital de una nación “en dirección distinta a la que de otra suerte se hubiera orientado.” Pero, agregó Smith, “de ningún modo puede asegurarse que esta dirección artificial haya de ser más ventajosa a la sociedad, considerada en su conjunto, que la que hubiese sido en el caso de que las cosas discurriesen por sus cauces naturales.”

El punto de Smith era que los aranceles no elevan la producción. La producción es dirigida por factores como eficiencia, especialización, y cantidad de capital que se invierte en una empresa. Los aranceles sólo pueden estimular que los negocios cambien sus inversiones hacia otra parte, y no hay posibilidad de saber de antemano si eso elevará la producción.

En cuanto a la restricción de importaciones del mercantilismo, Smith reconoció que esto concebía erradamente el propósito de la producción económica. El objetivo de la producción, afirmó él, no era la producción en sí. La producción es un medio para un fin. Y, ese fin es el consumo. Nosotros no consumimos bienes y servicios para promover la producción. Se supone que la producción es para satisfacer deseos y necesidades de los consumidores. Se deduce que, afirmó Smith, “el interés del productor debe ser tomado en cuenta sólo en la medida en que pueda ser necesario para promover aquel del consumidor.” El problema del mercantilismo, enfatizó Smith, es que “el interés del consumidor es casi constantemente sacrificado en favor del productor; y parece que se considera a la producción, y no al consumo, como el fin y objeto último de toda industria y comercio.”

Aún más, a diferencia de millones de consumidores dispersos, Smith enfatizó que los productores podían ejercer influencia desproporcionada sobre la política comercial y, así, promover sus intereses sectoriales a expensas de todos los demás. En una carta de 1783, Smith alegó que “todo estímulo o desestimulo extraordinario que se le dé al comercio de algún país, más allá a aquél de otro, puede, pienso, demostrarse ser en todo caso una pieza de engaño total, por la que el interés del estado y de la nación se sacrifica constantemente a la de alguna clase en particular de comerciantes.”

Finalmente, estaba el tema de la balanza comercial. Smith explicó cómo el concepto era “absurdo.” “Cuando dos pueblos comercian entre sí,” escribió él, “esta doctrina supone que, si la balanza está en su punto de equilibrio, ambos pierden o ambos ganan; pero que, inclinándose hacia cualquiera de ellos, pierde el uno y gana el otro en proporción a su declinación desde el equilibrio exacto.” Desafortunadamente, afirmó Smith, “Ambos supuestos son falsos. Cuando dos personas libremente se comprometen a intercambiar bienes libremente dentro o entre países, observó Smith, ambos “ganan,” si bien en grados diferentes, en el tanto que ambos obtienen lo que quieren. De otra forma, ninguno habría estado de acuerdo con el intercambio.

LOS CONSUMIDORES -NO LOS PRODUCTORES- DEBERÍAN GOBERNAR

Con este trasfondo en mente, podemos ver como nociones mercantilistas dan forma a algunos de nuestros actuales debates económicos. Por ejemplo, cuestiones acerca de la balanza comercial aún preocupan a muchos economistas que, de ninguna manera, son proteccionistas. En el caso de los nacionalistas económicos contemporáneos, con regularidad describen el comercio entre naciones en términos mercantilistas como una ecuación de ganar-perder. Se enfocan fuertemente en desbalances comerciales, y consideran los déficits comerciales vis a vis otros países como una “pérdida.” Como los mercantilistas de antaño, también enfatizan la erección y protección de industrias específicas, mediante aranceles, cuotas de importación, y subsidios.

Por encima de todo, los nacionalistas económicos actuales siguen la priorización mercantilista de la producción sobre el consumo. Esta fue una de las recomendaciones centrales de Lighthizer en su discurso ante el American Economic Forum. Necesitamos, dijo él, alejar el énfasis de la política comercial de Estados Unidos del consumo y “moverlo hacia trabajadores, sus familias, nuestras comunidades, la producción, y los valores.” Como lo ilustran todas estas palabras, el bienestar de los consumidores estadounidenses -todos los 330 millones de ellos- no califica alto en la lista de prioridades del nacionalismo económico. Incluso, Lighthizer describió el enfoque contemporáneo de los librecambistas en los consumidores y el consumo, como “la esencia del materialismo.”

Lo que nacionalistas económicos minimizan o ignoran es, precisamente, que, por medio de servir a los consumidores en un mercado competitivo, los negocios producen riqueza. En estas condiciones, las empresas deben constantemente innovar, encontrar eficiencias, y reducir sus márgenes para sobrepasar a sus competidores. En el proceso de hacerlo, crean riqueza nueva. Esa misma riqueza permite a las empresas dar empleo a millones de personas, por tanto, brindando a individuos y familias salarios, sueldos, y beneficios que les permiten proseguir numerosos objetivos no económicos. ¿Cómo, pregunto, es que esto es materialista?

Pero, esta no es la única razón de por qué importa la “soberanía del consumidor,” como la llamó el economista ordoliberal alemán Wilhelm Röpke. Si el foco de la vida económica llega a ser el bienestar de los productores, abre la puerta para el amiguismo y, a menudo, la corrupción directa que caracteriza al sistema mercantilista. En verdad, muchas empresas y sus ejércitos de cabilderos insisten en que merecen la asistencia gubernamental, al alegar ser esenciales para el bienestar de una cuidad, trabajadores de cuello azul, etcétera. Pero, como lo hizo ver Adam Smith acerca de los proveedores de doctrinas mercantilistas de su época, “No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de obrar solamente por el bien público.”

Las analogías claras entre prácticas mercantilistas y actuales impulsos nacionalistas económicos, nos recuerdan que hay poco nuevo bajo el sol. Como escribió en su Teoría General John Maynard Keynes, “Los hombres prácticos, que se creen bastante libres de cualquier influencia intelectual, generalmente son esclavos de un economista fallecido. Los locos con autoridad, que escuchan voces en el aire, están destilando su frenesí de un escritor académico de hace unos años." En el caso de los actuales economistas nacionalistas, sus escritorzuelos llegan tan atrás más de 250 años. Y las recetas de esos escribas son equivocadas hoy, así como lo fueron en su propio tiempo.

Samuel Gregg es Compañero Distinguido en Economía Política del American Institute for Economic Research, y editor contribuyente de Law & Liberty. Autor de 16 libros -incluyendo el premiado The Commercial Society (Rowman & Littlefield) [Un análisis moral y económico de la Economía de Mercado: Fundamentos y Desafíos en una Era Global], Wilhelm Röpke’s Political Economy (Edward Elgar), Becoming Europe (Encounter), el galardonado Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (Regnery) [Razón, fe y lucha por la Civilización Occidental], y alrededor de 400 artículos y piezas de opinión- él escribe regularmente acerca de economía política, finanzas, conservadurismo estadounidense, civilización Occidental, y teoría de la ley natural. Es Académico Afiliado del Instituto Acton y Académico Visitante en el Centro B. Kenneth Simon de Estudios Estadounidenses de la Fundación Heritage.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.