Y, a pesar de evidencia abundante en contrario y casi igual la frecuencia de evidencia de creyentes en que lo que el estado promete es factible, aunque las políticas propuestas vayan en contra de ese mismo objetivo públicamente alegado por esos políticos, tienen fe, crédulamente, que surgirá, de alguna parte, el milagro deseado por la gente y no el que ansía el político de adquirir o ampliar su poder.

LUEGO OCURRE UN MILAGRO…

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
31 de agosto del 2022

Desde hace mucho tiempo existe una famosa tira cómica de una sola línea de Sidney Harris la que captura qué está equivocado -lo que es profundamente anticientífico- de mucha de la economía moderna. En la tira cómica, dos profesores están de pie cada uno frente a una pizarra llena de matemáticas complejas. El profesor más viejo apunta a una parte de la elaborada línea de pensamiento expuesta en la pizarra y aconseja a su colega más joven, “Pienso que usted debería ser más específico aquí en el paso dos.”

El paso dos, ralo y simple en medio de una matemática complicada en ambos lados, dice, “Luego ocurre un milagro…”

Esta tira cómica es innegablemente divertida. También, es notoriamente reveladora de la realidad decididamente no divertida de que mucha de la economía moderna es similar a la cadena de razonamiento elaborado expuesta en la pizarra de la tira cómica. Al hacer análisis de política económica, los economistas suponen demasiado rápido que los milagros ocurren con regularidad.

El principal milagro supuesto por los modernos economistas “científicos” acientíficos que recomiendan la intervención gubernamental, es que los funcionarios de gobierno actuarán apolíticamente, y lo harán sólo sin ninguna de las imperfecciones, miopía, y peculiaridades psicológicas humanas, que (se supone) dan lugar a imperfecciones del mercado que supuestamente justifican la intervención gubernamental, y que, también, actúan con mayor información y sabiduría de la descubierta y usada en los mercados.

Todo el razonamiento elaborado que conduce a la aparición de este milagro, y todo lo que se usa para describir las cosas que pasan luego de ese milagro, bien puede ser el producto sin fallas de una brillantez incuestionable. Pero, esta brillantez no excusa el paso truculento de suponer que ocurre un milagro, ni tampoco valida los resultados de tal teorización. Es inexcusablemente acientífico que economistas (o cualquiera, para el caso) simplemente supongan que el gobierno hará milagros.

Pero, eso es exactamente lo que asumen.

Los impulsores de la política industrial están entre los principales ofensores. En apariencia sin excepción, estos promotores suponen que los funcionarios de gobierno encargados de llevar a cabo la política industrial, cuando están a cargo se transforman milagrosamente en ángeles apolíticos, que tienen acceso a todo el conocimiento detallado que ellos deben conocer para reemplazar la asignación de recursos del mercado.

Otros funcionarios, que se supone hacen milagros, son los políticos, con el poder para imponer salarios mínimos. Los economistas, siempre listos y recordando su curso universitario acerca de economía laboral, recuerdan que es posible dibujar en una pizarra un panorama bonito que revela las condiciones bajo las que un salario mínimo elevará los salarios de los trabajadores no calificados, sin presionar a ninguno de ellos hacia las filas de desempleados. ¡Mirabile dictu! [¡Cuento maravilloso!] Los políticos de verdad que imponen salarios mínimos de alguna forma descubren estas condiciones en la realidad y, sin pensar en la ventaja política para ellos mismos, imponen salarios mínimos que son científica y precisamente calibrados para estas condiciones teóricas.

También, los milagros los realizan burócratas de agencias como la Administración de Alimentos y Medicinas (FDA) y la Reserva Federal de los Estados Unidos. Nunca tan venales como para preocuparse por los tamaños de sus presupuestos, estos funcionarios, siempre y todo el tiempo, se preocupan sólo por mejorar el bienestar de sus compatriotas. Los científicos de la FDA, para desempeñar sus servicios tal como se anuncia, necesitan conocer las preferencias diferentes hacia el riesgo de cientos de millones de estadounidenses, para decidir qué herramientas farmacéuticas y médicas son suficientemente “seguras y efectivas.” ¿Cómo ellos llegan a poseer tal conocimiento? ¡Cómo, por un milagro!

Los eruditos de la FED, para desempeñar sus deberes tales como se anuncian, han de tener conocimiento de cómo y cuándo manipular la oferta de dinero, de forma que se alimente el máximo crecimiento económico. Si bien muchos de estos eruditos insisten que, mientras suministros “óptimos” de cosas como herramientas mecánicas, mangos, acero, y estiletes pueden sólo ser descubiertos por medio del proceso de mercado competitivo, la cantidad “óptima” de dinero debe ser adivinada por ellos cuando confabulan en un majestuoso edificio de oficinas. ¡Tal adivinación es milagrosa!

También, se asume que los milagros entran en operación siempre que los economistas aconsejan a gobiernos acerca de cómo proteger el ambiente. El mismo economista listo, que está encantando con diagramas que muestran los salarios mínimos óptimos, es similarmente cautivado por la habilidad de impuestos al carbono para reducir las emisiones de carbono. En efecto, el economista está en lo correcto, que impuestos mayores sobre emisiones de carbono resultan en menores emisiones de carbono. Este resultado es tema de Economía Básica; no requiere un milagro. El milagro se presenta cuando el economista concluye que los funcionarios de gobierno pueden saber, en la práctica, con suficiente certeza, que las emisiones de carbono “deberían” reducirse y en qué grado. (Otro milagro mucho menor se supone que ocurre cuando el economista adivina el impacto exacto sobre las emisiones de carbono de impuestos mayores propuestos para tales emisiones. Pero, ignoraré aquí este pequeño milagro).

Que el gobierno intervenga para bajar las emisiones de carbono es que el gobierno intervenga para reducir actividades económicas, que descansan ya sean en combustibles basadas en el carbono o que producen emisiones de carbono como resultado (o ambos). Si bien uno no necesita tener poderes divinos para entender que las reducciones sin costo en las emisiones de carbono serían una bendición, debido a que las reducciones en emisiones de carbono enfáticamente no son sin costo, uno necesita un conocimiento divino para saber si alguna reducción propuesta diseñada por el gobierno, rendiría, en el mundo real, beneficios mayores que esos costos.

Economistas y ambientalistas pueden especular, hasta que la vacas dejen de pedorrear, acerca de cuáles serían los beneficios de menos emisiones de carbono, y cómo esos beneficios se compran con los costos. Pero, la complejidad insondable de la economía moderna se combina con el uso extendido de combustibles a base de carbono, que hace que esa especulación sea poco mejor que vudú. Todos podemos estar de acuerdo en que, si un dios omnisapiente, omnipotente, y pura benevolencia apareciera en escena y ofreciera sus servicios para optimizar la política ambiental, seríamos locos si rechazamos tal oferta de asistencia, ¡Dios, después de todo, puede hacer milagros!

Pero, somos igual de locos si nos tragamos mucho del consejo intervencionista de economistas de carne y hueso. Esa gente sólo piensa que es hacedora de milagros. Y así, su consejo muy a menudo estimula, aunque sin intención, sólo diseños diabólicos.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.