Para que todos nosotros pensemos al respecto. Y lea, si tiene la oportunidad, el libro de Leonard Read, "Yo, El Lápiz." No tiene nada que perder y sí mucho por ganar.

CERRAJEROS DE LA LIBERTAD

Por Dan Sanchez
Fundación para la Educación Económica
Jueves 8 de setiembre del 2022

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en rojo, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como dan sanchez foundation for economic education, liberty, September 8, 2022 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis rojos.

Bienaventurados los humildes, porque ellos iluminarán la tierra.

La mayoría de libertarios son conversos. A muy pocos se les inculcó de niños la filosofía de la libertad. La mayoría de nosotros fue indoctrinada a creer en el gobierno grande por el sistema educativo. En cierto momento punto, de alguna forma nos “des adoctrinamos.”

Leonard Read, el fundador de la Fundación para la Educación Económica, discutió esos momentos de cambio en “¡Liberated!” [“¡Liberado!”], un ensayo de 1962 publicado en las Notas del boletín gratuito de la FEE e incluida como el capítulo final de su gran libro Elements of Libertarian Leadership. Él lo describió como “una experiencia intensamente personal ̶ el momento de la liberación, ¡el paso hacia adelante!”

El paso hacia adelante puede sentirse como una fuga de una prisión intelectual. Nuestras mentes súbitamente se liberan de la mazmorra del dogma. La puerta de la celda se abre y “la luz inunda,” como escribió Read.

“Una vez que esta apertura ha sucedido,” continuó Read, “viejas ideas asumen una perspectiva diferente y nuevas ideas ingresan en nuestra comprensión.” Vistas bajo la nueva luz con claridad, lucen absurdos nuestros supuestos intervencionistas previos, y, las en una época verdades libertarias obscuras, ahora son claras como el día.

Esta “iluminación súbita,” como la llamó Read, puede generarse al leer un libro o escuchar una serie de conferencias.
Para algunos, todo lo que toma es leer un ensayo.

Uno de esos ensayos, que ha ayudado a muchos a “ver la luz,” es aquel propio de Read, “Yo, El Lápiz.”

LA FALACIA DE LA MENTE MAESTRA

En “Yo, El Lápiz,” Read reveló la maravilla que es la economía de mercado, al trazar el “árbol familiar” de un humilde lápiz. Él demostró cómo transformar materias primas -madera, mineral de aluminio, etcétera- en un aparentemente sencillo lápiz, es un problema vastamente complejo que involucra la cooperación de millones de productores individuales: leñadores y manufactureros de hachas, transportistas y perforadores de petróleo, etcétera.

Esta mega colaboración no tiene un plan central o planificador central ̶ ninguna “mente maestra” como dijo Read. En efecto, ninguna mente única podría siquiera empezar a administrar los múltiples detalles de la operación.

Y, no obstante, en una economía de mercado, la producción masiva y asequible de lápices se da día a día sin problema.
Esta asombrosa hazaña de cooperación humana sucede gracias a lo que Milton Friedman llamó “la magia del sistema de precios,” que involucra, como escribió Read, “millones de pequeños conocimientos que se configuran natural y espontáneamente en respuesta a la necesidad y deseo humano.”

El ensayo clásico de Read ha revelado a multitudes el milagro del mercado. Ver con nuestros propios ojos tal fenómeno maravilloso nos llena de asombro y nos hace apropiadamente humildes. Deja clara la arrogancia del socialismo y el intervencionismo: la arrogancia epistemológica pura de pensar que los burócratas pueden saber lo suficiente como para planificar centralizadamente un lápiz, mucho menos una industria, mucho menos una economía. Nos desengañamos por siempre de lo que podemos llamar “la falacia de la mente maestra.” Nos inculca lo que Read llamó en Elements una “fe inquebrantable en los hombres libres,” y nos libera de “cualquier confianza persistente y sin fundamento en pequeños hombres que juegan de dioses.”

LIBERACIÓN DENEGADA

Así liberados, nos volvemos ansiosos de liberar a otros de la falacia de la mente maestra y, así, liberar al mundo de las mentes maestras potenciales que lo tiranizan. Con el celo de un converso, andamos haciendo proselitismo: tal vez en nuestra familia y amigos, tal vez con extraños en internet.

Para nuestro desconcierto, nuestros esfuerzos son recibidos con un rechazo. Como los habitantes de la cueva de Platón, nuestra audiencia no sólo apaga la luz, sino que se resiente con nosotros por intentar liberarlos de su prisión ideológica.
“Es difícil,” escribió Voltaire, “liberar a tontos de las cadenas que reverencian.”

Seguimos probando la cerradura de su calabozo dogmático, pero seguimos fallando. Nos frustramos. Luego, no enojamos. Después, somos malvados. Les hacemos saber que son tontos por conspirar en su propia cautiverio y villanos por apoyar el nuestro.

En el calor de la batalla verbal, olvidamos lo que nos habíamos propuesto hacer en primer lugar. El objetivo valioso de liberación gradualmente da campo al impulso vano de provocar a quienes se rehúsan a ser liberados. Ofrecemos menos ideas y más púas. La otra parte responde en especie. Lo que se suponía era un concurso de ideas, se convierte en una lucha de egos. Y, cuando los egos hacen fila, todo mundo se atrinchera más en su posición.

En su momento, alguien se marcha furioso y se acabó. Y, ¿qué hemos logrado? Nada sino resentimiento hacia nosotros y las ideas que buscamos representar. En vez de abrir mentes, hemos endurecido corazones hacia la libertad. No es bueno.

“La peor cosa,” escribió Bastiat, “que le puede suceder a una buena causa es, no ser hábilmente atacada, sino ser ineptamente defendida.”

LIBERACIÓN FRUSTRADA

¿Qué salió mal? ¿Cómo podía una jornada intelectual con un inicio tan bello convertirse en algo tan feo?

Muy a menudo es porque olvidamos lo que en primer lugar la hizo bella.

“Está la inevitable tentación,” escribió Read, “de que, una vez que una persona llega a poseer ideas nuevas para ella, imponga la nueva ‘sabiduría’ sobre otros, para reformarlos, para convertirlos a su propia imagen.”

Pero, si pensamos hacia atrás acerca de nuestra propia liberación, podemos recordar que, en última instancia, fue un auto de autoemancipación. Alguien le puede haber guiado, pero sus esfuerzos habrían sido inútiles sin su participación activa y voluntaria en su propia ilustración.

Como escribiera Read, “adquirir sabiduría o entendimiento de la libertad no es una imposición por el hombre sobre el hombre, ni tampoco puede serlo.”

Alguien puede haber recomendado “Yo, El Lápiz,” pero, usted tenía que elegir leerlo. Usted tuvo que abrir su mente a su mensaje y lidiar con sus ideas. Tuvo que recrear los argumentos de Leonard Read en su propia mente para verdaderamente asimilarlos.

Y, ¿por qué, en primer lugar, tuvo usted que hacer esas elecciones? Debe haberle atraído algo la forma en que su benefactor le recomendó el ensayo. Tal vez, el tema era algo acerca del que usted tenía curiosidad; habló a una intuición que usted tenía; ofreció llenar algún vacío en su modelo mental del mundo. O, tal vez, usted admiraba, confiaba, o sólo le gustaba lo suficiente la persona que lo recomendó, como para leerla.

Ahora bien, imagínese qué tan diferente pueden haber resultado las cosas si alguien le ofreciera un argumento, o recomendara un libro, que a usted no le atraía.

El argumento puede haber sido igual de sólido que el de Read. El libro puede haber sido una obra maestra igual que “Yo, El Lápiz.” Pero, resulta que no era lo que, en ese momento de su jornada intelectual, usted necesitaba. Usted habría rechazado el argumento y declinado el libro.

Ahora bien, ¿qué si el que argumenta y le recomienda le hubiera hecho lo que usted hace con tontos y villanos que se atraviesan en su camino? Usted, en aquel entonces, habría respondido tal como ellos lo hacen ahora. Lejos de “admirar, confiar, y gustarle” el inepto defensor de la libertad, usted habría resentido su entremetimiento y, por asociación, puede haber llegado a resentir la filosofía que él buscó imponerle a usted.

La experiencia podría haberle alejado tanto de las ideas de libertad, que usted no habría estado dispuesto después a explorar “Yo, El Lápiz” luego de que se lo encontró. Su propia liberación podría haber sido impedida incluso antes de empezar.

CERRADURAS ÚNICAS

Como explicó Leonard Read, “ninguna persona pueda lograr acceso a la mente de otra hasta que la otra le deja ingresar. Es el otro quien tiene el control de las puertas a su propia percepción. Previo a esta decisión de dejarnos entrar, somos impotentes.” En otras palabras, todos y cada uno de nosotros tiene acceso exclusivo a las puertas de la prisión de nuestras propias mentes. Una mente sólo pude desbloquearse por su dueño.

Alguien más puede ofrecer una llave ̶ un argumento o recurso. Pero, esa oferta sólo hace diferencia si el dueño de la mente acepta voluntariamente la clave y trata de activarla por sí sólo. Si usted trata de forzar la llave de alguien más, sólo le resentirán a usted y sus llaves por ello. Obtendrá la misma respuesta si “arroja sus llaves delante de cerdos” que no tienen interés o aptitud por las ideas que usted está ofreciendo.

Aún más, “Cada mente tiene un candado único,” como escribió Read, y “la experiencia no revela una llave maestra.” Lo que desbloquea su mente puede que no funciona en la de otro. El argumento de “Yo, El Lápiz” puede que no calce en la cerradura, a la vez que “Anatomy of the State” [Anatomía del estado] de Murray Rothbard puede ser lo que haga clic. O, lo contrario, puede ser cierto.

Si, en verdad, usted está interesado en persuadir a la otra persona, al contrario de desplegar vanamente qué tan inteligente y conocedor es usted como si fuera un pavo real intelectual, entonces, no solo “impondrá su ‘sabiduría’” (como lo dice Read) sobre la otra persona, sino que pregunta y escucha su perspectiva (su “conocimiento local”), para así identificar qué argumentos y recursos a su disposición pueden alcanzarla.

Si usted es lo suficientemente serio y humilde para admitirlo, puede darse cuenta que simplemente usted no está equipado para hacer el trabajo. “Las llaves actualmente en su posesión pueden calzar o no,” como dijo Read.

Tal vez, usted necesita llegar a ser una persona versada en un área hasta el momento desatendida de la filosofía de la libertad. Eso es, usted necesita más llaves. O, tal vez, necesita unas mejores. Puede ser que usted mismo no entiende una idea que está tratando de impartir, tan bien como pensó lo estaba haciendo. En efecto, como indicó Read, una incapacidad de articular persuasivamente una idea puede significar una carencia de entendimiento pleno.

Esta puede ser una pastilla difícil de digerir, pues significa tragar nuestro orgullo. “La mayoría de nosotros,” escribió Read, “al movernos un poco más adelante de nuestros contemporáneos, nos inclinamos a pensar de nosotros como ‘habiendo arribado,’ como habiéndose graduado de la inmadurez. Así, dejamos pasar la persecución ulterior de la verdad en favor de importunar a otros con esos fragmentos de verdad que tenemos.”

Esto, nos recuerda Read, es un error, pues aprender y crecer son misiones de toda una vida.

VOLVIENDO A NUESTRA TAREA

Para mejorar nuestro entendimiento y exposición de la libertad, debemos “volver conscientemente a hacer nuestra tarea,” como lo puso Read. Dé un paso atrás en el esfuerzo por mejorar las mentes de otros y concéntrese en la tarea más factible de mejorar la propia.

Haga más investigación. Fortalezca su entendimiento. Estudie los trabajos de los grandes pensadores y los maestros efectivos. Luego, haga plenamente suyas las ideas que usted ha absorbido y póngalas en sus propias palabras: tanto al hablar como al escribir. Comparta sus palabras con otros, pero hágalo en el espíritu humilde y realista de mejora personal: a fin de formular y poner a prueba su propia comprensión. Tenga cuidado de no regresar al espíritu arrogante y contraproducente de “mejorar al otro.”

“Las explicaciones acerca de qué se descubrió,” escribió Read, “deberían hacerse al hablar y escribir, no como medio para reparar a otros, sino como la forma más efectiva de aumentar los poderes exploratorios personales, y -posiblemente- inspirar a otros.” Resuelva “no más intentar insinuar [sus] nociones en las mentes de otros. En vez de ello… trate de lograr un entendimiento que ellos desearán compartir.”

Entre más mejore usted de esta forma, más ayudará e inspirará a otros a compartir en su aprendizaje. En la expresión, así como el rencor engendra rencor, el aprendizaje engendra aprendizaje. La gente puede sentir la diferencia entre un pugilista intelectual y un buscador de la verdad. “La gente,” escribió Read, “muy naturalmente, está fascinada e interesada, en atraer a quienes se concentran en buscar la verdad.” Cuando otros ven su devoción seria en su búsqueda de entendimiento, les inspirará a unirse a usted en su jornada.

“Trabaje naturalmente,” aconsejó Read, “haga libremente disponibles tales ideas al llegar a poseerlas, pero no albergue nociones acerca de corregir a alguien más. Vaya sólo adonde se le llama, pero califique para ser llamado.”

Elabore sus llaves. Compártalas libremente con todos; no las imponga sobre nadie. Vea qué tan bien, o qué tan pobremente, ellas desbloquean su propio entendimiento y aquél de otros. Incorpore esta retroalimentación para mejorar su propia artesanía, y repítalo.

LIBERACIÓN MEDIANTE LIDERAZGO

Haga esto por mucho tiempo, y se ganará una reputación en sus círculos como un maestro cerrajero. Usted no sentirá la necesidad de “imponer su sabiduría” sobre otros para hacer una diferencia. La gente vendrá, por su propia voluntad, en procura de su consejo y tutela, buscando ser desbloqueada e ilustrada.

Eso es lo que Leonard Read dio a entender por liderazgo libertario. También, es la esencia de su teoría de cambio social.
A quienes les ayudamos a auto liberarse, si siguen nuestro método, así como nuestro mensaje, pueden voltearse y ayudar a otros a auto liberarse. Esos otros pueden, a su vez, llegar a ser facilitadoras de la liberación, etcétera.

El planificador central totalitario, como Satán en El Paraíso Perdido, actúa con base en la arrogancia fatal de que “todo lo que conozco es todo lo que necesito” para planificar y organizar una economía y una sociedad. Mucho más pequeña en escala, pero similar en especie, es la noción arrogante de “todo lo que conozco es todo lo que necesito” para desbloquear la mente de otro: que “lo que tuvo sentido para mi debe tener sentido para usted” o “no tengo nada que aprender de usted, incluso acerca de su propia perspectiva y barreras al entendimiento.”

La falacia de la mente maestra es similar a la falacia de la llave maestra. No podemos conquistar la primera si nosotros mismos somos víctimas de la última. No podemos derrotar a los autoritarios políticos si nosotros mismos actuamos como lo que Read llamó “intelectuales autoritarios.”

Para ambas falacias, el antídoto contra la arrogancia es el asombro: ante la majestad del mercado, así como la naturaleza única y múltiple de cualquier mente única. Y, el remedio para la arrogancia es la humildad: reconocer la insuficiencia de nuestro conocimiento, y hacer el trabajo propio necesario para mejorar nuestras propias deficiencias.

Cuanto más cuidamos los libertarios nuestras propias llamas, más iluminaremos y liberaremos el mundo.

Dan Sánchez es director de Contenido de la Fundación para la Educación Económica (FEDD) y editor en jefe de FEE.org.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.