SALMAN RUSHDIE Y EL PRECIO DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Por Álvaro Vargas Llosa
Independente Institute
22 de agosto del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es álvaro vargas llosa independent institute, Rushdie, August 22, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La última ocasión en que tuve la oportunidad de hablar con Salman Rushdie (hace cuatro años en el Hay Festival de Literatura y Arte en Arequipa, Perú), él sonaba como si los días de la fatua -la sentencia de muerte emitida por el Ayatola Jomeini de Irán en 1989 posterior a la publicación de la novela de Rushdie, “Los versos satánicos”- hubieran quedado atrás.

Habló como un hombre liberado, una condición que parecía imposible en ocasiones previas en que nos vimos; después de todo, algunas de las conversaciones anteriores se dieron cuando Rushdie se escondía bajo la protección del Scotland Yard británico y yo estaba sirviendo como corresponsal basado en Londres.

Ahora sabemos que él no era un hombre libre de la sentencia de muerte impuesta por Jomeini y que, cualquiera sea la condición en que él se encuentre, nunca será libre. Siempre habrá un asesino enajenado cuya interpretación fanática del islam hace que él crea que irá a los cielos, si termina el trabajo que Hadi Matar no culminó el 12 de agosto en la Institución Chautauqua, en el norte del estado de Nueva York.

El ataque despiadado nos debería recordar algunas verdades importantes. Primera, que el curso de la civilización es tortuoso: El progreso nunca ha tenido lugar en una línea recta, ni ha sucedió uniformemente a través de todas las geografías, culturas y sistemas de gobierno, ni en todos los grupos e individuos dentro de un espacio común.

El tribalismo bárbaro puede coexistir en cualquier país con la regla de la ley y los derechos individuales, y el obscurantismo religioso puede progresar a la par de la civilización secular, aún cuando la globalización difunde las noticias y beneficios materiales de la modernidad.

Al decretarse la fatua de Jomeini, Hadi Matar, el acusado asaltante de Rushdie, ni siquiera había nacido. Matar nació y siempre vivió en los Estados Unidos, no en una comunidad aislada alimentada por el fanatismo y el tribalismo, independientemente de lo que sus padres nacidos en Líbano le puedan haber enseñado.

En sus 24 años. Matar ha tenido una oportunidad amplia para apreciar y abrazar los valores e instituciones que han hecho de Estados Unidos una de las sociedades más avanzadas del mundo, aparte de sus problemas políticos y económicos. Y, sin embargo, en apariencia, rechazó esos valores e instituciones.

El país de sus antepasados es en sí un buen ejemplo de coexistencia del secularismo y del obscurantismo religioso ̶ de civilización y sofisticación cultural, por una parte, y de estrechez de mente y aislamiento, por la otra. En una época considerado una joya del Oriente Medio, y correctamente, hoy el estado de El Líbano es en parte controlado por Hezbolla, la organización terrorista chiita, lo que hace casi imposible el progreso.

Otra lección que podemos lograr de la tragedia de Rushdie es que la literatura es importante ̶ un pensamiento reconfortante en este mundo actual, en que los medios sociales y muchas formas competitivas de contar historias han relegado los libros a un segundo lugar, dado el corto espacio de atención al que han sido reducidas generaciones completas de gente joven.

Por supuesto, la literatura importa más a los fanáticos en busca de la ofensa blasfema que a la mayoría de la gente, pero, no olvidemos que la raza -el género- y otros ataques colectivistas, basados en la identidad, a la libre expresión en la academia, la industria editorial, los medios de comunicación y la sociedad en general, también significan una amenaza a las artes y la civilización en el mundo occidental.

Tal vez irónicamente, “Los versos satánicos” es la peor de las novelas de Rushdie (incluso grandes escritores ocasionalmente escriben una literatura pobre). Lleva la combinación de la realidad y la fantasía a extremos inverosímiles que restan credibilidad al cuento de Rushdie; sus caracteres parecen ser más fabricados que genuinos, y hasta elementos satíricos, incluida la narración ficticia de la fundación del islam a través de los sueños de uno de los dos caracteres principales, un inmigrante indio en Londres, fallan en generar una suspensión de la incredulidad en el lector.

Jomeini, y antes que él las hordas de fanáticos que a fines de los años ochenta crearon el clima de intolerancia contra el libro, que, en su momento, condujo a la fatua, no trataban la literatura no como un simple entretenimiento, sino como algo más profundo ̶ como hacen todas las sociedades totalitarias, y como en una ocasión lo hizo la Iglesia católica medieval.

En última instancia, el asunto de Rushdie nos recuerda que nadie que se atreva a escribir y hablar públicamente está libre de quienes odian la libertad. Es el precio que siempre han pagado escritores e intelectuales públicos ̶ y que continuarán pagándolo.

También publicado en el FoxNews.com del viernes19 de agosto del 2022.

Álvaro Vargas Llosa es Compañero Sénior en el Instituto Independiente.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.