Esta lectura acerca de Cicerón trajo a mi memoria cuando regresaba de mis clases a fines de la primaria, que me iba a la biblioteca rica y extensa en la casa en que vivía mi tío, Jorge Quesada, y allí por primera vez leí un libro de Cicerón. Él tenía una amplia colección de clásicos griegos y romanos, así como de pensadores europeos más modernos igual de clásicos, con los que me deleitaba leyendo y aprendiendo. Recuerdo que iba con mi tío en su pequeña moto hace más de 70 años a la librería El Erial, allá por la Iglesia de la Soledad, en donde él gastaba sus pocos ingresos en comprar de segunda mano esas obras clásicas y luego las encuadernaba para enriquecer más su biblioteca...

LA TRINIDAD FRÁGIL DE CICERÓN

Por Scott B. Nelson
Law & Liberty
18 de agosto del 2022

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La fama del orador romano Marco Tulio Cicerón nunca se extinguió de manera definitiva a lo largo de los siglos. Pero, llegando a su auge en el siglo XVIII, fue acometido en el siglo XIX por clasicistas como Theodor Mommsen, quien consideró al romano como un “estadista sin idea, opinión o intención…” quien “figuró uno tras otro como un demócrata, un aristócrata, y un instrumento de los monarcas, y quien nunca fue algo más que un egoísta miope.” En el siglo XX, cuando Europa se preparaba para llevar a cabo la Segunda Guerra Mundial, el historiador Ronald Syme castigó a Cicerón por derrochar tiempo valioso lejos de Roma después del asesinato de César. Cuando al fin eligió regresar en el otoño, escribe Syme, trajo “no paz sino un agravamiento del desacuerdo y una instigación a la más irracional de todas las guerras civiles.” Cicerón, el estadista, parecía casi condenado al retrato “lánguidamente ridículo” en la serie de HBO Roma: parlanchín, vacilante, débil.

No obstante, no todas las descripciones fueron desfavorables. Él encontró biógrafos eminentemente capaces y justos en Elizabeth Rawson, R.E Smith, y David Stockton en la segunda mitad del siglo XX. En nuestro siglo, su vida y tiempo se han convertido en una trilogía fascinante en manos de Robert Harris. Y su arte de gobernar, tan ensuciado por Mommsen y Syme, le logran elogio en el último libro de Daniel J. Mahoney The Statesman as Thinker.

La reputación de gran estadista nunca es constante todo el tiempo. Su grandeza consiste en las decisiones difíciles que tomaron en circunstancias ambiguas que, con dificultad, permiten una buena decisión inequívoca. Entre los estadistas de la antigüedad, la fama de Cicerón es, tal vez, aún más elástica, pues somos bendecidos por una cornucopia de sus escritos, tanto pública como privada, que muestran al hombre en toda su gloria e imperfección.

Si la reputación de Cicerón como gran estadista ha recibido una audiencia más compasiva en años recientes, el reconocimiento de su importancia como filósofo ha sido más lento en despegar. La literatura está creciendo e intercede una contribución valiosa: Natural Law Republicanism: Cicero’s Liberal Legacy de Michael C. Hawley.

EL REPUBLICANISMO LIBERAL

Hawley asevera que “la filosofía política” de Cicerón, “descansa sobre los pilares de la soberanía popular, la libertad republicana, y la ley natural.” Él demuestra cómo la tensión inherente a esta trinidad fue ignorada por muchos lectores de Cicerón a lo largo de la historia, tales como Maquiavelo, Grocio, Pufendorf, y los republicanos ingleses, antes de encontrar una especie de resolución en la filosofía política de Locke, la cual formó la base sobre la que los Padres Fundadores establecieron los Estados Unidos. Una comprensión adecuada de los principios subyacentes a los Estados Unidos requiere, por tanto, un entendimiento adecuado de la filosofía política de Cicerón.

Hawley es meticuloso en la ejecución, y su enfoque le permite constructivamente responder a dos escuelas de pensamiento diferentes: aquellos que postulan una aguda división entre los antiguos y los modernos (por ejemplo, Benjamin Constant, Isaiah Berlin, Leo Strauss, y los strausianos) y aquellos académicos republicanos -neo romanos (por ejemplo, J.G.A. Pocock, Quentin Skinner, Philip Pettit), quienes arguyen que liberalismo y republicanismo se oponen. La clave yace en una lectura detallada de las obras más importantes de la filosofía política de Cicerón, escritas durante los días moribundos de la república romana: De republica, De legibus, and De officiis.

Cicerón es el filósofo existente más temprano quien entendió y defendió la libertad tal como lo hacen los académicos neo romanos; esto es, libertad de dominación o interferencia. Sin embargo, lo hace a la vez que permanece comprometido con ciertos principios fundamentales del orden liberal, tales como los derechos de propiedad. Esos compromisos fluyen a partir de su comprensión de la ley natural, aplicable a todos los seres humanos, descubrible por medio de la razón, recompensando a quienes la obedecen y castigando a quienes la rechazan. Conectadas con esto hay otras afirmaciones de importancia universal: los humanos son sociales por naturaleza y la razón por la que la gente forma comunidades políticas es para defender su propiedad. Así, el impulso de proteger la propiedad, lejos de romper los lazos comunitarios a favor de privilegios individuales, fortalece nuestros lazos sociales al promover interacciones basadas en la buena fe. Y, igual que como lo individuos tienen propiedad, también es propiedad del pueblo la república en sí. Para que la gente sea dueña de su propia república, debe ser libre.

Aquí Hawley deriva un contraste entre la filosofía de Cicerón y aquella de Platón y Aristóteles, con quienes él es típicamente agrupado como un antiguo. La propiedad privada es ajena a la ciudad ideal de Platón, mientras que Aristóteles puede haberse desviado de su maestro en términos de la práctica de su receta, su oposición se basa en qué grado una organización política impediría a sus ciudadanos practicar virtudes como la liberalidad. Si a Cicerón esto le preocupaba menos, dice Hawley, se debe a que difería de los filósofos griegos en su entendimiento de qué es lo que constituye el fin humano más elevado: la libertad individual. Él no podía subscribirse a una ley natural abiertamente restrictiva del comportamiento humano, pues creía que los humanos tienen dos naturalezas: una naturaleza humana universal y, también, la propia naturaleza particular de cada individuo. Las diferencias entre seres humanos pueden resultar en una buena vida que es diferente para gente diferente.

Esto tiene implicaciones para el régimen. Si la libertad es el mayor bien, entonces, los más virtuosos no tienen el derecho de gobernar a la comunidad, aún si es deseable para lo hagan. Se les concede mayor importancia a la gente y sus derechos de lo que uno podría esperar de un “antiguo:” a pesar de su respeto por la filosofía de Platón, Cicerón no desprecia la tendencia de la democracia a estimular buscar la libertad.

Pero, el “liberalismo” de Cicerón, si uno se puede referir a él como tal, es en verdad un liberalismo de límites. Aboga por un régimen mixto como medio de atemperar los excesos monárquicos, aristocráticos, y democráticos. Pero, la efectividad de un régimen moderado no se asegura sólo por instituciones. Los ciudadanos, en especial los que aspiran al senado, deben poseer gran virtud, una educación brindada no por el estado, sino privadamente, como De officiis lo fue para su propio hijo. Finalmente, debido a que Cicerón puede concebir una ley aplicable a todos los humanos, es capaz, como los Estoicos, de considerar la noción de un régimen universal que incluye toda la humanidad. En su filosofía podemos detectar el potencial de un cosmopolitismo liberal.

LA RECUPERACIÓN LOCKEANA

El balance frágil entre la ley natural, la soberanía popular, y la libertad lo explotaría Maquiavelo, quien, a partir de él preparó el escenario para muchos pensadores. En la lectura de Hawley, Maquiavelo representa “algo así como una calle sin salida,” no el pináculo de un pensamiento republicano clásico, ni siquiera el punto de partida del liberalismo moderno. Su preferencia por la gente no la frena ley natural alguna; la gente está en lucha constante contra élites engañosas a lo interno y fuerzas hostiles a lo externo; y su adorada belicosidad de Roma fue destructora de la libertad romana. Grocio y Pufendorf recuperarían la ley natural, pero sin ligarla a la soberanía popular. Los republicanos ingleses le dieron preferencia a la última a expensas de la primera. Hobbes descartó ambas a favor de una interpretación de la libertad expansiva y exclusivamente materialista. No es sino hasta Locke, cuya obsesión con Cicerón fue notoria incluso bajo los estándares de la época, que sería la trinidad frágil del filósofo romano de la ley natural, la soberanía popular, y la libertad, llevada de nuevo a un balance.

La lectura de Hawley de Locke y los Padres Fundadores tiene muchas virtudes, no siendo la menor el hecho que, al tomarlos por sus palabras, él no necesita hacer todo lo que pueda para tratar de atribuir influencia en donde hay poca o ninguna (como lo hacen los académicos neo romanos en el caso de la supuesta influencia de Maquiavelo -y la presunta insignificancia de Locke- sobre los Padres Fundadores). Para echar una mirada más profunda a la importancia de la ley natural para Locke, Hawley le pone atención a un trabajo no publicado en vida de Locke (redescubierto y publicado sólo hasta mediados del siglo XX), Questions concerning the law of nature.

En ese trabajo, argumenta Hawley, Locke es capaz de resolver una de las ambigüedades en el pensamiento de Cicerón: el romano era un escéptico y necesitaba reconciliar una actitud de duda con las afirmaciones aparentemente dogmáticas de la ley natural, específicamente, los que se refieren a la certeza de que uno sería recompensado o castigado según si uno obedecía o quebraba la ley natural. Locke rechaza la noción de que la certeza de recompensas o castigos es un requisitito -en este caso, todas las leyes civiles se quedarían cortas- prefiriendo, en vez de ello, basar su caso en la posibilidad de recompensas o castigos, posibilidad que la razón no puede refutar. Resulta que el escepticismo de Cicerón es perfectamente compatible con la ley natural. Quedó para los Padres Fundadores hacer realidad un régimen basado en la ley natural ciceroniana-lockeana, que demandaba ese muy virtuoso arte de gobernar que Cicerón representa tanto en sus palabras como en sus acciones.

¿ANTIGUOS Y MODERNOS?

Natural Law Republicanism
nos pide que miremos más profundamente las tensiones descubiertas por la combinación de Cicerón de la libertad, la soberanía popular, y la ley natural. Al hacerlo, podemos arribar a una mayor apreciación de por qué, a menudo, suponemos, por ejemplo, que el liberalismo y la democracia deben ir de la mano, y que nuestro rechazo a discutir la ley natural arriesga abrir un bache entre ambos, como lo hizo Maquiavelo. Cicerón, el filósofo, es tan iluminador hoy como lo ha sido para siglos de pensadores. Tanto el filósofo como el estadista merecen nuestra atención; pues, en palabras y hechos de Cicerón, somos testigos de algunas de las virtudes necesarias en el arte de gobernar: grandeza de espíritu atemperado por la justicia y la moderación.

También, el trabajo de Hawley implícitamente nos pide reconsiderar la división entre antiguos y modernos. Así como trazas de pensamiento antiguo permean a algunos de los grandes pensadores de la modernidad, también lo hacen por igual algunos de los antiguos, como el mismo Cicerón, al desarrollar ideas consideradas más modernas. Como tal, la antigüedad difícilmente fue uniforme: “De hecho, los romanos parecen estar más cerca de nosotros los modernos que de los griegos en perspectiva y circunstancia.” El pensamiento romano puede descansar separado de aquel de los griegos y vale la pena su estudio por derecho propio. Como escribió Montesquieu, también un gran lector de Cicerón; “Uno nunca puede dejar a los romanos.”

Cicerón es una razón del porqué, y es apropiado que Natural Law Republicanism concluya con una breve discusión de la gloria. En una carta a Ático, escrita en el año 59 antes de Cristo, Cicerón le pregunta a su amigo, “¿cómo me enjuiciará la historia de aquí a seiscientos años? De hecho, estoy más preocupado por eso que de los pequeños chismes de aquellos quienes hoy viven.”

No se preocupe, Tulio. En manos de Michael Hawley vuestro legado está seguro.

Scott B. Nelson es asesor de Investigación y Estrategia en el Centro de Economía Austriaca y del Instituto Hayek. Su libro más reciente es Tragedy and History: The German Influence on Raymond Aron’s Political Thought. Su siguiente trabajo, Capitoline: Cicero, Politics, and the 21st Century, escrito en conjunto con Matthew Edwards, será publicado por la Academica Press en el otoño del 2022.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.