LA INELUDIBLE INSUFICIENCIA DE LA PSICOLOGÍA

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
19 de agosto del 2022

¿En qué momento decimos que, en general, entendemos el comportamiento humano, o incluso una sola acción humana?

Si vemos a un hombre tomar agua de una botella, nos decimos, sin pensar, que lo hizo porque tenía sed, y no buscamos una explicación adicional Todos hemos experimentado sed, sabemos que es estar sediento, y todos hemos reaccionado en la misma, o igual, forma.

Y, no obstante, por supuesto, nuestra explicación puede estar equivocada, o, al menos, es incompleta o parcial. Tal vez, el hombre no tenía sed, sino que tomaba bajo órdenes estrictas de beber cierta cantidad; tal vez estaba sediento pues sufría de diabetes mellitus o diabetes insipidus, o hasta de tomar agua compulsivamente, un patrón peculiar de comportamiento en donde una persona, no diabética, toma toda el agua que puede encontrar, de forma que debe impedírsele que lo haga para que no se muera de beber tanto. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, un hombre toma agua de la botella simplemente porque tiene sed. No nos desconcierta.

Pero, una vez que una acción se hace un poco más compleja, se dificulta la explicación y es más contenciosa. Siendo humano, nada humano no es extraño, y nos vemos obligados por nuestra naturaleza a tratar de entender la conducta de otros. Pero, eso nos devuelve a mi punto inicial: ¿en qué momento digo, ‘Ah, ahora lo entiendo’?

Considere el asesinato el 8 de julio del anterior primer ministro del Japón, Shinzo Abe. Al público no se ha una razón clara del motivo del asesino, aparte de una conexión con la Iglesia de la Unificación. Es irónico que él usó una mascarilla facial al dispararle al Sr. Abe, aunque es poco claro que se debiera al interés de proteger a otros del virus, o porque no se podría haber acercado al anterior primer ministro si no lo hubiera hecho.

Él manufacturó su propia pistola, lo que sugiere claridad de mente al menos en ciertos aspectos; un esquizofrénico que sufriera de desorden mental no podría haber hecho su propia pistola. Pero, la paranoia viene en distintas formas, y alguna gente es paranoica sólo en algún tema, siendo perfectamente normal y de ideas claras en el resto. Tal vez, el paralelo más cercano será el intento de asesinato del primer ministro británico, Sir Robert Peel, en 1843, por Daniel M’Naghten, quien en vez de él le disparó al secretario del primer ministro, Edward Drummond, al confundirlo con el primer ministro. (Algunos dicen que Drummond murió por el tratamiento médico en vez del disparo).

El caso dio lugar al surgimiento de las Leyes M’Naghten, que establecieron el criterio de insanidad legal, contra el cual los médicos hicieron críticas por muchos años, pues no coincidía con el criterio médico de locura. Para mí, las leyes parecen tener mérito. En esencia, se dice que un hombre no es culpable en razón de locura si su acción se habría justificado si sus ideas locas hubieran sido ciertas: todas las otras formas de trastorno mental pueden llegar a la atenuación, pero no tanto como a la excusa plena. Los jueces, supongo, estaba predeciblemente preocupados acerca de que explicaciones psicológicas especulativas falsas persuadirían a los jurados y conducirían a la usurpación médica de poderes legales apropiados.

Sin duda que estas explicaciones psicológicas estarán prominentemente en despliegue en el juicio del tirador de Highland Park, Robert Crimo III, cuando se lleve a cabo. En efecto, su crianza ha sido revelada como subóptima por decir lo menos; sin embargo, lo que impacta acerca de la mayoría de los reportes, es que ninguno de sus autores piensa siquiera preguntar cuánta gente con crianza similar (en tanto podemos descartar la unicidad de cada formación) no comete tiroteos masivos.

Así que, confidentemente, esperamos que para dar cuenta de sus acciones la gente señale ciertas características adversas en la vida y experiencia del tirador, pero, permanece el hecho de que no importa qué tanto refinemos la búsqueda de factores explicativos, habrá algún resto que se nos escapa. Estamos condenados a buscar una explicación plena, pero no a encontrar una, lo cual es tanto incómodo como reconfortante. Es incómodo pues sentimos que deberíamos ser capaces de entender, y reconfortante pues la imposibilidad de una explicación completa nos asegura que el control total de la gente nunca será posible, hasta en el más totalitario de los regímenes. El misterio del corazón del Hombre nunca será arrancado.

De hecho, nunca estamos muy lejos de una locura de comportamiento inexplicable (uso la palabra locura en su sentido más amplio). Hace pocos días miré a través de mi ventana en mi casa aislada en Francia, para ver formarse una nube en forma de hongo muy cerca; en realidad, a ocho o nueve millas en la lejanía. La parte superior era blanca, y la baja negro púrpura, con un rosado fuerte por debajo. Resultó ser la consecuencia de incendios forestales.

Llamamos al departamento de bomberos. “No es necesario trasladarse,” nos dijeron. El fuego, que no fue puesto bajo control sino hasta el día siguiente, se estaba -gracias al viento prevaleciente- moviendo en la otra dirección. Mi sentido de alivio fue, sin duda, algo egoísta: debería haber deseado la extinción del fuego, no que se moviera en otra dirección. Pero, me dio horror que mi casa, con 20.000 libros recolectados, o, más bien, que acumulé durante toda una vida, se hiciera humo en minutos.

Seiscientos bomberos apagaron el incendio, y algunos de ellos fueron heridos en el valiente desempeño de su deber. Aviones volaban de un lado a otro sobre sus cabezas, apagando el fuego desde el aire. Nos quejamos mucho; olvidamos lo que es admirable en nuestra sociedad, tanto organizacionalmente como desde el punto de vista del carácter humano.

El noventa por ciento de esos incendios deliberadamente los causan incendiarios. El alcalde de nuestra comuna nos dijo que hay un incendiario en el área, del cual, poco antes del Covid, se sospecha causó tres incendios, sin que nunca fuera capturado. El área, caliente, seca, y boscosa, es particularmente susceptible de incendios peligrosos.

¿Qué tipo de persona podría causar un incendio como ese, que produjo una nube en forma de hongo, causó daño a varios bomberos, y ocasionó que una villa fuera evacuada? Busqué para ilustrarme un libro de texto de psiquiatría forense, el cual, como miembro de un jurado, en una ocasión ayudé a que obtuviera un premio. Está muy bien escrito (aunque por varios autores) y está libre de la jerga. Contiene cerca de 2500 a 3000 referencias. Por tanto, no intento ser irrespetuoso al decir que lo que ofrece es una descripción, en vez de una explicación. Po ejemplo, clasifica las motivaciones de los incendiarios:


  • Reacciones a (o en contra de) la sociedad
  • Venganza contra un empleador
  • Simple venganza
  • Furia por celos
  • Oportunidad de heroísmo
  • Placer sexual perverso


Lo admito, el libro tiene casi 30 años de edad (e, interesantemente, el placer sexual aún podía describirse como “perverso”), pero, dudo que las cosas hayan cambiado mucho desde ese entonces.

En lo que concierne al comportamiento humano, excepto en muy pocos y limitados casos, siempre hay un bache -que creo es metafísico- entre lo que se debe explicar [explanandum] y las explicaciones [explanans]. Por esta razón, creo que el rol de la psicología es muy limitado en el contexto legal, y que la presunción de responsabilidad por las acciones es tanto necesaria como realista. La mitigación (que, en efecto, puede ser muy fuerte) no debe confundirse con la exculpación. Tal psicología, como se aplica en la corte o es aplicada por ella, debería ser el sentido común, del tipo cotidiano.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.