Todavía nos siguen diciendo algunos defensores del socialismo, al ver los fracasados resultados económicos, sociales y políticos de los países que en su momento dijeron eran socialistas, que “ese no era el verdadero socialismo.” En dos palabras, nos dicen que el verdadero socialismo está por venir (siempre la promesa eternamente futura) y que nunca se ha intentado hasta el momento.

¿QUE NUNCA SE HA INTENTADO?

Por Spencer A. Klavan
Law & Liberty
12 de agosto del 2022

En el volume 2 de su Gulag Archipelago [Archipiélago Gulag II] Aleksandr Solzhenitsyn recuerda cómo él y sus compañeros prisioneros se divertían cuestionando a académicos que terminaron a la par de ellos en los campos soviéticos de trabajos forzados. Estos profesores de la Academia Comunista podían ver directamente las atrocidades de la opresión Estalinista, en los campos de concentración en que ellos mismos eran prisioneros, e insistir en que ni Stalin ni el Partido deberían responsabilizarse de ellas.

“Vea ahí: qué tan golpeadas por la pobreza están nuestras villas,” diría Solzhenitsyn. “Una herencia del régimen Zarista,” respondería el fiel creyente. El campo empobrecido era “inusitado;” las escaseces de alimentos y la hambruna eran “cuentos de ancianas;” y, si los agricultores estaban sufriendo hambre, bueno, “¿le ha echado usted una mirada a todos sus hornos.”

Cualquiera que haya debatido con un Marxista realmente comprometido reconocerá este tipo de devoción imperturbable. “¡Impenetrabilidad, ese era su principal rasgo!” escribe Solzhenitsyn. En Occidente, por supuesto, departamentos universitarios enteros se dedican a aislar al Marxismo ante la historia de su propio fracaso. Confrontado con las múltiples atrocidades de los regímenes Comunistas alrededor del mundo, el apologista a muerte responderá serenamente que el sabotaje, o impureza ideológica, o sus ojos mentirosos, son los verdaderos culpables, El verdadero Marxismo nunca se ha intentado.

En The Problem of Atheism (Il problema dell’ateismo) [El problema del ateísmo], el gran filósofo católico Augusto Del Noce muestra que el verdadero Marxismo ha sido, de hecho, intentado. Él estaba bien posicionado para plantear el caso. Mientras era un joven académico en Torino, Italia, Del Noce logró ver el Marxismo bajo su luz más atractiva posible, como alternativa al creciente régimen Fascista. Él podría haber sido perdonando por concluir, como lo hizo el prisionero político Antonio Gramsci, que los levantamientos de trabajadores en la ciudad representaban la mayor esperanza del mundo para derrotar al totalitarismo.

En vez de eso, Del Noce llegó a creer que el Marxismo era sólo totalitarismo, pues era sólo ateísmo, en su forma más pura y más sin adulterar. A lo largo de su vida, él argüiría, con una previsión sin par, que la teoría económica del Marxismo era inseparable de su materialismo histórico; que no podía suavizarse o ser tenido en cuenta por sistemas de pensamiento más moderados; y que tendería naturalmente hacia una forma frágil y sin propósito de despotismo.

EQUIVOCADO EN LOS HECHOS, MORALMENTE CIERTO

Los ensayos en The Problem of Atheism muestran a Del Noce trabajando en estas ideas durante décadas después de la Segunda Guerra Mundial. En conjunto hay seis de ellos, con un prefacio de un trabajo extenso ulterior, The Concept of Atheism and the History of Philosophy as a Problem” [El concepto del ateísmo y la historia de la filosofía como un problema] (1964).

En el ensayo más temprano, “Marx’s ‘Non-Philosophy’ and Communism” [“La ‘no filosofía’ de Marx y el Comunismo”] (1946), Del Noce propone que el Marxismo no sólo surge, sino que, también, alcanza su expresión plena como una superación de la filosofía.” En sus Theses on Feuerbach [Tesis sobre Feuerbach], Marx, declaró, famosamente, que “los filósofos tan sólo han interpretado de diversos modos el mundo; de lo que se trata es de cambiarlo.”

Se han hecho muchos esfuerzos para reasegurarnos que Marx sólo dio a entender que el activismo surge a partir de la razón y la reflexión, no para reemplazarlas: por ejemplo, en The Ethical Dimensions of Marxist Thought [Las dimensiones éticas del pensamiento Marxista], el famoso filósofo Cornel West escribe que el llamado a la acción de Marx “no era un rechazo al diálogo, discurso, o discusión racional, ni tampoco un llamado al activismo ciego.” Este es un ejemplo clásico de un compañero de viaje bien intencionado que trata de salvar a Marx de sí mismo.

Dado que en los manuscritos que se convirtieron en The German Ideology [La ideología alemana] (a pesar de diversos rearreglos ulteriores del material), Marx y Engels señalan muy claramente que un buen historiador materialista “no explica la práctica partiendo de la idea, sino explica las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material.”
El activismo no es sólo el resultado del pensamiento de Marx, sino la esencia del Marxismo como tal: lo que Del Noce llama “una superación de la filosofía” significa volcar de cabeza a la razón, usando resultados políticos para evaluar la fuerza de sus ideas y no al revés. Tal como escribió Marx en las Tesis “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico.” Los verdaderos pensamientos no son aquellos que se sostienen en el abstracto, sino aquellos que cambian al mundo.

Sin embargo, ¿cómo podemos saber que estamos cambiando el mundo para mejorarlo, si no es por medio de una interpretación de los absolutos morales? El Marxista comprometido no puede reconocer alguno de esos absolutos, o cualquier otro estándar duradero de verdad supernatural. Para él, sólo existen los hechos desnudos de las cosas tal como son, juzgados a la luz de sus propias convicciones personales.

Juzgados ̶ y encontrados deficientes. Y así, escribe Del Noce, “la realidad es reducida a un objeto, que se hace real en mi acción, como el obstáculo que yo proyecto ante mi para poder sobrepasarlo. Por tanto, el activismo implica una forma de solipsismo vivido.” [Solipsismo: Doctrina filosófica que defiende que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia]. Cuando Alexandria Ocasio-Cortez se quejó porque sus críticos estaban “más interesados acerca de ser precisa, fáctica, y semánticamente correctos que ser moralmente correctos,” ella estaba ilustrando perfectamente la naturaleza del Marxismo: es mi virtud, no sus hechos, lo que cuenta.

Por tanto, el autoritarismo soviético no era una perversión del trabajo de Marx, sino su consumación, la imposición por la fuerza de una visión utópica de unos pocos hombres sobre las masas insuficientemente ilustradas. Ya en 1918, cuando los agricultores kulaks protestaron contra el decomiso de su comida durante una hambruna, Lenin ordenó que 100 de ellos fueran ahorcados y dio una instrucción a sus subordinados: “encuentren gente más dura.” Para el verdadero revolucionario, la resistencia tenaz de la naturaleza humana ante el “progreso” es sólo un engaño pasajero, a ser sobrepasada con una negación de mayor fuerza y más apasionada.

Si el hombre es un producto puramente de sus circunstancias sociales, entonces, un esfuerzo lo suficientemente vigoroso como para cambiar esa circunstancia, con seguridad enderezará la madera torcida de la humanidad. Esta idea catastróficamente errada hizo ver los peores horrores de la tiranía soviética, no menos que los fracasos de la bien intencionada política social Progresista. “Quienes aducen que la reforma social y moral es imposible, basándose en que el Viejo Adán de la naturaleza humana permanece eternamente igual, atribuyen sin embargo a las actividades innatas la estabilidad e inercia que en realidad corresponden sólo a las costumbres adquiridas,” escribió el teórico progresista de la educación John Dewey en Human Nature and Conduct [Naturaleza humana y conducta: Introducción a la psicología social]. No obstante, como desgarradoramente narró Myron Magnet en The Dream and the Nightmare [El sueño y la pesadilla] este Pelagianismo moderno -la herejía que niega el pecado original- sólo ha tenido consecuencias desastrosas para aquellos desdichados a quienes ha tratado de “perfeccionar.”

Y así, en un ensayo corto pero fundamental, “Marxism and the Qualitative Leap” [“Marxismo y el salto cualitativo”] (1948), Del Noce alega que el Marxismo implica necesariamente ver a todo el mundo, incluyendo los semejantes de uno, como materia prima sujeta a manipulación mecánica. La reducción de todo a la ciencia material, tan evidente en nuestras burocracias modernas, se cocinó desde el inicio: “Cuando la filosofía se convierte en voluntad contra el mundo de la apariencia, entonces, el sistema se reduce a una totalidad abstracta.” Así, la Cristiandad, que define al mundo en términos de una moral así como de un orden físico trascendental, nunca puede incorporar al Marxismo mediante medidas medio diluidas como una especie de programa de justicia social.

Sin embargo, abundancia de iglesias lo ha intentado. El esfuerzo usualmente empieza con eslóganes alegres acerca de igualdad para todos, y termina asfixiando al Evangelio en una política partidaria tóxica. La escena de banderas de Black Lives Matter y del orgullo trans envueltas alrededor de crucifijos durante el verano del 2020, no habría sorprendido a Del Noce. Él entendió que, acomodar la ideología Marxista incluso en un grado pequeño, significaba aceptar la lógica de la revolución, la que tiene como objetivo derrocar toda ortodoxia en nombre del cambio en sí. El Marxismo identitario de la Nueva Izquierda, no menos que el Marxismo de la vieja escuela socioeconómica, involucra necesariamente negar
toda verdad permanente ̶ que es decir, negar a Dios.

Este es el punto global de “Notes on Western Irreligion” [“Notas acerca de la irreligión Occidental”] (1963) y de “Reflections on the Atheistic Option” [“Reflexiones acerca de la opción atea”] (1961), dos ensayos en los que el “problema del ateísmo” realmente llega al frente. La variedad Marxista de teísmo verdadero y total no pregunta tan sólo “¿hay un Dios?” y responde negativamente. En vez de eso, escribe Del Noce, el ateísmo pleno consiste en obstruir del todo la vista a la pregunta: “dado que para la irreligión de hoy… no hay razón para plantear la pregunta acerca de Dios, pues la afirmación de su existencia lógicamente no tiene sentido.”

OLVIDANDO A DIOS

De allí la observación profética de Del Noce de que Occidente, trabajando para derrotar el Marxismo, en su momento llegaría a aceptar su premisa principal. Al presumir que la superioridad estadounidense ante Rusia se hacía evidente en una producción material superior, en vez de un compromiso con verdades más elevadas, los anticomunistas estadounidenses implícitamente concedieron que la riqueza física, y no la profundidad espiritual, constituía la medida de una sociedad.

Cuando Solzhenitsyn le dijo a una audiencia de Londres en 1983 que “los hombres se habían olvidado de Dios,” estaba confirmando las predicciones de Del Noce: la “sociedad afluente” había posibilitado a los Occidentales vivir cómodamente, sin hacer suyos los principios morales y religiosos que apuntalaban su civilización. Como lo vieron tanto Solzhenitsyn como del Noce, esta indiferencia reptante hacia asuntos de fe, representaba no la derrota del Marxismo, sino las condiciones de su posible victoria.

Así es como Estados Unidos se hizo vulnerable a la “larga marcha por medio de las instituciones” que Gramsci concibió y que el activista Rudi Dutschke ayudó a poner en práctica. Ahuecada por el consumismo vacío y drogada por el suministro de su propia abundancia material, la sociedad estadounidense se quedaría sin poder defenderse contra el vigor y convicción de una nueva vanguardia marxista. Como lo puso posteriormente Del Noce, “la exigencia socialista tiene prioridad sobre la liberal.” La verdad de esta observación es dolorosamente evidente hoy en día, cuando las instituciones liberales se apuran por imponer códigos de lenguaje del despertar [woke] y juramentos de lealtad sobre su membresía.

Los dos ensayos finales en The Problem of Atheism ofrecen un resumen filosófico y político de la crisis actual de Occidente. En “The Pascal Problem and the Contemporary Atheism” [“El problema de Pascal y el ateísmo contemporáneo”] (1964), Del Noce propone una reinterpretación al por mayor de la historia intelectual moderna, afirmando que el tren del pensamiento secularizado que conduce hasta Marx puede contrabalancearse por otro, más expresamente la tradición Cristiana. Esta tradición llega tan atrás como San Agustín y continúa por medio de Blaise Pascal hacia otros, menos familiares, pensadores, como el Católico francés Nicolás Malebranche y el jurista italiano Giambattista Vico. Basado en esta tradición, Del Noce propone “conocer a Dios, mediante una visión de una intuición a priori, es la condición que hace posible todo conocimiento.” La premisa básica, conocida como “Ontología” [Parte de la metafísica que estudia el ser en general y sus propiedades], es la alternativa Cristiana de Del Noce al materialismo y la revolución perpetua.

Finalmente, en “Political Theism and Atheism” [“Teísmo y ateísmo político”] (1962), Del Noce esquematiza cómo una visión moral religiosa puede traducirse en una visión política “no perfeccionista,” una que reconoce las realidades gemelas de la naturaleza humana fallida y la verdad divina absoluta. Como Edmund Burke antes que él, Del Noce rechaza la “concepción que ve la realidad humana como verdadera o absolutamente transformable en lo que tiene que ver con lo referente al bien o mal moral,” proponiendo, en vez de ello, un movimiento prudente hacia el bien en cada época: “en cada momento de la historia existe la misma posibilidad para el mal, y la tarea del político es minimizarlo.”

Para que la Iglesia y Occidente sobrevivan, no puede haber “concesiones” al Marxismo ̶ sólo una refutación fuerte de él, enraizada en las verdades eternas que el Marxismo ha borrado de la vista. Para el Marxista, la lucha revolucionaria determina lo que es bueno en el momento, independientemente de unos absolutos fabricados. Para el Ontólogo, exactamente lo puesto es cierto: verdades inmutables, que atrapamos en nuestra imperfecta pero muy real comunión con Dios, establecen el estándar que debería determinar todas nuestras acciones en cada nueva era.

HABLANDO CLARAMENTE

Aunque Del Noce consideró a The Problem of Atheism como la joya de su carrera, y aún cuando ha disfrutado de una popularidad aún vigente en Italia, esta es la primera vez que está disponible en idioma inglés. El profesor Carlo Lancellotti de la City University of New York ha hecho un trabajo admirable al traducirla y del todo significa una contribución valiosa a las letras anglófonas. Algunas de las afirmaciones de Del Noce están abiertas a la disputa ̶ como, por ejemplo, en “Marx´s ‘Non-Philosphy’” *[“La ‘no filosofía’ de Marx y el Comunismo,” en que afirma que el colaborador de Marx, Friedrich Engels, no entendió la naturaleza del Marxismo. Aunque esta creencia es aun ampliamente extendida, Thomas Sowell arguye con fuerza en su libro Marxism, que Marx y Engels se entendieron entre sí a la perfección. Pero, estos tipos de temas no menoscaban el poder de las ideas generales de Del Noce, que es innegable.

Sin embargo, una cosa resta valor: el escrito de Del Noce está cerca de ser impenetrable. Casi que cada frase está densamente atragantada por abstracciones. Cláusulas introductorias prometedores regularmente se disuelven en cadenas de referencias arcanas, que rara vez, si es que, en alguna ocasión, son explicadas. Una frase representativa de “Political theism” [“Teísmo y ateísmo político”] dice así: “La sublación [“superación”] historicista de Hegel no tuvo lugar pues el “carácter no definitivo de la verdad” en el pensamiento era sólo un disfraz para afirmar la exactitud de una realidad histórica determinada, la que, a su vez, no podía encontrar la consciencia de sí misma, excepto en esta afirmación teórica de un carácter no definitivo de la verdad.” Eso es bastante sombrío, y no es una falla del traductor.

Ni siquiera puede esperarse que lectores avanzados se aproximen al libro habiendo ya aprendido el léxico relevante interno al grupo. En verdad, algunos conceptos filosóficos son lo suficientemente originales como para que una acuñación obscura -digamos, “Ontología”- pueda ser conveniente. Pero, ningún argumento es tan increíblemente sutil como para resistir del todo un encapsulamiento claro en el lenguaje. Jerga apilada sobre jerga no se convierte en taquigrafía, sino en una muleta, excusando al autor de tener que concretar en términos sencillos lo que da a entender que dice. Por supuesto, Del Noce está en una lucha contra sus compañeros filósofos continentales, muy pocos de los cuales son conocidos por su brillante lucidez ̶ el propio Marx menos aún. Pero, esa es una razón más de por qué, en comparación, los argumentos de Del Noce habrían sido más poderosos, si hubieran sido menos ilegibles.

El profesor Lancellotti hace su mejor esfuerzo por aclarar las cosas en su introducción, en donde reimprime una historia algo entrañable acerca de cómo Nicola Matteucci, el editor de Del Noce, le pidió a este que hiciera un breve prefacio a los ensayos reunidos en The Problem of Atheism. “La espera duró más de un año,” dijo Matteucci, “hasta que por fin nosotros le obligamos a terminar de hacer las cosas. Él se hizo presente, disculpándose, con un manuscrito que casi era tan extenso como el libro.”

Repetidamente, Del Noce nos ruega que entendamos que eso tenía que ser de tal forma, que la estructura difusa de su trabajo era “obligatoria” para ilustrar el proceso de pensamiento que se desarrollaba con el paso del tiempo. Pero, toda la cosa -los grandes retrasos, la argumentación sinuosa, la producción frenética de una introducción aún más voluminosa, que plantea más preguntas que da respuestas- luce no tanto como “obligatoria” sino como indisciplina. La buena filosofía no es excusa para la mala prosa, aunque la primera puede ser tan intimidante que hace que los profanos tengan miedo de señalar lo último. El defecto es aún más exasperante pues Del Noce está diciendo algo tan desesperadamente importante que no debería ser un fastidio descifrar cada frase.

No obstante, Lancellotti salva el día, ofreciendo un plan de estudios útil en que él efectivamente recomienda leer el libro fuera de orden, agrupando pasajes según el tema y dándole coherencia al todo. Uno se pregunta por qué Del Noce no pasó más tiempo haciendo él mismo esa clase de reestructuración, y menos tiempo dándole largas a su introducción.
Pero, con todo, es un testamento a la brillantez del hombre que sus ideas permanezcan valiendo el esfuerzo doloroso de golpearse uno la cabeza contra ellas. Su trabajo merece una cantidad mayor de lectores en Estados Unidos, que esperanzadoramente ahora recibirá.

Spencer A. Klavan es editor de artículos de The American Mind, editor asociado del Claremont Review of Books, y anfitrión del podcast Young Heretics. Su libro How to Save the West, puede pre ordenarse en Amazon.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.