EVALUAR CORRECTAMENTE LOS RIESGOS REQUIERE INFORMACIÓN EXACTa

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
9 de julio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research, risks, July 9, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Recientemente, cuando andaba en una caminata, me retorcí un tobillo. El dolor no fue placentero, y me molestó por la consecuente reducción de mi tiempo dedicado al ejercicio físico.

Podría haber inferido de esta experiencia que mis botas para caminatas son inadecuadas. Si hubiera deducido eso, habría comprado un par de botas para caminatas nuevas y de más alta calidad. Un resultado habría sido reducir la probabilidad de torcerme el tobillo y, así disminuir el dolor sufrido y la pérdida de tiempo de no ejercitarme. Este resultado, por sí solo, obviamente habría sido beneficioso.

Pero, por supuesto, una decisión de comprar botas para caminatas mejores y más caras habría tenido, para mí, resultados adicionales a este beneficio. El más notorio de todos estos otros resultados es que habría tenido menos dinero para invertir o gastar en alternativas diferentes a las nuevas botas para caminatas. No puedo correctamente especificar qué forma habría asumido tal sacrificio ̶ una ligera reducción de mis ahorros, tal vez, o en reponer mi colección de vinos con cosechas menos gustosas. Cualquiera que puedan haber sido los efectos negativos al comprar mis nuevas botas para caminatas, elegí no sufrir esas experiencias negativas, a pesar del hecho de que me daba plena cuenta de que nuevas botas para caminar habrían reducido mis probabilidades de volver a retorcerme mi tobillo.

¿Es irracional mi inacción acerca de las botas para caminatas? Si el único objetivo en mi vida fuera evitar retorcerme un tobillo, la respuesta habría sido sí. Sin ningún otro objetivo, como ahorrar más o disfrutar de buen vino, no habría sacrificado nada al comprar nuevas y mejores botas para caminatas. Pero, dado que tengo innumerables objetivos, además de reducir el prospecto de retorcerme mi tobillo, es perfectamente racional mi indecisión de comprar botas para caminar más protectoras.

Si en caminatas futuras sigo retorciéndome mis tobillos, entonces, en efecto, compraré nuevas y mejores botas, La razón es que la frecuencia incrementada de daños me diría que lo que un daño único no haría: que es posible que mis botas para caminatas sean más inadecuadas de lo que estoy dispuesto a tolerar y, así, deberían reemplazarse.

Nada en el cuento personal de arriba sorprende. Estoy seguro que las características esenciales de esta descripción aburrida acerca de mi toma de decisiones en relación con las botas para caminatas, se aplican a decisiones rutinarias que usted hace. Por ejemplo, usted no concluye, ante una caída en las escaleras en la entrada de su casa que ellas son demasiado empinadas y que, por ello, deberían reemplazarse. Usted no deja de comer en su restaurante favorito tan sólo porque usted encuentra allí una comida que le decepciona. Usted no cambia la ruta normalmente tomada para ir a su trabajo, tan sólo porque una mañana, en su traslado, una vez tuvo un golpe ligero en los guardabarros ̶ e incluso un choque más serio.

En nuestras vidas cotidianas personales, sabemos que los accidentes pasan. Ningún percance o accidente que usted sufre es evidencia necesaria de que ha hecho incorrectamente las cosas. Puesto de otra forma, cada adulto entiende -aunque sea sólo subconscientemente- que todo curso de acción tiene algún riesgo. Por tanto, una manifestación real de un riesgo en el curso de la acción no es en sí prueba de que se subestimó el riesgo o que fueron insuficientes las precauciones ante el riesgo.

Sin embargo, este entendimiento maduro de la inevitabilidad del riesgo, y significado de accidentes y desgracias ocasionales, parece estar ausente en el sector público. Muy a menudo, una noticia de una calamidad se toma como prueba de que se deben intensificar las precauciones contra tal calamidad.

¿Hubo un reciente tiroteo en masa? Debemos, por tanto, ¡apretar las restricciones a la propiedad de armas!

¿Se obstruyó el acceso a suministros médicos importados? Debemos, por tanto, ¡descansar menos en la producción exterior de esos suministros!

¿Hubo un accidente fatal en un juego en un parque de diversiones? Debemos, por tanto, ¡aumentar la seguridad en los juegos del parque de diversiones!

¿Gente con información privilegiada cometió fraude dentro de una corporación grande? Debemos, por tanto, ¡fortalecer la supervisión y regulación gubernamental del comportamiento de los administradores de la corporación!

¿Fue alguien atrapado pasando con un arma por la seguridad del aeropuerto? Debemos, por tanto, ¡aumentar la severidad de los exámenes de seguridad en los aeropuertos!

¿Murió alguien recientemente de envenenamiento por comer vegetales enlatados que compró en un supermercado? Debemos, por tanto, ¡regular más estrictamente la seguridad de los alimentos!

Cada uno de estos acontecimientos es una desgracia. Pero, ninguno de ellos, por sí solo, implica que “por tanto, debamos hacer algo.” Aparte de prohibir completamente la actividad en mención, cada grado de precaución en relación con esa actividad deja abierta alguna posibilidad de que involucrarse en esa actividad resultará en una desgracia, incluso tal vez una catástrofe. Por ejemplo, aún la más estricta y más fuerte puesta en práctica de regulación de la seguridad alimentaria no eliminará la probabilidad de que alguien muera de envenenamiento por alimentos contraído de alimentos comprados en un negocio. Se deduce que, si el gobierno responde a un nuevo caso fatal de envenenamiento por alimentos, intensificando su regulación de la seguridad alimentaria, el resultado puede ser una regulación excesivamente restrictiva.

Obviamente, si reducir los prospectos de envenenamiento por alimentos fuera el único objetivo de la humanidad, entonces, valdría la pena cada aumento en la rigurosidad de la regulación de la seguridad alimentaria. Pero, dado que los humanos tenemos innumerables objetivos distintos a evitar el envenenamiento por alimentos, los pasos que se tomen para evitar tal envenenamiento son costosos. Con cada paso que demos, nos negamos otros bienes, servicios, y experiencias valiosas. Entones, en cierto punto, una porción extra -los economistas la llaman “un incremento marginal”- de la seguridad alimentaria ya no más vale la pena. El beneficio (muy real) que obtendríamos con una protección adicional ante el envenenamiento por comida, es menor que los beneficios (muy reales) de otros bienes, servicios, y experiencias que tendríamos que sacrificar, para obtener esa porción extra de protección ante el envenenamiento por alimentos.

Por desgracia, los políticos se sesgan a reaccionar ante los últimos encabezados. Reaccionar así es una forma barata y llamativa de dar la apariencia de ser cuidadosos y responsables. Y reporteros y escritores de encabezados se sesgan al escándalo, e incluso exageran noticias acerca del último acontecimiento desafortunado. Muy a menudo, en respuesta, los gobiernos se mueven a la acción o fortalecen las protecciones contra cualquier desgracia que sea objeto de escándalo en los encabezados del día. El resultado muy frecuente es una protección excesiva contra riesgos específicos.

Si bien una serie de desgracias específicas puede correctamente revelar lo deseable de tomar precauciones ulteriores contra esas desgracias, en casi todos los casos una desgracia única o infrecuente -una desgracia que ocurre sólo una vez o es relativamente rara- no revela, por sí sola, que deban intensificarse las precauciones. Cada uno de nosotros en nuestras vidas privadas tiene incentivos para evaluar correctamente, pues, de no hacerlo, sufrimos en persona. En contraste, los políticos y burócratas no sólo no sufren personalmente al imponer precauciones excesivas, sino que, a menudo, son alabados por hacerlo así ̶ lo que es aún otra buena razón para reducir el papel del gobierno.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.