No entiendo por qué conociendo la ineficiencia del estado en casi todo lo que hace, ante cualquier cosa hay quienes piden la intervención del estado, muchas veces para que sustituya la cooperación voluntaria entre personas por el uso de la fuerza de parte de algunos sobre otros.

LOS DOS MONSTRUOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA A QUIENES LOS CONSUMIÓ EL PODER -Y PERDIERON SUS CABEZAS EL MISMO DÍA

Por Lawrence W. Reed
Fundación para la Educación Económica
Jueves 28 de julio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es lawrence w. reed foundation for economic education, monsters, July 28, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra roja en el texto.

Luis Antonio de Saint-Just y Maximiliano Robespierre no eran vistos como gente monstruosa previo a la Revolución Francesa. Así que, ¿qué fue lo que cambió?

“La mayoría de las artes ha producido milagros, pero el arte del gobierno no ha producido nada más que monstruos.”

El hombre que dijo estas palabras fue una de las primeras autoridades de la historia en este tema. Fue un monstruo como tal, causado por una toxina que llamamos “poder.” En esta fecha en 1794 -el 28 de julio- él y un famoso seguidor partieron de esta tierra para recibir cualquier recompensa que les esperaba.

Su nombre era Luis Antonio de Saint-Just (1767-1794). Su amigo cercano y aliado político era Maximiliano Robespierre. Juntos, diseñaron El Terror de la Revolución Francesa, un espasmo violento de represión y matanza. Ambos hombres se elevaron al poder supremo, tan sólo para ser devorados por la misma maquinaria con la que ellos despacharon a tantos otros. Una diferencia clave entre Saint-Just y Robespierre, por una parte, y sus numerosas víctimas, por la otra, fue que los primeros merecieron sus macabros resultados.

En un discurso en febrero de 1794, Robespierre (1758-1794) asimiló el terror a la virtud. El fin (una república virtuosa, igualitaria) justificaba cualesquiera medios que la hicieran posible:

Si la energía del gobierno popular en la paz es la virtud, la energía del gobierno popular en revolución es a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia pronta, severa, inflexible; es pues una emanación de la virtud; es mucho menos un principio particular que una consecuencia del principio general de la democracia, aplicado a las más acuciantes necesidades de la patria.”

Para cualquier persona sana y decente, la “virtud” no se aplica ni remotamente a lo que estaban llevando a cabo los revolucionarios. Pero, vea que, hasta el más sangriento, el más radical del grupo, empleó una terminología positiva en defensa de su malvado oficio: “justicia,” “democracia,” “patria,” “gobierno popular,” etcétera. Ellos masacraron a miles en nombre de “¡liberté, egalité, fraternité!”

El 5 de setiembre de 1793, la Convención Nacional (el Parlamento revolucionario de Francia) votó por declarar que el “terror está a la orden del día” para salvaguardar la Revolución ante sus enemigos externos y domésticos. Tres meses después, aquel confirió una amplia autoridad ejecutiva al notorio Comité de Salvación Pública.

Desde su pedestal en el Comité, Robespierre transmitía las sentencias del grupo a Saint-Just, ampliamente conocido como “el Arcángel del Terror,” quien supervisaba las incautaciones de propiedad, arrestos en masa y subsecuentes ejecuciones. La retórica espeluznante de Saint-Just era aterradora en sí:

“Debéis castigar no sólo a los traidores, sino incluso a los indiferentes; debéis castigar al que es pasivo en la república y no hace nada por ella... El barco de la Revolución sólo puede arribar a puerto en un mar enrojecido por torrentes de sangre... Una nación sólo se genera sobre montones de cadáveres.”


El 10 de junio de 1794, la Convención Nacional creó la infame Ley de Pradial. Contenía una extensa lista de “enemigos públicos” que serían penalizados con la muerte casi sin recurso legal. Ríos de sangre bañaron las calles de París durante las siguientes seis semanas. Entonces, cuando el caos alcanzó su cenit, súbitamente la Revolución devoró a sus dos más vehementes practicantes. Robespierre y Saint-Just fueron arrestados el 27 de julio y guillotinados al día siguiente. El primero tenía 36 años de edad, el segundo sólo 26.

Un examen cercano de estos dos hombres revela un efecto asombroso, corrosivo, del poder político. Nada más puede explicar el notorio cambio en sus personalidades. Antes de la Revolución, Robespierre era un opositor afable de la pena de muerte. Con el poder supremo en sus manos, se convirtió en uno de los monstruos de quien Saint-Just escribió.

La transformación de Saint-Just es incluso más perturbadora, como lo han hecho ver varios historiadores. Descrito como “despreocupado y apasionado” unos pocos años antes, casi de la noche al día se convirtió en “plenamente enfocado, tiránico, e inexorablemente riguroso,” “el ideólogo de sangre fría de la pureza republicana” y “tan inaccesible como una roca a todas las pasiones cálidas.” Dejó la mujer que amaba, destruyó a sus amigos, abandonó su afecto por la literatura e hizo una metamorfosis hacia un asesino con una causa única ̶ controlar, torturar o asesinar para “rehacer” la sociedad.

Si se hubiera cruzado en una calle de París ya sea con Robespierre o Saint-Just antes de la Revolución que empezó en 1789, es posible que hubiera disfrutado de una conversación placentera. Los habría juzgado como amistosos, inteligentes, articulados, prometedores. Igualmente, si en 1910 se hubiera sentado en el salón de clases junto a Adolfo Hitler en la Academia de Bellas Artes de Viena, es posible que nunca habría adivinado lo que él haría, una vez que hubiera acumulado poder un par de décadas más tarde.

El filósofo del siglo XX Eric Hoffer estudió a los fanáticos y el poder que anhelan los fanáticos Él pensó que el poder saca lo peor de cualquier mortal, que pocos en número son los que pueden alejarse de él o limitarse a sí mismos al obtenerlo. Él escribió,

“La corrupción inherente al poder absoluto deriva del hecho de que dicho poder nunca está libre de la tendencia a convertir al hombre en una cosa... Porque el impulso del poder es convertir cada variable en una constante, y dar a las órdenes la inexorabilidad e implacabilidad de las leyes de la naturaleza. Por lo tanto, el poder absoluto corrompe incluso cuando se ejerce con fines humanos. El déspota benévolo que se ve a sí mismo como un pastor del pueblo todavía exige de los demás la sumisión de las ovejas. La mancha inherente al poder absoluto no es su inhumanidad sino su anti humanidad.”


No puedo pensar en algo que sea una motivación más tóxica que el poder ̶ el deseo de empujar a la gente, apoderarse de sus posesiones, hacer que las personas sean su juguete y meterlos en una caja, o algo peor. Nunca deberíamos subestimar lo que el poder puede hacer incluso a la mejor de las personas. Deberíamos salir corriendo por nuestras vidas cuando incluso un mejor amigo alega que él puede hacer cosas buenas si tan sólo tuviera el poder para hacerlas.
Si la historia nos enseña algo, es esta: No concentre el poder en las manos de alguien o de algún grupo.

¿Piensa usted que el peligro es sólo nacional, nunca local? Entonces, nunca ha tenido que lidiar con locos por el poder que muy a menudo se apoderan de un comité de zonaje local o una junta de educación.

Si el poder es un demonio, Robespierre y Saint-Just estaban totalmente poseídos y deformados por él. Cuando el exorcista vino por ellos, su único remedio fue su muerte.

¿Cuándo sabremos si el mal que promueve el poder está acechando en nuestro medio? ¿Qué dirá él detrás de la máscara? Me atrevo a esto: dirá cosas como “¡Atiborren de Partidarios a la Corte Suprema!” Eso buscará silenciar las opiniones disidentes. Para sembrar el caos y la confusión, redefinirá la naturaleza en sí, o asaltará cualquier costumbre o principio de larga data que se atraviese en su camino. Nos atraerá con promesas falsas. Inventará villanos y víctimas y se presentará como nuestra salvación. Nos dirá que todo tipo de cosas maravillosas está en nuestro camino, si sólo le damos al Estado el poder de dárnoslas.

Mi consejo. No caiga en la trampa. En vez de ello, considere estas palabras de otro francés llamado Frédéric Bastiat, quien conocía qué tan malévolo puede ser el poder:

“Sean responsables de ustedes mismos. No busquen en el Estado algo más allá de la ley y el orden. No cuenten con él para ninguna riqueza, ninguna ilustración. No lo hagan más el responsable de las fallas suyas, de su negligencia, de su imprevisión. ¡Cuenten sólo con ustedes mismos para su subsistencia, su progreso físico, intelectual y moral!


Tal vez eso sea mucho pedir. Pero, cuando la alternativa es la tiranía, la advertencia de Bastiat al menos debería concentrar la mente.

Para información adicional ver:

Francois-Noel Babeuf: The Marxist Before Marx por Lawrence W. Reed
Olympe de Gouges: Heroine of the French Revolution por Lawrence W. Reed
How Nationalism and Socialism Arose from the French Revolution por Dan Sanchez
Louis Antoine de Saint-Just (Wikipedia)
The Terror: The Merciless War for Freedom in Revolutionary France por David Andress
The French Revolution and What Went Wrong por Stephen Clarke
A Tale of Two Revolutions por Robert A. Peterson
The Wisdom of Eric Hoffer—Part 1 por Lawrence W. Reed
The Wisdom of Eric Hoffer—Part 2 por Lawrence W. Reed

Lawrence W. Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Foundation for Economic Education (FEE) y Embajador Global por la Libertad Ron Manners, habiendo servido por casi 11 años como presidente de la FEE (2008-2019), Es autor del libro del 2020, Was Jesus a Socialist? así como de Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.