ENTENDIENDO LO DE TRABAJADORES “MAL PAGADOS”

Por Gary M. Galles
American Institute for Economic Research
8 de julio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es gary m. galles american institute for economic research, workers, July 8, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Hay gente que, con frecuencia, arguye que, bajo el capitalismo, los patronos no les pagan a los trabadores lo que ellos valen. Gallup reportó en el 2018 que un 43 por ciento de los trabajadores piensa que ellos son sub pagados, mientras que Robert Half reportó la cifra como un 46 por ciento en el 2019. Aún más, dependiendo de cómo usted pone una frase en la búsqueda de Google acerca de tales afirmaciones, obtendrá miles, e incluso millones, de resultados.

Hay un par de formas en que aquella afirmación puede ser cierta. Esas formas no son las que afirman quienes hacen tales alegaciones. Todavía más, es falsa la implicación comúnmente derivada de que la coerción gubernamental mejorará las cosas.

Correctamente entendidos, los procesos de mercado no garantizan que para su empleador su compensación iguala su valor. Ellos garantizan que su compensación será, al menos, tanta como (ajustada por un conjunto de circunstancias y referencias) su segunda mejor alternativa conocida.

Digamos que Juan y Juana son sus empleadores potenciales. Juan le ofrece a usted $60.000 al año. Si Juana valora su productividad en $75.000, ¿cuánto le ofrecerá ella a usted? Es indeterminado. Todo lo que sabemos es que debe ser lo suficiente para sobrepasar la oferta de Juan, otras cosas iguales, a fin de atraerlo a usted. Ella le podría ofrecer $60.001. Ella le podría ofrecer $74.999. Ella le podría ofrecer cualquier monto intermedio. Pero, y es importante, aún si usted es pagado por Juana menos que su valor completo, su supuesto “sub pago” no lo daña a usted. A usted se le hace una oferta mejor que la que habría sido cualquiera que Juan le haría.

No obstante, si Eugenia se une a quienes buscan sus servicios y le ofrece a usted $70.000, Juana tendrá que superar eso, en vez de los $60.000, para mantener sus servicios. Si, después, Eugenio también se une en busca de sus servicios laborales con $74.000, eso se convierte en el número a ser superado. En otras palabras, entre más competitivo llega a ser el mercado de su trabajo, más cerca debe ser su paga para aproximarse a lo que usted vale para su empleador, pues el valor de sus acercamientos alternativos se acerca a su valor para el patrono elegido. Y, sólo el mercado libre garantiza que será pagado al menos así de bien. En una economía de mercado, como lo expone Donald Boudreaux, “los trabajadores sub pagados son como billetes de $100 tirados en la acera… Mientras que, tal vez, cada empleador les pagaría salarios a los trabajadores bien por debajo del valor de la productividad de los trabajadores, también, cada patrono está ansioso de obtener ganancias al adquirir activos sub valorados.”

Esto revela por qué la coerción del gobierno en general no es la vía hacia un bienestar incrementado para los trabajadores. El gobierno y sus influenciadores de los “grandes sindicatos” constantemente están promoviendo órdenes para imponer barreras a la entrada y restricciones a la competencia, para proteger a sus grupos favorecidos de la competencia abierta de otros trabajadores. Cuando barreras reducidas a la entrada y una competencia incrementada son los medios por los que a los trabajadores se les paga más, en realidad, tales “soluciones” gubernamentales coercitivas garantizan que muchos trabajadores sean pagados mucho menos de lo que habría sido alternativamente, al quitarles el acceso a ofertas competidas por sus servicios. Piense, por ejemplo, en quienes pierden sus empleos por salarios mínimos aumentados.

También, la política gubernamental es la fuente de otra razón por la que los cheques de pago de los trabajadores son menores que su valor para los empleadores.

Los beneficios laborales ordenados por el gobierno ilustran esto. Los costos de estos beneficios en última instancia deben provenir de la compensación total de los empleados. Como lo señaló Ludwig von Mises, “Si las leyes o costumbres en los negocios fuerzan al empleado a incurrir en otros gastos además de los salarios que él paga al empleado, los salarios que llevan hacia la casa se reducen de acuerdo con ello.” Así que, mientras que los patrocinadores del gobierno piden llevarse el crédito de quienes recibieron cobertura de salud obligada, entrenamiento laboral, licencias familiares, compensaciones laborales, etcétera, los ingresos de los trabajadores se reducen para cubrir su costo adicional. Esto introduce un diferencial importante entre la compensación que los patronos deben proporcionar y los salarios que reciben los trabajadores, con aplausos para el gobierno por los beneficios, pero culpan a los empleadores por los menores salarios que resultan de tales órdenes.

Las “contribuciones” del patrono para desempleo en el estado y el seguro de discapacidad, así como la mitad de los impuestos a la Seguridad Social y el Medicare, son otra fuente de tal “sub pago” al trabajador. Los empleadores, a sabiendas que ellos estarán enganchados con esas cuentas, más allá de los salarios pagados, ofrecen menores salarios.
De nuevo, el dinero en última instancia proviene de los bolsillos de los empleados, pero ellos culpan a sus patronos en vez del gobierno por reducir lo que, como resultado, llevan a la casa. Cuando los trabajadores dicen “Fui robado,” ellos pueden estar en lo correcto ̶ pero apuntan al sospechoso equivocado.

Y estos costos son substanciales. La Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos recientemente reportó que, para los trabajadores civiles, los costos de sueldos y salarios promediaban un 69.1 por ciento de la compensación total, mientras que los costos por beneficios eran un 30.9 por ciento de la compensación total. Así que, aún si pensó que su salario era un 30 por ciento menor que su valor para su patrono, eso no significaría que del todo fueron sub pagados.

Los impuestos a las empresas tienen efectos similarmente prejudiciales sobre la compensación al trabajador. En el grado en que los efectos de esos impuestos reducen las ganancias netas después de impuestos, reducen el valor de los trabajadores para los empleadores. Sin embargo, de nuevo, el gobierno obtiene el dinero y galardones de los beneficiarios de los gastos adicionales así financiados, mientras que las empresas son el chivo expiatorio como causantes del desempleo. Steven Entin resumió estudios recientes basados en datos acerca de la incidencia del impuesto a las empresas, mostrando que “la mano de obra soporta entre un 50 por ciento y un 100 por ciento de la carga del impuesto a los ingresos de las empresas, mientras que un 70 por ciento o más es el resultado más probable.”

Las aseveraciones extendidas y frecuentemente repetidas de que a la gente no se le paga lo que vale para los empleadores, pueden ser ciertas en un sentido, pero no en el que normalmente implican quienes lo dicen. “La avaricia” o algún fallido “ismo” no es el culpable. La interferencia gubernamental no brinda una solución mágica. El máximo de la tal “sub paga” en un mercado laboral competitivo es el grado en que su valor para el patrono que más lo valora excede aquel de su segundo empleador que más lo valora. Y esa diferencia se reduce cuando los mercados de trabajo se hacen más competitivos. Aún más, sin importar qué tan extensa es la diferencia, los trabajadores aún están mejor de lo que habrían estado si hubieran tomado cualquier otra oferta.

Hay muchas formas en que el poder coercitivo del gobierno reduce lo que llevan a su hogar los trabajadores muy por debajo del valor para sus patronos, cuando ordena beneficios que, en última instancia, provienen de los bolsillos de los trabajadores en forma de salarios menores, y reduce la competencia que conduce a mejores ofertas, para llenar su hacienda y proteger a sus “amigos” de la competencia. Así que, si ser pagado lo que es valorado por alguien es el criterio a utilizar, el gobierno es el problema y, permitir menos mandatos y una competencia más libre, es la respuesta.

El Dr. Gary M. Galles es profesor de Economía en la Universidad Pepperdine. Su investigación se enfoca en las finanzas públicas, la elección pública, la teoría de la firma, la organización industrial y el papel de la libertad, incluyendo las ideas de muchos liberales clásicos y de fundadores de los Estados Unidos. Sus libros incluyen Pathways to Policy Failure, Faulty Premises, Faulty Policies, Apostle of Peace, y Lines of Liberty.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.