LA VOLUNTAD OICOFÓBICA DE PODER

Por Theodore Dalrymple
American Institute for Economic Research
21 de junio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es theodore dalrymple american institute for economic research, oikophobic, June 21, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En un artículo para la revista American Mind, Daniel Mahoney atrae nuestra atención hacia un libro reciente acerca del fenómeno de la oicofobia, el disgusto o incluso odio hacia el propio país o cultura, que ahora parece ser tan frecuente en los círculos académicos de intelectuales occidentales, casi hasta como para ser una ortodoxia o requisito de aceptación en la clase intelectual. Por supuesto, ninguna tendencia o fenómeno social es enteramente nuevo o ha sido punto de inicio indisputable: por ejemplo, George Orwell elevó la atención hacia el odio de sí mismo del inglés hace muchos años atrás. Pero, la diseminación de la oicofobia ha sido de proporción epidémica en los últimos años.

Me parece que el análisis del Sr. Mahoney se puede ampliar. La primera pregunta por hacer es por qué la oicofobia debería ser ahora tan frecuente. A ello, debería responder tentativamente que se debe a la intelectualización masiva de la sociedad, consecuente con la diseminación de la educación terciaria. Los intelectuales tienen una tendencia inherente a oponerse a toda opinión o sentimiento recibido, por lo que no tiene sentido tomarse la molestia de ser un intelectual, si uno termina pensando y sintiendo lo que piensa y siente la gran masa de gente a alrededor de uno. El amor por el país y la costumbre heredada es tan frecuente casi como para parecer normal o natural, y mucho de ello, por supuesto, es irreflexivo.

Pero, se supone que los intelectuales son reflexivos. Esa es su función, y se inclinan a rechazar la opinión recibida, no porque sea equivocada, sino porque es recibida. No es necesario decir que la opinión recibida puede estar equivocada e incluso ser malévola o mala, en cuyo caso las críticas de los intelectuales son necesarias y bienvenidas; pero, los mismos intelectuales pueden promover opiniones erradas o hasta malvadas, en parte por la necesidad a priori de distinguirse de la humanidad típica.

La fobia en la oicofobia es el temor a ser tomado por uno de la humanidad típica.

La segunda pregunta acerca de la oicofobia es aquel antiguo ¿cui bono? [¿en beneficio de quién?] De nuevo, uno no debe confundir el origen o función social o psicológico de una opinión con su justificación o corrección en el abstracto, pero, una vez que uno ha decidido que una opinion es equivocada o perjudicial en su efecto, es natural preguntarse de dónde proviene y a qué intereses sirve.

En mi opinión, por lo general, la oicofobia es falsa; es decir, insincera, tal como lo es su análogo, el multiculturalismo. El oicofóbico y el multiculturalista en realidad no están interesados en otra cultura, excepto como instrumento con el cual golpear a sus conciudadanos. La razón de tal ausencia de un verdadero interés en otros países no es difícil de hallarla y es de aplicación muy frecuente. El hecho es que es genuinamente muy difícil entrar a una cultura, o subcultura, diferente de la propia, incluso cuando esa cultura o subcultura es cercana o adyacente a la propia.

Para dar un pequeño ejemplo: hay un bar no lejos de mi casa en Inglaterra en donde las personas (principalmente hombres) entre los veinte y cuarenta años se reúnen y socializan -o, como yo intenté ponerlo- anti socializan. Ellas son ruidosas y borrachas; su disfrute escandaloso siempre parece llegar al punto de escalar hasta la violencia; sus risas me impactan como histéricas, como si estuvieran tratando de probarse el uno al otro qué tan profundamente entretenidas están y qué buen rato están pasando; ellas tienen que gritar por encima de lo que para mí es música de pesadilla; una pantalla grande de cristal líquido transmite juegos de futbol por encima de sus cabezas, al tiempo que ellas no miran, o sólo la ven muy intermitentemente.

Porqué alguien desearía asociarse así, noche tras noche, es tan misterioso para mí, y mucho menos placentero estéticamente, como las ceremonias de un monasterio budista, No puedo decir que lo entiendo, y tampoco, en realidad, he hecho mucho esfuerzo para ello. Y, no obstante, estos son mis compatriotas, con quienes comparto tanto y a quienes, en otras circunstancias, debería entender fácilmente.

El esfuerzo requerido para ingresar, mucho menos entender, una cultura en otro idioma, no es del mismo orden de magnitud que intentar su cocina. Incluso naciones como Inglaterra y Francia tienen dificultad para entenderse entre sí; aún más, sus culturas son de una profundidad tal que es posible que se dediquen vidas enteras para entender un simple aspecto de ellas.

En mi experiencia, los multiculturalistas no son especialmente reconocidos por sus esfuerzos de ingresar o entender culturas diferentes de la propia. Poner campanillas de viento en el jardín de uno no es lo mismo que estudiar las escrituras de Pali; comprar cerámica de Iznik para decorar la casa de uno no es lo mismo que estudiar las cuatro escuelas de jurisprudencia islámica en el original. Sin duda, hay algunos individuos dotados capaces de entender dos o más culturas distintas; y, en contra de oicofóbicos occidentales, las sociedades de Occidente han tenido notables académicos interesados en culturas extranjeras, en cierta medida probablemente sin antecedentes en la historia humana: pero siempre han sido una minoría pequeña. Rara vez son multiculturalistas u oicofóbicos en el sentido ideológico.

Interés, admiración o amor por culturas ajenas, o incluso una sola cultura ajena, es rara vez, si es que alguna, razón para la oicofobia. Lo último no es la creencia que, como lo dice la sentencia que abre Sentimental Journey [Viaje sentimental por Francia e Italia] de Laurence Sterne, “ellos ordenan mejor las cosas” allá, y, por tanto, debemos emularlos o copiarlos. El oicofóbico no quiere en su propio país la sharía o el sacrificio humano azteca, o cualquier otra costumbre extranjera. Lo que quiere es poder dentro de él, y la oicofobia es un instrumento para lograrlo al deslegitimar a aquellos que él piensa ya lo tienen. Quiere remplazar una clase gobernante, tal como él la ve, con otra ̶ la suya propia.

El oicofóbico, quien de corazón quiere sólo un cambio de gobernantes, también cree que su propia sociedad es lo suficientemente fuerte como para soportar cualquier cantidad de menoscabo. Realmente, no cree que, algún día, su sociedad -aquella que, suerte para él, le otorga todas sus libertades- puede colapsar como casa de madera bajo ataque de termitas, que deja una ruina de la que algo terrible puede emerger. Si eso pasara, él se consideraría totalmente inocente del resultado.

Reimpreso de Law and Liberty

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.