La indexación es una práctica que, si bien no es perfecta en cuanto a aislar todos los efectos de la inflación, permite al menos lograr cierta protección y facilitación de llevar a cabo las actividades productivas en un marco inflacionario. Un problema, en mi opinión, es que la indización les facilita a las autoridades proseguir con sus políticas inflacionarias, al suavizar la presión sobre ellas para terminar con esa práctica dañina.

LECCIONES DE LA INFLACIÓN EN BRASIL

Por Leonidas Zelmanovitz
Law & Liberty
28 de junio del 2022

¿Quiere aprender acerca de la inflación? Pregúntele a un brasileño.

Entre 1964 y 1994, Brasil tuvo una tasa promedio de inflación anual superior al 160%. Peor, esa tasa fluctuó drásticamente ̶ ¡de menos de un 1% al mes, a más de 1% diario!

¿Cómo era posible para la gente planear sus actividades económicas, si los precios están cambiando constantemente en ese monto, en formas impredecibles? ¿Cómo era posible que un contratista le diera una estimación del costo de un servicio que se haría en un período de dos meses, si los precios podían variar o no, en, digamos, un 20% en tal lapso?
¿Cómo era posible que la gente llevara comida a sus mesas si el valor real de sus salarios siempre estaba en riesgo de erosionarse por los aumentos de precios en alguna magnitud desconocida? La inflación no terminó después de 1994, pero la inflación del 5 al 6% que Brasil había visto a partir de aquel entonces, palidece comparada con aquellas de tres décadas.

Aún así, durante todos esos treinta años, no sólo hubo una acumulación de capital y crecimiento de la población del país, sino un aumento en el ingreso per cápita en términos reales. ¿Cómo es eso posible, dado que el reciente aumento de la inflación aquí en Estados Unidos de cerca del 8 % en el último año, está causando tanto daño?

La respuesta es que los brasileños aprendieron, de la manera dura, cómo encarar la inflación.

El desaparecido economista estadounidenses John Exter (1910-2006) hizo ver en una ocasión que “el empleado más sencillo en Brasil entiende mejor el dinero que el empresario estadounidense.” Hay más de un grano de verdad en eso.

En una economía de mercado, los precios se están moviendo todo el tiempo el uno en relación con el otro, pero, si la oferta de dinero se mantiene razonablemente estable, por igual el nivel general de precios se mantendrá relativamente estable. Los cambios en los precios relativos ocurren debido a cambios en el gusto por algunos bienes o servicios.
También, puede ser causado por restricciones reales en el suministro de ciertos bienes, tales como una cosecha fallida en alguna región, o alteraciones del comercio ocasionadas por inestabilidad política.

El cambio en el nivel general de precios, que popularmente llamamos “inflación” es causado por el cambio en la oferta de dinero, que pone fuera de sincronía a la cantidad de dinero con la disponibilidad de bienes en la economía, el famoso “demasiados billetes persiguiendo a demasiado pocos bienes.”

Cuando una economía está pasando por un período inflacionario, los movimientos del mercado continúan sucediendo, pero a los agentes económicos se les dificulta más entender si las señales de precios que están recibiendo del mercado son cambios “reales” en la demanda u oferta de ciertos bienes, o son causados por la inflación monetaria. Si los consumidores están dispuestos a pagar más por algunos artículos en medio de un episodio inflacionario, ¿cómo se supone que un comerciante va a saber si eso es causado por un cambio súbito en las preferencias por sus bienes o porque alguna gente simplemente tiene más dinero en sus bolsillos que antes?

La respuesta breve es que no lo puede saber.

Esto nos lleva a una de las ideas más importantes acerca de la inflación: si bien es ya difícil percibir los cambios reales constantes que se están dando en el mercado incluso con un nivel de precios razonablemente estable, se hace hasta más difícil en medio de un proceso inflacionario, al punto de llegar a ser imposible.

Todo lo que los agentes económicos tienen que hacer para sus cálculos económicos, es ver las señales acerca de las condiciones de mercado relativas para diferentes bienes y servicios en términos reales, dados a ellos por el mecanismo de precios. Al perder de vista esas señales, pierden las condiciones para actuar racionalmente.

Para encarar estos efectos de descoordinación de la inflación, que existieron previos a 1964, Brasil, en ese año, adoptó el proceso de “indexación.” El proceso se ganó ese nombre debido a que a una cantidad de precios en la economía se le permitió cotizarse legalmente, no en la moneda local, sino en un “índice” de precios.

La teoría detrás de la indexación es una que separa las funciones monetarias ̶ esto es, usa un instrumento, la moneda, como medio de cambio y, la otra, el “índice” como unidad de cuenta.

Este proceso se evidencia aquí, en Estados Unidos, en el “Ajuste por Costo de Vida” [o COLA por sus siglas en inglés], pagado, por ejemplo, a beneficiarios de la Seguridad Social. Para el año 2022, será de 5.9%, dando a entender que, por cada $100 que recibió un pensionado en el 2021, él o ella recibirán este año $105.90, y con eso se preservará su poder adquisitivo.

Como en Brasil, el COLA en Estados Unidos se calcula con un índice de precios; en específico, el “Índice de Precios al Consumidor para Asalariados Urbanos” o CPI-W (sus siglas en inglés]. Es uno de una miríada de diferentes índices de precios calculados para mostrar el valor en términos constantes de ciertos bienes y servicios; en este caso, el poder adquisitivo real de los salarios.

Gracias a la utilización de índices de precios para definir algunos contratos, tales como alquileres y relaciones de empleo, se disipa algo de la “niebla” que borra la información dada por los precios de mercado durante períodos inflacionarios.

Fue gracias a la indexación que los brasileños pudieron hacer contratos entre ellos y permanecer siendo productivos, incluso de cara a la destrucción total del valor de su moneda por el gobierno inescrupuloso que tuvieron durante esos años.

Desde obligaciones obvias de largo plazo, como hipotecas y alquileres, a transacciones del momento, como un viaje en taxi, a relaciones laborales -cualesquiera relaciones económicas en que la gente tiene una expectativa de continuidad- en la práctica, todos los contratos tendrían sus precios ajustados con referencia a un índice de precios. Los pagos mensuales de su hipoteca o alquiler serían ajustados cada mes según algún índice, también, su salario se ajustaría cada mes según otro índice. Comida y servicios, como un viaje en taxi o corte de pelo, tendrían sus precios ajustados a ciertos intervalos por los proveedores, usando como referencia otros índices de precios.

Aunque esos índices de precios tendían a converger en el largo plazo, había variaciones estacionales, y ajustes por cambios en los precios relativos. Sin embargo, a fin de permitir que se diera el cálculo económico, eran “lo suficientemente buenos.”

Ahora, ¿qué lecciones podemos aprender de la experiencia brasileña para enfrentar la alta inflación en el actual proceso inflacionario que estamos experimentando en Estados Unidos?

La indexación, o cláusulas de “Ajustes por el Costo de Vida” en los contratos son, hasta ahora, relativamente raros en Estados Unidos. Básicamente son privilegio de ciertos grupos de electores políticamente poderosos, como los pensionados de la Seguridad Social, y ciertos terratenientes que poseen propiedades en alquiler extremamente deseadas, como centros comerciales privilegiados, etcétera.

Hoy, en Estados Unidos, estas cláusulas contractuales que ajustan “automáticamente” ciertas obligaciones, como pensiones o alquileres, sirven como “reivindicación del trabajador” o un ejercicio de poder monopolístico para extraer negociaciones duras de algunos arrendatarios. Pero, ellas son, esencialmente, una forma de llevar a cabo cálculos económicos racionales ante la incertidumbre. Adoptar esos “ajustes de costo de vida;” esto es, hacer cálculos económicos acerca de qué tiene usted que pagar a sus suplidores y empleados, y de cuánto necesita cobrar a sus clientes, es un ejercicio de sabiduría práctica de cara a un proceso inflacionario.

Si los precios están aumentando, es obvio que alguien tiene más dinero en sus bolsillos y que lo está gastando.

Esa es otra idea importante acerca de la inflación: la inflación es básicamente un proceso de redistribución del ingreso. El gobierno tiene el monopolio de crear dinero y lo usa para pagar a algunos grupos electorales de preferencia ante el público en general, sean esos sus suplidores u otros sectores económicos favorecidos por quienquiera que está a cargo en ese momento.

En medio de un período inflacionario se exacerba la naturaleza competitiva de las relaciones comerciales, por el proceso redistributivo puesto en marcha por vía de la inflación monetaria. Piense acerca de la participación relativa de los costos de la mano de obra en un producto determinado. Los patronos tratan de mantener para sí la parte más grande posible de las ganancias de productividad que constantemente todas las empresas buscan lograr. Los empleados tratan de hacer lo mismo. Dado el hecho que, la mayoría de las veces, las ganancias de productividad son incrementalmente bajas, estamos hablando de alrededor de un 1% a un 2% al año a ser negociado. Ahora, agregue a la mezcla una inflación del 10% en un año dado. Con ello, tan sólo mantener los salarios constantes en términos nominales significaría un recorte en la paga del 10% en términos reales. La misma cosa pasa con los alquileres y otros gastos. La necesidad de renegociar precios crece exponencialmente. Esa es una de las formas en que la inflación conduce a la descoordinación económica.

Si, ingenua y erradamente, sectores específicos de la economía deciden “hacer su parte” y no aumentan sus precios para ajustarse a cambios en el costo de vida, esos sectores básicamente están reduciendo la porción en el ingreso de sus suplidores y empleados ̶ sin dejar de mencionar los propios.

Estos sectores estarán perdiendo terreno y, en vez de ayudar a resolver el problema, en realidad, lo estarán agravando, al aumentar los efectos descoordinadores de la inflación.

Sus empleados y suplidores están siendo invitados a encontrar otros empleadores y clientes, al mismo tiempo que, al no ajustar los precios de sus productos, esos sectores hipotéticos comprometidos con “hacer su parte,” consumirán el capital confiado a ellos por sus inversionistas, creando incluso más problemas para sí mismos.

La inflación es un proceso causado por el gobierno, por el ente que tiene monopolísticamente la prerrogativa de crear dinero. No es un proceso creado por el mercado. En Brasil, el proceso hiperinflacionario tan sólo fue puesto bajo “control” una vez que se introdujo una pizca de responsabilidad fiscal en la administración de los gobiernos federal y estatales, pero ese es un tema para otra ocasión.

Por tanto, la solución al problema es político: depende de individuos en su capacidad de ciudadanos demandar que el gobierno restaure un mínimo de responsabilidad fiscal, y que provea un ambiente económico que, al menos, no sea hostil a la producción.

Tan sólo secundariamente depende de los individuos en su capacidad como agentes económicos. Como agentes económicos, lo mejor que los individuos pueden hacer es tratar de mantener los precios relativos más o menos constantes en términos reales, al ajustarlos al costo de vida. Deberían hacerlo para no alterar la coordinación económica aún más, en el grado en que lo recomienda la prudencia, al encarar tensiones distributivas incrementadas.
Eso es lo mejor que pueden hacer para sí mismos, y, al fin de cuentas, para el país, hasta que la realidad económica y política dé un remezón, sacando a los políticos de sus vías derrochadoras.

Leonidas Zelmanovitz, compañero del Liberty Fund, tiene un título en derecho de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul en Brasil y un doctorado en economía de la Universidad Rey Juan Carlos en España.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.