Estoy seguro que a algunos defensores del socialismo que escriben en mi muro les haría mucho bien leer este artículo. No sólo tengo fe en la capacidad humana para aprender del error, sino, también, que el fanatismo puede ser vencido inteligentemente. La verdad os hará libres…

LA LIBERTAD POR ENCIMA DE TODO

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
4 de junio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es barry brownstein american institute for economic research, freedom, June 4, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Están esos, como el profesor de la Universidad de Boston, Ibram Kendi, quienes dicen que cualesquiera diferencias en los resultados entre grupos raciales es resultado del racismo. A Kendi le encantan las definiciones generales. Si usted apoya algo “por medio de [sus] acciones o inacción” que Kendi alega conduce a la “inequidad racial,” usted es un racista. El racismo, nos dice Kendi en su libro How to Be an Antiracist [Cómo ser antirracista] está vinculado con los mercados libres:

“Amar el capitalismo es terminar amando el racismo. Amar el racismo es terminar amando el capitalismo. Los gemelos unidos son dos lados del mismo cuerpo destructivo. La idea de que el capitalismo es simplemente mercados libres, competencia, libre comercio, ofrecer y demandar, y la propiedad privada de los medios de producción operando en busca de obtener ganancias, es tan fantasiosa y ahistórica como la idea supremacista Blanca, de que llamar a algo racista es la forma primaria de racismo. Las definiciones populares de capitalismo, como las ideas racistas populares, no viven en una realidad histórica o material. El capitalismo es esencialmente racista; el racismo es esencialmente capitalista. Ellos nacieron unidos provenientes de las mismas causas innaturales, y algún día morirán juntos de causas no naturales.”

Si se extinguieran los mercados libres, todas las decisiones serían políticas, la libertad sería sofocada, y millones serían esclavizados.

Revolucionarios en cienes, como Kendi, pueden imaginarse a sí mismos como héroes de la nueva república que ellos tienen la esperanza de crear. Los ingenuos que apoyan a Kendi pueden pensar, Soy uno de los buenos muchachos. Mantendré o ampliaré mi posición en la sociedad, y los problemas que percibo serán arreglados. Están listos para un duro despertar.

Como lo explica F.A. Hayek, en los mercados libres, los seres humanos se ajustan a “las fuerzas ciegas del proceso social” al involucrarse en sus objetivos. La alternativa es sufrir procesos políticos coercitivos. Hayek explica que la coerción no es la alternativa más placentera:

“Mientras conozca sólo la dura disciplina del mercado, bien puede encontrar preferible ser dirigido por algún otro cerebro humano inteligente; pero, cuando lo intenta, pronto descubre que lo anterior le dejaba por lo menos una opción, mientras que la última no le deja ninguna, y que es mejor tener una opción entre varias alternativas desagradables que ser obligado a elegir una.”

Si ellos no fueran ahistóricos, los ingenuos creerían que la revolución que apoyan será impredecible e indiscriminada acerca de a quién destruye.

Lo admito, para algunos, el análisis de las fuerzas políticas y económicas de Hayek puede ser árido. Ellos pueden encontrar más fascinante la descripción histórica del triunfo de la política sobre la economía en la era soviética, traído a la luz por el disidente Vasily Grossman en su novela Everything Flows [Todo fluye].

Grossman exploró la “inhumanidad total” de los revolucionarios bolcheviques: “Ellos empiezan por construir un estado tal que el mundo nunca lo había visto. La crueldad, asesinatos, privaciones de todo tipo ̶ todo esto era indescriptible. Era, después de todo, llevado a cabo en nombre de Rusia y de la humanidad trabajadora, en nombre de la felicidad del pueblo trabajador.”

Su filosofía era inherentemente contradictoria: “Ellos no tenían dudas de que el nuevo mundo estaba siendo construido para el pueblo. No les preocupó que era la misma gente -los trabajadores, los campesinos, la inteligencia- la que constituía el obstáculo insuperable para la construcción de este nuevo mundo.”

Para los verdaderos creyentes, la revolución “era el período más feliz, más romántico, de su vida.” Sin embargo, una vez que se completó la revolución bolchevique, su terrible poder coercitivo se usó contra muchos de quienes lucharon por ella:

“[L]as prisiones se abarrotaron con cientos de miles de personas de la generación de la Revolución y la Guerra Civil Fueron ellos quienes habían defendido al Estado Soviético ̶ eran tanto los padres de este Estado como sus hijos. Y, ahora, eran ellos quienes eran llevados a las prisiones que habían construido para los enemigos de la nueva Rusia. Ellos propiamente habían creado el nuevo orden y dotado de un poder terrible ̶ y, ahora, esta terrible fuerza castigadora, la fuerza de la dictadura, estaba siendo desatada contra ellos. Ellos por sí mismos habían forjado la espada de la Revolución ̶ y, ahora, esta espada estaba cayendo sobre sus cabezas. Para muchos de ellos parecía como si hubieran ingresado a una época de caos y locura.”

Se esperaba una “obediencia sin pensar.” Los hijos fueron estimulados a denunciar a padres. Para quienes cazaban enemigos imaginados del Estado, su fe yacía sólo “en el ensañamiento de la mano castigadora del gran Stalin.” A los agentes de Stalin se les decía “usted no tiene padre ni madre, ni hermanos ni hermanas. Usted sólo tiene al Partido.”
Una simple carta de denuncia era suficiente para desatar un arresto y destruir una vida.

Nadie estaba protegido de las purgas estalinistas. Nadie estaba seguro, ni siquiera los “secretarios de distritos y comités provinciales del Partido; comisionados militares, cabezas de secciones políticas; oficiales de mando en regimientos, divisiones, y ejércitos enteros; capitanes de barcos; agrónomos, escritores, especialistas en ganado; funcionarios del Comisariado de Comercio Internacional; embajadores; partidarios de la Guerra Civil; fiscales públicos; presidentes de comités de fábricas; profesores universitarios.”

Grossman pregunta, “¿Por qué ellos estaban siendo forzados a confesar crímenes que nunca cometieron? ¿Por qué ellos habían sido declarados enemigos del pueblo? ¿Por qué ellos estaban siendo arrojados de la vida que habían construido, la vida que ellos habían defendido en la batalla?” Hoy, muchos se preguntan por qué están siendo etiquetados de racistas.

Los revolucionarios habían destruido a otros “tan fanática y despiadadamente como si fueran perros rabiosos.” Luego, la mesa se volteó y “estaban siendo igualados a aquellos que ellos odiaban y despreciaban.”

Lo explica Grossman, “Algunas veces un anterior secretario del comité distrital del Partido terminaría en la misma celda que el previo secretario del comité distrital del Partido, a quien él mismo había desenmascarado como un enemigo del pueblo; y, luego, un mes más tarde, todavía otro secretario del comité del Partido del mismo distrito se uniría a ellos en las mismas camas [en las prisiones y Gulags].”

Hechos prisioneros, ellos serían interrogados por 24 horas al día, hasta que repitieran “después del investigador, las palabras, ‘confieso que, habiéndome convertido en un agente pagado de la inteligencia extranjera, inspirado por un odio feroz a todo lo que fuera soviético, me estaba preparando para cometer actos de terrorismo contra los estadistas soviéticos y, al mismo tiempo, suministrando información secreta.’”

Los planes de Stalin tenían que ser percibidos como infalibles, y, por tanto, cuando fallaban sus planes, él encontraba necesario inventar interminables conspiradores inexistentes: “Al torturarlos por días, semanas, meses, e incluso en ocasiones años completos, los organismos de seguridad obligaban a los pobres, atormentados contadores, ingenieros, y agrónomos, a que tomaran parte en producciones teatrales, desempeñando los papeles de villanos, agentes externos, terroristas, y saboteadores.”

EL TRIUNFO DE LA POLÍTICA SOBRE LA ECONOMÍA

Nadie estaba seguro, pero, ¿se estaba construyendo algo extraordinario en medio de un reino de terror? La pregunta en sí es ridícula. El bien nunca puede venir del odio y la fuerza, pero algunos creen que sí puede.

Recientemente, Phil Magness, del American Institute for Economic Research, exhibió a W.E.B. Du Bois por su disposición a intercambiar la violencia por su propia visión de progreso. En 1940, Du Bois escribió acerca de su evaluación de lo que “logró” la Unión Soviética y agregó, “No me importa a la luz de este logro, que ellos hayan asesinado, reprimido el pensamiento y llevado a cabo una guerra despiadada. Con todo han logrado más de lo que han destruido.”

Quienes han sido víctimas del comunismo estarían vehementemente en desacuerdo con la idea de que la libertad deba ser sacrificada para que la sociedad progrese. Escribe Grossman, “La libertad humana está por encima de todo. No hay un propósito en el mundo en aras del cual es permisible sacrificar la libertad humana.”

Deje que Grossman le revele qué forma tomó el “progreso”:

“Algunas veces parecía que la energía poderosa con que estaban dotados estos líderes del nuevo mundo -sus voluntades férreas y su capacidad de una crueldad ilimitada- estaba siendo dedicada sólo a un fin: obligar a gente medio muerta de hambre a trabajar sin siquiera un día de descanso, más allá de su fuerza, por una paga miserable, a la vez que era acuartelada en barracas primitivas y pagando todo tipo de impuesto, carga, préstamo y valoración en una escala nunca antes vista en la historia.”

Y nada de valor estaba siendo creado por la vía de ese trabajo esclavizado:

“Pero, los hombres estaban construyendo lo que ningún hombre necesitaba. Todos estos proyectos -el canal de Mar Blanco, las minas árticas, el ferrocarril construido al norte del Círculo Ártico, las enormes fabricas escondidas en la taiga de Siberia, la estaciones super poderosas de energía hidroeléctrica en lo profundo del yermo- no eran para uso de nadie. A menudo parecía como si esas fábricas, esos canales y mares artificiales en el desierto eran de ningún uso hasta para el Estado Soviético, mucho menos para los seres humanos. Algunas veces parecía que el único propósito de estas vastas construcciones era ponerles grilletes a millones de personas mediante las cadenas del trabajo.”

En resumen, “El Estado creado por Lenin y consolidado por Stalin se fundó no con base en la economía, sino en la política. Fue la política lo que determinó el contenido de los planes quinquenales de Stalin.” Continúa Grossman,

“Todas las acciones de Stalin -así como aquellas de sus Comisarios del Pueblo Soviético, su Comité del GosPlan o de Planificación del Estado, su Comisariado del Pueblo de la Industria Pesada, su Comisariado del Pueblo de la Agricultura, su Comité para la Adquisición de Granos, su Comisariado del Pueblo para el Comercio - constituyeron un triunfo absoluto de la política sobre la economía.”

Grossman no menciona al Gosbank, único banco en la Unión Soviética entre 1922 y 1991. Junto con el Gossnab [Comisariado del Pueblo para el Abastecimiento] y el GosPlan, todas las decisiones económicas eran centralizadas y administradas mediante la fuerza. Este fue el triunfo total de la política sobre la economía, y a esto es a lo que algunos “reformistas” de hoy quieren llevar a los Estados Unidos.

Las “enormes fábricas de Stalin, los mares artificiales, canales, y estaciones de energía hidroeléctrica no sirvieron a su pueblo; sirvieron a un Estado sin libertad.” Hoy en Estados Unidos, los individuos temen hablar. Las escuelas adoctrinan en vez de educar. Las malas inversiones gubernamentales en energía subsidiada destruyen riqueza. La población crece más enferma con base en una dieta de comida chatarra subsidiada y medicinas de una industria farmacéutica de amigotes. Estos son los Estados Unidos transformándose en una sociedad sin libertad.

Grossman expuso cómo se administró el Estado sin libertad: “El principio del Estado sin libertad, de hecho, requería exactamente esto: que Stalin debería tomar toda decisión por sí sólo, sin excepción. Eso, sin embargo, era físicamente imposible, y así preguntas de importancia secundaria eran decididas por los agentes en que Stalin confiaba. Y ellos siempre las decidieron de la misma forma ̶ en el espíritu de Stalin.”

“Agentes de confianza ‘en el espíritu de Stalin’” se convirtieron en mini Stalins. “Nadie se atrevía a discutir [con ellos] pues ellos hablaban ‘en nombre de Stalin y del Estado.’” Grossman explica por qué la “ausencia de libertad” triunfó:

“Desde el Océano Pacífico hasta el Mar Negro, triunfó la ausencia de libertad ̶ en todas partes y en todo. En todas partes y en todo, la libertad fue asesinada. Fue una ofensiva victoriosa, y nunca podría haberse llevada a cabo sin un enorme derramamiento de sangre. La libertad, después de todo, es vida; para superar a la libertad, Stalin tenía que matar a la vida.”

EL ESTADO COMO AMO

El Estado estalinista sirvió a nadie más que a sí mismo, “convirtiendo al [profesado] elemento socialista en una simple envoltura, una cáscara verbal, un cascarón vacío.” Escribe Grossman, “El Estado sin libertad creó un simulacro de parlamento, creó elecciones fingidas, sindicatos simulados, una sociedad en broma, y una burla de vida social.” Lo explica Grossman:

“El terror y la dictadura devoraron a sus creadores. El Estado, que había parecido ser un medio, ahora había mostrado ser un fin en sí mismo. El pueblo que había creado este Estado lo había visto como medio para llevar a cabo sus ideales. A pesar de lo anterior, resultó que sus sueños e ideales habían sido medios empleados por un Estado grande y terrible. El Estado ya no era más un servidor, sino un autócrata sombrío. No era la gente la que necesitó el Terror Rojo de 1919. No era el pueblo el que eliminó la libertad de expresión y la libertad de prensa. No fue el pueblo el que necesitó la muerte de millones de campesinos ̶ después de todo, la mayoría de la gente era campesina. No fue el pueblo el que eligió, en 1937, llenar las prisiones y campos de concentración. No fue la gente la que necesitó deportaciones asesinas, la reubicación en Siberia y Asia Central, de los tártaros de Crimea, los calmucos, los balkarios, los chechenos, y los alemanes del Volga, de los búlgaros y griegos rusificados. Tampoco fue el pueblo el que destruyó el derecho de los trabajadores de ir a huelga o el derecho de los campesinos a sembrar lo que ellos elegían. No fue el pueblo quien agregó impuestos enormes al precio de los bienes de consumo.”

Sin libertad, escribe Grossman, “un hombre no puede sembrar lo que quiere plantar. Un hombre no es amo del campo que él trabaja; no es dueño de los árboles de manzana que hace crecer o de la leche que él produce. Lo que sea que la tierra rinda, las produce según las instrucciones del Estado sin libertad.”

Grossman concluye inequívocamente: “La evolución de Occidente fue fertilizada por el crecimiento de la libertad; la evolución de Rusia fue fertilizada por el crecimiento de la esclavitud. Este es el abismo que divide a Rusia y Occidente.

El progreso sólo sucede cuando la libertad crece. Explica Grossman: “La historia de la humanidad es la historia de la libertad humana. El crecimiento del potencial humano se expresa, por encima de todo, en el crecimiento de la libertad… En esencia, el progreso es el progreso de la libertad humana. ¿Qué es vida como tal, sino libertad? La evolución de la vida es la evolución de la libertad.”

Escribe Grossman, “que el Estado tenía miedo de dar un paso sin invocar el nombre de la libertad y la democracia, dar fe de la fuerza de la libertad.” Para anular la libertad, la opinión pública tenía que ser manipulada. Hoy, en Estados Unidos, los políticos, siguiendo el libreto de Stalin, nos dicen que ellos están salvando la democracia, al tiempo que destruyen derechos.

A pesar de estar en las primeras filas de los horrores del comunismo y el nazismo, Grossman permaneció siendo optimista. Hay, creía él, una “aspiración natural e indestructible hacia la libertad:”

“No importa que tan vastos los rascacielos y poderosos los cañones, no importa qué tan sin límite es el poder de Estado, no importa qué tan poderoso el imperio, todo eso es sólo brumas y nieblas y -como tales- saldrán volando. Sólo permanece una fuerza verdadera: sólo una fuerza verdadera continúa evolucionando y viviendo; y esa fuerza es la libertad. Para un hombre, vivir significa ser libre. No, no todo lo que es real es racional.”

Escribe Grossman, “Todo lo que es inhumano no tiene sentido ni utilidad.” El Estado sin libertad produce una inhumanidad incesante.

Lea a Grossman. Él lo curará por siempre de la idea de que usted puede lograr un objetivo “noble” quitándole a alguien más la libertad y no permitir que le destruya la bestia que usted crea.

El currículo de Grossman fue forjado a partir de una experiencia amarga; él fue testigo de la miseria humana cuando la política triunfó sobre todo lo demás y la libertad fue extinguida. Las lecciones que él enseña tienen una aplicación universal.

¿Puede frenarse la transformación de Estados Unidos hacia un “Estado sin libertad”? ¿Es posible aprender acerca de los peligros para la libertad y el progreso humano, sin primero vivir a través de sus propias experiencias amargas?
¿Creemos suficientes de nosotros, como lo hizo Grossman, que la “libertad está por encima de todo” o sacrificaremos la libertad para que se ajuste a las fuerzas populares anti liberales? ¿No depende todo de nuestras respuestas a estas preguntas?

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es autor de The Inner-Work of Leadership, y sus ensayos han aparecido en publicaciones como la Fundación para la Educación Económica e Intellectual Takeout.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.