Entendiendo bien la naturaleza socialista del nazismo.

EL SOCIALISMO EN EL NAZISMO

Por Daniel Johnson
Law and Liberty
2 de junio del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es daniel johnson law & liberty, nazism, June 2, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Entre los historiadores casi uniformemente estatistas [liberales en Estados Unidos] acerca de la Alemania nazi, Rainer Zitelmann destaca por separado. Después de una fase juvenil de política en el ala izquierda, ha sido un conservador de toda una vida, un fuerte defensor del capitalismo, a quien, en una ocasión, su carro fue quemado por la izquierda extrema. Aunque tiene doctorados en historia y sociología, mucha de su carrera distinguida la ha pasado no en universidades, sino en publicar, relaciones públicas, y periodismo. Zitelmann es, en la autodescripción del gran académico de la Guerra Civil Española, Hugh Thomas, “un historiador ejerciendo privadamente.” Su trabajo abraza no sólo el estudio de la historia alemana, sino de la creación de riqueza.

En sus libros populares acerca de la psicología de los superricos y las actitudes hacia los ricos, Zitelmann investiga un grupo de gente que rara vez ha experimentado un análisis objetivo. Los ricos, en apariencia, en realidad son distintos: inconformistas, intuitivos, competitivos, con la resistencia para sobrevivir a tropezones. Algunos de estos rasgos de carácter que destaca a los billonarios, les sirven bien, pero, también, intimidan a otros. Usando encuestas de opinión, Zitelmann ha demostrado que estadounidenses y británicos tienden a tratar a estos individuos que van contra corriente con pragmatismo e incluso admiración, en vez de “envidia social” y hostilidad que prima en otras partes. Él muestra que la proporción de envidiosos sociales es muchos más alta en Francia, Alemania, España, e Italia. Puede o no ser coincidencia que, durante el siglo pasado, los últimos países también han mostrado una mayor proclividad hacia la política de las extremas Izquierda y Derecha, en especial en forma de líderes carismáticos, quienes se presentan como tribunos del pueblo en una cruzada contra las élites plutocráticas.

Todo esto es para dar un trasfondo a la magnum opus de Zitelmann: su biografía intelectual de Hitler. Este libro, en sí, tiene su historia. Primeramente, apareció en 1987 en alemán, bajo el título Hitler: der Selbstverständnis eines Revolutionärs [“El autoconcepto de un revolucionario”]. Luego, en inglés en 1999 como Hitler: The Politics of Seduction, pero, ahora, se vuelve a publicar en una edición revisada con un nuevo título: Hitler’s National Socialism.

Esta nueva edición tiene como prefacio un largo y valioso ensayo acerca de reciente historiografía de Hitler, que cubre la mayoría de la enorme literatura que ha aparecido acerca del tema desde que este libro apareció por vez primera hace unos 35 años. Zitelmann insiste en que su libro no es una biografía, sino un estudio de las ideas de Hitler. Y así lo es: si lo que usted quiere es otra compilación de trivia acerca de la vida privada del dictador o una especulación acerca de su psicología, lea uno de los muchos otros libros acerca de Hitler. Sin embargo, si usted quiere entender su filosofía política y visión social, lo que él creía y no creía, entonces, este libro es para usted.

Parte del problema para comprender el pensamiento de lo que Hitler estaba haciendo, descansa en esa ubicua y, a la vez, palabra que induce al error: “Nazi.” La definición de esta palabra ha sido tan elástica, que ahora puede ser degradada para que signifique más o menos lo opuesto de su mensaje original. Más notoriamente, Vladimir Putin la usa para describir un gobierno electo en Ucrania, conducido por un judío y presidente enfáticamente anti nazi, Volodymyr Zelensky.

Mucha gente que emplea el epíteto, no sabe que “nazi” es un acrónimo de Nazionalsozialist, o nacionalsocialista, y que el nombre completo del movimiento de Hitler era “Partido de los Trabajadores Alemanes Nacional Socialistas.” Entendiblemente, los escritores de encabezados prefirieron la versión reducida, “nazi;” en especial, en el mundo de habla inglesa pegó muy temprano. En países de habla alemana, “nazi” es, no obstante, menos común, al menos en el discurso formal, que el término más extenso “Nacional Socialista.” El uso de “nazi,” en cambio, ha obscurecido, en especial en Estados Unidos y el Reino Unido, la identidad del partido de Hitler: no sólo nacionalista (usualmente visto como del ala derecha), sino, también, socialista (esto es, del ala izquierda).

Por supuesto, esta es una identidad contradictoria y Hitler la personificó. Los nazis, como el mismo Hitler, eran sui generis. Obteniendo apoyo a través del espectro político, desde áreas urbanas y rurales, los nacionalsocialistas eran cualquier cosa menos un partido convencional, tales como los socialdemócratas del centro izquierda, o los diversos partidos liberales y conservadores de la derecha. Hitler, el líder no convencional de este movimiento primordialmente juvenil, desafió el liderazgo de la República del Weimar, que fue animado por ideas progresistas aún extrañas, en una nación derrotada con una comprensión incompleta de la democracia.

En 1933, la república sin republicanos cayó presa de la camarilla autoritaria, ultra reaccionaria, alrededor de un mariscal de campo geriatra, en aquel entonces jefe de estado. Esa camarilla le entregó el poder a una coalición guiada por lo que se había convertido en el partido más grande del Reichstag [Parlamento]: los nazis.

Lo que Zitelmann hace aquí es explicar con exactitud qué estaba ofreciendo Hitler que le permitió apelar a una sección cruzada de alemanes tan amplia. Fue un tipo de alquimia política que reconcilió el fervor radical, incluso revolucionario, con el apego todopoderoso alemán a la tradición, junto con Kadavergehorsamkeit (“una obediencia como de zombis”) que, a menudo, venía con aquella.

Hitler, asevera Zitelmann, obtuvo apoyo de los extremos de la Izquierda y Derecha, pero él no pertenecía a ninguna de ellas. En vez de eso, era un darwinista social, quien, para revolucionar a Alemania y prepararla para una guerra de conquista racial, explotó cruelmente tanto la mano de obra como el capital. Desvergonzadamente, su propaganda pidió prestado de comunistas y socialdemócratas, con éxito considerable: alrededor del 40 por ciento de sus votantes eran de clase trabajadora. Pero, también, él necesitaba de la burguesía y otros de la Derecha, primeramente, para financiar su partido y ganar el puesto y, luego, consolidar el poder y acelerar el rearmamento.

A lo largo de su carrera, insiste Zitelmann, Hitler fue un anticapitalista y se hizo más durante la época de la guerra, cuando crecientemente llegó a admirar la economía de control de Stalin, como sistema superior a aquel de Occidente.
El libro es un tour de force de exégesis crítica., que cubre a través del vasto cuerpo de discursos, órdenes, correspondencia, “conversaciones de sobremesa,” y otros documentos del dictador, para obtener lo que él daba a entender por nacionalsocialismo. Lo que emerge es una ideología de notable consistencia, más coherente y sofisticada de lo que la mayoría de historiadores, hasta el momento, ha estado dispuesta a conceder.

A diferencia de otros nazis, como Rosenberg y Himmler, Hitler no estaba interesado en mitos paganos, menos aún en ser un romántico anti moderno, sino que amaba la última tecnología. A principios de 1933, Heinz Guderian, luego creador de las divisiones panzer de la Wehrmacht, fue atraído por el entusiasmo del nuevo Canciller hacia los tanques, aeroplanos y guerra motorizada.

Hitler despreciaba a los reaccionarios que le ayudaron a llevarlo al poder, pero que luego se voltearon en su contra. Después del complot de julio de 1944, se lamentó que él, como lo hizo Stalin, no hubiera liquidado las vieja élites y reemplazado por una “minoría histórica” nazi. Sn embargo, exigió una venganza brutal, y aquellas desempeñaron un papel menos importante después de 1945. La revolución social nazi incrementó dramáticamente la movilidad social, haciendo posible el “milagro económico alemán” de posguerra.

Zitelmann muestra que, así como el objetivo social de Hitler fue crear una “comunidad nacional” igualitaria, pero racialmente homogénea, por igual su objetivo económico fue crear un imperio autárquico, con base en un conquistado Lebensraum en Ucrania. Esto evitaría, no al capital industrial, sino la necesidad del Grosskapital (el “gran capital”), basado en el interés y mercados de valores. Él vio al capital industrial como nacional, no como un “capital prestamista” internacional, y, por lo tanto, judío. Su antisemitismo de exterminio fue complejo, pero, en su esencia, fue su prejuicio inalterable contra los judíos como cosmopolitas sin raíces.

El Hitler de Zitelmann no es aquel familiar, sino un tecnócrata totalitario que tuvo la idea de una sociedad “alemana socialista.” A pesar de lanzar una guerra de exterminio contra la Unión Soviética, llegó a creer que Stalin había transformado una “dictadura judía” en un estado nacionalista, anticapitalista, y antisemita. Incluso Zitelmann asevera que, cuando la marea de la guerra se volvió en su contra, Hitler “ya no más creía en la tesis de un ‘bolchevismo judío’ que la propaganda alemana seguía repitiendo.” Su desconfianza hacia la democracia, enraizada en su desprecio hacia las “masas,” significó que los judíos tenían que permanecer siendo el principal enemigo, aun cuando, en privado, él admiraba al comunismo. Él imaginó una economía crecientemente planificada e, incluso preservó la forma legal de propiedad privada, al requerir que los empresarios fueran representantes del estado.

Los historiadores han tendido a concentrarse en el corazón racista de la ideología de Hitler. Pero, Hitler, impulsado por el darwinismo social, creía que la apariencia racial era mucho menos importante que las características morales, tales como valentía y rudeza. La contribución de Zitelmann es enfocar la atención en los programs sociales y económicos de Hitler: estos le permitieron ganarse a millones de socialdemócratas y comunistas. Sin entender el nacionalsocialismo de Hitler, es difícil explicar cómo él fue capaz de ganar y mantener el apoyo abrumador de la nación alemana, para su guerra cada vez más destructiva, hasta el amago final. No todos los socialistas son nazis, pero todos los nazis son socialistas.

Una de las consecuencias del hecho de que la academia haya estado en negación acerca de la dimensión socialista de la visión del mundo de Hitler, es que su crítica a la economía de mercado se ha incorporado en el populismo actual. En la revista National Interest, Zitelmann afirma que la Alternativa para Alemania (AFD por sus siglas en inglés) empezó como un partido de críticos del libre mercado hacia el estado corporativo, pero, ha mudado en una plataforma para la Derecha anticapitalista, en especial en el antiguo Este comunista. Su éxito en establecerse como parte permanente del ámbito político alemán, a lo largo de década y media bajo el gobierno de Angela Merkel, muestra lo que pasa cuando los partidos de centro-derecha fallan en plantear el caso tanto a favor de la libertad económica, como política. A menos que los políticos democráticos sigan siendo vigilantes en defensa de nuestras libertades, el espectro del nacionalsocialismo de Hitler continuará atormentando a Europa.

Daniel Johnson es el editor fundador de TheArticle. Él contribuye en Mosaic, Times Literary Supplement, Wall Street Journal, Commentary, New Criterion, National Review, y en otros periódicos, revistas, y sitios en la red.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.