COMENTARIOS BRINDADOS EN UNA CONFERENCIA EL 22 DE MAYO ACERCA DE LA POLÍTICA DEL COVID

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
26 de mayo del 2022

Jay Bhattacharya me invitó a participar en una conferencia de un día acerca de la política del COVID. La conferencia fue en el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) el 16 de mayo. He aquí los comentarlos que preparé para dicha actividad.
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Gracias. Me siento honrado de estar aquí, y en especial agradezco a Jay por invitarme.
Soy un economista especializado en comercio y antimonopolios. Pero, también, paso mucho tiempo promoviendo el poder del razonamiento económico básico. Creo que la economía básica tiene una lección especialmente importante para la pandemia. Por desgracia, es una lección que la ignoró casi todo mundo en el poder,

La aplicación más obvia de la economía a la pandemia se resume en el término “externalidades negativas.” Lo que se denomina una “externalidad negativa” sucede cuando una persona, o grupo, actúa de forma tal que daña a terceras partes que no lo autorizan. Debido a que en una sociedad liberal nadie tiene derecho a imponerle daños no compensados a otros, se necesita alguna acción que impida esos daños o, al menos, que los reduzca a niveles aceptables.

En este punto del argumento, es frecuente- debido a que es demasiado fácil- saltar a la conclusión de que el gobierno es la única agencia que está prácticamente posicionada para hacer los arreglos que prevengan daños externos. El gobierno puede simplemente ordenar a los que actúan en formas dañinas que se detengan de hacerlo.
Alternativamente, el gobierno puede poner un impuesto sobre los que actúan en formas dañinas. Si se aplican con suficiente cuidado, estos impuestos resultarán en una reducción aceptable de las actividades perjudiciales.

Esta es economía básica 101 de la corriente principal. Sin embargo, también es una buena descripción de Economía 999 de la corriente principal. El curso avanzado llega a un mayor detalle del que lo hace el curso introductorio a técnicas precisas para evaluar y medir costos externos, y qué políticas específicas son mejores para que el gobierno logre resultados “óptimos.” Pero, el análisis básico es el mismo en ambos cursos.

Sin embargo, en mi opinión, economistas de la corriente principal son, a menudo, demasiado perezosos cuando piensan acerca de externalidades ̶ una pereza que se mostró en multitud de comentarios pobres acerca del COVID y de sus políticas.

He aquí cómo muchos economistas razonaron durante los últimos dos años; es muy parecido a como razonaron muchos no economistas: Debido a que el virus SARS-CoV-2 es peligroso para los humanos y transmisible de persona a persona, los individuos infectados son un riesgo para individuos inocentes no infectados. Si a la gente se le permitiera continuar su vida normalmente, demasiados individuos infectados, muchos de quienes ni siquiera se dan cuenta que están infectados, también infectarán a terceras partes inocentes. El gobierno debe actuar para impedir que personas infectadas infecten a otras.

Órdenes de quedarse en casa son uno de esos medios, o así se cree ampliamente, que previenen la diseminación del virus. Se dice que otros medios incluyen cierres de escuelas, restricciones a viajar, “distanciamiento social,” usar mascarillas, y vacunación.

Entiendo que muchos cuestionamientos rodean la supuesta efectividad de cada una de estas medidas en cuanto a prevenir la diseminación del virus. Pero, supongamos que cada una de estas medidas es, de hecho, efectiva en reducir el riesgo de cualquier persona elegida al azar, de llegar a infectarse con el SARS-CoV-2.

A pesar de lo anterior
, no se deduce automáticamente el salto desde la efectividad postulada de estas medidas para reducir la diseminación viral, para llegar a la conclusión que, por tanto, las cuarentenas ordenadas por el gobierno, usar mascarillas, y otras medidas, se justifican para la ciencia económica como una intervención apropiada para reducir esta externalidad negativa.

Aunque muchos economistas, junto con políticos y funcionarios de la salud pública, hicieron el salto desde el hecho correcto de que el “COVID es peligroso y contagioso,” hasta la conclusión de que, “por tanto, las cuarentenas y otras órdenes y restricciones gubernamentales son económica y éticamente justificadas,” tal salto se brincó un paso crucial.
Si no se hubiera dejado de lado este paso crucial, acontecimientos de los últimos dos años bien pueden haberse materializado mucho más diferentes y mejores.

El paso omitido, que causó lo que creo fue un calamitoso mal paso, fue identificado hace más de 60 años por un economista a quien, en 1991, se le otorgó un premio Nobel básicamente por su análisis pionero de las externalidades: el fallecido Ronald Coase. Coase no era un académico obscuro, y su artículo más famoso sobre este tema no constituye una publicación obscura: “The Problem of Social Cost” [“El problema del costo social”], publicado por primera vez en el Journal of Law & Economics, es uno de los artículos en economía más citados que en vez alguna se haya publicado.

Y, no obstante, en la histeria acerca del COVID, Coase fue ignorado.

¿Qué dijo Coase que era tan importante y, sin embargo, fue omitido? Para poner a Coase en lenguaje popular, lo que omitió la mayoría de formuladores de políticas, comentaristas, y economistas, es el hecho que se requiere de dos para bailar un tango; esto es, que se requieren dos partes, o, al menos dos, para una externalidad. Más directamente, todas las externalidades son “bilaterales.”

Smith no puede dañar a Jones, a menos que Jones esté en una posición para ser dañado por Smith. Los vecinos del vecindario que son dañados por el hollín emitido por una chimenea de una fábrica vecina, no serían dañados si vivieran más lejos. La gente que vive cerca de un aeropuerto no sufriría molestias por el ruido de aviones si viviera en otra parte.

Como se ha mencionado, esta realidad suena trivial. Y, en efecto, es trivial. Sin embargo, es una realidad con tres implicaciones claves, que frecuentemente se dejan de lado en discusiones acerca de externalidades.

La primera implicación clave es que, debido a que el daño no ocurriría si una u otra de las partes hubiera escogido en algún momento actuar diferente, puede decirse que cada una de las dos partes del daño, en un sentido puramente físico, “causa” el daño, lo que implica que ninguna de las partes, por sí sola, “causa” el daño.

Segunda, se deduce que el daño puede reducirse o eliminarse por medio de acciones tomadas por una u otra (o por ambas) de las partes. Tan sólo porque la chimenea de la fábrica emite hollín que cae sobre casas vecinas, no necesariamente significa que la responsabilidad de mitigar el daño debería recaer en el dueño de la fábrica. Tal vez debería, pero tal vez no. La conclusión de que la fábrica debería ser considerada responsable, no se deduce como un asunto de lógica a partir de la situación. Un medio alternativo de evitar el daño es que los residentes tomen pasos para protegerse ellos mismos del hollín de la fábrica, lo que nos lleva a la tercera implicación:

Sí y en qué grado una o ambas partes en la externalidad deberían responsabilizarse de reducir el daño, depende de los costos relativos de lograrlo. En lenguaje de Coase, la responsabilidad legal y, yo someto, también la responsabilidad ética, de reducir el daño causado por una externalidad, debería recaer en las partes que pueden mitigar el daño a un costo menor.

La razón del ejemplo de una fábrica que emite hollín sobre familias vecinas parece ser tan simple que nuestros instintos gritan, tal vez correctamente, que es la fábrica la que evita ese daño al menor costo. A partir de detalles limitados acerca de esta hipótesis, es casi una certeza que el caso de poner un limpiador en la chimenea, o cambiar hacia una fuente de energía más limpia, es menos costoso que hacer que cada uno de los dueños de los hogares sufra el hollín o intente protegerse del hollín individualmente a su manera.

Pero, asuma que la fábrica ha estado en su sitio actual por décadas, sin nadie en millas alrededor, con su hollín cayendo inofensivamente al suelo, sin afectar a un tercero. Ahora, viene Jones buscando construir una casa en un terreno cerca de la fábrica.

Usted, por casualidad, oye a la esposa de Jones señalar la existencia de la fábrica y sus emisiones de hollín, y preguntarle luego al esposo, “¿Por qué no construir nuestro nuevo hogar algunas pocas millas más lejos, en una ubicación casi tan conveniente como esta, pero que esté limpia de hollín? Escoger esa otra ubicación es fácil y no nos costaría fondos adicionales.”

Entonces, Jones responde: “No, Vamos a construir aquí y, después, demandaremos para lograr que la fábrica deje de emitir hollín.”

Ahora, la evaluación del caso no es tan simple. Al menos, ahora es plausible identificar la parte que legalmente causa el daño, no el dueño de la fábrica, sino el dueño de la vivienda, Jones. Si Jones puede construir una casa justamente tan agradable y en una ubicación cercana tan adorable y conveniente como lo es la ubicación cerca de la fábrica, al menos ¿no es plausible que sean los Jones los que tienen menor costo en evitar este daño? Y, entonces, ¿sería económica o éticamente apropiado obligar a la fábrica a eliminar la externalidad, a un costo mayor del que Jones habría incurrido construyendo en una ubicación diferente?

Pienso que no.

Ejemplos como este revelan que nuestro sentido moral acerca de quién “causa” una externalidad, depende de nuestro sentido económico acerca de cuál de las dos partes en una externalidad es el que la evita a un costo menor. Y, así, el que evita a un costo menor un virus respiratorio peligroso, no es necesariamente cada uno de nosotros, como seres que respiramos, al hacer cosas ordinarias de la vida.

Tal vez, en vez de ello, son los vulnerables quienes lo evitan a un costo menor.

De hecho, pienso que no hay un “tal vez” en ello. Debido a que el COVID reserva abrumadoramente sus peligros para los muy mayores y seriamente enfermos, es relativamente fácil identificar a los vulnerable y enfocar en ellos la protección, a la vez que permitimos que el resto de la humanidad continúe su vida sin ser molestada.

Por supuesto, esta es precisamente la política que fue recomendada por la Declaración de Great Barrington, una declaración que, estoy seguro, Ronald Coase aplaudiría.

Todos ustedes recordarán que la reacción pública a la Declaración de Great Barrington fue histérica y desinformada, y, por tanto, acientífica (para ponerlo suavemente).

Una de las muchas objeciones a la Declaración, una objeción que encontré en innumerables ocasiones al defenderla, es esta: “¡La Protección Enfocada es impráctica”! En realidad, no sabemos cómo hacerla.”

Ante lo que digo: ¡Tonterías! He aquí una forma, si bien extrema, pero, sin embargo, una vía: Usar trajes protectores para materiales peligrosos.

Industrialsafety.com
vende trajes protectores contra materiales peligrosos en $200 cada uno. Si el gobierno de Estados Unidos comprara tres por cada hombre, mujer, y niño en Estados Unidos, el costo total ascendería a más o menos $200 miles de millones ̶ un error de redondeo en comparación con la cantidad de dinero hasta el momento gastada por los gobiernos federal, estatal, y local, como respuesta al COVID.

Entonces, cada estadounidense habría tenido o no la opción de usar un traje protector contra materiales peligrosos, a la vez que cualquiera estaría libre de seguir la vida normalmente.

“¡Una locura!,”
probablemente diría usted. ¡Un mundo en el que grandes porciones de la población están usando trajes protectores contra materiales peligrosos ¡es extraño e impráctico! Incluso ¡distópico!”

Ante esta afirmación, pregunto lo que uno de mis profesores en la escuela de derecho, el economista Charlie Goetz, insistió, que la pregunta por sí sola más importante que cualquier economista hace es: ¿Comparado con qué? ¿Cómo se compara usar trajes protectores contra materiales peligrosos, con lo que la humanidad ha sufrido durante los últimos dos años? Pienso que la comparación es favorable para los trajes protectores contra materiales peligrosos.

¿Es descansar en el uso de trajes protectores contra materiales peligrosos más extraño, impráctico y distópico que cerrar vastos segmentos de la economía global? ¿Más extraño, impráctico, y distópico que enseñarles a niños escolares por medio de Zoom? ¿Más extraño, impráctico, y distópico que usar pruebas y trazados para aislar personas infectadas con un virus que evidenció, tan temprano como abril del 2020, que se había diseminado? ¿Más extraño, impráctico, y distópico, que gastar billones de dólares para fomentar la demanda del consumidor de suministros de productos que la histeria de las cuarentenas y el COVID aseguró que no serían producidos?

¿Es preguntarle a la gente quién es, o que teme que lo sea, vulnerable al COVID, más extraño, impráctico, y distópico que ponerles mascarillas a los bebés? ¿Más extraño, impráctico, y distópico que obstruir el acceso a todo cuido de la salud, excepto el cuido por el COVID? ¿Más extraño, impráctico, y distópico que otorgar poderes sin precedente en tiempos de paz a burócratas para emitir órdenes arbitrarias con base en información que, en muchos casos, posteriormente esos mismos funcionarios llegaron a negarlas o revertirlas?

¿Y sería el uso de trajes protectores contra materiales peligrosos más surrealista que vaciar las calles de ciudades importantes, como Nueva York, Londres, Sidney, y Shanghái? ¿Más surrealista que equipos deportivos jugando en estadios y coliseos cuyos asientos estaban llenos sólo de “fanáticos” de imágenes de cartón recortadas? ¿Mas surrealista que imponer límites al número de amigos y miembros de la familia a quienes se les permitía reunirse en casas privadas? ¿Más surrealista que altos funcionarios de gobierno tramaran silenciar a científicos prominentes, por la ofensa de diferir de esos mismos funcionarios de gobierno?

Por supuesto, en la realidad, la Protección Enfocada no requiere que ancianos y vulnerables usen trajes protectores contra materiales peligrosos, aunque ellos estarían en libertad de hacerlo si así lo desearan. (Literalmente, en noviembre del 2020, vi una joven mujer abordar un vuelo de Washington a Dallas usando un traje protector contra materiales peligrosos.) Empresarios y funcionarios del cuido de la salud habrían encontrado otras formas más convencionales de proteger al vulnerable, en formas que habrían sido menos extrañas, imprácticas, distópicas, y surreales que usar trajes protectores contra materiales peligrosos, pero, y he aquí el punto importante, mucho menos extrañas, imprácticas, distópicas, e irreales -a la vez que, también, fueran más efectivas en salvar vidas- que lo fue el experimento terrible infligido sobre la humanidad desde inicios del 2020.

Muchas gracias.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.