¿Cuándo en nuestro país, quienes nos impusieron una serie de medidas no farmacéuticas para controlar el COVID, y quienes aún siguen defendiéndolas, harán une comparación del costo beneficio de ellas, de beneficios en cuanto a la reducción real de muertes verdaderamente debidas al Covid y no necesariamente por otras enfermedades mortales concomitantes, y de todos los costos derivados de esas medidas, como pérdidas de ingresos de generaciones futuras por los cierres escolares, los aumentos de alcoholismo, los casos de suicidio y problemas psicológicos y de agresión en los hogares derivados de los cierres, servicios médicos que se dejaron de dar por atender los del Covid, aumento en la obesidad, quiebras y cierres de negocios, pérdidas de empleos e ingresos, desempleo masivo, entre otros costos que suelen ser omitidos al hablar de la enorme conveniencia de las acciones de control tomadas por diversas autoridades para controlar el Covid?

CONSIDERANDO TODOS LOS COSTOS

Por David Gillette & Caroline Wright
American Institute for Economic Research
21 de mayo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es david gillette & caroline wright american institute for economic research, costs, May 21, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

¿Qué tienen en común acelerar mientras se maneja, ver compulsivamente otro episodio en la televisión, y pulsar de nuevo el botón de repetición? Para nuestro punto, ¿qué tienen en común estas cosas con la respuesta nacional, aquí en Estados Unidos, hacia la pandemia del COVID-19?

¿La respuesta? Un simple análisis de costo-beneficio… al menos en teoría. ¿Qué tan bien usamos esta herramienta de economía básica cuando miramos el país? ¿Consideramos tanto los costos como los beneficios de una cuarentena sobre nuestra economía y progreso humano? O, ¿sólo los beneficios potenciales? Examinemos algunos datos.

La mayoría de nosotros aceptó la prudencia de una cuarentena temporal para “aplastar la curva.” No obstante, al pasar las semanas, frases como “la nueva normalidad” llegaron a ser la norma en las estaciones noticiosas a través del país, y rápidamente quedó claro que regulaciones “temporales,” y el temor a políticas de marcas registradas, se iban a quedar.
Cuando “temporal” se convirtió en meses y años, los costos de las cuarentenas se hicieron más evidentes e inevitables.

Deliberaciones politizadas y unilaterales se enfocaron sólo en los beneficios inmediatos que con ellos traerían consecuencias amargas. Frédéric Bastiat, sin duda alguna, regañaría a los modernos hacedores de políticas por haber considerado sólo los beneficios visibles de las cuarentenas: menos vidas perdidas por el COVID, al tiempo que básicamente ignoraron, subestimaron o descartaron preocupaciones de costos al cerrar el país. Una retórica incrementada sofocó el debate con quienes se atrevieron a plantear tales inquietudes. Las preocupaciones de epidemiólogos de la enfermedad infecciosa y científicos de la salud pública detrás de la Declaración de Great Barrington, junto con otros investigadores del American Institute for Economic Research, quienes pedían tomar en cuenta las condiciones de costos de las cuarentenas, fueron descartadas por ignorantes y distractoras fuera de tono, por quienes estaban trabajando duro por convencer al público de que ellos estaban haciendo lo correcto. A pesar de eso, un meta-análisis de Johns Hopkins concluyó que, si bien las “cuarentenas tuvieron pocos o nada de efectos sobre la salud pública, han impuesto enormes costos económicos y sociales en donde se adoptaron.”

Funcionarios de gobierno vendieron las cuarentenas y restricciones como forma de salvar vidas y aliviar la presión sobre hospitales y otras instalaciones de cuido de la salud. Pero, al intentar hacerlo, ¿cuántas vidas destruyeron las cuarentenas? Bastiat escribió: “Entre más dulce sea el primer fruto de un hábito, más amargas las consecuencias.” Amargos son, en efecto, los efectos secundarios de las cuarentenas que inicialmente pasaron sin ser examinados: el desempleo masivo, aumentos en suicidios, cánceres no diagnosticados, y daños por accidentes no tratados.

Los datos muestran que la propia respuesta nacional a la pandemia -no sólo al virus del COVID-19- condujo a miles de muertes. Our World in Data explica que Estados Unidos sufrió significativamente un total de más muertes en exceso en el 2020, que el número confirmado de muertes por el COVID. Hallazgos similares se presentan en un artículo del National Bureau of Economic Research (NBER) de Virat Agrawal et al., y por Leslie Scism en la cobertura del Wall Street Journal de pagos de seguros de vida. Temas como tasas de suicidio incrementadas, uso de drogas, obesidad, y presiones (presentes o futuras) sobre el sistema de cuido de la salud, todos, contribuyeron a aumentar las muertes en exceso.

Al causar estragos las cuarentenas sobre vidas y familias de las personas, la furia y la amargura empezaron a dividir el país. Las tensiones nacionales aumentaron, al quedar claro que los pesos de las cuarentenas cayeron desigualmente sobre el pueblo estadounidense. Muchos promotores de cuarentenas de cuello blanco podían trabajar desde sus hogares. En contraste, otros sufrieron cargas desproporcionadas, tales como lo fueron propietarios de negocios pequeños, y trabajadores en ocupaciones de hotelería y servicios, por medio de pérdidas de empleos, y tratamientos de salud pospuestos, noticias de desahucio, y más. Los lideres nacionales hablaron de abnegación y responsabilidad social, aparentemente olvidando que no todos los estadounidenses podían soportar el costo de poner sus vidas en suspenso. Si bien en ese momento los beneficios por ayuda ante el COVID compensaron algunos de estos costos, claramente, hacer depósitos en millones de cuentas de bancos de Estados Unidos no podía resolver todos los problemas de la nación. Las estadísticas revelan que las cuarentenas tenían costos, tanto monetarios como psicológicos, que golpearon más fuertemente a trabajadores de salarios bajos y minorías. Mientras trabajadores de ingresos medios y altos hablan acerca de la importancia de adherirse a las directrices estrictas por el COVID, trabajadores de menores ingresos luchan contra los efectos de una de las más profundas recesiones en la historia estadounidense, primero en forma de pérdida de ingreso y, ahora, al regresar a trabajar, por una inflación creciente.

Asuntos crecientes de salud mental son visibles través de una cantidad desbordada de muertes por sobredosis de drogas y relacionadas con el alcohol. Un año después de estar en pandemia, los hospitales a lo largo del país reportaron aumentos significativos en la cantidad de pacientes por hepatitis alcohólica y fallos hepáticos ̶ en particular aquellos en recaída. Los CDC reportaron un 26 por ciento más de sobredosis de drogas en el tercer trimestre del 2020 que en el año previo y un reporte en la revista Journal of the American Medical Association indica que las muertes relacionadas con el licor aumentaron un 25 por ciento entre el 2019 y el 2020, comparado con un 5 por ciento entre el 2018 y el 2019. El aislamiento y tasas mayores de ansiedad y depresión auto reportadas exacerbaron el abuso y recaídas de substancias, ambas posiblemente contribuyendo a un alza en suicidios. Las visitas a cuartos de emergencias por intentos de suicidio en adolescentes, aumentaron en casi un 40 por ciento en los meses de invierno del 2021, en comparación con el mismo período del 2019.

Investigadores de la salud mental reportan que, por cada suicidio, aproximadamente hubo veinte intentos más de suicidio, sugiriendo efectos de la respuesta al COVID-19 sobre vidas y salud mental de miles de estadounidenses adicionales a los reportados aquí. Asimismo, investigadores psiquiátricos ligan el desempleo con un riesgo mayor de suicidios. Combinados con el hecho de que, más de un 40 por ciento de la fuerza de trabajo sufrió perdidas en empleos, horas, e ingresos, debido a restricciones por cuarentenas, estas tragedias difícilmente son un misterio. Tal vez entre los factores que elevan los suicidios se incluyen los sentimientos abrumadores de desvinculación y asilamiento asociados con el desempleo, lo que, también, puede contribuir a tasas menores de empleo e ingresos a universidades de gente joven.

Preocupa el fallo en considerar seriamente la muerte y devastación potenciales que podrían causar las cuarentenas. ¿Cómo puede el pueblo estadounidense confiar en el consejo de quienes se rehúsan tan abiertamente a reconocer el otro lado de la moneda? Tal reticencia señala la severidad de una división nacional importante que puede ser difícil de reconciliar. Aseverar que los beneficios de las cuarentenas exceden los costos es una cosa, ignorar los costos del todo es otra. En el mejor de los casos, Bastiat caracterizaría este comportamiento como mala política, que se apropia de un puñado de beneficios de corto plazo visibles inmediatamente, a la vez que ignora el sufrimiento menos fácilmente visto. Dos años después de empezar la cuarentena nacional, podemos identificar algunos de los costos no vistos. Sin embargo, podemos necesitar décadas para entender plenamente tanto los costos y beneficios de la cuarentena económica, así como la extensión del daño.

Si bien somos conscientes de que Estados Unidos se recuperará plenamente de esta respuesta a la pandemia y que las restricciones se echarán para atrás, aprenderemos de esta experiencia costosa sólo si vamos hacia adelante, con una comprensión más profunda de la importancia de reconocer tanto lo visto como lo no visto. Tal vez, entonces, habremos ganado algo. Sin duda, el futuro traerá decisiones más difíciles que requerirán un análisis de costo-beneficio efectivo que identifique el mejor curso de acción. Al enfrentar llamados a “hacer algo” sin importar a qué costo, debemos recordar que no existe una varita mágica, ni tampoco soluciones, sino compensaciones.

David Gillette es profesor de economía en la Universidad Estatal Truman, recibió el premio del Gobernador de Missouri por Excelencia en la Enseñanza, y el premio Educador del Año patrocinado por estudiantes de Truman. Regularmente coordina series de oradores y grupos de lectura en que los estudiantes exploran áreas de interés que no se tratan en el currículo principal de economía. Su investigación se centra en pedagogía, particularmente en economía. Ha publicado trabajos en The American Economist, Teaching of Psychology, Jossey-Bass, New Directions for Teaching and Learning, y tiene artículos próximos a ser publicados en el Journal for Economic Educators, y en el Journal of Economics and Finance Education.

Caroline Wright es estudiante de penúltimo año en Truman State University, en Kirksville, Missouri, en donde estudia primariamente Economía y Administración de Negocios, y sigue, en segundo lugar, estudios en Español para Sistemas Profesionales y de Justicia. Miembro tanto de Phi Beta Kappa como de la Sociedad Pershing en Truman, sirve como tesorera de su hermandad femenina Sigma Sigma Sigma, y espera llegar a ser asesora financiera. Sus aficiones incluyen escritura, caminatas, y viajar.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.