POR QUÉ EN EL SIGLO XXI LA HISTORIA ES IMPORTANTE PARA LA LIBERTAD

Por John Hulsman
Liberty Fund
15 de abril del 2022

Invitamos a John Hulsman a escribir el ensayo de este mes de Liberty Matters, “Why History Matter fo the 21st Century Liberty” [“Por qué en el siglo XXI la historia es importante para la libertad”], pues hemos estado siguiendo su cobertura de la guerra en Ucrania. La cobertura fue esclarecedora y exacta, per, en particular, fuimos impulsados a ella porque siempre estuvo asentada profundamente en el contexto histórico. Ya sea que derivó de las historias específicas militares y políticas de Rusia y Ucrania, o del contexto muy evidente de la historia militar. La cobertura de Ucrania por Hulsman nos impactó -por sí misma- como una defensa importante de la necesidad de estudiar el pasado para entender el presente. Al invitarle a responder la pregunta de por qué la historia es importante para la libertad en el siglo XXI, de seguido parecía ser el siguiente paso natural. Los tres estudios de casos que él brinda a los lectores de este mes de Liberty Matters invitan y desafían al pensamiento. Ellos no se guardan nada. Demandan que leamos más, estudiemos más fuertemente, y lo hagamos mejor. Y constituyen un argumento inspirador para creer que ahora y siempre la historia importa.

“Si ignoras lo que ocurrió antes que tú nacieras, siempre serás un niño.” ̶ Marco Tulio Cicerón

INTRODUCCIÓN: LAS IDEAS SON UNA COSA MUY PRÁCTICA

Muy a menudo, en el mundo moderno, separamos las ideas del ámbito de la vida cotidiana, como si las cosas que fuimos obligados a aprender en la escuela tienen poco que ver con la vida tal como es en realidad vivida.

En el transcurso de administrar una firma de riesgo político global durante los últimos 16 años, puedo decir que nada está más lejos de la verdad. De hecho, el éxito de nuestro trabajo está condicionado por una idea sumamente importante, que cada día ponemos en práctica: La historia informa al mundo en que vivimos, explicando lo que somos e -igualmente importante- hacia dónde vamos. Cicerón estaba en lo correcto. No entender la historia es permanecer siendo por siempre un niño, sin darse cuenta de cómo funcionan genuinamente el mundo y los seres humanos.

Si la historia es necesaria para obtener un sentido de cómo vivieron en la realidad los seres humanos, entonces, defender la libertad humana -tal vez el regalo más grande con que la historia vivida nos ha dotado- sólo se puede lograr si uno puede navegar a través de los muchos peligros del mundo. La libertad debe protegerse de las fuerzas autoritarias internacionales de afuera, de las fuerzas domésticas a lo interno, y -tal vez lo más peligroso de todo- de la ignorancia que nuestro sistema educativo actual ha instigado, por la que generaciones completas de nuestros ciudadanos futuros casi no tienen conocimiento alguno acerca de la historia del mundo que vino antes que ellas. Considere este ensayo para el Liberty Fund -peleando la buena batalla en este frente crucial- como mi contribución modesta para ganar esta batalla de batallas.

ESTUDIO DE CASOS NÚMERO UNO: LA INVASIÓN RUSA DE UCRANIA

Como un pensador protagónico de la escuela de pensamiento realista en las relaciones internacionales, puedo dar fe del hecho de que una de las fuerzas más grandes del realismo es su admonición de que es absolutamente necesario, para “entender” a los enemigos de Estados Unidos, usar el conocimiento de su historia para analizarlos, evaluarlos, y luego vencerlos. La pregunta para los realistas no es “¿Qué haría yo si estuviera en los zapatos de Castro?” si no, más bien, “Dada la historia de Castro, ¿Qué haría Castro?”

Acerca de la reciente invasión rusa a Ucrania, mi firma -casi exclusivamente- predijo que la invasión ocurriría en la realidad, “señalando” en noviembre que tendría lugar en febrero. La razón de por qué estuvimos en lo correcto, en términos de riesgo político, no se debe a algunos poderes místicos (aunque puede decirse que los primeros analistas de riesgo fueron las Pitonisas de Delfos en la antigua Grecia). Más bien, es nuestro enfoque en la historia lo que provee el elixir mágico del contexto analítico que nos da una ventaja primordial.

Uno debe tomar en serio a los enemigos autoritarios, entendiendo su biografía en un esfuerzo por vencerlos. En el caso del presidente ruso Vladimir Putin, él básicamente quiere decir lo que dice y dice lo que quiere decir. Si bien sus bases intelectuales están lejos de las mías, al entender realmente su biografía se pueden evaluar en tiempo real sus acciones, que es precisamente lo que hicimos.

Desde que sorprendentemente llegó al poder en Rusia en 1999, Putin, a menudo, ha lamentado el colapso de la Unión Soviética, diciendo que equivale a la tragedia política más grande del siglo XX. Cuando uno considera el contexto histórico de ese comentario bañado en sangre -con decenas de millones muriendo a manos de monstruos como Hitler, Stalin, y Mao- para destacar el colapso de la URSS como una tragedia mayor que, digamos, la Segunda Guerra Mundial, en el mejor de los casos es impactante, y, en el peor, muy extraño. No obstante, es así como Putin siente.

Para el dictador ruso, la autoinmolación de la Unión Soviética dejó a Rusia humillada, despojada, y un hazmerreír internacional. Terminados estaban los días confortables y comprensibles del surgimiento de Putin como hombre hábil de la KGB en Alemania Oriental, cuando la URSS era temida, respetada, y tratada como un superpoder. En cambio, en un cerrar de ojos histórico, se desvaneció el mundo confortable de Putin.

Todo lo que ha hecho a partir de ello es un esfuerzo por “Hacer a Rusia Grande Otra Vez.” Como su héroe, Pedro el Grande, el actual zar ruso quiere restaurar el prestigio ruso, resucitando un concepto geopolítico muy antiguo y orgánico, que ha protegido a la “Madre Rusia” por siglos, aquel de profundidad estratégica.

Cuando Rusia ha sido exitosa, ha organizado una serie de países satélites en frente de ello, proveyéndose a sí misma con una profundidad estratégica al llegar los invasores. Al atravesar las vastas distancias desde sus tierras natales a través de los satélites y, luego, por fin ingresar a las vastas estepas rusas, los invasores han sido absorbidos por la inmensidad del propio país.

De hecho, en tres ocasiones (contra Carlos XII de Suecia en el siglo XVIII, Napoleón en el siglo XIX, y Hitler en el siglo XX) los defensores cambiaron la tierra por el tiempo, y, luego, dejaron que el invierno ruso hiciera su temido trabajo. No es extraño o anacrónico que Putin desee reestablecer a Rusia, ya sea el estatus de Rusia como gran poder, o el modelo de profundidad estratégica que lo garantiza.

De nuevo, mirando históricamente, la invasión de Ucrania no es un acontecimiento aislado. Por el contrario, Putin ha estado definiendo su plan durante la totalidad de su tiempo en el poder. Él ha restaurado la influencia rusa tradicional en los Balcanes. Al salvar de su pueblo el año pasado al dictador Alexander Lukashenko, convirtió a Bielorrusia en una firme satrapía de Moscú. Con posterioridad a su invasión de Georgia en el 2008 y después de tener éxito el año pasado en negociar un fin a la guerra de Armenia y Azerbaiyán, el Kremlin está de regreso como la fuerza dominante en la región del Cáucaso.

Incluso la vieja base naval de Tartús ha sido reclamada, luego de la intervención exitosa de Rusia en la sangrienta guerra civil de Siria. Pero, la pieza final del rompecabezas, la joya de la corona de cualquier táctica de estrategia profunda, debe dejarle a Moscú un estado ucraniano distendido a la par, en vez del régimen prooccidental que allí existe en el presente.

Como Jeffersoniano convencido, ciertamente no suscribo las ideas zaristas de Putin; pero, como analista de riesgo político informado por la historia, las entiendo. Mejor aún, al entender lo que Putin está tratando de hacer, los Estados Unidos pueden vencer a sus oponentes autoritarios alrededor del mundo, al conocerlos y entenderlos mejor que como ellos nos conocen y nos entienden. Tampoco la libertad se puede defender de sus muchos enemigos, a menos que históricamente lleguemos a conocerlos.

ESTUDIO DE CASOS NÚMERO DOS: LA CRISIS DEL COVID-19

Durante los últimos veinte años, he vivido en todas partes del mundo; durante esa época he llamado mi hogar a Washington, Inglaterra, Holanda, Berlín y Bavaria. Pero, ninguna parte en que haya vivido es más agradable que Milán, en donde actualmente paso mi tiempo. Los clichés acerca de Italia son ciertos: hay una alegría de vivir, un amor por la cultura, la historia, la comida y el estilo, que la convierten en única en el mundo, y un lugar por el que conservo el mayor cariño.

Pero, allí hay una parte oscura más débil para la vida, como existe en mucha de la Europa Occidental que conozco tan bien. Dicho con toda claridad, los amigos de Europa Occidental no valoran la libertad individual de la misma forma como nosotros lo hacemos. Si bien califican como demócratas, innegablemente los europeos occidentales son más estatistas, más burocráticos, y más tecnocráticos de lo que cualquier Jeffersoniano estadounidense puede tolerar. De nuevo, conocer la historia brinda la clave para entender el peligro doméstico, y brinda una razón para combatirlo.

La pandemia del Covid-19 golpeó a Italia pronto y duro. Su respuesta, como en la mayoría de los estados occidentales, fue aquella de cuarentenas cuestionables, uso obligatorio de mascarillas, y un aumento alarmante -y no muy discutido- del poder del gobierno a expensas del individuo. Incluso en esos primeros días, cité la sabia admonición del Dr. Franklin, de que, quienes están contentos cambiando su libertad por seguridad, no merecen ninguna de ellas.

Pero, después, el no electo primer ministro de Italia (sirve como la cabeza de un gobierno de unidad), Mario Draghi, fue un paso más allá. Su gobierno promulgó el uso de un pase verde, sin el cual a nadie se le permite hacer las cosas más básicas, como andar en metro, ir a trabajar, entrar a un restaurante, o tener acceso a la mayoría de la vida moderna.
Este pase sólo se otorgaba a un ciudadano si hizo lo que el gobierno le dijo que hiciera; esto es, vacunarse varias veces para el Covid-19. Si bien en lo personal he elegido vacunarme, eso en realidad es irrelevante; el gobierno italiano de facto estableció hacer obligatorio a sus ciudadanos hacer lo que el gobierno quería, sin una votación de jure para hacerlo. Armado de mi entendimiento histórico de los fundadores de los Estados Unidos, llegue a ver eso como una tiranía tecnocrática.

Así que, en vez de abrir el debate parlamentario para discutir la obligatoriedad de las vacunaciones, el gobierno italiano esquivó el proceso democrático, imponiendo el pase verde por decreto, un pase que todavía es (después de todo este tiempo) necesario.

Esto trae de nuevo al frente a John Locke. Locke, el gran filósofo político inglés que está detrás de la gran declaración de Jefferson, dejó claro que la creencia en la ley natural significaba derechos que vienen de la naturaleza o de Dios, y que son irrenunciables a todo ser humano. En particular, los derechos a la vida, libertad, y propiedad (“la búsqueda de la felicidad”) son sacrosantos. Los individuos, viviendo en una sociedad en común, le permiten a un gobierno en común que presida (con base en el gobierno popular), pero no le ceden la esencia de sus libertades individuales. Entonces, los derechos provienen de la gente y son prestados al gobierno, no al revés.

Debido a esto, en Italia y mucho de Europa, en todas partes el Pase Verde llegó a poner muy nerviosa a la gente libre. En esencia, el buen tecnócrata que es Draghi (solía administrar el Banco Central Europeo), está diciendo “yo sé más acerca del Covid-19 (un hecho muy disputado, dado el registro histórico lastimero de los gobiernos occidentales durante la pandemia); si usted hace lo que yo digo, y se comporta bien, restauraré su libertad, como si esos derechos vinieran de un gobierno omnisapiente.” Francamente, esta es una abominación para cualquier amante de la libertad.

Pero, para conocer lo que está mal con la tecnocracia europea, es necesario un conocimiento de la teoría de la ley natural, y para conocer eso, se requiere percatarse de la historia específica de John Locke. Para pensar y argüir contra tales incursiones domésticas atroces contra la libertad, la historia es nuestra espada poderosa.

ESTUDIO DE CASOS NÚMERO TRES: MIS INTERNOS Y CICERÓN

Aquí los nombres han sido cambiados para proteger al culpable. He tenido el placer de trabajar con cientos de internos en mi firma de riesgo político. En la mayoría de los casos, emerge el maestro latente que yace dentro de mí (en una vida previa enseñé cursos en la Universidad de St. Andrews y en la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad Johns Hopkins en Washington) y he disfrutado grandemente el estímulo intelectual que ellos han brindado, al igual que tuve la esperanza de iniciarlos en el rumbo de sus carreras. Pero, pese al placer, crecientemente un pensamiento incómodo ha venido a alterar mi contacto con ellos: dicho con toda crudeza, muchos de los internos con quienes he trabajado han sido estafados en lograr su educación (a pesar de que la mayoría de ellos fue a universidades de alta reputación) y sencillamente no saben mucho de cosa alguna.

Esta tendencia destructora del alma ha empeorado al pasar los años. Por fin, hace poco, después de trabajar intensamente con tres internos sumamente brillantes con los que me estaba llevando, en un impulso, les pregunté en una conferencia si podían nombrar cinco secretarios de Estados de los Estados Unidos. Para mi horror, ninguno pudo. El silencio imperó por al menos un minuto, mientras intentaba pensar qué decir sin aullarle a la luna.

Finalmente, logré balbucear que, si usted fuera un químico, necesitaba saber que era un átomo de carbono para ser bueno en química. Para ser bueno en riesgo político, o en asuntos internacionales -en precisamente la misma forma- usted tenía que conocer la historia básica de Estados Unidos y muchos otros países, de otra manera, todo lo que estaban haciendo era mentirles a sus superiores o autoengañándose. Sin censura (aunque en verdad me dio cólera) de inmediato demandé que volvieran y empezaran a leer lo básico de la historia de Occidente, antes de pasar al resto del mundo.

No me siento mejor si pienso que este es un caso aislado. Muchos años antes, en una clase de alto nivel de política externa estadounidense en St. Andrews, exactamente pasó lo mismo. Siendo un estudiante idealista, estuve de acuerdo durante esos cuatro años en enseñar gratuitamente un “curso básico de historia estadounidense del siglo XX”, tan sólo porque no podía soportar tener discusiones acerca de política externa que estaban sustentadas en… bueno, en nada.

Más que Vladimir Putin, más que gobiernos hambrientos de poder (y, como dijo Jefferson, todos los gobiernos quieren acumular poder), es la aceptación de esta ignorancia de la historia lo que constituye el mayor peligro que encara el florecimiento constante de la libertad en el mundo. Porque, si la próxima generación no es consciente de cómo la libertad llegó a ser, lo que ha costado, las muchas amenazas hacia ella, y cómo la libertad puede ser protegida, entonces, -como lo puso Cicerón- está condenada a permanecer siendo de niños.

Debemos dejar de dar buenas notas a estudiantes cuando nos damos cuenta que en nuestro corazón de corazones, ellos saben muy poco; todo lo que estamos haciendo es condenar a nuestra sociedad a la decadencia. Otra lección abyecta de la historia -como escribí en To Dare More Boldly: The Audacious Story of Political Risk- es que los mayores peligros para las sociedades vienen desde su interior, que los países y la libertad se desvanecen y se desploman debido a la decadencia, al aceptar lo inaceptable, y tolerar lo intolerable.

La libertad depende de conocer la historia. El peligro más grande es simplemente no enseñar a los jóvenes el contexto crucial de por qué estamos aquí, que el valor de nuestros derechos va más allá de rubíes. Al hacerlo, toleramos que ellos se conviertan en bárbaros, niños que no tienen ni idea de por qué el mundo es de la forma en que es. Depende de nosotros hacerlo mejor. Por mi parte voy a intentarlo.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Durante los últimos quince años, el Dr. John C. Hulsman ha sido presidente y socio administrador de John C. Hulsman Enterprises, una prominente firma consultora de riesgo político global. Literalmente, el sol nunca se acuesta en el análisis de riesgo político que hace John: Es columnista sénior de City AM, el periódico de la ciudad de Londres, a la vez que también escribe regularmente acerca de geopolítica macroeconomía, y política para Arab News en Riyadh, el periódico The Hill en Washington, Aspen en Roma, y varios sitios en Nueva Delhi.

Previo a esto, Hulsman sirvió como compañero en Estudios de Política Europea del Centro de Estudios Estratégicos (CSIS por sus siglas en inglés) y durante siete años compañero de investigación sénior en Geopolítica y Política Internacional en la Fundación Heritage, el mayor centro de pensamiento del mundo. Una persona enterada de Washington, es miembro vitalicio del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, la destacada institución de política internacional de Estados Unidos. Hulsman es autor de todos o partes de 14 libros, ha brindado más de 1560 entrevistas, escrito más de 1100 artículos, preparado más de 1360 audiencia, y dado más de 620 discursos acerca de riesgo político global y la política externa, para grandes corporaciones y gobiernos alrededor del mundo.

Hulsman se ha ganado un nombre como pronosticador preeminente del riesgo político global en nuestra nueva era multipolar, siendo el único que vaticinó el resultado del referendo del Brexit, perfectamente la elección del 2020 en Estados Unidos (presidencia, congreso y senado), el arribo de la Guerra Fría chino-estadounidense, los fracasos trágicos en construir naciones en Irak y Afganistán, y el surgimiento de la inflación endémica, así como acertó en 18 de las 20 principales predicciones de riesgo político hechas por su firma. Su trabajo más reciente, el éxito de ventas To Dare More Boldly: The Audacious Story of Political Risk, fue publicado por la Princeton University Press en abril del 2018 y está disponible en Amazon.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.