Explicaciones sencillas de los errores de los argumentos proteccionistas, que, como la mala hierba, nunca mueren y que son bendecidos por los que se favorecen empobreciendo a otros, principalmente consumidores sujetos a disposiciones de gobiernos que, ante todo, prefieren usufructuar con las rentas que son tan buscadas por los proteccionistas.

SU ARGUMENTO SIGNIFICA…

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
9 de mayo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research, argument, May 9, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Una forma a prueba de fuego para probar la integridad de cualquier argumento a favor de la intervención gubernamental en la economía, es determinando lo que lógicamente implica ese argumento, y, después, preguntar si los proponentes del argumento aceptan esas implicaciones. Si las implicaciones son rechazadas, entonces, en sí, el argumento es altamente sospechoso.

Considere el argumento de que el libre comercio es aconsejable -o que funciona- sólo si los “ganadores” del comercio compensan a los “perdedores del comercio. El atractivo superficial de este argumento es obvio. Si los consumidores estadounidenses ganan un acceso mayor al acero hecho en el exterior, algunos trabajadores estadounidenses del acero perderían empleos, a la vez que pierden riqueza otros estadounidenses que tienen acciones de corporaciones acereras de Estados Unidos. ¿Por qué, entonces, como condición para que el gobierno de Estados Unidos permita a los consumidores un acceso mayor al acero hecho en el extranjero, requiere que los ganadores (esto es, los consumidores que logran acero a precios menores) compensen a los perdedores (esto es, a trabajadores del acero que pierden sus empleos, y a dueños de las acererías que pierden riqueza)? Esta conclusión sólo parece fortalecerse más por la demostración clara de la teoría económica, de que, en casi todas las circunstancias plausibles, las ganancias de los ganadores por un comercio más libre exceden las pérdidas de los perdedores.

Una objeción razonable y, creo, suficiente a tal política de compensación es advertir la dificultad para cualquier gobierno de llevarla a cabo en la práctica. En la realidad, la economía global es mucho más compleja de lo que puede ser capturado por la mente humana. Y, así, identificar correctamente a todos los ganadores y perdedores y, luego, arreglar una compensación justa de los últimos por los primeros, mostrará, en la práctica, ser imposible.

Pero, esa política de compensación está sujeta a una objeción más fundamental; esta es, que su premisa principal es rechazada aún por sus impulsores. Para ver cómo, pregúntele a un proponente de esa compensación si, también, cree que el gobierno de Estados Unidos debería impedir que los estadounidenses compren acero producido en nuevas acerías erigidas en Alabama, hasta, y a menos, que los ganadores de esas compras compensen a los perdedores. La respuesta será, “No, por supuesto que no.”

No obstante, nada de relevancia distingue una oferta mayor de acero proveniente de Alabama, que causa la pérdida de empleos de trabajadores del acero en Ohio y Pennsylvania, de una oferta mayor de acero que viene de Brasil, que ocasiona esas pérdidas de empleos. Si un proteccionista no está dispuesto a usar el poder del gobierno para obstruir la habilidad de los estadounidenses de comprar más acero de las acerías de Alabama, no hay razón económica para tomar en serio a este proteccionista, cuando insiste que el gobierno debería obstruir la habilidad de los estadounidenses de comprar más acero de productores del exterior.

Pero, ¿qué tal si un proteccionista listo responde “sí” a la pregunta acerca de requerir que, quienes “ganan” por un acceso incrementado al acero producido en Alabama, compensen a quienes “pierden”? Entonces, a ese proteccionista se le debería presentar un segundo escenario hipotético y una segunda pregunta: “Suponga que un empresario crea una innovación que permite que una cantidad dada de insumos usada en acerías estadounidenses, produzca un 50 por ciento más de producción que la que era posible antes de la innovación. ¿Cree usted, señor Proteccionista, que este empresario, como condición para que se le permita poner en práctica su innovación, debe primero estar de acuerdo en unirse con sus clientes, para compensar los trabajadores del acero que perderían sus empleos como resultado de esta innovación”?

Muy pocos proteccionistas endosarían condicionar la puesta en práctica de tal innovación a un requisito de que los “ganadores” compensan a los “perdedores.” Pero, por supuesto, desde la perspectiva de los trabajadores que pierden empleos en las acerías, nada distingue a estadounidenses que logran un acceso mayor al acero como resultado de una innovación tecnológica, de estadounidenses que logran un mayor acceso al acero como resultado de menores barreras al comercio. Ambos desarrollos “destruyen” algunos empleos en las acerías estadounidenses.

No obstante, imagine que el proteccionista con quien usted está discutiendo, se jacta de poseer un intelecto singularmente hábil y astuto. Determinado a no verse atrapado por lo que él cree es su fundamentalismo de mercado, neoliberal, e ideológicamente blindada prestidigitación, el proteccionista está de acuerdo en que, sí, la puesta en práctica de tal innovación debe estar condicionada a que los “ganadores” compensen a los “perdedores.”

Después de indicarle a su adversario proteccionista que, abandonar una política de lo que Adam Thierer del Mercatus Center llama “innovación sin permiso,” infligiría daño económico significativo a gente común y corriente, usted tiene una tercera pregunta que plantearle al proteccionista. Es esta; “¿Cree usted que a los consumidores se les debería prohibir por la fuerza actuar ante cambios en sus gustos y preferencias, hasta que, y al menos, ellos primero compensen a los ‘perdedores’”?

Su adversario proteccionista le mira a usted con extrañeza. Entender con simpatía que la mente proteccionista es, en realidad, no muy hábil ni astuta cuando se trata de cuestiones de economía, usted detalla. “Siempre que cambian los gustos de consumidores, algunos empleos se destruyen. Por ejemplo, hace alrededor de unos 25 años, muchos estadounidenses se enamoraron de la dieta Atkins. Ellos perdieron mucho de su gusto por alimentos altos en carbono e intensificaron sus preferencias por comidas altas en proteína. Como resultado, muchos cerveceros y panaderos perdieron sus empleos, a la vez que muchos vinicultores, carniceros, y rancheros disfrutaron de mayores ingresos,
¿Debería el gobierno haberles impedido a estadounidenses que redujeran sus compras de cerveza, pasta, y donas, hasta que, y al menos, esos estadounidenses, junto con los vinicultores, carniceros, y rancheros, se pusieran de acuerdo en compensar a cerveceros y panaderos?”

Si su adversario proteccionista fuera a consentir tal uso de coerción gubernamental, se expondría como poco diferente de Stalin y Mao en su desprecio sumo hacia esferas de acción privada, combinado con su fe extrema en los poderes cuasi divinos y autoridad del estado. Pero, en realidad, el proteccionista, con seguridad, evitaría exponerse de tal forma. En vez de eso, intentaría distinguir a cambios en gustos y preferencias de consumidores, de un acceso mayor del consumidor a importaciones.

Pero, un conocimiento de economía le permite a usted explicar por qué fracasa cada diferencia intentada. Aunque se da cuenta que las probabilidades de que su adversario proteccionista admita la derrota intelectual, están entre ligera y ninguna, a pesar de ello, usted le explica que, debido a que todos los empleos creados en la economía de mercado, en última instancia dependen de las elecciones tomadas libremente por los consumidores, todos los empleos perdidos en economías de mercado, son igualmente resultado de elecciones libremente efectuadas por consumidores. Económicamente hablando, absolutamente nada distingue pérdidas de empleos por importaciones, de empleos perdidos por la innovación o cambios en gustos de los consumidores.

Una consecuencia notoria de este hecho es que el proteccionismo, en su esencia, es una ideología opuesta a los consumidores. Es una doctrina que trata con desprecio los deseos de hombres y mujeres ordinarios, quienes prosigan pacíficamente la felicidad y prosperidad según juzgan. El proteccionismo, seguido consistentemente, despoja a cada persona de su libertad para realizar elecciones económicas, ya que esclaviza a cada persona a productores políticamente poderosos existentes. Bajo aquel, la economía es un proceso, no para satisfacer en lo máximo posible las necesidades humanas, sino, en vez de ello, para subsidiar el desempeño de actividades que son primordialmente de valor para relativamente pocos individuos, quienes son subsidiados para llevar a cabo esas actividades y de poco o ningún valor para la vasta mayoría de gente, que se ve obligada a pagar esos subsidios.

Todo argumento proteccionista implica que la prosperidad surge más, cuando el gobierno coercitivamente hace arreglos para que la gente produzca bienes y servicios de menor valor que el que sería de bienes y servicios producidos bajo libre comercio. Dado que no es posible que algún proteccionista pueda explicar cómo el gobierno eleva la prosperidad arreglando los recursos para que así se desperdicien, al final de cuentas, todo argumento proteccionista es ejemplo de estupidez ilógica, pura y simple.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.