Un artículo muy interesante y relevante en la actualidad y siempre.

LOS LÍMITES DE LA CIENCIA EN LA PANDEMIA

By Tod Worner
Law & Liberty
4 de abril del 2022

Cuando empezó la pandemia del COVID-19, había una cantidad increíble de temor e incertidumbre. Empezando en China y diseminándose a través del mundo, las historias de personas devastadas con fiebres altas, fallo respiratorio y, en última instancia, la muerte, crearon una profunda preocupación y asombro. Abundaron preguntas urgentes: ¿Qué está causando esto? ¿Cómo se disemina? ¿Quién tiene el riesgo más alto? ¿Como tratamos esto? ¿Cómo lo detenemos?
Y ¿la respuesta inicial a todas esas preguntas? No lo sabemos.

Pero, desde esos días tempranos, han pasado cosas notables. El virus ha sido tipificado y analizado. Se ha encontrado que mascarillas N95 apropiadamente ajustadas son efectivas para mitigar la diseminación. Anticuerpos monoclonales y Paxlovid han ofrecido un tratamiento. Y las vacunas han sido diseñadas para la prevención. Es sumamente extraordinario.

Pero, también, ha sido muy frustrante.

Al ir pasando el tiempo, los debates se han intensificado y ha habido señalamientos. ¿Qué mascarillas deberían usarse? ¿Cómo y cuándo deberíamos usarse? ¿Deberían las vacunas ser ordenadas para toda la gente? ¿Han funcionado las cuarentenas? ¿Deberían las escuelas permanecer abiertas o cerradas? ¿Cómo navegamos entre la salud de la comunidad y las libertades civiles, la autoridad y la libertad? Desde políticos a ciudadanos, funcionarios de la salud pública y pacientes, la escena turbulenta ha estado llena de meteduras de pata y mala información, hipocresía y estándares dobles. Y, luego, alguien dice, “Al menos, todos podemos estar de acuerdo con la ciencia.”

Pero, ¿podemos?

Se ha llevado a cabo un trabajo urgente y necesario para entender, prevenir, y tratar el COVID-19. Y, es innecesario decirlo, la ciencia ha estado en el centro de ello. El problema empieza cuando hacemos que la “ciencia de lo pequeño” sea la idolatrada “ciencia de lo grande.” Usted sabrá quién es la persona que está hablando de ello al citar literatura o estadísticas con cierta finalidad sin aliento. “La ciencia ha hablado, señores.” Ellos inhalan impacientemente. “No hay nada más que ver aquí.” Pero, siempre hay importantes salvedades en los hallazgos científicos y sabemos que la ciencia nunca es final ̶ es siempre un trabajo en progreso. Un estudio edifica sobre otro o refuta a otro ̶ nuestra nueva ansiosa hipótesis descansa sobre los hombros de una vieja conclusión provisional. Y, ¿qué pasa con esos científicos elegantemente vestidos, bien educados, que diligentemente llevan a cabo sus estudios? Hacen un trabajo bueno y necesario. Pero, también, responden sinceramente una pregunta en una esquina del universo bajo estas condiciones y estos supuestos lo mejor que pueden. Y eso está bien. De hecho, es vital. Es sólo que no lo conoce todo y que no se equivoca.

Considere mi campo de la medicina. Debido a su alcance dominante e implicaciones de vida o muerte, uno puede razonar que se gasta más dinero en investigación médica que en casi cualquier otro campo de investigación científica (dejando de lado, tal vez, a la tecnología nuclear e investigación de petróleo). El formato tipo patrón oro del estudio en la medicina es el ensayo aleatorio, doble ciego, controlado con placebos con criterios estrictos de valoración. Para estar claros, todo esfuerzo se hace genuinamente para minimizar el sesgo y variables confusas en estos estudios. Pero, estas pruebas son rigurosas, complicadas, y caras. Muchas pruebas allí afuera no son de este tipo. Pero, a pesar de ello, con la calidad tipo patrón oro de la prueba e implicaciones que tienen, aun así, podemos obtener un resultado equivocado. Pero, exactamente así es la ciencia. Años después que una prueba nos dijo hacer alguna cosa, se nos dice desesperadamente que dejemos de hacerla, pues una nueva prueba contradice la original. También está la creciente “crisis de la replicación” que revela el fracaso de reproducir resultados particulares de una prueba al intentarse de nuevo. Sucede que amo esta autocrítica que está por siempre en el centro de la medicina, pues muestra que nosotros nunca estaremos plenamente satisfechos; queremos hacerlo mejor. La medicina, para estar claros, es extraordinaria; sólo que no es por siempre segura.

El padrino de la medicina moderna, el Dr. William Osler, hizo la observación de que “La medicina es una ciencia de incertidumbre y un arte de probabilidad.” El físico Richard Feynman hizo ver que “Si usted pensó que la ciencia era certeza, bueno, este es sólo un error de su parte.” Y Abba Eban, un diplomático israelita, se refirió al consenso en la política de forma que fácilmente describiría las afirmaciones de consenso en medicina, “Un consenso significa que todo mundo está de acuerdo en decir colectivamente lo que nadie cree individualmente.” El estudiante de medicina joven se pone nervioso con esto, pero el médico arrugado simplemente mueve la cabeza y admite que así es.

En particular, durante los primeros días de la pandemia del COVID-19, algunas de las medidas urgentes de seguridad (“Simplemente no se quede allí sentado ̶ ¡haga algo!) dejaron de lado un sentido informado de lo que realmente deberíamos hacer. Al inicio, simplemente no tuvimos tiempo para estudiar y decidir. Había inmensas presiones para tomar decisiones ahora. ¿Deberíamos imponer cuarentenas o estimular la inmunidad de rebaño? ¿Debería colocarse a gente en ventiladores temprano o deberíamos esperar un rato? ¿Debería todo mundo tener puesta una mascarilla en todas partes o sólo alguna gente en ciertos lugares? Y estas decisiones médicas y de salud pública se metieron en decisiones acerca de libertades personales y autoridad estatal. ¿Puede el estado cerrar mi negocio? ¿Pueden las escuelas obligar a los niños a ponerse mascarillas? Si puedo jugar en el casino, ¿por qué no puedo rezar en mi iglesia?
Para estar claros, cuando la ciencia no está segura, se necesita una decisión subjetiva. Pero, dado que siempre la ciencia acarrea salvedades, esa decisión tiene que ser prudente, justa, y transparente.

En una ocasión, Hitler desafiantemente insistió, “La ciencia no miente.” Y con cautela Winston Churchill le contradijo, “Las Edades Obscuras pueden regresar… sobre las alas relucientes de la ciencia.” La ciencia, en cualquier forma, es practicada por científicos hechos del barro humano. Y siempre que ponemos en juego al elemento humano, llevamos la chispa del genio, así como el estigma de la falibilidad. En todo lo que hacemos, encontramos nuestra sabiduría e ideas, esperanzas y mejores intenciones, pero, también, nuestra avaricia y egos, puntos ciegos, y meteduras de pata. Es inexacto llamar al hombre un animal racional. En vez de ello, deberíamos hacer eco de la corrección de Jaques Barzun, “No ̶ [el hombre es] sólo capaz de razonar.” Con esfuerzos por maximizar lo bueno y minimizar lo malo, por siempre tendremos pellizcos y pelos de nuestra humanidad rota en el brillante guiso científico. Tal es la condición humana. C’est la vie.

Aún más, la ciencia no es todo. Aunque muchos lo han intentado, no pueden reemplazar la fe o filosofía, el arte o humanidades. Es muda acerca de lo inefable y lo torpe de lo trascendente. La ciencia puede hacer que nuestras vidas sean mejores, pero no explica nuestras razones para vivir. Nos puede ayudar en el logro de nuestro propósito, pero no lo define. Es un medio, no un fin. La ciencia es una herramienta indispensable; es sólo un pésimo dios.

Ahora bien, esto no debería invitarnos a ser opositores malhumorados o luditas científicos. El método científico es un método de tropezones y empujones, pero con un éxito realmente notable. El desarrollo de naves espaciales dirigidas a los cielos y submarinos que escanean los fondos, sistemas de cosechas optimizadas y de agua limpia, antibióticos y quimioterapias, orgullosamente pertenecen a la caja de trofeos de la ciencia. Y la cura de la enfermedad y el aumento de la esperanza de vida testifican que, aun cuando nuestra investigación médica produce, en el mejor de los casos, lo imperfecto, aún puede ser lo mejor en lo que podemos descansar. Es parecido al dicho de Churchill, cuando llamó a la democracia “la peor forma de gobierno excepto todas las otras formas que han sido intentadas de tiempo en tiempo.”

Para estar claros, esta pandemia ha sido larga y agotadora. Pero, tenemos la esperanza de que podemos emerger de la bruma soñolienta con un atisbo de sabiduría, aprendida a partir de lo que hemos experimentado a lo largo del camino. La ciencia ha logrado ciertas maravillas, pero sus practicantes y representantes han tenido su parte de metidas de pata. Sintámonos orgullosos de lo que hemos logrado, seamos humildes acerca de lo que podemos aprender, y tengamos misericordia con quienes, en algunas ocasiones, nos hemos peleado. Después de todo, como en una ocasión nos recordó G.K. Chesterton, “Todos estamos en el mismo barco en un mar proceloso, y nos debemos una lealtad severa los unos a los otros.”

Tod Worner es médico practicante de la medicina interna y sirve como editor de Bishop Robert Barron’s Evangelization & Culture, la Revista del Instituto de la Palabra en Llamas.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.