LOS RIESGOS A LA SALUD PÚBLICA POSTULADOS POR LOS PATERNALISTAS DE LA SALUD PÚBLICA

By Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
20 de marzo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research, paternalists, March 20, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En su libro pre COVID, Killjoys: A Critique of Paternalism (2017), Cristopher Snowdon reporta acerca del surgimiento e influencia perniciosa de lo que llama “paternalistas de la salud pública.” Estos caracteres no son los tradicionales académicos y funcionarios de la salud pública, cuya preocupación es proteger a individuos de patógenos y otros riesgos de la salud, que se diseminan más intensamente cuando la gente vive, trabaja, y juega en proximidad cada vez más cercana entre sí. En vez de ello, los paternalistas de la salud pública son entremetidos enfocados en agregados estadísticos, como el porcentaje de la población del país que es obesa, y proponen usar la coerción estatal para mejorar el desempeño de esos agregados.

Cada uno de esos agregados estadísticos es simplemente la sumatoria del estatus de salud de cada uno de los muchos individuos que se reconoce son miembros del mismo grupo, como los “estadounidenses” o los “adultos mayores.” De importancia, casi todos estos resultados de salud medidos agregados emergen de elecciones individuales que cada persona en el grupo lleva a cabo voluntariamente y que sólo afectan al tomador de decisiones como un individuo. Es decir, casi ninguna de estas consecuencias de salud medidos agregados es resultado de lo que economistas llaman “externalidades negativas,” que ocurren cuando Smith sufre daño, no debido a sus propias elecciones sino, en vez de ello, debido a elecciones que Jones tomó sin considerar las consecuencias negativas de esas decisiones sobre Smith.

Si bien los liberales clásicos, por ejemplo, se rehúsan a clasificar incluso a la obesidad extendida como un problema de salud pública, los paternalistas de la salud pública clasifican a la obesidad extendida como un problema de salud pública. El liberal clásico entiende que la obesidad no es contagiosa; cada persona obesa elige en última instancia conducir un estilo de vida que resulta en su obesidad. Por tanto, el liberal clásico entiende que la obesidad es un problema privado de salud personal -o individual-, en vez de un problema de salud pública. En contraste, el paternalista de la salud pública da un salto desde la (tal vez exacta) observación de que una gran porción de cierto público es obesa, para así llegar a la conclusión de que la obesidad es un problema de salud pública.

Como correctamente lo enfatiza Deirdre McCloskey, las formas en que hablamos - nuestros "hábitos de los labios”- son importantes Si la obesidad es llamada un “problema de salud pública” ciertamente el camino se pavimenta para imponer sobre “el público” la responsabilidad de “resolver nuestro problema de obesidad” ̶ por supuesto, con “el público” actuando principalmente a través del gobierno. Y, debido a que cualquier grupo grande de gente tendrá dentro de él alguna cantidad de individuos que se comporta en formas que resultan en daño a sí mismos, los paternalistas de la salud pública tendrán un rato fácil hallando en medio de las estadísticas diversos “problemas de salud pública.” De hecho, toda elección que potencialmente tiene un impacto negativo sobre la salud de cada individuo que hace tal elección, es fuente de esos “problemas de salud pública,” incluso cuando tales elecciones no tienen impacto negativo sobre alguno de los individuos en el grupo.

En las mentes de los paternalistas de la salud pública, el cuerpo político llega casi a ser un cuerpo literal. El agregado (como lo describen las estadísticas) es tratado como algo similar a una entidad sintiente, que sufre de problemas de salud, muchos de los cuales pueden ser curados por un equipo de médicos de la entidad ̶ es decir, por los paternalistas de la salud pública. Y, en un país con una población tan grande como aquella de Estados Unidos, será enorme la cantidad de diferentes problemas de salud sufrido por números absolutamente grandes de individuos, asegurando así que no haya un fin a las oportunidades de los paternalistas de la salud pública para usar el poder del estado, para proscribir y prescribir comportamientos individuales.

Pero, como lo hace ver Snowdon, los paternalistas de la salud pública sienten que, para justificar sus intervenciones, necesitan más que apuntar a estadísticas que asustan derivadas de una población grande. Al menos en sociedades con una tradición liberal -en sociedades que históricamente acuerdan otorgar alguna deferencia a que individuos lleven a cabo libremente sus propias elecciones ̶ los paternalistas de la salud pública deben promover el caso para su oficiosidad convenciendo al público de que decisiones aparentemente privadas no son realmente privadas. Así, por ejemplo, los paternalistas de la salud pública insisten que la gente obesa es víctima inocente del mercadeo depredador de empresas como McDonald’s, a la vez que fumadores han sido atrapados por tácticas viles de las Gran Tabacaleras, así como por la presión social al simplemente estar rodeados de amigos que fuman.

Por tanto, según los paternalistas de la salud pública, casi ninguna de las decisiones que afectan la salud de los individuos son verdaderamente “individuales.” Casi todas esas decisiones son ya sea fuertemente determinadas por acciones de terceros, o bien que por sí solas afectan las elecciones de terceros desprevenidos.

Nada es personal y privado; todo es político y público. Debido a que, según los paternalistas de la salud pública, un conjunto vasto de decisiones aparentemente “privadas” son tanto resultado de “externalidades” como son, en sí mismas, causas de “externalidades,” el trabajo de los paternalistas de la salud pública es abundante, mientras que el poder que estos “expertos” requieren para proteger la salud del cuerpo político es vasto.

Es alarmante esta perversión de la salud pública clásica hacia el paternalismo de la salud pública. Cuando el paternalismo de la salud pública llega a dominar el ambiente, personas atraídas a estudiar y practicar la salud pública, serán, en contraste con los académicos y funcionarios tradicionales de la salud pública, más insistentes en expandir el dominio de la salud pública. Los paternalistas de la salud pública se destacarán en el obscuro arte de retratar como “públicas” -y, a partir de ello, como objetivos apropiados de regulación gubernamental- a muchas actividades que tradicional y correctamente se entienden como privadas y, por tanto, no como objetivos apropiados de regulación gubernamental.

¿Qué tanto de la sobrerreacción al COVID-19 se explica por el surgimiento del paternalismo de la salud pública? Me sospecho que una cantidad enorme. Los paternalistas de la salud pública no sólo ya están aprestados a malinterpretar las elecciones privadas como unas que imponen “externalidades negativas” sobre terceros, sino que, también, están especialmente calificados para propagar sus malas interpretaciones entre el público en general. Y así, aunque la contagiosidad muy cierta del virus SARS-CoV-2 le convierte en una preocupación válida de académicos y funcionarios clásicos de la salud pública, la contagiosidad y “carácter público” de otros aspectos del COVID fueron exagerados, en intentos por justificar un excesivo control gubernamental sobre asuntos cotidianos.

El ejemplo más obvio de una actividad tradicionalmente considerada como privada y, por ello, no estar apropiadamente sujeta al control gubernamental es el habla y la escritura. Por supuesto, nadie jamás ha negado que el habla y la escritura tienen efectos sobre terceros; de hecho, cambiar mentes y corazones de otras personas es el mismo propósito de mucho del habla y escritura. Pero, en la civilización liberal el supuesto fuerte ha sido que se debe confiar en los individuos para que juzguen por sí solos acerca del mérito o demérito de cualesquiera pensamientos expresados que encuentran. Por largo tiempo hemos reconocido, y temido correctamente, el peligro de permitir que funcionarios gubernamentales supervisen y supriman la expresión pacífica.

Sin embargo, con el COVID este supuesto se debilitó significativamente, sino es que (hasta) revertido. El Congreso de Estados Unidos tuvo una audiencia para investigar “el daño causado por la diseminación y monetización de la mala información en línea del coronavirus, para tratar e identificar los pasos necesarios para detener la diseminación y promover la información correcta acerca de la salud pública,” a la vez que altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos trataron de orquestar un esfuerzo por desacreditar la Declaración de Great Barrington. Un funcionario de la Escuela de Medicina de Cornell, escribiendo para el New York Times, pidió abiertamente suprimir la expresión de médicos que disentían del consenso “experto” prevaleciente.

Una expresión e intercambio pacífico de ideas es ahora considerado por muchas élites como fuentes de “externalidades” potencialmente peligrosas. Y, en las mentes de los paternalistas de la salud pública, la única forma de proteger el cuerpo político de llegar a ser letalmente infectado de lo que los propios paternalistas de la salud pública consideran es mala información, es que el gobierno suprima la diseminación de ideas virales no menos que cómo se suprime la diseminación de estructuras moleculares virales. Este desarrollo ominoso durante el COVID ciertamente fue estimulado por el surgimiento durante los últimos años de los paternalistas de la salud pública.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.