Sólo mediante la crítica avanza el conocimiento. Muy interesante el artículo del señor Weiss. Nada más observen cómo es la crítica civilizada entre dos grandes pensadores liberales actuales: Boettke y Weiss.

¿TIENE FUTURO EL LIBERALISMO CLÁSICO?

Por Kai Weiss
Law & Liberty
15 de marzo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es kai weiss law & liberty liberalism, March 15, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Recientemente el liberalismo clásico se ha encontrado llevando las de perder en los debates políticos. En el curso de las últimas décadas, la tradición de los viejos liberales se ha excluido crecientemente. Con el crecimiento de la cultura del despertar [woke] de la “cancelación,” y la tiranía del COVID durante los dos últimos años, los liberales tienen grandes inquietudes. En el mundo de hoy la libertad está decayendo.

El libro de Peter Boettke, The Struggle for a Better World, trata de cambiar eso, presentando el argumento a favor del liberalismo clásico en un mundo fanatizado hacia lo opuesto. Publicado en febrero del 2001, en la cúspide de la manía del COVID, es una colección de ensayos, artículos, y discursos de Boettke durante los últimos veinte años. El libro abarca lecturas de un ámbito extenso, tratando de economía, política, filosofía, cultura y, en general, las ciencias sociales. A pesar de esto, el libro parece leerse como un único trabajo, y puede considerarse una guía a la cual acudir acerca del liberalismo clásico en el siglo XXI. Explica lo que significa el liberalismo clásico, predice hacia dónde puede estarse dirigiendo, y considera las fortalezas y debilidades de esta escuela de pensamiento.

Boettke, profesor de economía en la Universidad George Mason y director del Programa F.A. Hayek en el Mercatus Center de esa universidad, afirma que hemos visto un “surgimiento del leviatán,” con niveles crecientes de intervencionismo gubernamental en las últimas décadas. Los culpables para Boettke son el cientificismo, la modelación y agregación en las ciencias sociales, y el estatismo, a la par de las tradiciones económicas estatistas. La solución es una defensa del individualismo metodológico, el capitalismo de laissez faire, y de un gobierno limitado. Resulta particularmente importante mayor humildad en las ciencias sociales.

LA ARROGANCIA DE LOS ECONOMISTAS

Es en este último punto que el libro tiene su impacto mayor y contribución más substancial. Se dedican varios capítulos al papel del economista (y más generalmente al científico social), y es claro: Boettke ve una arrogancia rampante en economistas de nuestra época. Esto es particularmente inquietante, al considerar que la economía debería enseñarnos humildad. La economía nos enseña que vivimos en un mundo imperfecto, y que la formulación de política tiene un ámbito limitado, pues hay límites a lo que un científico social o político determinado puede saber y entender.

Boettke arguye por un retorno a una forma más seria de economía política. Los economistas políticos de antaño usaron la teoría “para enfrentar problemas prácticos de política pública; así la disciplina se percibió como una guía para el estadista.” Edmund Burke nos dijo que la prudencia es para el estadista el “dios del mundo inferior,” y Boettke cree que, también, debería ser para el economista, quien sabe qué tan complejo es el mundo, y qué tan poco él mismo es capaz de analizar o aún controlar.

Más precisamente, la tradición de economía política a la que Boettke quiere que regresemos es aquella de Adam Smith, David Hume, Friedrich Hayek, y James Buchanan. En vez de hacer recomendaciones definitivas de política con base en modelos y cálculos irreales, el economista debería ser cauto y estudioso de la sociedad ̶ o, en palabras de Boettke, debería abstenerse de ser un “idiota balbuceante.” Para retornar a la economía política, podría ser necesario “que los economistas sean arrojados de sus pedestales como salvadores y sumos sacerdotes del orden moderno, y restringidos, una vez más, a nuestro estatus de estudiosos de la civilización, y humildes filósofos del orden social.” La humildad, prudencia, y realismo son esenciales en la profesión de la economía.

EL ROMANTICISMO DEL MERCADO

Boettke hace un trabajo encomiable al seguir esta tradición político-económica. No obstante, su trasfondo económico brilla de manera algo desafortunada. Para él, el orden económico en ciertos momentos asume un significado casi de sagrado. Nadie, dice Boettke, “tiene acceso a la verdad proveniente del Todopoderoso” (lectores religiosamente fieles estarán en descuerdo), pero, al mismo tiempo, dice que “el comercio es el vehículo de nuestra liberación” y “la propensión humana a transportar, hacer trueque, y comerciar es la fuente de nuestra salvación ante la “pobreza, ignorancia, y miseria.” Pero, eso plantea la pregunta: ¿es escapar de la pobreza, ignorancia, y miseria todo aquello que podemos esperar?

El romanticismo de mercado de Boettke puede ir demasiado lejos, al darle a los mercados un estatus que claramente no se merecen. La única razón por la que la gente interactúa, según Boettke, es por “un cálculo de beneficio marginal/costo marginal” de parte del individuo. Si las interacciones sociales no condujeran a una mejora material al “transportar, hacer trueque, y comerciar,” la humanidad entraría en un mundo de guerra hobbesiano. Así, el individuo, aparece como básicamente económico, no inherentemente social o “hecho para la ciudad,” para las polis [Polis: la ciudad-estado griega].

En esta idea, los mercados son la fuente primaria de harmonía dentro de la sociedad humana. Aquí Boettke sigue la fantasía Volteriana de que todos, judíos, gentiles, o musulmanes, finalmente pueden dejar de guerrear y empezar a interactuar pacíficamente por medio del mercado. La noción de que deberíamos tratar a otros con amor, es, por supuesto, no una invención del mercado, sino que es, también, conocida como “caridad,” tal como en la orden de Jesús de “ama a tu prójimo.” El supuesto de que todo mundo debería dejar de preocuparse acerca de asuntos espirituales y culturales que nos dividen, si tan sólo todos nos involucráramos en la economía de mercado global, parece ser un error.
Sólo puede ser cierto si uno asume que Dios, familia, honor, ideología, o país nunca tendrán prioridad en la vida humana.

Ninguno de estos puntos es necesario para el caso de Boettke. Él defiende poderosamente los mercados y sus instituciones por la prosperidad material y libertad individual que proveen, y por la función coordinadora que cumplen.
Arguye a favor de la importancia del sistema de precios y libre empresariedad, y ataca la presunción de que, en cualquier momento en que emerge un problema, el gobierno necesita resolverlo: “Simplemente, el gobierno debe ser llamado a hacer menos, los individuos y sus comunidades ser llamadas a hacer más.”

A menudo, los oponentes a los mercados acusan al mercado de fallar. Pero, Boettke muestra claramente cómo los ejemplos supuestos de “fracaso del mercado” son, más a menudo, casos de interferencia desmesurada del gobierno en el mercado. Nuestra idea acerca de las posibilidades de lo que el gobierno puede hacer necesitará un ajuste.” Nuestras vidas siempre serán impactadas por realidades económicas que no están dentro de nuestro poder cambiarlas. Buenas intenciones ni votaciones pueden borrar esas verdades fundamentales.

Al asumir los gobiernos más tareas, hay menos espacio para que ciudadanos privados, comunidades, y sociedad civil los lleven a cabo. Así, Boettke sigue a Tocqueville y Nisbet, al advertir acerca del gobierno opresor que eliminaría la vida de las asociaciones libres, dejando al individuo sin protección ante el estado. Muy correctamente, Boettke se asombra ante quienes claman por más gobierno, tanto desde la izquierda como de la derecha. Su crítica compartida es que el gobierno está fracasando: “Sin embargo, precisamente porque está fracasando, debe crecer en escala y ámbito para enfrentar ese fracaso.”

LOS LÍMITES DEL COSMOPOLITANISMO LIBERAL

Boettke critica correctamente las ideas de un Gobierno Grande y promueve el sistema de mercado. Sin embargo, hay problemas en su defensa del liberalismo en sí, que necesitan enfrentarse y criticarse respetuosamente, pues muestran un problema de muchas variantes del pensamiento liberal clásico y libertario.

El liberalismo (en el sentido clásico) para Boettke está fundamentalmente basado en la máxima de que “todos los hombres son creados iguales,” y que nadie puede ser dueño de otro o decirle que ha de hacer. A partir de esta verdad fundamental, Boettke afirma, surge la necesidad de honrar la dignidad de otros. Al momento, todo va bien.

Sin embargo, a partir de ello, Boettke desarrolla su caso en favor de un “cosmopolitismo liberal,” que “expone las virtudes de la apertura, la aceptación, sobre todo lo demás la tolerancia.” Al desarrollar lo que eso significa, suena alarmantemente similar al “liberalismo” [Nota del traductor: como en Estados Unidos, en que el termino liberalismo equivale a estatismo, intervencionismo], que se puede escuchar en legislaturas políticas, ciudades universitarias, y cultura pop. El liberalismo de Boettke es inherentemente “emancipatorio.” El mundo ideal clásico es “un sistema en que hay ausencia de todo privilegio,” y supone un acuerdo en sociedad en que otros tolerarán lo que sea que un individuo crea, e independientemente de las “elecciones de forma de vida” que sigue. Todo mundo, se puede decir, define su propia libertad.

Como hoy vemos en Occidente, este tipo de pensamiento puede dar lugar al surgimiento de una hostilidad feroz contra la tradición, e incluso contra la propia historia. No hay razón para ver hacia atrás a la historia: “no hay nada ‘grandioso’ en retroceder; sólo hay un movimiento ‘grandioso” yendo hacia adelante en cuanto se refina y perfecciona un verdadero proyecto democrático liberal humano.” De hecho, la historia necesita ser, al menos en cierto grado, olvidada: “El liberalismo debe ser ofrecido como una promesa a generaciones futuras para erradicar los pecados vergonzosos del pasado.”

¿Preservará en la realidad esta línea de pensamiento la libertad y prosperidad que Boettke quiere? Vemos en la cultura actual que la demanda insaciable de apertura y tolerancia ha conducido a sentimientos que han llegado a ser bastante represivos e intolerantes. Los llamados a la liberación se transforman en intentos por matar cualquier noción de verdad y moral objetiva. Vivimos ahora dentro de un movimiento nivelador que arguye que algunos necesitan ser activamente sofocados, y otros activamente promovidos, para, finalmente, colocar a todo mundo en el mismo lugar.

Parece claro que nuestras sociedades cosmopolitas no son simplemente tolerantes de todas las elecciones de estilos de vida y creencias sagradas; sólo aceptan a quienes están en vogue [de moda] (y lo que está en vogue cambia dramáticamente), mientras cancela a quienes no lo están. Cualesquiera ideas que vayan contra estas perspectivas de la corriente principal necesitas ser sacadas del camino, pues son inherentemente peligrosas para el consenso “liberal” vulnerable. Finalmente, la falta de respeto por la historia más bien ha conducido a intentos de eliminar la historia de Occidente. ¿Quién necesita aún leer los clásicos? ¿Quién necesita esas estatuas de Adam Smith, y edificaciones de David Hume, aquellas actividades de Friedrich Hayek, cuando esos hombres fueron sólo parte de esa herencia de dudosa reputación, e incluso trataron de defenderla?

Tal vez, el liberalismo de Boettke se puede adherir a principios más firmes, y, no obstante, al leer el libro, es a menudo poco claro en cómo este liberalismo difiere verdaderamente de aquel de la élite del “despertar” [“woke”] ¿No conducirá su concepto de liberalismo cosmopolita naturalmente hacia la versión moderna? En verdad, cualquier liberalismo que descredite todo privilegio o autoridad fácilmente conducirá a una pesadilla tocquevilliana de igualdad en exceso, en que todo mundo sería igual, y, así, igualmente débil ante el omnipotente estado. Los hombres llegarían a ser (o ya lo han llegado a ser) un “rebaño de animales tímidos e industriosos,” jugando boliche solos y desventurados mientras el estado dirige sus vidas.

Para preservar el liberalismo clásico, sería crucial ponerlo sobre bases más firmes, con una defensa distinta de la libertad más alineada con aquellas de Hayek, Burke, Tocqueville, Acton, y otros. Podría ser una basada en los antiguos y los clásicos. Podría ser un liberalismo enraizado en la libertad y dignidad humana, la virtud y la moral, la familia y la comunidad, la historia y el propio inicio de la historia -no el estado de naturaleza, sino Dios- así como en la economía de mercado y el mercado de las ideas.

Boettke exclama que, para Hayek, “la posición del economista como se entiende apropiadamente” era aquella de un “estudioso de la civilización.” Pero, para ser un estudioso de la civilización, el liberalismo clásico necesita basarse en un fundamento más fuerte que la tolerancia y emancipación. El liberalismo que Boettke defiende es valioso para la protección tanto de la prosperidad como de la libertad, pero, necesita enraizarse en una defensa que aprecie el valor de la historia, tradición, y virtud. Al fin de cuentas, a pesar de lo anterior, su liberalismo clásico deja de lado piezas cruciales para que su proyecto tenga éxito.

Kai Weiss es compañero de Investigación en el Centro de Economía Austriaca, miembro de la junta directiva del Hayek Institute, y estudiante de postgrado en política en Hillsdale College.


Traducido por Jorge Corrales Quesada.