Buen recordatorio de malas experiencias con la hiperinflación.

LECCIONES MONETARIAS DE LA ALEMANIA DEL WEIMAR

Por Samuel Gregg
Law & Liberty
9 de marzo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es samuel gregg law & liberty Weimar, March 9, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Tal como la noche sigue al día, cualquier brote significativo de la inflación en las economías de Occidente en su momento involucra una invocación de la hiperinflación experimentada por Alemania, hace 100 años. Desde mediados del 2021, gente que va desde multimillonarios de las tecnológicas hasta entusiastas del bitcoin, ha estado preguntando: ¿nos encaminamos hacia un momento de hiperinflación del Weimar?

No es porque la hiperinflación alemana fuera la más severa de la historia. El apocalipsis inflacionario que sumió a Zimbabue en el 2007 fue considerablemente peor. Sin embargo, el caso alemán atrae la atención por dos razones. La primera, que ocurrió en una economía desarrollada moderna. Segunda, que la experiencia de la hiperinflación dañó severamente la credibilidad de la República del Weimar ante los ojos de muchos alemanes, por tanto, contribuyendo al ascenso de Hitler al poder.

La historia, nos recuerda Cicerón, es la magistra vitae [maestra de la vida]. Nos brinda un repositorio de experiencias del que podemos aprender y, luego, aplicar las lecciones a nuestros dilemas actuales. Los paralelos entre el desarrollo del sistema financiero alemán a principios de los veintes y los brotes inflacionarios de hoy están lejos de ser exactos.
Pero, entender lo que pasó en Alemania, nos brinda ideas acerca de nuestros desafíos inflacionarios del momento.

DE LA GUERRA MUNDIAL AL CAOS MONETARIO

Pocos acontecimientos económicos han sido analizados tan estrechamente como la declinación en el valor del marco alemán, que empezó a acelerarse en 1921, antes de estabilizarse a mediados de 1922, y, luego, caer a la velocidad de la luz a partir de noviembre de 1922. En diciembre de 1921, un bollo de pan costaba 4 marcos. Un año después, el precio era de 163 marcos. Para noviembre de 1923, era de 201.000.000.000 [doscientos un mil millones] de marcos.
Como muchos de los desafíos de la Alemania posterior al 2018, algunas de las raíces del problema se pueden trazar a la Primera Guerra Mundial.

Entre las muchas decisiones que confrontaba la Alemania Imperial en 1914 era cómo pagar por la guerra. En agosto del 1914, el Reichsbank [Banco Central] desvinculó a la moneda alemana del patrón oro, al suspender formalmente la convertibilidad a la vista del papel moneda en oro durante la duración de la guerra. En consecuencia, el Papiermark [Marco de papel] se convirtió en la única moneda en circulación. Se pasó una ley permitiendo que el Reichsbank comprara bonos del Tesoro a corto plazo y letras de cambio comerciales, permitiendo, por tanto, que el Reichsbank actuara como prestamista de última instancia e imprimiera nuevo papel moneda para llenar las necesidades financieras del gobierno.

Esta movida estuvo fue acompañada de Berlín pidiendo prestado grandes cantidades de capital. Luchó por hacerlo en el exterior, y, luego, recurrió a vender domésticamente a alemanes bonos de largo plazo que pagan intereses. El efecto era mantener los aumentos de impuestos relativamente bajos, pero, también, condujo a crear una carga creciente de la deuda.

El cálculo político detrás de estas decisiones era que el Ejército Alemán ganaría la guerra al conquistar rápidamente a Francia, antes de voltearse hacia el este y derrotar a Rusia. La expectativa era que los perdedores de la guerra pagarían las deudas de guerra de Alemania, por medio de reparaciones y concesiones territoriales masivas. Una transición de regreso al patrón oro al final de una guerra victoriosa era, también, plenamente anticipada tanto por el gobierno como por la gente. Esta confianza ayudó a mantener la inflación como manejable en algún grado entre 1914 y 1918. En agosto del 1914, el tipo de cambio del dólar estadounidense con respecto al marco era de 4.19 marcos por dólar En noviembre del 1918, era de 7.4 a 1. A partir de cuántos Papiermarks se habían emitido desde 1914, ese era un número no tan terrible.

Pero, como todos lo sabemos, el juego estratégico de Alemania fracasó. La Alemania derrotada que emergió después de cuatro años de una guerra bruta, se encontró a sí misma empantanada por deudas domésticas de guerra de 154 miles de millones de marcos de oro y preguntándose cómo pagarlas. Seis meses después, los negociadores alemanes en Versalles fueron informados que Alemania tenía que pagar reparaciones de guerra a niveles mucho más allá de los sueños más desbocados de la mayoría de alemanes. Casi de inmediato, el valor del marco empezó a tambalearse. En enero de 1919, era de 8.9 marcos por dólar. El tipo de cambio del marco se deslizó a 13.5 después de la especificación de demandas por reparaciones de los Aliados. Para el 31 de diciembre de 1919, era de 49 por cada dólar.

Otros dos factores complicaron las cosas. Primero, los Aliados insistieron en que las reparaciones se hicieran en monedas extranjeras. Estaban determinados a no dejar que Alemania inflara su salida de las reparaciones. En consecuencia, Alemania tenía que comprar divisas con un marco cuyo valor continuaba cayendo. La única forma de poder seguir haciéndolo era imprimiendo más marcos, por tanto, devaluando aún más la moneda.

Segundo, el gobierno del Weimar -una coalición de socialdemócratas, liberales, y el partido católico del centro- estaba luchando por establecer el orden en un país que se estaba muriendo de hambre, golpeado por un desempleo elevado, y siendo destrozado por el descontento laboral y agitación violenta de comunistas y proto nazis. Como respuesta el gobierno siguió una estrategia de “pagar a como fuera” para financiar enormes alzas salariales que los poderosos sindicatos alemanes demandaban para sus miembros, y mantenerse pagando los programas asistenciales que habían crecido como resultado de la necesidad de pagar pensiones a veteranos heridos, viudas de guerra, y sus familias.

Los líderes alemanes se daban cuenta plena de las consecuencias inflacionarias de estas decisiones. También, sabían que cualquier regreso a la estabilidad monetaria involucraba medidas como recortar el gasto gubernamental para pagar la deuda, así como, en su momento, hacer que el marco regresara al patrón oro.

No obstante, pocos en el gobierno alemán creían que la joven democracia podría soportar la explosión social que seguiría a la puesta en marcha de las medidas. Les preocupaba que sólo la aceleración resultante en el desempleo entregaría Alemania a manos de marxistas o nacionalistas extremos. Desde ese punto se vista, la inflación era, como le dijo a un grupo de banqueros alemanes el ministro de relaciones exteriores alemán Walther Rathenau, el 23 de junio de 1922, una “necesidad política” para poder evitar el caos y la dictadura. El mismo día siguiente, Rathenau, un industrial judío-alemán quien efectivamente había manejado mucha de la economía alemana durante la guerra, fue asesinado por dos extremistas del ala derecha.

Los observadores extranjeros no eran ciegos ante los dilemas que enfrentaba Alemania. Como luego lo hizo ver el ministro de Hacienda británico de esa época, Sir Robert Horne: “La dificultad era que ellos estaban en un círculo vicioso. Alemania dijo que ella no podía detener la emisión de dinero fiduciario y repagar sus obligaciones externas, a menos que estuviera en capacidad de obtener un préstamo externo, y que no podía obtener un préstamo externo hasta que pudiera pagar sus obligaciones.” La imprenta, según muchos funcionarios gubernamentales, era la única forma de cerrar el círculo. Sucede que esta política coincidió con la firme convicción del presidente del Banco Central del Reich, Rudolf Havenstein, de que la responsabilidad del banco era satisfacer la demanda creciente de dinero, al aumentar los precios como resultado de una declinación del valor del marco. De nuevo, eso significó imprimir dinero.

El precio de esto fue la hiperinflación en lo que era aún la segunda economía más grande del mundo. Después del asesinato de Rathenau, la tasa del marco con respecto al dólar fue de 493. Un año más tarde, en junio de 1923, fue de 109.966. El 15 de noviembre de 1923 llegó a ser de 2.5 billones.

Peor aún, la hiperinflación alimentó el propio desorden que Berlín había tratado de evitar. Los ahorrantes fueron eliminados, mientras que los que pidieron prestado cesaron de pagar sus deudas. Eso generó un tremendo resentimiento entre acreedores hacia los deudores. En áreas rurales, los agricultores acapararon sus productos en anticipación de que fuera establecido un medio de cambio más estable. El resultado fue el hambre en las ciudades y el escalamiento de tensiones urbano-rurales.

Después, se dieron las escenas cotidianas del caos. Turistas veían a mujeres alemanas corriendo hacia los almacenes con carretillas trasladando los pagos que recibían sus esposos, para comprar bienes necesarios antes que, de nuevo, los precios aumentaran en pocas horas. Esta necesidad de gastar rápidamente el dinero antes que perdiera más valor, sólo aceleró la velocidad de circulación del dinero a través de la economía. Eso, a su vez, generaba aumentos de precios siempre más rápidos.

Un grupo que sufrió terriblemente fue el segmento altamente educado de la clase media alemana. La Bildungsbürgertum, como se le llamaba, consistía de profesionales como funcionarios civiles, médicos, abogados, arquitectos, académicos, y científicos. Abrumadoramente provenientes de la clase media alta protestante, eran, como regla, profundamente patriotas. Muchos de sus hijos -como los economistas Ordoliberales Wilhelm Röpke y Walter Eucken, quienes salvarían de caer en el olvido a la economía alemana en 1948- sirvieron como oficiales en la línea del frente durante la guerra.

El mismo patriotismo les había conducido a comprar una desproporcionadamente elevada cantidad de bonos de guerra.
Al darse la hiperinflación, colapsó el valor anticipado de redención de estos bonos, a la par del poder adquisitivo de sus salarios profesionales. Subsecuentemente, la Bildungsbürgertum se encontró vendiendo herencias familiares atesoradas para pagar recibos de electricidad. Esas experiencias infligieron heridas psicológicas profundas que volverían para atormentar la República.

ROMPIENDO LA MALDICIÓN

Para mediados de 1923, los líderes de Alemania reconocieron que, en ausencia de un regreso a la estabilidad monetaria, se asomaba una ruptura social completa. Los políticos radicales, temían ellos, lo capitalizarían para derrocar la República. Los levantamientos comunistas en Sajonia y un golpe de estado de la derecha radical que se intentó en Bavaria, conducido por un agitador nacido en Austria llamado Adolfo Hitler, destacaban la realidad de esa amenaza.

La decisión de actuar la estimularon dos acontecimientos. Uno fue el nombramiento del liberal conservador Gustav Stresemann, como canciller y ministro de relaciones exteriores de una coalición gubernamental en agosto de 1923. Economista de formación, pero con amplios intereses intelectuales, Stresemann era respetado por grupos que oscilaban desde moderados socialdemócratas hasta monárquicos de centro derecha. También, estaba determinado a frenar drásticamente la inflación. Stresemann fue ayudado por la decisión de Estados Unidos y Gran Bretaña de revisar las reparaciones dentro del contexto del desastre monetario que se desarrollaba en toda Alemania. También, Estados Unidos presionó a Francia al decirle efectivamente al gobierno francés que Washington no cedería en demandar el pago pleno de la deuda de guerra de Francia con Estados Unidos, hasta que París adoptara mayor flexibilidad vis-à- vis las reparaciones alemanas.

Esto le dio a Stresemann el espacio que necesitaba para romper la maldición de la inflación. Ello incluía marginar al presidente del Banco Central alemán, al nombrar un comisionado de la moneda, Hjalmar Schacht (luego ministro de economía de Hitler entre 1934 y 1937), quien prontamente apagó las impresoras. También, se practicaron recortes importantes del gasto gubernamental. Un millón y medio de empleados públicos perdió su empleo y se practicaron reducciones profundas en el gasto social.

Estas medidas se vieron acompañadas desde la raíz hasta las ramas por una reforma monetaria. En todo caso, tales reformas son un ejercicio riesgoso. De ninguna manera siempre el resultado está garantizado, y alguna gente -en esta situación, tenedores de bonos de guerra de la clase media- terminó viendo su riqueza dramáticamente reducida sin ser su culpa. Este tipo de paso usualmente se toma sólo cuando los gobiernos creen que no tienen otra alternativa, y que cada alternativa es peor. Sin embargo, el gobierno de Stresemann decidió dar el salto.

Una moneda interina, el Rentenmark, respaldado por el sistema financiero conservador de Alemania, se introdujo el 16 de noviembre de 1923, para reemplazar al marco de papel. Este proceso significó recortar doce ceros a los precios. Los precios citados posteriormente en Rentenmarks permanecieron estables. El 24 de agosto de 1924, el Reichsmark [Marco Imperial] fue introducido para reemplazar el marco de papel y, luego fue ligado al oro. El tipo de cambio de la nueva moneda fue de 4.20 Reichsmarks por dólar. Finalmente, la pesadilla se acababa.

CONSECUENCIAS Y LECCIONES

Superar la hiperinflación no sólo fue un ejercicio sin costo alguno. Ya el desempleo era alto a fines de 1923, y las medidas antinflacionarias produjeron mayor desocupación. Eso llevó a algunos alemanes de la clase trabajadora hacia los comunistas, y a otros hacia el etno-fascismo. Algunos de los peores incidentes antisemitas de 1924 ocurrieron en los suburbios de clase trabajadora de Berlín, cuando alemanes desempleados ventilaron su furia saqueando empresas propiedad de judíos y golpeando a tenderos judíos.

Pero, la consecuencia más dañina fue el desencanto de la clase media alemana con la democracia del Weimar. La hiperinflación destruyó los ahorros de la clase media, cuando la cura había hecho que sus bonos de guerra perdieran su valor. También, la humillación social que sufrió durante 1923 dejó una marca, en especial en la Bildungsbürgertum. A partir de este punto, los partidos que apoyaban la democracia no pudieron obtener una mayoría de asientos en el Reichstag [Parlamento]. Cuando la Gran Depresión golpeó en 1929, los alemanes de clase media tenían poco a lo que recurrir en forma de ahorros. Eso sólo hizo que fueron más susceptibles al nacionalsocialismo.

La simple escala de la hiperinflación del Weimar, el trasfondo de una guerra global, y la violencia política desnuda de la época, hicieron significativamente diferentes las particularidades del caso alemán de condiciones inflacionarias contemporáneas. No obstante, la experiencia del Weimar nos brinda algunas lecciones importantes.

La primera es que, una vez que el genio se escapa de la botella, meterlo de nuevo es extremamente difícil. Dadas las circunstancias exactas, la inflación se puede acelerar muy rápidamente. Una vez encaminadas, las dinámicas que manejan la inflación son difíciles de desalojar. Aún más, no hay forma indolora de revertirlas.

Segunda, la catástrofe inflacionaria del Weimar ilustra que, por un rato, los gobiernos pueden inflar su salida de un problema. Para los políticos alemanes, imprimir dinero fue un medio de lidiar y disminuir las reparaciones que casi todos los alemanes veían como injustas. También, permitía al gobierno aplacar los sindicatos, poner a más gente en la planilla pública para reducir el desempleo, y expandir el estado asistencialista que ya era grande para los estándares de 1922. Como estrategia política, funcionó, pero sólo por un rato. En su momento, un Armagedón monetario envolvió al país.

Tercera, el Weimar nos enseña que muchos líderes políticos sólo encararán la inflación cuando creen que no tienen otra opción. Incluso en ese caso, ellos a menudo tienen que ser empujados a hacerlo. Alemania confrontaba opciones deprimentes entre 1919 y 1923. Sin embargo, Berlín consistentemente priorizó muchas otras cosas por encima de la estabilidad monetaria. Sólo actuó cuando la inflación estaba creando un desorden político y económico tan extremo, que no actuar se hizo impensable.

Hoy, tal vez, esa es la lección más conmovedora de la hiperinflación del Weimar para nosotros. Sí, legisladores y banqueros centrales deben considerar las ventajas y desventajas asociadas con diferentes elecciones. Esto significa que, hacer lo que se necesita hacer vis-à-vis la inflación, no es fácil, incluso en el mejor momento. Los costos inmediatos de restablecer la estabilidad financiera pueden parecer muy altos para muchos políticos. Después de todo, requieren gente con coraje ante una variedad que potencialmente termina con carreras. Viendo hoy la arena pública, no veo muchos de esos individuos en cargos públicos o en el horizonte. Tal vez, no estamos yendo hacia el Weimar, pero, la mediocridad monetaria puede estarnos llevando hacia él.

Samuel Gregg es director de investigación en el Instituto Acton y editor contribuyente de Law & Liberty. Autor de 16 libros -incluyendo el premiado The Commercial Society (Rowman & Littlefield) [Un análisis moral y económico de la Economía de Mercado: Fundamentos y Desafíos en una Era Global], Wilhelm Röpke’s Political Economy (Edward Elgar), Becoming Europe (Encounter), el galardonado Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (Regnery) [Razón, fe y lucha por la Civilización Occidental], y alrededor de 400 artículos y piezas de opinión- él escribe regularmente acerca de economía política, finanzas, conservadurismo estadounidense, civilización Occidental, y teoría de la ley natural. También es Académico Visitante en el Instituto Feulner de la Fundación Heritage.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.