Algo que no sólo los economistas debemos entender, sino cualquier persona pensante, en particular para cuando surgen políticas que esperan ciertos resultados, y terminan con otros totalmente indeseados. En verdad que, a veces, quienes las promulgan conocen de esos resultados y, aun siendo tomados en cuenta, consideran que las políticas que toman son las apropaidas, pero lo que nunca (o casi nunca) nos dicen es cuáles son resultados previstos de la imposición de ellas. Nada más piensen en todas las consecuencias no previstas que resultaron de la imposición de medidas no farmacéuticas, como cierres y cuarentenas que nuestras autoridades impusieron para combatir la pandemia del COVID-19.

LAS CONSECUENCIAS NO PREVISTAS

Por Rob Norton
ECONLIB
Sin fecha

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es ron norton, econlib, consequences. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La ley de las consecuencias no previstas, a menudo citada, pero rara vez definida, es que las acciones de la gente -y, en especial, del gobierno- siempre tienen efectos que no son anticipados o previstos. Los economistas y otros científicos sociales le han prestado atención a su poder durante siglos; durante ese mismo lapso, los políticos y la opinion popular principalmente la han ignorado.

El concepto de consecuencias no previstas es uno de las piedras básicas de la economía. “La mano invisible” de Adam Smith, la metáfora más famosa en la ciencia social, es un ejemplo de una consecuencia no prevista positiva. Smith mantuvo que cada individuo, buscando su propio beneficio, “es conducido por una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención,” siendo ese fin el interés público. “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero, que podemos contar con nuestra cena,” escribió Smith, “sino por su propio interés.”

No obstante, más a menudo, la ley de las consecuencias no previstas ilumina los efectos no anticipados perversos de la legislación y regulación. En 1692, el filósofo inglés Jon Locke, un precursor de la economía moderna, urgió la derrota de un proyecto de ley en el Parlamento, diseñado para recortar la tasa de interés máxima permisible de un 6 por ciento a un 4 por ciento. Locke arguyó que, en vez de beneficiar a quienes pedían prestado, como era la intención, eso los dañaría. La gente encontraría formas de eludir la ley, siendo los costos de esa elusión sufridos por quienes piden prestado. En el tanto que la ley fuera obedecida, concluyó Locke, los principales resultados serían menor crédito disponible y redistribución del ingreso desde “viudas, huérfanos y todos los que tienen sus propiedades en dinero efectivo.”

En la primera mitad del siglo XIX, el famoso periodista económico francés Frédéric Bastiat distinguió a menudo en su escrito entre “lo visto” y lo “no visto.” Lo visto eran las consecuencias obviamente visibles de una acción o política. Lo no visto eran las consecuencias menos obvias, y, a menudo, consecuencias no previstas. En su famoso ensayo “Lo que se Ve y lo que no se Ve,” escribió Bastiat:

“Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever.” [1]

Bastiat aplicó su análisis a un rango amplio de asuntos, incluyendo barreras comerciales, impuestos, y gasto gubernamental.

El primero y más completo análisis del concepto de las consecuencias no previstas fue realizado en 1936 por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton. En un influyente artículo titulado ““The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action,” Merton identificó cinco fuentes de consecuencias no anticipadas. Las primeras dos -las más extendidas- eran la “ignorancia” y el “error.”

Merton etiquetó a la tercera fuente la “imperiosa inmediatez del interés.” Por ello, se estaba refiriendo a ejemplos en que alguien quería tanto la consecuencia no prevista de una acción, que elige a propósito ignorar los efectos no previstos. (Este tipo de ignorancia por disposición es muy diferente de la verdadera ignorancia). Por ejemplo, la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) crea consecuencias no previstas enormemente destructivas por su regulación de medicinas farmacéuticas. Al requerir que las medicinas no sólo sean seguras, sino eficaces, para un uso en particular, como lo ha hecho desde 1962, la FDA ha ralentizado durante años la introducción de todo medicamento. Una consecuencia no prevista es que mucha gente muere o sufre, la que podía haber estado en capacidad de vivir o mejorar. No obstante, esta consecuencia ha sido tan bien documentada, que reguladores y legisladores ahora la prevén, pero la aceptan.

“Los valores básicos” eran la cuarta fuente de consecuencias no previstas de Merton. La ética protestante de trabajo duro y ascetismo, escribió él, “Paradójicamente conduce a su propia declinación a través de la acumulación de riqueza y posesiones.” Su caso final fue la “predicción contraproducente.” Aquí él se estaba refiriendo a ejemplos en que la predicción pública de un desarrollo social muestra ser falsa, precisamente porque la predicción cambia el curso de la historia. Por ejemplo, las advertencias tempranas en este siglo de que el crecimiento de la población conduciría a la hambruna de las masas, ayudó a impulsar avances científicos en la productividad agrícola, que, desde ese entonces, han hecho que sea poco posible que la profecía sombría sea una realidad. Después, Merton desarrolló la otra cara de su idea, acuñando la frase “la profecía autocumplida.” En una nota al pie de página del artículo de 1936, él juró que escribiría un libro dedicado a la historia y análisis de las consecuencias no previstas. Aunque Merton trabajó en el libro durante los siguientes sesenta años, permaneció incompleto al morir en el 2003 a la edad de noventa y dos.

La ley de las consecuencias no previstas brinda la base de muchas críticas a los programas gubernamentales, Como lo ven los críticos, las consecuencias no previstas agregan tanto a los costos de algunos programas, que hacen que los programas sean insensatos, aún incluso si ellos logran sus objetivos establecidos. Por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos ha impuesto cuotas a las importaciones de acero, para proteger a las compañías acereras y sus trabajadores ante una competencia de menor precio. Las cuotas ayudan a las compañías de acero. Pero, ellas hacen menos del acero más barato asequible para los fabricantes de carros estadounidenses. Como resultado, los fabricantes de carros tienen que pagar más por el acero que sus competidores extranjeros. Así que, una política que protege a una industria de la competencia extranjera, le dificulta a otra industria competir con importaciones.

Similarmente, la Seguridad Social ha ayudado a aliviar la pobreza entre adultos mayores. Sin embargo, muchos economistas arguyen que ha tenido un costo que va más allá de los impuestos a la planilla cargados a trabajadores y empleadores. Martin Feldstein y otros mantienen que los trabajadores de hoy ahorran menos para su ancianidad, pues saben que recibirán cheques del Seguro Social al pensionarse. Si Feldstein y los otros están en lo correcto, eso significa que existen menos ahorros disponibles, menos inversión se lleva a cabo, y la economía y los salarios crecen más lentamente de lo que sería sin el Seguro Social.

La ley de las consecuencias no previstas siempre y en todas partes está en funcionamiento. Por ejemplo, personas molestas por los altos precios del plywood en áreas devastadas por huracanes, pueden pedir que haya controles de precios para mantener los precios más cerca de los niveles usuales. Una consecuencia no prevista es que suplidores de plywood de fuera de la región, que rápidamente estarán dispuestos a suministrar plywood al precio de mercado más alto, tendrán menos disposición a hacerlo al precio controlado por el gobierno. Así, aparece una escasez de un bien en donde es extremamente necesitado. Tome ejemplo, permisos a electricistas para trabajar de parte del gobierno mantienen la oferta de aquellos por debajo de lo que sería y, así, alternativamente mantiene más altos los precios de los servicios de los electricistas. Una consecuencia no prevista es que la gente, algunas veces, hace su propio trabajo eléctrico y, en ocasiones, uno de estos aficionados se electrocuta.

Un ejemplo aleccionador final es el caso del derrame del Exxon Valdez en 1989. Con posterioridad, muchas zonas costeras aprobaron leyes que ponen una responsabilidad ilimitada a los operadores de tanqueros. Como resultado, el grupo Royal Dutch/Shell, una de las compañías petroleras más grandes del mundo, empezó a contratar barcos independientes para entregar el petróleo a Estados Unidos, en vez de usar su flotilla propia de cuarenta y seis tanqueros. Especialistas en petróleo se preocuparon pues por igual otros reputados transportistas se alejarían, en vez de enfrentar riesgos no cuantificables, dejando el campo para operadores de tanqueros que viajan de noche con barcos con fugas y seguros dudosos. Así, era posible que aumentara la probabilidad de derrames y que disminuyera la posibilidad de cobrar daños, como consecuencia de las nuevas leyes.

LECTURAS ADICIONALES

Bastiat, Frédéric. “What Is Seen and What Is Not Seen.” En línea en: http://www.econlib.org/library/Bastiat/basEss1.html.

Hayek, Friedrich A. New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas. Chicago: University of Chicago Press, 1978.

Merton, Robert K. Sociological Ambivalence and Other Essays. New York: Free Press, 1976.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] En línea en: http://www.econlib.org/library/Bastiat/basEss1.html.

Rob Norton es autor y consultor y previamente editor de economía de la revista Fortune.

Traducido por Jorge Corrales Quesada