CUARENTA Y TANTOS

Por K. Lloyd Billingsley
Independent Institute
8 de marzo del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es k. lloyd billingsley independent institute forties. March 8, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Cuando los relojes marcan las 13, más sabiduría viene desde una década destrozada por la guerra.

La Granja de los Animales y 1984 de George Orwell, con toda su brillantez y poder predictivo, no agotan la sabiduría de los años cuarenta, todavía disponible para su implementación. Considere, por ejemplo, Camino de Servidumbre, primero publicado en 1944. Su autor Friedrich Hayek, quien obtuvo el premio Nobel de economía en 1974, explica por qué el socialismo democrático promovido por Alexandria Ocasio Cortes, Bernie Sanders y otros, es inalcanzable.

El socialismo rechaza el libre intercambio e implementa una economía de control. El problema es que el conocimiento acerca de la asignación de recursos está disperso entre mucha gente, sin un individuo o grupo de expertos capaz de obtenerlo en su totalidad. Así que los planificadores económicos están tomando decisiones sobre bases inestables, y la cosa se pone peor.

“[E]l gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes,” explica Hayek. “Así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Esta es la razón de que los faltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en una sociedad que tiende hacia el totalitarismo.”

En una sociedad planificada, “le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo acerca de un programa negativo, sobre el odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva.”

Bajo el socialsimo, explica Hayek, “a una persona sólo se la respeta en cuanto miembro del grupo; es decir, sólo si trabaja y en cuanto trabaja para los fines considerados comunes.” Aún más, “una vez se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los fines de una entidad más alta, llamada sociedad o nación, siguen por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos espantan.”

Bajo el socialismo, “la crítica pública, y hasta las expresiones de duda, tienen que ser suprimidas porque tienden a debilitar el apoyo público.” Por tanto, “también hay que silenciar a la minoría que conservará una inclinación a la crítica.”

La maquinaria del monopolio “se identifica con el mecanismo del Estado, y el propio Estado se identifica más y más con los intereses de quienes manejan las cosas y menos con los del pueblo en general.” Como hizo ver Hayek, la libertad individual “no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera.”

La política socialista de Alemania, “generalmente fue sostenida por progresistas de aquel país como un ejemplo para imitar.” Por desgracia, “pocos están dispuestos a reconocer que el nacimiento del fascismo y el nazismo no fue una reacción contra las tendencias socialistas del periodo precedente, sino el producto inevitable de aquellas corrientes.”
Cuando Camino de Servidumbre emergió en 1944, la guerra contra el régimen nacional socialista de Hitler aún se mantenía con furia.

Después de la victoria Aliada en 1945, el régimen comunista de Josef Stalin -el aliado de Hitler bajo el Pacto Nazi-Soviético durante los dos primeros años de la guerra, y co invasor de Polonia en 1939- emergió como la mayor amenaza a la libertad en el mundo. En 1949, un grupo de antiguos comunistas enfrentó el tema en The God That Failed [El Dios que Fracasó].

Arthur Koestler, autor de Darkness at Noon [Oscuridad a mediodía] fue testigo de la hambruna planificada por Stalin en Ucrania. Él vio “hordas de familias en harapos en la estación del ferrocarril” y niños muriendo de hambre con “miembros como palillos de tambor” que a Koestler se le dijo que “esos eran kulaks que se habían resistido a la colectivización de la tierra.” Para leer más al respecto vea de Robert Conquest Harvest of Sorrow: Soviet Collectivization and the Terror Famine [La cosecha del dolor: la colectivización soviética y la hambruna de terror].

“La dictadura soviética se ha quedado sin alimentos debido a que se ha quedado sin libertades,” hizo la observación el periodista Louis Fischer. El estado soviético “condenado por la teoría a desvanecerse, se ha expandido hacia un Frankenstein gigantesco y cruel.”

Como señaló el novelista francés André Gide, “Amigos de la Unión Soviética se rehúsan a ver algo malo allí, o al menos reconocerlo, de forma que sucede que la verdad es hablada con odio y la falsedad con amor.” En la URSS, “Pravda le dice a la gente lo que ella necesita saber, y qué debe creer y pensar.”

Otro contribuyente en El Dios que fracasó fue el escritor afroamericano Richard Wright, autor de Native Son [Hijo nativo] y de Black Boy [El negrito]. Wright descubrió que en el Partido Comunista “un hombre no podía decir nada.” Los amos del partido ridiculizaron al negro estadounidense por ser “un intelectual bastardo” y “Trotsquista incipiente” con una “actitud opuesta al liderazgo.”

El Partido Comunista, escribió Wright, “sintió que tenía que asesinarme moralmente simplemente porque no quise verme limitado por sus decisiones,” agregando, “sabía que si ellos ejercían el poder estatal yo debería haber sido declarado culpable de traición y que mi ejecución vendría después.”

En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las ejecuciones de disidentes eran práctica estándar. Como escribiera Koestler, “cada uno de nosotros sabe de al menos algún amigo quien pereció en el subcontinente Ártico en campos de trabajo forzado, fue fusilado por espía, o se desvaneció sin dejar rastro.”

Como lo hizo ver Hayek, bajo el socialismo los peores llegan a la cumbre, tema que Orwell exploró en La Granja de los Animales, en donde los cerdos gobernaron y las ratas eran camaradas. Cuando eso pasa, el reloj empieza a marcar las 13.

El presidente de carácter compuesto que David Garrow trazó en Rising Star: The Making of Barack Obama, desplegó a los militares contra el “cambio climático.” Todos recordarán con orgullo el gran punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, cuando un grupo de Marines harapientos se enfrentó a ese frente cálido desde el Mediterráneo…

Bajo la Junta de Biden, lo que Angelo Codevilla llamó una oligarquía, el general Mark Milley da lecciones a sus tropas acerca de la “identidad de género.” Como recordarán los veteranos del Día D y la batalla del Monte la Difensa, tropas trans y el uso correcto de pronombres cambiaron el rumbo contra los nazis.

Bajo el régimen de Biden, quienes monitorean el fraude electoral, se resisten a las órdenes de vacunarse, y objetan el adoctrinamiento racista, son ahora terroristas domésticos. Entre más alto llega usted, mayor es la confusión prevaleciente.

“Putin puede rodear Kyiv con tanques,” proclamó Biden en su discurso acerca del Estado de la Nación, “pero él nunca se ganará los corazones y las almas del pueblo iraní.” Según todas las indicaciones, Joe Biden no ha estado estudiando para su prueba cognitiva.

Como lo hizo ver Mark Bowden en el 2010, el Joe Biden “vendedor” “no es un intelectual” y no es muy leído. Para la mayoría de políticos, y ciertamente el cuerpo de prensa de Washington, el único Hayek que reconocen es a Salma.
Camino de Servidumbre, El Dios que Fracasó, La Granja de los Animales, y 1948 dicen la misma cosa de diferentes maneras. La libertad es buena, el totalitarismo es malo. Dejemos que Friedrich Hayek tenga la última palabra:

“Si las democracias abandonan el ideal supremo de la libertad y la felicidad del individuo… admiten que no vale la pena conservar su civilización.” Por tanto, “tenemos ante todo que recobrar la fe en los valores tradicionales … que defendimos en el pasado y el coraje moral para defender vigorosamente los ideales que nuestros enemigos atacan.”

También publicado en American Greatness el lunes 7 de mayo del 2022.

K. Lloyd Billingsley es Compañero de Políticas en el Independent Institute y columnista en American Greatness.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.