LA TEORÍA ECONÓMICA QUE EXPLICA LA PROMESA DE BIDEN DE REDUCIR LOS PRECIOS DE LOS COMBUSTIBLES – A PESAR DE LA “AMENAZA EXISTENCIAL” DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Por Nathan J. Richendollar
Fundación para la Educación Económica
Sábado 26 de febrero del 2022

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El economista Paul A. Samuelson indicó hace mucho tiempo que el comportamiento es el mejor indicador de las preferencias verdaderas.

A la fecha en que esto se escribe, el precio promedio, según la Asociación Americana de Automovilismo (AAA), de la gasolina regular sin plomo es de $3.51 el galón [Nota del traductor: el galón de gasolina estadounidense equivale a aproximadamente 3.785 litros], $1 más que el de aquel momento en el año pasado y $1.50 más que el día de las elecciones en el 2020. Con una inflación actual de un 7.5 por ciento, su ritmo más rápido desde 1982, el presidente Biden está sintiendo el malestar político.

Por ello, el juramento reciente del presidente para “trabajar como el demonio” para reducir los precios de la gasolina a las familias estadounidenses. Esto sigue la retórica de hace unos pocos meses en que Biden culpó a las empresas petroleras y la OPEP de elevar los precios y liberó combustible de la reserva estratégica nacional. Famosamente, el presidente actual de Estados Unidos le rogó a la familia real saudita que produjera el petróleo que su partido no quiso que fuera extraído en Norteamérica.

Sin embargo, el ala ambientalista del progresismo constantemente advierte, como lo hace el presidente, que el cambio climático es una amenaza inmediata y existencial a nuestra seguridad nacional y económica. Asegurar precios bajos del combustible es incompatible con estas aseveraciones. Como lo sabe cualquier estudiante de elementos de economía, entre menor es el precio de la gasolina, mayor la cantidad consumida, y más CO2 es emitido. Es imposible reconciliar un deseo de precios de gasolina bajos y más producción de petróleo en el exterior y un deseo de cero emisiones netas de carbono en el futuro previsible y limitar la extracción en casa.

Lógicamente, los progresistas deben ser relativamente poco serios acerca de una de estas dos preocupaciones. Entre las dos, la preocupación por el cambio climático es la posición más posible. Esto no es decir que el cambio climático no existe o que los humanos no causan una porción de él. Pero es decir que la mayoría de la gente seria conoce que el surgimiento en el nivel del mar, de aproximadamente una pulgada por década, es un desafío administrable en el largo plazo, no es el Armagedón.

Pero, las predicciones apocalípticas son la mejor manera de persuadir a sus ciudadanos para que se alejen de sus libertades (ver: Australia y el COVID) y que concentren un poder mayor en el leviatán federal, probablemente la misión esencial del Partido Demócrata desde Woodrow Wilson. Así, los progresistas estadounidenses se sienten totalmente optimistas ante el estrangulamiento de productores petroleros en las formaciones de esquisto del Bakken o Eagle Ford en Estados Unidos, mediante papeleo y tuberías canceladas en nombre de la exigencia climática, a la vez que simultáneamente les ruegan a naciones extranjeras que aumenten la producción.

Al materializarse el costo del idealismo climático de la administración Biden, hasta los creyentes se iluminan. El deseo profesado por la izquierda de poner un precio que elimine los combustibles fósiles, no se refleja bien en la realidad. Forzados a escoger entre los combustibles fósiles más baratos que permiten altos estándares de vida a los estadounidenses y el idealismo climático, el Partidlo Demócrata escoge lo primero por razones políticas. Si los estadunidenses no están dispuestos a aceptar una gasolina de $3.50, ¿tolerarán el promedio francés actual de $7.45 el galón, el tipo de precio necesario para que radicales ambientales hagan una realidad sus sueños febriles de “cero en el neto?”

No. Incluso entre Demócratas.

Los economistas llaman a este concepto “preferencia revelada.” En 1938, el economista estadounidense Paul A. Samuelson propuso que, en lugar de examinar el comportamiento del consumidor con base en la “utilidad,” en vez de eso los economistas podrían observar las decisiones de compra.

De acuerdo con la teoría, un consumidor prefiere el conjunto de bienes que compra ante otros alternativos, manteniendo constantes los precios de los bienes y el ingreso y asumiendo que aquél es racional. Aplicando la teoría en este caso, el presidente ha “revelado” que aquel prefiere gasolina ligeramente más barata y más emisiones de CO2, ante la alternativa de precios de gasolina elevados y menores emisiones de CO2.

Esto no es sino otra forma de admitir que el daño del CO2 extra emitido no excede los beneficios de, digamos $1 menos por galón. Eso es imposible de calzar con la escuela de pensamiento que dice que “el mundo terminará en doce años debido al dióxido de carbono.” El costo de un final del mundo es infinito. Si en verdad el mundo fuera a terminar, pagaríamos cualquier costo preventivo necesario. Pensando de manera económica, lo que revelan los recientes discursos de Biden acerca de la gasolina, es que mucha de la hablada acerca de la “emergencia climática” es bravuconería.

Así que, cuando futuros progresistas busquen imponer nuevos impuestos, regulaciones, y vigilancia sobre los estadounidenses en nombre de detener el cambio climático, los amigos de la libertad económica deberían tener una respuesta a mano: ¿por qué deberíamos tratar eso como el fin del mundo cuando no lo hacemos así?

Nathan Richendollar es un graduado summa cum laude en economía y política de la Universidad Washington & Lee, en Lexington, Virginia. Él vive en el suroeste de Missouri con su esposa Bethany y trabaja en el sector financiero.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.