Este es un artículo importante que resalta el respecto debido a quien simplemente difiere de uno. Ojalá ciertos medios y políticos, entre otros, aprendieran de la palabra del doctor Gunderman, incluso, entre esos últimos, los que resisten violentamente ciertas posiciones afectando a terceros: un poco de civilidad no sobra…

CONTRARRESTANDO CON RESPETO LA RESISTENCIA A LA VACUNA

By Richard Gunderman
Law & Liberty
2 de febrero del 2022

Las vacunas siempre han sido controversiales. Debemos continuar enfatizando sus beneficios, a la vez que se respetan las preocupaciones y convicciones de nuestros congéneres.

La pandemia del covid-19 ha desatado muchas controversias, pero una de las más ardientes ha sido el debate acerca de las vacunas. Las campañas de salud pública han estimulado entusiastamente a que se inocule a los ciudadanos contra el COVID, pero algunos aún están reacios. Ellos expresan preocupaciones acerca de la velocidad con que las vacunas son desarrolladas y desplegadas, y acerca de posibles efectos colaterales. A algunos les preocupa que la inmunidad natural proveniente de la enfermedad pueda ser superior a la inmunidad inducida por la vacuna. Los impulsores alegan que las vacunas han estado rigurosamente sujetas a prueba y probado que reducen el riesgo de contraer y diseminar la enfermedad. La retórica que rodea este tema algunas veces raya en lo absurdo. Algunos alegan que las vacunas alterarán el ADN del receptor, en tanto que profesionales del cuido de la salud incluso han sido acusados por pacientes no vacunados de que los han tratado de matar. Para lograr tener una idea acerca de la resistencia a la vacuna, necesitamos revisar su historia.

LAS PRIMERAS VACUNAS Y SUS CRÍTICOS

La palabra vacuna viene del latín vacca, que significa vaca, pues la primera vacuna científicamente probada descansó en la inmunidad cruzada entre la viruela bovina, una enfermedad de las ordeñadoras, y la viruela ̶ durante milenios una de las maldiciones de la humanidad. Alrededor de un tercio de la gente que contrajo la viruela murió, y muchos sobrevivientes sufrieron cicatrices desfiguradoras. El inglés Edward Jenner (1749-1823), padre de la inmunología, no descubrió la vacuna, pero probó que infectar a pacientes con viruela podía protegerlos de la viruela. Jenner reportó su trabajo a la Real Sociedad, y pronto la vacunación fue empleada a través de Europa y el mundo. Napoleón llamó a Jenner “uno de los grandes benefactores de la humanidad.”

Sesenta años antes del trabajo de Jenner, Benjamin Franklin eligió que su hijo no fuera objeto de variolización, procedimiento más riesgoso dirigido a proteger contra la viruela. En este procedimiento, las costras o el pus de un paciente con viruela podían ser untadas sobre la piel rasguñada de un paciente, en la esperanza de que produciría una forma moderada, local, de viruela. Franklin lamentó por el resto de su vida su decisión de no variolizar, cuando Francis murió en 1736 a la edad de 4 años. En 1764, el joven John Adams eligió ser variolizado, resultando en tres semanas de dolores de cabeza, fiebre, y dolor de las articulaciones. Una década después de eso, su esposa Abigail y sus cuatro hijos hicieron lo mismo. George Washington estaba reacio a enfrentar las fuerzas británicas pues temía una pandemia de viruela. Él lo retrasó hasta 1777, cuando podía hace que sus tropas fueran variolizadas.

En su momento, tanto la variolización como la vacunación fueron reemplazadas por una forma del siglo XX más segura y efectiva de inmunización contra la viruela, usando una vacuna liofilizada altamente portátil que no podía casuar viruela. La Organización Mundial de la Salud adoptó esta forma en su campaña de erradicación global de la viruela en 1967. Gracias a este programa, el último caso endémico de viruela en algún lugar del mundo ocurrió en 1977. El último caso conocido ocurrió en 1978, cuando un fotógrafo médico fue expuesto al virus de la viruela almacenado en un laboratorio británico. Exactamente un año después, una comisión global concluyó que la viruela había sido erradicada. Hoy se piensa que el virus en el mundo existe tan sólo en unos pocos laboratorios seguros.

La oposición a las vacunas es tan vieja como la vacunación en sí. En la tierra de Jenner, varias organizaciones se formaron para luchar contra la vacunación obligatoria, y formaron una coalición en 1896 conocida como la Liga Nacional Antivacunación. Los antivacunas arguyeron que la Ley de Vacunación de 1853, que requería la inmunización contra la viruela, causaba más mal que bien. Algunos clérigos afirmaron que la práctica no era cristiana, pues involucraba infectar a humanos con una materia animal. Muchos dijeron que la vacunación obligatoria era una violación de la libertad personal. Una comisión que estudió el problema concluyó que la vacunación era segura y efectiva, pero, al enfrentar una presión pública creciente, introdujo una “cláusula de objetor de consciencia” y removió las penas por fallar en vacunarse. Tal vez, el caso más extremo de resistencia fue la revuelta contra la vacuna de 1904 en Río de Janeiro, impulsada por una orden de vacunación en toda la ciudad respaldada por el control policial, que resultó en más de cien víctimas, incluyendo 30 muertes.

Brotes de viruela alrededor del inicio del siglo XX en Estados Unidos impulsaron a muchos estados y localidades a adoptar órdenes de vacunación. Una de tales órdenes en el estado de Massachusetts fue desafiada hasta llegar a la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, la que encontró, en Jacobson versus Massachusetts, que los estados tienen la autoridad para imponer la vacunación obligatoria. El juez John M. Harlan escribió la opinión de la mayoría de 7 a 2, encontrando que “En toda sociedad bien ordenada encargada con el deber de conservar la seguridad de sus miembros, los derechos del individuo en relación con la libertad pueden, en ciertos momentos, bajo la presión de grandes peligros, ser objeto tal restricción, que deberá ser aplicada por normas razonables, como puede demandarlo la seguridad del público en general.”

La aceptación pública de las vacunas fue impulsada, en parte, por premios a las luminarias médicas y científicas que las desarrollaron. Louis Pasteur (1882-1895), en su época tal vez el científico más famoso del mundo, primero desarrolló vacunas contra el cólera aviar y el ántrax en ovejas, antes de volcar su atención hacia la rabia, una condición uniformemente fatal que se desarrollaba después de una mordedura de animales. En 1885, Pasteur vacunó un niño de 9 años de edad quien había sido mordido por un perro rabioso. El niño sobrevivió, y, de inmediato, Pasteur fue aclamado alrededor del mundo. En Estados Unidos, los nombres de Jonas Salk y Alfred Sabin quedaron grabados en la consciencia popular en virtud de sus desarrollos de vacunas efectivas contra la polio. Millones de estadounidenses contribuyeron a este esfuerzo por medio de la Marcha de los Dieces para recoger fondos.

Desde esa época, la aceptación pública de las vacunas ha recibido golpes serios. En 1976, soldados del Fuerte Dix en Nueva Jersey se enfermaron por una nueva cepa de influenza. Temerosos de que esa “gripe porcina” pudiera escalar en una pandemia alrededor del mundo, los Centros para el Control de las Enfermedades presionaron a la administración Ford a lanzar un Programa Nacional de Inmunización contra la Gripe Porcina. Los manufactureros de vacunas demandaron protecciones ante responsabilidad contra reaccionen adversas, y sus demandas fueron satisfechas. En menos de tres meses, más de 40 millones de estadounidense, incluyendo al presidente Ford, fueron inmunizados. Por desgracia, un número pequeño de personas desarrolló reacciones severas, como el síndrome de Guillain-Barré. Más importante, nunca emergió un brote nacional, y las tasas de vacunación se desplomaron rápidamente.

Otro golpe a las vacunas ocurrió cuando un médico británico publicó un reporte en la revista The Lancet ligando la vacuna del sarampión, paperas y rubéola (MMR por sus siglas en inglés) con el autismo. El médico reportó que él había aislado el ARN de la cepa del virus del sarampión en niños autistas, y sus afirmaciones se diseminaron ampliamente a través de reportes mediáticos y medios sociales, En su momento, el artículo fue formalmente retirado, y revocada la licencia del médico para practicar. Sin embargo, los rumores continuaron esparciéndose, y permanece siendo uno de los ejemplos más dramáticos del daño sufrido por mala información de salud pública. Hace tan sólo tres años, tanto la Ciudad de Nueva York como el estado de Washington declararon estados de emergencia, debido a brotes de sarampión asociados con rechazos de la vacuna por padres.

PROMOVIENDO LAS VACUNAS, RESPETANDO LAS DECISIONES

Se estima que entre dos y 3 millones de muertes se previenen cada año con la vacunación de rutina. Anualmente, muchos millones adicionales de vidas podrían salvarse si se siguieran todas las recomendaciones de vacunación. Esto es en especial cierto en la era del COVID. Incluso más allá de las muertes, las infecciones tienen otros costos: el sufrimiento asociado, los días de escuela y trabajo perdidos, y los costos prevenibles del cuido de la salud. Cuando pensamos no sólo en la salud de los individuos, sino también de las poblaciones, se aclara la lógica para las campañas y órdenes de vacunación ̶ en el tanto en que aumenta el porcentaje de una población vacunada, se puede lograr un estado de aproximación a la inmunidad de rebaño. Entonces, la transmisión de la enfermedad se hace menos posible debido a que menos huéspedes susceptibles están disponibles para ser afectados.

Hay al menos dos vías para promover tasas en aumento de vacunación para el Covid, la que actualmente en Estados Unidos es de alrededor de un 63%. Una es la vacunación obligatoria. Los individuos no están siendo encarcelados o multados por fallar en vacunarse, pero los estados algunas veces han requerido vacunaciones infantiles para poder asistir a la escuela, y los empleadores, en especial en áreas del cuido de la salud, lo han convertido en condición para tener trabajo. Muchos individuos se resisten a esos requerimientos debido a una preocupación por la libertad personal, insistiendo en que tienen el derecho a tomar decisiones médicas para sí mismos y sus familias. Como signo de respeto para ese derecho, muchas escuelas y empleadores brindan excepciones a individuos que declinan vacunarse, con base en creencias personales. Aun así, algunas cortes han encontrado que rehusar vacunarse es una forma de negligencia paternal.

Las campañas de educación de salud pública son otra forma de promover un cumplimiento aumentado mediante recomendaciones de vacunarse. Hay poca duda que en medios sociales malos actores han diseminado mala información acerca de la vacunación. Algunos están intentando obtener ganancias con la venta de productos o servicios alternativos. Otros pueden desear aumentar la polarización en el discurso público estadounidense. Al responder ante la indecisión de vacunarse, profesionales y científicos de la salud necesitan diseminar la mejor información disponible, involucrar a los escépticos en un diálogo respetuoso, y evitar estigmatizar e insultar gente que ve los asuntos de forma diferente. Algunos estados han venido experimentando con recompensas a quienes eligen vacunarse, incluyendo loterías y dinero en efectivo.

Muy a menudo, los proponentes de las vacunas se han degradado a cualquier lenguaje que ellos piensan moverá a la gente a vacunarse. Esto huele a manipulación. Toda educación de salud pública debería orientarse a darles a los miembros del público la información que necesitan para tomar una decisión informada. Esto significa presentar lo que sabemos de una forma clara y consistente, y evitar escrupulosamente las tentaciones de alegar que sabemos más de lo que sabemos o engañar a la genta en relación con nuestros niveles de certeza. Si cambiamos el mensaje según sea necesario para lograr un resultado predeterminado, mostramos una carencia de respeto hacia nuestros conciudadanos y vecinos, al dudar de su habilidad para elegir bien por sí mismos. Por supuesto, es también posible que algunos elijan pobremente, y ese puede ser un precio que algunos están dispuestos a pagar por ser libres.

Para contrarrestar la indecisión de vacunarse, debemos lograr un balance delicado. Como médico en un hospital, veo de primera mano el riesgo vastamente aumentado de una enfermedad severa por el COVID, la admisión en la Unidades de Cuidado Intensivo, y la muerte entre los no vacunados. Si las tasas de vacunación fueran mucho más altas, el peso del sufrimiento se reduciría substancialmente. No obstante, debemos resistir la tentación de burlarnos de quienes, por alguna razón, optan por no vacunarse. La misión de los profesionales de la salud no es culpar a quienes la necesitan, sino hacer lo que podamos por ellos. Los ciudadanos y vecinos pueden hacer lo mismo. Correctamente o no, alguna gente abriga preocupaciones serias acerca del consejo científico cambiante, la protección de las libertades civiles, y los verdaderos motivos de quienes imponen soluciones de un sólo tipo que sirve para todo.

Ciertamente, la salud es importante, y todo mundo quiere evitar muertes innecesarias. No obstante, la salud es sólo uno de los bienes en la vida humana, y alguna gente razonable puede estar dispuesta a arriesgar su salud para preservar y proteger otros bienes importantes. Las crisis de salud pública vienen y van, y los defensores de la libertad están en lo correcto al preocuparse que iniciativas motivadas en la seguridad, que parecen ser irresistibles en el corto plazo, pueden producir serias pérdidas en el largo plazo. En palabras de Benjamin Franklin, “Aquellos que renunciarían a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad.” Prevenir la muerte da lugar a un buen caso, pero, por sí sólo, no es un argumento demoledor, y es sabio evitar condenar a quienes son firmes en defender otras convicciones.

Richard Gunderman, M.D., Ph.D., es profesor canciller de Radiología, Pediatría, Educación Médica, Filosofía, Artes Liberales, Filantropía, y Humanidades y Estudios de Salud Médica en la Universidad de Indiana. Sus libros más recientes son Marie Curie y Contagion.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.