Al leer este artículo regresó a mi memoria un importante acontecimiento intelectual en mi vida. Era estudiante de economía en la Universidad de Nuevo León, en México, y mi profesor de economía de aquel entonces (1966), Leoncio Durandeau, un día me dijo: ¡Vio que murió Wilhelm Röpke! Como no tenía ni idea de quién me estaba hablando, él me guio a la biblioteca de la Escuela de Economía y me mostró La Economía Humana de Röpke, el cual leí con fruición y luego otros de los libros de él. Ese fue mi primer paso en el abandono de una serie de ideas estatistas, socialistas, intervencionistas que guardaba, hacia el conocimiento del orden de mercado liberal clásico. Jamás olvidaré a Röpke ni a mi desparecido profesor y maestro Leoncio Durandeau.

LA CIVILIZACIÓN DE LIBERTAD DE WILHELM RÖPKE

By Samuel Gregg
Law & Liberty
17 de enero del 2022

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Hace ochenta años, en Zúrich, Suiza, se publicó un libro que se proponía explicar lo que su autor llamó “la enfermedad de nuestra civilización” y “la forma de su cura.” El autor, Wilhelm Röpke, era más conocido por ser uno de los principales economistas de Europa y defensor prominente de los mercados, en una época en que muchos estaban convencidos que el liberalismo de mercado estaba desacreditado. Pero, entre los miles que ese año compraron Die Gesellschaftskrisis der Gegenwart (luego publicado en inglés como The Social Crisis of Our Time [y en español como La Crisis Social de Nuestro Tiempo]), más de unos pocos se vieron sorprendidos que Röpke hubiera escrito un texto que en su alcance iba mucho más allá de la economía.

Röpke había terminado de escribir el libro en noviembre de 1941. Ese mismo mes, la Wehrmacht [fuerzas armadas nazis] alemana estaba avanzando hacia Moscú en un esfuerzo desperado por quebrar la voluntad de lucha de la Unión Soviética. Pronto Japón golpearía Pearl Harbor y se embarcaría en una conquista relámpago del Sureste de Asia. También, noviembre de 1941 fue el mes cuando, lo sabemos ahora, el régimen alemán tomo la decisión de embarcarse en la Solución Final, que pondría en marcha a trenes rodando a través de Europa para llevar al pueblo judío a su aniquilación en los campos de muerte en el Este.

En resumen, los prospectos de revivir las sociedades libres parecían obscuros. Eso, no obstante, puede explicar por qué fue tan inmediato el impacto de La Crisis Social dentro de Suiza y la Europa ocupada por los nazis. Más de unas pocas personas se estaban preguntado cómo Occidente, después de un siglo XIX marcado por tal progreso económico y científico, estaba, por segunda vez en veinte años, al borde de la autodestrucción. También, estaban ansiosas por encontrar soluciones, y muchos vieron al modelo ofrecido por John Maynard Keynes como parte del rumbo hacia el futuro. La Crisis Social ofreció tanto un análisis comprensivo de las causas del trauma de Europa, como también un rumbo futuro muy diferente.

La primera edición de 10.000 copias de La Crisis Social se vendió rápidamente y le siguieron varias reimpresiones. Esa era una época en que el papel estaba sujeto a un racionamiento estricto debido a la guerra. El libro fue comentado por casi todo periódico importante de Suiza, incluyendo aquellos de disposición socialista, los que se mostraron incapaces de ignorarlo. Se contrabandearon copias a la Italia fascista, la Francia de Vichy, Hungría y, en su momento, al propio Tercer Reich. En Alemania, Ludwig Erhard, el futuro ministro de economía de la postguerra, leyó cuidadosamente su copia clandestina de La Crisis Social. Ella se convirtió en un punto primordial de referencia para la liberalización por Erhard de la economía de Alemania Occidental en 1948 y el subsecuente milagro económico. Paulatinamente se hicieron traducciones del libro a todos los idiomas europeos importantes. Diez años después que apareciera por primera vez, La Crisis Social todavía seguía siendo comentada en publicaciones importantes, como Foreign Affairs.

Escribir el libro fue una tarea arriesgada para Röpke. Nadie que lo leyó podía dudar de la baja opinión que Röpke tenía del nacional socialismo. En 1933, Röpke se exilió después de ser purgado de la Universidad de Marburgo debido a sus connotados puntos de vista antinazis. Nueve años más tarde, Röpke habría estado sirviendo como profesor distinguido de economía en la neutral Suiza, pero él aún era ciudadano alemán. Su hijo Berthold acababa de ser considerado elegible para la conscripción dentro del ejército alemán. Esos fueron sólo algunos de los puntos de presión que Berlín usaría en contra de él.

En cierto momento, altos funcionarios de seguridad de la SS presionaron para que se le quitara a Röpke su nacionalidad alemana, debido a la “actitud anti alemana” y “la orientación extrema humanista y cosmopolita” de La Crisis Social. Esto habría creado enormes dificultades para Röpke y su familia con las autoridades suizas, nunca entusiastas con personas apátridas. Al final de cuentas, diplomáticos alemanes persuadieron a los poderes en Berlín de que no le ayudaría mucho a la imagen del Reich en Suiza y Europa, si fueran vistos persiguiendo a uno de los académicos internacionalmente más conocidos de Alemania ̶ sin dejar de mencionar que él era un veterano de combate altamente decorado de la Primera Guerra Mundial, y quien personificaba en su apariencia y atletismo al Übermensch que el nazismo mantenía como el tipo racial ideal.

CÓMO OCCIDENTE SE DESHIZO

Resulta que la condena nazi de La Crisis Social como “humanista” y “cosmopolita” era totalmente correcta. Desde la primera página es obvio que Röpke es esa rareza: un genuino hombre del Renacimiento, familiarizado con muchas ciencias sociales, lenguajes clásicos y modernos, historia antigua y moderna, literatura, filosofía, arte, música, y teología. De hecho, usted rápidamente olvida que el ámbito académico de Röpke era la economía. Citas en griego y latín original de la antigua tragedia de Esquilo y del historiador romano Tácito saltan de las páginas, a la par de Agustín y Montesquieu e incluso hace invocaciones acerca del estilo de pintura de Cézanne. En esta y otras formas, La Crisis Social revela la mente de Röpke como aquella de un hombre de Occidente: alguien firmemente enraizado en los mundos de Jerusalén, Atenas, y Roma, pero, también, forjado por las mejores luces del pensamiento de la Ilustración.

Libros previos de Röpke se habían enfocado en tópicos como política monetaria, teoría del ciclo de los negocios, y política comercial, Pero, tal como otros economistas alemanes orientados hacia el mercado, quienes llegaron a la prominencia en los años treinta -gente como Walter Eucken, Alexander Rüstow, y Franz Böhm- Röpke estaba convencido que las raíces más profundas del desmoronamiento de la Europa del siglo XX iban más allá de la economía y se habrían de encontrar en los reinos de la filosofía, la política, y la cultura. El liberalismo del siglo XIX no estaba exento de esa crítica, al grado que Röpke y otros ordo-liberales arguyeron que muchos liberales de ese siglo habían fallado en ver que “una economía de mercado necesita un marco firme moral, político, e institucional” capaz de resistir “el gobierno desenfrenado de los intereses creados,” que habían mostrado ser adeptos a coaccionar el poder estatal para salirse con la suya. Esa afirmación se convirtió en un punto de debate entre Röpke y el economista austriaco Ludwig von Mises tan temprano como 1938.

El problema no era, como tal, la economía de mercado o las economías libres. El segundo, el tercero y el cuarto de los capítulos de La Crisis Social presentan una defensa poderosa de los mercados contra las alternativas colectivistas, oscilando entre el comunismo y las políticas de pleno empleo Keynesiano. La preocupación de Röpke era con los contextos morales, políticos, y culturales dentro de los cuales operaban los mercados. Esto, argumentó, era donde las cosas habían salido muy mal.

Una fuente de la descomposición dentro de Occidente fue lo que Röpke llamó “racionalismo.” Por ello, no dio a entender la ley natural. Él la consideró como un fundamento filosófico necesario para cualquier sociedad civilizada. Tampoco, Röpke identificó al método empírico como en sí siendo problemático. El blanco de Röpke era la aplicación del razonamiento científico a priori, que él asoció con figuras como Hegel y movimientos como la Revolución Francesa, a cada campo de la vida humana, en nombre de construir un orden social más racional. La mentalidad racionalista, afirmó Röpke, se inclinaba a considerar cualquier cosa que cayera fuera del reino de lo empírico y mesurable, como obscuro o un impedimento para que el conocimiento avanzara. Aquella, también, estimulaba la ilusión de que usted podía rediseñar sociedades enteras desde arriba hacia abajo, como si la gente fuera una pieza de una máquina. Ahí, dijo Röpke, yacía el camino hacia el colectivismo económico y político.

Ese racionalismo iba a la par de otro fenómeno del siglo XIX: siendo ese la concentración constante del poder estatal. El absolutismo monárquico puede haber estado de salida, pero Röpke creía que ese poder, en otros aspectos, se había centralizado más, incluyendo en países en que habían emergido formas de gobierno constitucional y democrático. En parte eso era resultado de mucha gente que quería que los gobiernos hicieran más en la economía, y usar sus recientemente adquiridos derechos al voto en apoyo a políticos que prometían el uso del estado para proteger y subsidiar industrias o que proveyera programas asistenciales.

Röpke afirmó que tampoco los regímenes democráticos mostraron ser resistentes ante las presiones ejercidas por grupos de interés bien organizados, que intentaban adquirir privilegios legales y económicos a expensas de todos los demás. La cartelización de la economía alemana puede haber empezado a fines de la Alemania de Guillermina, pero Röpke enfatizó que el surgimiento de la liberal República del Weimar –“la constitución más libre del mundo,” como la describe La Crisis Social- no había acabado con tales prácticas, Por el contrario, se había acelerado la cartelización y limitación de la competencia legalmente asociada. Esto habría facilitado a los nacionalsocialistas a llevar más y más de la economía bajo el control directo del estado, una vez que asumieron el poder en 1933.

LA AMBIGÜEDAD DEL LIBERALISMO

El papel del liberalismo en esos desarrollos fue tema que Röpke, como destacado economista liberal, había pensado claramente largo y duro. Por una parte, él enfatizó que los movimientos liberales, con su énfasis en la igualdad ante la ley, habían ayudado a remover muchos de los obstáculos basados en la cuna, que habían inhibido el progreso social y económico desde abajo hacia arriba. También, aquellos suministraron formas de constitucionalismo que restringían el poder arbitrario y acabado con el absolutismo en muchos países europeos. Asimismo, creía que el énfasis particular del liberalismo en la libertad económica había producido una prosperidad enorme y permitido a millones escapar de la pobreza rural que rompía las espaldas y de la muerte temprana. En La Crisis Social, Röpke llamó a esto el “esplendor” del capitalismo.

No obstante, Röpke mantuvo que una buena cantidad del pensamiento liberal había sido influenciado por tendencias racionalistas. El surgimiento del liberalismo en el contexto de la Ilustración europea había ocurrido a la par de un giro hacia lo empírico y, en cierto grado, se había identificado con él. Esto, afirmó Röpke, había acentuado la hostilidad hacia la religión, que caracterizaba a algunas tendencias del liberalismo europeo del siglo XIX, al descartar la fe como simple superstición. Eso condujo a una subestimación fatal de la importancia de la religión en brindar respuestas a preguntas eternas que ni la filosofía ni la ciencia podían, así como de la capacidad de la religión para expresar y preservar normas morales que estimulaban a la gente a enfrentar problemas sociales que los mercados no podían. Estas fueron por excelencia observaciones Tocquevillianas.

De acuerdo con Röpke, el propio racionalismo carecía de la capacidad para inhibir el desarrollo de ideologías, que buscaron brindar el mismo tipo de explicación integral de la vida que la religión buscó articular. Para Röpke, el hombre era por naturaleza homo religiosus. El racionalismo sólo había secularizado el instinto innato y, por tanto, contribuido al problema de gente tratando de construir el paraíso en la tierra, ya sea el paraíso del proletariado prometido por el comunismo o el nirvana racialmente puro que anhela el nacionalsocialismo. Cualquiera que fuera, las consecuencias para la libertad eran terribles.

SIN OCCIDENTE, NO HAY LIBERTAD

De ninguna manera Röpke concluye que es necesario prescindir del liberalismo. La Crisis Social subrayó que los logros del liberalismo en los reinos de la economía y el gobierno constitucional fueron sustanciales. Si algo pensó Röpke es que esos éxitos necesitaban revitalizarse mediante la renovación del empresariado y la competencia, así como la restauración de la regla de la ley. El verdadero desafío, para la mente de Röpke, era doble. Primero, ¿podría el liberalismo purgarse de las tendencias racionalistas y cientificistas? Segundo: ¿podría ser dotado de contenido normativo que reflejara los amplios logros de la civilización Occidental?

Röpke se daba cuenta plena de las tensiones internas que marcan la cultura Occidental. No todo lo heredado de Grecia, Roma, la Cristiandad, y las diversas Ilustraciones calza bien en conjunto. Las diferencias eran y son reales. No obstante, Röpke estaba convencido que había hilos comunes en el reino de las instituciones y normas morales, que podían conservar la libertad, recalcar la diferencia entre la virtud y el vicio, y promover la idea de que el hombre era hecho imago Dei [a imagen de Dios]. Los creyentes y los no creyentes, por igual, mantuvo Röpke, podían reconocer que esta concepción de los seres humanos, articulada primeramente en las Escrituras Hebraicas, era base formidable para la libertad humana. Por tanto, nadie debería sorprenderse que el nazismo y el comunismo buscaran pulverizar la idea y reemplazarla con jerarquías de raza y clase, respectivamente.

En ello yace el logro de La Crisis Social de Nuestro Tiempo. Si bien mucho de él fue acerca de la importancia de los mercados y tonterías del colectivismo, el libro de Röpke les recordó a los lectores que la preservación de la libertad requería una cultura que incorporara y acarreara un entendimiento en particular de los seres humanos. En ese sentido, Röpke abrazó plenamente la frase de Lord Acton, de que la libertad “es el fruto delicado de una civilización madura.” Ese fue un mensaje que le urgía escuchar a una Europa peligrosamente cerca de la subyugación por un régimen diabólico en 1942. No obstante, es menos que una advertencia, sometería yo, a quienes dicen preocuparse por la libertad actual. A pesar de lo anterior, los mercados y el constitucionalismo son vitales para una sociedad libre. Pero, si usted ignora, trivializa, e incluso trata de borrar las raíces civilizadoras de la libertad, con certeza que vendrán la distopía y la tiranía.

Samuel Gregg es director de investigación en el Instituto Acton y editor contribuyente de Law & Liberty. Autor de 16 libros -incluyendo el premiado The Commercial Society (Rowman & Littlefield) [Un análisis moral y económico de la Economía de Mercado: Fundamentos y Desafíos en una Era Global], Wilhelm Röpke’s Political Economy (Edward Elgar), Becoming Europe (Encounter), el galardonado Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (Regnery) [Razón, fe y lucha por la Civilización Occidental], y alrededor de 400 artículos y piezas de opinión- él escribe regularmente acerca de economía política, finanzas, conservadurismo estadounidense, civilización Occidental, y teoría de la ley natural. También es Académico Visitante en el Instituto Feulner de la Fundación Heritage.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.