LA ÚNICA POLÍTICA ANTIMONOPÓLICA QUE SE NECESITA ES LIBERTAD DE INGRESO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
10 de enero del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research entry, January 10, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Hace casi 50 años, el desparecido economista laureado con el Nobel, Ronald Coase, observó que “si un economista encuentra algo -una práctica empresarial de un tipo u otro- que él no entiende, busca como explicación a un monopolio.” Lo que Coase dio a entender con esta observación sardónica es que el economista típico supone que, si él o ella no pueden de inmediato ver cómo alguna práctica empresarial observada les permite a los negocios servir menor a los consumidores, entonces, esa práctica debe ser una manifestación de empresarios comportándose monopolísticamente.

No obstante, esta presunción de economistas refleja no su experticia profesional, sino, por el contrario, su arrogancia. Esa suposición, como tal, emana de una presunción más profunda de que el economista que observa está plenamente informado acerca de las múltiples formas que las empresas pueden usar en una lucha competitiva dinámica, dentro de mercados del mundo real, para hacer que las ofertas de sus productos sean más atractivas para los consumidores. Por hipótesis, si un economista, estuviera, de hecho, informado a plenitud, entonces, en efecto, cualquier práctica empresarial que se observe como un intento por complacer mejor a los consumidores, necesariamente sería el ejercicio del poder monopólico.

A pesar de lo anterior, no hay cantidad alguna de entrenamiento y habilidad, o incluso premio Nobel, que dote a un economista como alguien con un conocimiento de tipo Divino acerca del número infinito de formas que las empresas pueden desarrollar, o tropezar con ellas, para hacer que sus productos sean más atractivos para los consumidores. Nadie tiene, ha tenido alguna vez, o tendrá en alguna ocasión, tal conocimiento. Una razón clave de esta realidad es que la competencia es, como la llamó F.A. Hayek, “un proceso de descubrimiento.”

Los consumidores, es cierto, quieren pagar precios tan bajos como sea posible. Pero, bajos precios no son todo lo que les importa a los consumidores (Si precios bajos fuera todo lo que les importara a los consumidores, todo mundo usaría carros usados y comería sólo hamburguesas; nadie compararía un carro nuevo o comería bistec.) También a los consumidores les interesa la calidad del producto, la selección del producto, el estilo del producto, la imagen del producto, la disponibilidad del producto, y la naturaleza de la experiencia al comprar el producto. Asimismo, por supuesto, los consumidores deben conocer acerca de la existencia de un producto si es que del todo han de demandarlo. Y los consumidores están dispuestos a pagar precios mas altos a cambio de mejoras suficientemente valiosas en cualesquiera de esas características.

Cada una de esas características de un producto deben ser satisfechas por los productores, Tal atención viene en forma de experimentos con distintos estilos del producto, con medios de distribución diferentes, y formas distintas de traer el producto, su calidad y su precio a la atención del consumidor. Recortar precios, obviamente, no es el único -y muy a menudo ni siquiera el mejor- medio para aumentar la satisfacción del consumidor.

Por tanto, la competencia económica consiste no sólo de recortar el precio. También, consiste de competencia distinta de los precios. Consiste de empresas que intentan reducir sus costos de producir cada unidad de producto, por ejemplo, al


  • aumentar la escala de sus operaciones
  • fusionarse con algunos suplidores de insumos
  • entrar en contratos de largo plazo con distribuidores de sus productos


Por supuesto, empresas que reducen exitosamente sus costos de producción los trasladan a los consumidores, al menos algunos de esos ahorros de costos, en forma de precios menores ̶ siendo, obviamente, el recorte de precios un medio fácil de lograr mayores ventas.

También, la competencia distinta de los precios consiste de experimentos con medidas para hacer que aspectos distintos del precio de los productos los hagan más atractivos a los consumidores, medidas como


  • Cambiar el número y tipos de características y servicios que se agrupan como “el producto”
  • Ejercer un control más estricto sobre franquicias para asegurar mejor que los clientes reciban constantemente un buen servicio
  • Ofrecer una nueva línea de productos


Debido a que hay incontables maneras en que las empresas recortan costos -formas que difieren entre industrias y firmas, y que cambian con el tiempo- y, también, incontables maneras distintas, diferentes de recortar precios, para que las empresas hagan más atractivos sus productos a los consumidores, el conocimiento de lo que actualmente son las “mejores” formas de competir por los clientes no se pueden adivinar con una teorización abstracta. Las mejores formas se descubren sólo cuando los empresarios en la realidad experimentan en los mercados competitivos.

No obstante, por la naturaleza de los experimentos, los resultados no están predestinados. Algunos experimentos empresariales mostrarán ser exitosos, significando que los consumidores gastarán suficiente dinero en los resultados para “probar” que esos experimentos valieron la pena. En contraste, otros experimentos fracasarán. Aquellos empresarios que, ya sea mediante sagacidad o simple suerte, conducen experimentos exitosos, ganarán utilidades inusualmente elevadas. Estas ganancias altas logradas por experimentadores exitosos se reducirán cuando los imitadores empujen los precios hacia abajo y atraigan alguna demanda del consumidor.

Casi tan importante como los experimentos exitosos son los experimentos empresariales que fracasan. No sólo las pérdidas sufridas por los empresarios que fracasan les incitan a detener lo que es revelado en la práctica por ser un desperdicio en el uso de recursos, sino que otros empresarios son informados para que eviten esos experimentos específicos.

Debido a que las preferencias de los consumidores son siempre cambiantes, y a que la ingenuidad empresarial crea incesantemente combinaciones de recursos previamente no pensadas, en ningún momento, en la realidad, el mercado se encuentra en lo que los economistas llaman “equilibrio.” En ningún momento todos los recursos son usados perfectamente ̶ esto es, como solían usarse por una deidad omnisciente, omnipotente y benevolente. Pero, ¿y eso qué importa? En nuestro valle de mortales es absurda una perfección Divina. Lo más que podemos esperar es que las ganancias y pérdidas prevalecientes cada momento continuamente promuevan mejoras en el uso de los recursos.

Por suerte, la historia de las economías industriales burguesas modernas brinda evidencia poderosa de que este proceso de mercado competitivo de hecho funciona muy bien. A través de él, gente común y corriente, en vez de los propios empresarios experimentadores, cosechan la inmensa mayoría de los beneficios de la innovación exitosa.

Para que la gente común y corriente continúe cosechando esos beneficios, no hay necesidad de leyes antimonopólicas. De hecho, esas leyes antimonopolio obstaculizan ese proceso competitivo. Lo hacen al sustituir la competencia verdadera, creativa, cara a cara, que se presenta dentro de los mercados, por el conocimiento e imaginaciones escasos de economistas, abogados, juzgados, burócratas y políticos. En tanto haya libertad de entrada a los mercados -en el tanto que los empresarios sean libres de experimentar en cualesquiera de las formas pacíficas que ellos desean- en el tanto a los consumidores les sea permitido gastar su dinero según lo elijan- no hay bases plausibles para suponer que una empresa privada se asegurará para sí el poder monopólico necesario para causar daño a los consumidores. En vez de eso, habrá un crecimiento económico continuo, y una prosperidad creciente para las masas.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.