Sowell es uno de los economistas liberales clásicos más importantes de los últimos tiempos, al incursionar agudamente en temas previamente no considerados desde el punto de vista del análisis económico.

ENCONTRANDO A THOMAS SOWELL

Por Thomas Chatterton Williams
American Institute for Economic Research
3 de enero del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es thomas chatterton williams american institute for economic research Sowell, January 3, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La primera vez que escuché el nombre de Thomas Sowell fue durante ese período de transición amargamente partidaria -aunque, en retrospectiva, comparativamente moderado- de George W. Bush a Barack Obama. La hermana más joven de mi mamá, una poseedora de armas, evangélica cristiana renacida y firme votante republicana de California del Sur, para ese entonces se había convertido en una usuaria activa y expresiva de Facebook. En esos tiempos, yo tenía media década de haber salido de la universidad, vivía en la Ciudad de Nueva York, haciendo mis primeras incursiones en el mundo profesional de dar opiniones. Sentí mis primeros impulsos (y, resultaría, mi último) de romanticismo político en mi exuberancia acerca de la candidatura y elección del primer presidente negro. Suficiente con decir que chocábamos nuestros cuernos digitales en una base regular. “Para mí no es acerca de color,” dijo mi tía mientras clamaba contra Obama. “Por ejemplo, amo a Thomas Sowell.”

Para ese lado de mi familia extendida, yo me convertí en el estereotipo de un liberal de la costa, escribiendo para el New York Times y totalmente lejos del verdadero Estados Unidos. De hecho, siempre me he sentido orgulloso y definido de mí mismo como pensador anti tribal, y algunas veces opositor, trabajando firmemente dentro de una tradición negra a la izquierda del centro ̶ una tradición poblada por mentes valientes y brillantes, desde Ralph Ellison y Albert Murray hasta Harold Cruse, Stanley Crouch, Orlando Patterson, a veces incluso Zadie Smith y James Baldwin. Nunca he sido un extraño ante la ira de mi propio grupo, pero, también, intuiría los límites ideológicos de esa tradición. Ni siquiera logré saber con exactitud qué otra cosa ofrecía. Lo cual es decir que no fue que yo evité activamente el trabajo de conservadores negros, era que el trabajo existía totalmente alejado de mi marco de referencia. En general, las ideas conservadoras, y, en particular, el conservadurismo negro, no eran cosas que alguien a quien conociera, siquiera pensara molestarse en refutarlas.

Escuchar a mi tía hablar aprobando a Sowell me ubicó de inmediato en la mente de otro famoso conservador negro llamado Thomas. Mi hermano se llama Clarence. Al juntar nuestros nombres, formaron el epíteto más feroz en los campos de diversión de mi juventud. Era excesivamente difícil aún para mí incluso arribar a un espacio mental y un grado de curiosidad que me permitiera a mí mismo involucrarme con el pensamiento de Sowell. Requirió el acontecimiento de personalmente reunirme y admirar al escritor Coleman Hughes, acólito brillante del joven Sowell, junto con la publicación de un nuevo documental de la Free to Choose Network, Common Sense in a Senseless World [Sentido Común en un Mundo sin Sentido], narrado por Jason Riley, para, finalmente, darle a él una audiencia.

Riley, un columnista de mucho tiempo en el Wall Street Journal y compañero del Manhattan Institute, ha convertido en una misión personal alterar la dinámica del prejuicio y despido casual que he esquematizado, o, al menos, llevar las ideas de Sowell a una audiencia lo más amplia posible. El pasado mayo publicó Maverick, una biografía del pensador, ahora de 91 años de edad y en semi retiro desde el 2016. El documental se basa en grabaciones archivadas, así como en horas de entrevistas que Riley ha grabado con Sowell, quien, desde que obtuvo su Ph. D. en economía de la Universidad de Chicago a la edad experimentada de 38, ha conducido una de las carreras más prolíficas y de larga duración en el pensamiento público en memoria reciente, al publicar más de 30 libros acerca de una variedad de temas, desde economía política Marxista hasta niños con retardo en el habla, y miles de columnas sindicadas, a pesar de su casi total ausencia en la imaginación de la corriente principal estadounidense.

El surgimiento de Sowell no estaba predestinado. Su padre murió poco después que él naciera de una madre soltera en Carolina del Norte en 1930. Para cuando tenía ocho, su madre también falleció, y fue criado en Harlem por su tía y tío ̶ un giro devastador del destino que Sowell insiste en describirlo como un golpe de suerte. “Éramos más pobres que la mayoría de la gente en Harlem u hoy casi en cualquier otro lugar; fue en mi último año o dos en el hogar cuando finalmente tuvimos un teléfono; teníamos una radio, pero nunca tuvimos un televisor,” le escuchamos explicar en voz alta. “Pero, en otro sentido, fui enormemente más afortunado que la mayoría de niños negros de hoy.” Él describe a su familia como estando “interesada” en él, y es de ese interés y su dedicación a desarrollar sus talentos obvios, lo que fue crucial para su futuro. Un amigo de la familia le expuso la biblioteca pública y encendió un fuego en su imaginación. Él se ganó la admisión al ultra competitivo Colegio Stuyvesant, pero lo dejó para servir en los Marinos antes que, en su momento, se graduara magna cum laude en Harvard a fines de los años cincuenta.

Fue su primer trabajo en el Departamento del Trabajo lo que, en la parla de hoy, hizo que tomara la pastilla roja [“se refiere a la escena de la película The Matrix, en donde al personaje se le ofrece una pastilla roja que revela el mundo verdadero y una azul, que lo mantiene oculto] que le sacó del Marxismo que había mantenido hasta ese momento. “La idea de la izquierda -y pienso que muchos conservadores subestiman esto- es realmente una visión más atractiva,” declara él con una sonrisa irónica y su fuerte acento neoyorquino temprano en el documental. “La única razón para no creer en ella, es que no funciona.” Esta idea de visiones contrastantes -y su eficacia comparativa- se convertiría en una faceta básica de su pensamiento. Pero, fue el período en su vida que pasó enseñando en la Universidad de California en Los Ángeles y en Cornell, en que un grupo de estudiantes radicales negros tomó un centro estudiantil, lo que parece haberle desilusionado permanentemente. Como muchos aspectos de su vida y trabajo, la situación parece ser salvajemente contemporánea. No fue sólo el comportamiento de los estudiantes activistas, sino la capitulación total de la administración frente a una masa, lo que tanto le conmocionó. Para 1980, él dejó la enseñanza del todo y persiguió su tranquila beca en el Instituto Hoover de Stanford, aislado de la política de la ciudad universitaria, pero, también, plenamente instalado fuera de la ventana de Overton [“La ventana Overton es una teoría política que representa un ideario aceptable por el público como una ventana estrecha, afirmando que la viabilidad política de una idea se define principalmente por este hecho antes que por las preferencias individuales de los políticos.”]

El documental es una introducción que invita a una figura fascinante a la que muchos de nosotros habíamos sido erradamente conducidos, de una u otra forma, a temer o ignorar, pero la película es incapaz de hacer para Thomas Sowell los que Raoul Peck en I Am Not Your Negro logró para James Baldwin. No cruje con ese tipo de electricidad televisual. Esto puede tener mucho que ver con las ambiciones y limitaciones de los autores de la película, como lo hace con los talentos oratorios y comportamientos de los sujetos respectivos. Cualquier que sea el caso, Common Sense apelará a legiones de aficionados conservadores de Sowell, quienes ya están familiarizados con sus ideas, y, también, sirve como medio efectivo para guiar a los miembros más curiosos entre los no iniciados hacia sus libros, que me imagino es el verdadero propósito del documental. Y es allí, en esos textos audaces y exhaustivos, en que uno recibe el impacto pleno, no adulterado, de la brillantez vibrante de Sowell.

En esta época de ajuste de cuentas racial y pánico pseudo religioso acerca de la identidad, es genuinamente impactante darse cuenta que Sowell no sólo anticipó esos mismos debates hace década atrás ̶ él refutó muchas de las posiciones ahora en ascenso. Mucha gente se preguntó el verano pasado por qué, por ejemplo, en el sitio en la red de Black Lives Matter (BLM) la organización declaró (y desde ese entonces la ha retirado) una posición “disruptiva” sobre la familia nuclear. ¿Qué tenía eso que ver con movilizarse contra la violencia policial? ¿Por qué BLM se describe a sí misma como Marxista? En su libro de 1995 The Vision of the Anointed, Sowell arguye persuasivamente que, “La familia es inherentemente un obstáculo a esquemas de control central de los procesos sociales. Por tanto, los ungidos [en esencia su proto término para “Woke” (“despiertos”)] necesariamente se encuentran de manera repetida a sí mismos en un curso de colisión con la familia.”
Eso es porque, continúa él, “la preservación de la familia” es fundamentalmente una fuente de libertad. “La primera redacción del Manifiesto Comunista de Friedrich Engels incluía una subversión delibrada de los lazos familiares como parte de la agenda política Marxista.”

Después de la muerte de George Floyd el pasado mayo, el concejo de la ciudad de Minneapolis experimentó con llamados mal concebidos para desfinanciar e incluso “abolir” sus fuerzas locales de policía. Esto se presentó -a menudo por blancos progresistas- como que iba en los mejores intereses de la comunidad negra, a pesar de la oposición vocal muy frecuente de la comunidad, con base no en conjetura sino en experiencia dolorosa. Sowell ya había demostrado los fallos en esta forma de razonamiento en relación con el motín de Los Ángeles en 1992 (lo que recuerda a Minneapolis, así como a Kenosha, Wisconsin). “Muchos de los ungidos justificaron la violencia y destrucción al cambiar hacia el punto de vista presunto de ‘la comunidad negra’ ̶ cuando, de hecho, un 58 por ciento de los negros encuestados caracterizó los motines como ‘totalmente injustificados.’” Usted no lo sabría por los medios sociales y gran parte de la corriente principal, pero esos números se han mantenido sorprendentemente consistentes.

Uno de los libros más influyentes y ampliamente citado acerca de la raza en la era actual, How to Be an Antiracist [Cómo ser antirracista] de Ibram X. Kendi, ha popularizado la noción de que cualesquiera discrepancias significativas entre los llamados grupos sociales son necesariamente indicativas de políticas racistas. De nuevo, Sowell no sólo anticipa, sino que refuta, esta línea de pensamiento nuevamente de moda ̶ alrededor de 26 años antes que se publicara:

“Muchas diferencias entre razas son a menudo automáticamente atribuidas a la raza o al racismo. En el pasado, quienes creían en la inferioridad genética de algunas razas eran propensos a ver resultados diferentes como evidencias de diferentes dotaciones de habilidad natural. Hoy, el non sequitor más común es que esas diferencias reflejan percepciones sesgadas y trato discriminatorio de parte de otros. Una tercera posibilidad -que hay diferentes proporciones de personas con ciertas actitudes y atributos en grupos diferentes- ha recibido mucha menos atención, aunque eso es consistente con una cantidad sustancial de datos de países alrededor del mundo.”

Y esa es en resumen la revelación: leer a Thomas Sowell tiene esta cualidad de déja-vu [“Sensación de haber pasado con anterioridad por una situación que se está produciendo por primera vez”]. El logro más importante que le deja a usted no es que él posee la palabra final en cualquier tema, sino que esgrime ideas profundas y montones de datos e investigación comparativa en muchos de los propios debates que aún nos consumen. Como liberal consciente, eso lo deja a usted con una pregunta acuciante: ¿Por qué usted ni nadie que usted conoce ha reconocido la existencia de su producción? Si tenemos suerte, ese documental y la biografía de Riley serán parte del trabajo necesario y largamente debido de rectificar el descuido. Supongo que le debo una excusa a mi tía.

Reimpreso de Law & Liberty

Thomas Chatterton Williams es autor de Losing My Cool y Self-Portrait in Black and White. Contribuye como escritor en el New York Times Magazine, columnista de Harper’s, Compañero desde el 2019 de New America y compañero visitante del Instituto de la Empresa Estadounidense (AEI por sus siglas en inglés).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.