ECONOMISTAS SMITHIANOS Y ANTI SMITHIANOS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
29 de diciembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research Smithian, December 29, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La economía empezó con una desmitificación brillante de falacias abrazadas, tanto por el hombre de la calle, como por la corte de ministros de la realeza. Primordial entre estas falacias está la noción de que la gente de un país se enriquece si su gobierno la obliga a exportar más -e importar menos de- extranjeros. En Una Investigación acerca de la Naturaleza y las Causas de la Riqueza de las Naciones, Adam Smith famosamente expuso el absurdo de este engaño mercantilista.

Como correctamente observara Smith, la gente es más próspera entre mayor sea su acceso a esos bienes y servicios que lo que ella, con sus propias elecciones individuales de gasto, revela ser aquellos que mejor contribuyen a su estándar de vida. El subsidio a las exportaciones no es nada más que el gobierno del país de origen obligando a sus propios ciudadanos a desviar algo de su gasto, para pagar parte de lo que es consumido por extranjeros. Por tanto, los subsidios a la exportación claramente empobrecen a la mayoría de la gente del país natal.

Similarmente, la imposición de aranceles proteccionistas no es nada más que el gobierno del país de origen reduciendo coercitivamente el acceso a sus propios ciudadanos de bienes y servicios. La única consecuencia plausible de esos aranceles es una declinación en la prosperidad de los ciudadanos de la tierra natal.

Por casi 250 años, la mayoría de los economistas había transmitido al público en general, repetidamente en incontables variaciones, esta idea smithiana. Y, aún así, miembros del público en general continúan creyendo que se enriquecen entre más duro su gobierno los obliga a trabajar para suplir a extranjeros con bienes y servicios, y que se empobrecen si extranjeros les ofrecen una abundancia mayor de bienes y servicios.

Otra razón para la persistencia de esta extraña creencia es que la mayoría de la gente tan sólo no dedica los aproximadamente diez minutos necesarios para entender por qué aquello es un error. Otra razón es que productores políticamente poderosos tienen un interés material en perpetuar esa falsa creencia. Pero, también en operación, hay una tercera razón ̶ que es que un puñado de economistas se encuentra listo para diferenciarse de la mayoría de sus colegas economistas, describiendo escenarios teóricamente posibles, en que subsidios a la exportación y aranceles a la importación pueden rendir resultados positivos para el país nativo, si prevalecen las circunstancias correctas.

Por supuesto, productores del país de procedencia, quienes pueden obtener ganancias con subsidios y aranceles, se emocionan pregonando el trabajo de esos economistas. Lo mismo tanto para políticos que disfrutan del poder, como ideólogos ansiosos de justificar la intervención gubernamental.

El resultado es una división dentro de la profesión de la economía. En el caso de la política comercial, la mayoría de los economistas continúa endosando el libre comercio. Pero, un número no pequeño de economistas se hace un nombre tejiendo justificaciones teóricas del proteccionismo. Este grupo de economistas -llamémoslos los “anti smithianos”- en esencia intentan explicar por qué el hombre de la calle (y el ministro de la corte real) todo el tiempo estuvieron en lo correcto. Mientras que el hombre de la calle puede que no entienda por qué su hostilidad intuitiva al libre comercio es correcta, los economistas anti smithianos están allí para ayudarle con catálogos de justificaciones teóricas habilidosas.

Siendo que la realidad económica es complicada, casi siemrpe es cierto que se puede imaginar un conjunto de condiciones bajo el que resultados altamente improbables, en la realidad, se pueden mostrar como posibles. Se puede describir condiciones bajo las que, en realidad, es posible que aranceles proteccionistas o subsidios a la exportación resulten en una prosperidad mayor para el país natal. Sin embargo, esas condiciones son altamente implausibles.

La posibilidad, tenga en cuenta, es sólo un estándar muy débil. Casi cada resultado que es posible -como sobrevivir a una caída desde un rascacielos pues por fortuna aterriza en un enorme banco de nieve recién caída- nunca ocurrirá. Y es exactamente así porque algún resultado que es posible no significa que sea plausible. Todavía más, tan sólo porque algún resultado es plausible no significa que sea probable.

Una habilidad poseída y ejercitada por economistas competentes es la aptitud de distinguir lo plausible de lo posible, y lo probable de lo plausible. Estos economistas entienden que la mejor política pública es aquella que se guía por lo que es probable. También, ellos entienden el peligro de cualquier política impuesta bajo la esperanza de que una posibilidad improbable llegue a pasar.

Los economistas anti smithianos -que se especializan en encontrar razones para aseverarle al hombre de la calle que sus instintos económicos no instruidos, después de todo, son correctos – operan en áreas distintas a la política comercial. Cualquier superstición económica que es popular entre el hombre no cultivado de la calle, es seguro que tiene al menos un puñado de economistas profesionales trabajando duro para explicar por qué economistas, como Milton Friedman, se equivocan al rechazar tal superstición, y por qué él, el hombre en la calle sin instrucción, está totalmente en lo correcto al abrazarla.

El economista más famoso de la historia en dejar su huella de rechazo de una economía sólida y conjurar justificaciones teóricas rococó para las supersticiones del hombre de la calle, es John Maynard Keynes. El hombre de la calle entiende que el quedará desempleado si la demanda del consumidor del producto de su patrono no es la suficiente. Luego, el hombre de la calla salta desde su entendimiento correcto hacia la conclusión incorrecta de que la causa radical del desempleo generalizado en la economía es una demanda inadecuada del consumidor. Basado en este entendimiento fallido, después, el hombre de la calle concluye que una cura fácil para el desempleo generalizado en la economía es más gasto gubernamental. Parece sencillo.

Economistas a partir de Adam Smith trabajaron para refutar esa falsa creencia. Pero, en medio de la Gran Depresión, llegó Keynes. De hecho, Keynes era genial, pero, en mi opinión, no lo fue como economista. La genialidad de Keynes fue tejer justificaciones teóricas altamente implausibles, pero suficientemente impresionantes, para ser creídas por el hombre de la calle.

También, economistas anti smithianos están trabajado duro para reasegurarle al hombre de la calle que está en lo correcto al creer que, en contra de la enseñanza de la mayoría de economistas, los salarios mínimos benefician a todos los trabajadores de bajos salarios. El hombre de la calle apoya la legislación de salarios mínimos pues supone que los salarios más altos obligados son simplemente pagados de ganancias en exceso obtenidas por patronos explotadores, o que los empleadores pagan estos salarios más altos tan sólo elevando los precios a los que venden sus productos, sin consecuencias ulteriores.

La economía básica es clara en que los salarios mínimos impuestos por el gobierno, al elevar artificialmente a los empleadores el costo de los trabajadores menos calificados, ocasionan que algunos empleos de estos trabajadores se eliminen, y hacen que otros empleos para estos trabajadores sean más onerosos. En resumen, los salarios mínimos dañan a muchos de los mismos trabajadores que se supone habrían de ser ayudados.

Pero, los salarios mínimos son populares con el hombre de la calle no instruido, al igual que el típico comentarista de páginas de opinión de los medios. Y, debido a que los mercados osadamente suplen todas las demandas, la demanda de excusas teóricas en apoyo de salarios mínimos se satisface con la oferta de dichas excusas de economistas anti smithianos.

Todo estudiante universitario de economía aprende para su segundo año cómo dibujar un gráfico que muestra un salario mínimo con sólo efectos positivos, no negativos, sobre trabajadores menos calificados. Y, si es bien enseñado, ese estudiante de economía también aprende que las condiciones bajo las que ese gráfico describe la realidad son altamente implausibles. Pero, qué importa. Debido a que el deseo del público de creer en la bondad de los salarios mínimos es tan intenso, es amplia la oferta de economistas anti smithianos dispuestos a satisfacer ese deseo ̶ dispuestos a asegurarle al hombre de la calle que su ignorancia total de economía, es, en efecto, brillantez económica.

Note que yo aquí no acuso a economists anti smithianos de ser insinceros o, peor, mercenarios. No pienso que lo sean. En vez de ello, mi acusación es que, como economistas, son sinceramente insensatos.

Los economistas smithianos -aquellos que investigan, escriben y enseñan en la tradición iniciada por Adam Smith- se ganan la vida exponiendo las muchas falacias económicas abrazadas por el hombre de la calle y propagadas por políticos hambrientos de votos y comentaristas enloquecidos ante un clic. Estos economistas nunca carecerán de trabajo. La razón es que a ellos se oponen economistas anti smithianos, que le dan al hombre de la calle seguridad en apariencia creíble de que todos y cada uno de sus institutos iletrados acerca de la economía reflejan su genialidad.

Siendo personalmente un economista smithiano, tal vez debería estar agradecido con mis colegas anti smithianos por mantener una demanda elevada de mis servicios. Tal vez. Pero, habría preferido que todos los economistas trabajaran, como lo hizo Adam Smith, refutando las falacias del hombre de la calle, en vez de apuntalándolas.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.