EL REGRESO DE LA IZQUIERDA DURA A AMÉRICA LATINA

Por Álvaro Vargas Llosa
Instituto Independiente
29 de diciembre del 2021

País tras país ha caído bajo el embrujo de la Izquierda extrema en América Latina. El resultado de la elección presidencial de Chile que ha coronado a Gabriel Boric, un agitador de 35 años de edad, con entendimiento nulo de qué ha llevado al éxito al país en décadas recientes, confirma la tendencia que ha puesto a mucho de la región bajo gobiernos iliberales, anti Occidente y anti capitalistas. Boric puede resultar siendo un moderado, pero, la demonización del exitoso modelo socioeconómico de Chile, su apoyo a manifestaciones violentas en el último par de años, y su alianza con el Partido Comunista, indican que necesitará llevar a cabo un giro de 180 grados para que pase.

Colombia, en donde Gustavo Petro está adelante en las encuestas, y el poderoso Brasil, en donde Lula da Silva va de primero con un 45 por ciento, podrían seguir el próximo año, al igual que podría Costa Rica, dejando a un pequeño número de países -la República Dominicana, Uruguay, Ecuador- al otro lado. De aquellos lideres que se oponen a la Izquierda dura, algunos, como Guillermo Lasso del Ecuador, están sufriendo el ataque de esfuerzos bien organizados para destruirlos.

Varios factores explican esta marea: La cultura política de la región no se ha sobrepuesto a su tradición populista de años, y la pandemia ha echado para atrás el reloj de millones que se habían unido a la clase media baja. Según la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe de la ONU, en el 2020, la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron niveles nunca vistos en los últimos doce y 20 años, respectivamente. Aún más, los gobiernos de centro-derecha no se han involucrado en una reforma significativa de libre mercado, a menudo impedidos por poderosos movimientos populares del ala izquierda, los que, junto con el fracaso de gobiernos del ala izquierda, han mantenido el promedio de crecimiento del PIB en un 0.3 por ciento anual entre el 2014 y el 2019. Finalmente, en la era de comunicaciones globales instantáneas, la desigualdad se ha convertido en fuente de resentimiento y frustración: El Índice de Gini, que mide las disparidades en el ingreso, aumentó en casi un 6 por ciento en el 2020.

No estamos hablando acerca del péndulo que va desde el conservadurismo de centro derecha hacia una social democracia de centro izquierda, al estilo europeo. Hemos visto diversas formas de asalto al orden constitucional, de líderes ansiosos de cambiar las reglas del juego (incluyendo las constituciones de sus países); subvirtiendo la regla de la ley y la democracia liberal; y permaneciendo en el poder gracias al clientelismo, redistribución, violencia, y propaganda dirigida a calificar a sus opositores como “fascistas.” Esos líderes, abierta o hipócritamente, se oponen a la influencia y capital de Occidente, alentando el resentimiento social y racial, y considerando como traidores a gobiernos de centro izquierda que jugaron un papel constructivo en la región desde los años noventa. En estos últimos 30 años, los partidos del centro-izquierda, antes conocidos como la “Concertación,” han estado en el poder por un tiempo mucho mayor que partidos del centro-derecha; ellos han sido difamados al igual que, si no es que más, los conservadores por los izquierdistas duros que vituperan la era post Pinochet.

Si Lula da Silva -el previo presidente brasileño que pasó tiempo en prisión por cargos de corrupción y que, junto con sus sucesora Dilma Rousseff, hundió al país en una de sus peores crisis políticas y económicas- gana en el 2022, se consumará la toma de América Latina por la Izquierda populista. Lula apoya toda dictadura del ala izquierda y ha justificado las groseras violaciones a los derechos humanos en Cuba y Nicaragua. (Recientemente, preguntó por qué el mundo cuestionaba el hecho que Daniel Ortega de Nicaragua haya estado en el cargo por casi 16 años, ¡a la vez que no objetó que Ángela Merkel de Alemania gobernara por un período equivalente!)

Cuando Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela en 1999, el precio de un barril de petróleo era de $8; en su momento sobrepasó la marca de $100, alimentando su régimen populista y facilitando la destrucción de la regla de a ley. Ahora estamos entrando, según parece, en un nuevo auge de las materias primas que beneficiará a muchos países que producen minerales, hidrocarburos, y productos agrícolas. Excepto por México, en donde los bienes industriales juegan un papel mayor en la economía, eso ayudará a la causa de los países más grandes de América Latina, varios de los cuales están en manos de demagogos y el resto de ellos podría estar en manos similares para fines del 2022 o principios del 2023. No es un panorama agradable.

También publicado en el National Review del lunes 27 de diciembre del 2021.

Álvaro Vargas Llosa es Compañero Sénior en el Instituto Independiente.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.