LA UTOPÍA TRIBUTARIA DE PIKETTY

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
23 de diciembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es theodore dalrymple law & liberty Piketty, December 23, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Thomas Piketty es un economista que saltó a la fama mundial con su sorprendente éxito de librería Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI]. Está bien escrito y lleno de datos; aunque muy largo, fue una lectura fácil y, aún si sus conclusiones eran peligrosas o desatinadas, casi todos habríamos aprendido mucho de él.

Su última obra, Time for Socialism (¡Viva el socialismo!), no es tan buena; en efecto, parece como una capitalización, si puedo ponerlo así, de su fama. Es una colección de sus artículos en Le Monde de setiembre del 2016 a enero del 2021, con un ensayo introductorio luego escrito en febrero de ese último año, y es tanto aburrido como repetitivo. Algunas veces uno siente como si fuera un intento de refutar el aforismo de Heráclito, de que nadie se baña en el río dos veces pues todo cambia en el río y en el que se baña. Uno rápidamente empieza a reconocer los tropos. Por ejemplo, la propuesta del autor de un Congreso adecuado en la Unión Europea con poderes reales, nos asegura él tiene “al menos el mérito de existir.” Es dudoso que la existencia sea un predicado, mucho menos un mérito; e incluso un complot terrorista debe tener “al menos el mérito de existir.” Este es un libro que no debería leerse de tapa a tapa, ni tampoco para profundizar, como lo hice con el primero.

LA VISIÓN UNIFORME DE PIKETTY

Piketty todavía escribe con claridad, aunque sin mucho verbo imaginativo, y obviamente ha consultado muchos datos. Es inteligente, estudioso, y decente, con una noción firme de la irrealidad. Cree en un mundo en que las palancas económicas actúan sin fricción, o, para pedir prestada la descripción que un médico cercano ha usado en relación con sus propios reports médico-legales, “Usted gira el mango y sale la salchicha.”

No hay diferencia en su mundo entre inversión y gasto. Así, cuando él correctamente adscribe la baja productividad en Inglaterra al bajo nivel educativo de la población en general (tal que, en una economía predominantemente de servicios, mucha de ella no es capaz de responder apropiadamente el teléfono con una cortesía razonable), él lo adscribe a una ausencia de gasto en educación. ¡Cómo si ese fuera el caso! Pero, la carencia de gasto no tiene posibilidad de explicar por qué alrededor de una quinta parte de los niños sale de la escuela escasamente alfabetizado. De paso, Francia parece estar progresando, si esa es exactamente la palabra, en esa dirección.

Leemos que “Investigación en las ciencias sociales, de las que la economía es una parte integral, cualquier cosa que alguno pueda pensar, es y siempre será dudosa e imperfecta. No está diseñada para producir certezas preconcebidas… tenemos que examinar con paciencia para proponernos derivar algunas lecciones provisionales e inciertas.” ¡Amén! Pero, la modestia o la provisionalidad no es la característica principal de Piketty, ni tampoco la prudencia entra alguna vez en sus propuestas.

No hay un reconocimiento que el deterioro es posible, así como la mejora, o acerca de la fragilidad de las cosas. Nada cuenta para él excepto igualdad. Él es para la política impositiva lo que Le Corbusier fue para la arquitectura: él quiere prescribir (o proscribir) para todo el mundo. Ante todo, ¡nada de variación! Él nos diría cuánto podemos poseer, cuánto podemos dejar a nuestros descendientes o recibir de nuestros ancestros, cuánto podemos ganar en un año.

Como un igualitario y firme antinacionalista, no explica por qué la redistribución debería detenerse en las fronteras nacionales, Pero, trate de decirle al francés promedio de que, de ahora en adelante, él debe despojarse de la mitad de su riqueza ¡para hacer crecer a Somalia o Sudán del Sur! El libro algunas veces se lee como si fuera escrito por un propagandista electoral de Éric Zemmour [Nota del traductor: político francés de extrema derecha], actuando como un agente provocador.

Uniformidad es para él el precio de la unidad (su compatriota, Frédéric Bastiat, no cometió el mismo error). Él tiene poca consideración, e incluso el reconocimiento, de las consecuencias políticas potenciales de algunas de sus propuestas. Por ejemplo, en su Congreso Europeo, que tendría un poder real (a diferencia del actual Parlamento Europeo), Francia, España, e Italia podrían, y probablemente, le ganarían con un voto conjunto a Alemania en relación con la política económica. No se le ocurre a él que podría haber pocas formas mejores que esta para despertar un nacionalismo durmiente alemán. Nada es seguro, pero mucho es posible; y mientas que él menciona al internacionalismo de Jean-Luc Mélenchon, el político francés del ala izquierda, también podría haber mencionado que el Sr. Mélenchon escribió un libro acerca de Alemania y los alemanes, que fácilmente podría haber sido escrito por un patriota francés en 1916.

CÓMETE AL RICO

El profesor Piketty le entusiasman mucho los impuestos a la riqueza. El presidente Macron abolió el impuesto a la riqueza en Francia, lo que el profesor describe como un “regalo” al rico. En otras palabras, abstenerse de tomar es lo mismo que dar. El dinero es del estado, y, partir de ello, su plenitud, tal como la tierra y su plenitud son del Señor.

Esto, por supuesto, no responde la pregunta de si los impuestos a la riqueza son aconsejables o buenos para la economía. El profesor Piketty asevera que el impuesto francés no dañó seriamente a nadie en Francia, pues las fortunas de los ricos crecieron rápidamente durante los años de su vigencia. Este no es un buen argumento como él piensa que es: la respuesta no es si las fortunas de los ricos continuaron creciendo, sino si el capital se perdió para Francia al emigrar gente rica, ante lo cual la respuesta es probablemente que sí.

Su discusión de esta pregunta no es muy sutil. Él no discute el efecto que tiene la amenaza constante de expropiación sobre las decisiones de personas. Ni tampoco enfrenta mucho la pregunta de qué tanto del aumento en la riqueza es simplemente resultado de la inflación de los activos. En cierto sentido, soy beneficiario de esta inflación de los activos, en que mi riqueza en el papel ha crecido considerablemente. Pero, como miembro típico de las anticuadas y previsoras clases medias, ahorré durante años no para convertirme en rico en el papel, sino para evitar la pobreza en la ancianidad. Cuando los rendimientos de la riqueza en el papel son exiguos, y teniendo recuerdos de inflación del 15 por ciento al año (lo que el profesor es demasiado joven para recordar), tengo muy poca idea de cuánto necesito acumular para asegurar mi deseo de comodidad modesta. En otras palabras, el cambio constante en el valor del dinero tiene efectos profundos sobre las mentalidades.

El profesor no sólo deja para el final del libro mencionar la creación de dinero y las tasas de interés bajas, y luego sólo en passant, no discute por qué tasas de interés bajas deberían haber sido necesarias por tanto tiempo. Son necesarias porque vivimos de pedir prestado, tanto privada como públicamente. El truco ha sido contener la inflación en los gastos de vida ordinarios, mediante la externalización de la producción y la oferta de países con mano de obra barata, lo que se puede hacer en tanto permanezca alguna fe en el valor de nuestra moneda, o, al menos, hasta que no haya una alternativa mejor de almacén de valor (esta era puede estar llegando a su final). Así, podemos imprimir, o crear, tanto de la cosa como queramos y pensemos que nos enriquecemos ̶ al menos algunos podemos. Así, porque al que tiene, se le dará, y tendrá mayor abundancia: pero al que no lo tiene, aún lo que no tiene le será quitado.

El hábito de gastar más del ingreso propio, no como una necesidad ocasional, sino como un plan de vida, es imprudente y sufrirá la pena de la imprudencia ̶ aún si, en la esfera política, están quienes mantendrían la esperanza de que, si se soborna al electorado, se puede mantener todo el sistema funcionando para siempre. Para todo esto, el profesor Piketty tiene un remedio soberano: graven al rico.

Él piensa que ello es democrático pues muchos, tal vez una mayoría, votarían por él, Él no tiene problemas con una democracia de mayorías (provisto que la mayoría esté de acuerdo con él): ¿Cómo puede la democracia ser tiránica? Así, él no ve limitaciones a la propuesta de la senadora Warren de establecer un impuesto a la riqueza y que provea -¡provea!- “un impuesto de salida igual al 40% de la riqueza total para quienes escogen dejar el país y abandonar la nacionalidad estadounidense.” Es más, “el impuesto debería aplicarse a todos los activos, sin excepciones, con sanciones disuasivas para personas y gobiernos que no transmiten la información adecuada acerca de activos mantenidos en el exterior.” No sólo esto es tiránico en relación con individuos, sino, también, tiránico con respecto a las relaciones internacionales, al brindar justificación para una jurisdicción estadounidense sobre todo el mundo. Innecesario decirlo, pero China, Rusia e India nunca aceptarían esto, y pueden encontrar aliados. El conflicto se hace interminable.

La respuesta a este pequeño problema es obvia para el profesor Piketty: un impuesto a la riqueza en todo el mundo, tal que no habría lugar para que alguien se esconda. Puede haber unos pocos problemas iniciales con su puesta en práctica – por ejemplo, quién va a vigilar todo esto- pero, piense en los beneficios: ¡recuéstese y piense en Inglaterra! El profesor Piketty ha encontrado el elixir de la vida, y su tributación.

En ninguna ocasión otra cosa distinta de igualdad entra en la mente del profesor Piketty. No habría privacidad en este mundo, pues la transparencia de todos los tratos, ingreso, y gastos sería absoluta. Su utopía es tiranía en nombre de la virtud, la única virtud que cuenta: igualdad de resultados. Los límites no le preocupan. Cuando él habla de la inmigración futura hacia Francia y Europa, él -a quien tanto le gustan las mediciones- súbitamente no habla de números, y ciertamente no de selección. Para él, un inmigrante es simplemente un inmigrante, no importa de dónde prevenga. No trae consigo con él nada más que su humanidad en común y, por tanto, no hay necesidad de tomar nota de algunas de sus particularidades. Él es una unidad, no un ser humano. Así, el profesor Piketty es lo opuesto de Joseph de Maistre. “En mi vida,” dijo de Maistre, “he visto franceses, italianos, rusos, etcétera… pero en cuanto al hombre, declaro que nunca lo he encontrado.” En su vida, el profesor Piketty ha conocido a hombres, pero nunca a franceses, italianos, rusos, etcétera.

Es necesario mantener esas dos actitudes, ambas conteniendo elementos de verdad, en una tensión creativa. No existe tal tensión en el trabajo de Piketty.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.