Cuando los que dicen “sigan a la ciencia” no la siguen.

¿COMPULSIÓN POR SÍ MISMA?

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
20 de diciembre del 2021

En 1853, la Ley de Vacunación hizo obligatoria la vacunación contra la viruela para todos los niños en Gran Bretaña de más de tres meses de nacidos. Después de 54 años de agitación pública, se aprobó otra ley que hizo más fácil a los padres declinar tal vacunación en nombre de sus hijos, provisto tan sólo que ellos alegaran creer verdaderamente que había razones de salud por las que sus hijos no deberían vacunarse. El movimiento antivacunas era probablemente el más persistente de todos los movimientos sociales de su época, generando publicaciones de circulación masiva durante décadas. La oposición a la vacuna contra la viruela persistió hasta los años treinta.

Leyes que hacen obligatorios procedimientos médicos están destinadas a ser contenciosas, pues, cualesquiera su justificación, son un asalto a la libertad del individuo, y la libertad es un fin en sí mismo. Con dijo Tocqueville, cualquiera que busque libertad en algo distinto de la propia libertad está destinado al despotismo. Sin embargo, la mayoría de las personas podía concebir una situación en la que la inmunización contra la enfermedad debería ser obligatoria: y, de hecho, ha habido muchas situaciones en que la inmunización, o alguna otra forma de profilaxis, ha sido hecha obligatoria, de facto y de jure, al menos para algunas partes de la población.

¿Es la pandemia del Covid una situación en que la inmunización debería ser obligatoria? Al escribir esto, esa compulsión se está poniendo más de moda, si puedo ponerlo así, entre gobiernos, no sólo para ciertas secciones de la población, sino para toda ella.

Hay que tener en mente tres hechos: Primero, la vacuna protege contra una enfermedad grave, hospitalización, y muerte. Segundo, según la última investigación, protege poco contra la diseminación de la enfermedad, aunque investigación ulterior puede alterar este hallazgo, pues la ciencia no es un cuerpo de doctrina fija y sus hallazgos son provisionales. Tercero, una gran proporción de la población está en riesgo insignificante de una enfermedad severa y muerte ̶ aunque, de nuevo, esto podría cambiar.

Si usted junta todo esto, ello argumenta contra la compulsión, pues la responsabilidad está en quienes obligarían a una población a que haga algo para demostrar la necesidad de ello. Por supuesto, están quienes arguyen que la obligatoriedad en tal asunto nunca se podría justificar, aún si el Covid fuera tan mortal como la Peste Negra, que mató a un tercio o más de la población de Europa, en vez de una enfermedad que, hasta el momento, ha elevado la tasa general de mortalidad (en alrededor de un 10 por ciento en países como Gran Bretaña, España e Italia, por ejemplo), pero principalmente entre adultos mayores. No obstante, dejemos de lado esta posición extrema.

¿Que podría decirse a favor de la inmunización obligatoria en las circunstancias actuales, en ausencia de evidencia de que la inmunización reduce la diseminación? Hay al menos un argumento adicional; esto es, que es más posible que los no vacunados contraigan enfermedad severa independientemente de su edad que los vacunados. Estados Unidos está comparativamente bien provistos de camas de cuidado intensivo, pero, aun así, hay sólo una de esas camas por cada 4.000 de población. Por tanto, se requeriría un número relativamente pequeño de pacientes severamente enfermos (en especial cuando los brotes son locales y no diseminados uniformemente) para que cause una escasez severa de esas camas. Como mínimo, cada paciente no vacunado extra que necesite tratarse en cuidado intensivo como consecuencia de su fallo en ser vacunado, está imponiendo los costos de su decisión sobre terceros.

Singapur ha intentado resolver el problema de reconciliar la libertad personal con proteger el bolsillo púbico, al permitir a la gente rehusar vacunarse si así lo desea, bajo la condición de que pague por su tratamiento de una enfermedad severa de Covid si fuera necesario. Hay problemas obvios con este esquema.

Idealmente, por supuesto, la gente debería sobrellevar las consecuencias de sus propias decisiones, pero, en la práctica, es muy difícil arreglar nuestro mundo complejo para lograr que ella así lo haga. Hay, por ejemplo, una correlación entre bajos niveles de educación e ingreso, por una parte, y rechazo a la vacuna, por la otra (por supuesto, la correlación no es absoluta ni prueba de causa). Aún el costo de un solo día de cuidado intensivo está probablemente -casi que con seguridad- más allá de los medios de la gente más pobre para pagarlo; alguna vez se ha alegado que el 60 por ciento de los estadounidenses, por no decir nada acerca del decil más pobre, no puede satisfacer un gasto de emergencia de $1.000 sin acudir a pedir prestado. No puedo imaginarme un ejército de agentes judiciales tratando de extraer unos pocos miles de dólares en bienes valiosos de los hogares más pobres, lo que sería como exprimir jugo de naranja de limones ácidos, para pagar por su tratamiento.

En todo caso, aceptamos soportar y diseminar el costo de mucho comportamiento que es perjudicial para la salud. Me parece a mí, al menos por el momento, que no hay razón para hacer una excepción para o de los no vacunados.

La asociación estadística más fuerte en el escepticismo o rechazo de la vacuna, al menos en Gran Bretaña, es con la edad, lo que es halagador para la concepción propia del hombre como el animal racional: entre mayor la edad del grupo, menor el escepticismo o rechazo. Es tal como debería ser pues, entre mayor el grupo de edad, más posible es que una persona de ese grupo sufra de enfermedad severa de Covid y, a partir de ello, sea protegida por la vacuna. En el grupo etario menor, el riesgo de enfermedad severa es mínimo, y, a partir de ello, si es cierto que la vacuna no previene la diseminación de la enfermedad, la inmunización no asiste en frenar la epidemia. Es más, dado que bien puede ser cierto que la inmunidad natural es más fuerte que la del tipo inducido, es perfectamente racional que los jóvenes declinen vacunarse.

En resumen, concluyo que no hay razón para hacer obligatoria la vacunación contra el Covid, ni siquiera para subgrupos de la población. Hacerlo arriesga provocar el malestar civil por una razón no deseable. Esta conclusión es provisional: yo no excluyo la posibilidad de que algún día la vacunación obligatoria pueda justificarse, aunque yo no espero que alguna vez lo sea así y pienso que ahora estamos muy lejos de esa situación. Por supuesto, los gobiernos aman la compulsión por si misma: le hace saber a la población quien es el que manda.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.