Buen repaso de la historia y mejor lección a futuro.

HACE TRES DÉCADAS COLAPSÓ LA UNIÓN SOVIÉTICA-EL IMPERIO DEL MAL YA NO MÁS PODRÍA FRENAR LA LIBERTAD HUMANA

Por Doug Bandow
American Institute for Economic Research
17 de diciembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es doug bandow american institute for economic research soviet, December 17, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La campaña presidencial de Ronald Reagan se distinguió por su retórica elocuente a favor de la libertad. El trasfondo internacional era la Guerra Fría. Y la principal amenaza era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que Reagan etiquetó exactamente como el Imperio del Mal.

La URSS era un imperio. Ciertamente era malvado. Aunque el infame Archipiélago Gulag fuera historia, las apariciones fantasmales de millones de prisioneros continuó siendo un juicio acerca del infierno ártico por el que muchos ciudadanos soviéticos habían pasado.

Escasamente después de dos años de la elección de Reagan, murió Leonid Brezhnev, secretario general del Partido Comunista Soviético. En el poder casi por dos décadas después de derrocar al idiosincrático e inconsistente Nikita Khrushchev, el gobierno esclerótico y enervante de Brezhnev en última instancia sofocó a su vasta nación.

Dos secretarios enfermizos de corta duración siguieron en los siguientes tres años, antes que Mikhail Gorbachev asumiera el cargo el 11 de marzo de 1985. Él fue tabulado como posible reformador, aunque nadie podía estar seguro de ello. Algunos observadores estadounidenses habían pensado que Yuri Andropov -el jefe de la policía secreta KGB, que había servido en Budapest en la oficina de la KGB durante la Revolución Húngara- era un reformador pues se reportó que a él le gustaba el jazz. Por desgracia, sus gustos musicales no tuvieron relación son sus políticas. Sn embargo, Gorbachev era más joven, vigoroso y promotor reportado de idea liberales.

Aún así, nadie esperaba que en poco más de cuatro años el Muro de Berlín sería derribado. Y que, en poco más de seis años, ya la Unión Soviética no existiría más. Obviamente el régimen de Moscú estaba enfermo. Resultó que la condición era virulentamente terminal.

Pero, la muerte del Imperio del Mal no fue el milagro que ocurrió hacia tres décadas. Lo fue la muerte pacífica de la Unión Soviética.

La Unión Soviética nació en medio de la guerra, el caos, la dureza, y la tragedia. Para noviembre de 1917, el pueblo ruso estaba cansado de ser tratado como insumo militar barato en un conflicto acerca de y para nada. Ni los realistas ni los liberales apoyaron la paz. Lo hicieron los bolcheviques. Así vino la Revolución de Noviembre, que derribó al gobierno provisional que parecía seguro sacrificaría hasta el último soldado en el matadero continental conocido como la Primera Guerra Mundial.

Animados por la energía maníaca y convicción mortal de Vladimir Ilyich Lenin, los Bolcheviques, incluso una minoría dentro de la izquierda revolucionaria, ganaron una guerra civil brutal y crearon un estado mortal. El régimen resultante sobrevivió numerosas crisis, incluyendo la batalla extraordinaria por el liderazgo ante la muerte de Lenin a la edad de 53 en 1924. El ganador fue Josef Stalin, el legendario “Hombre de Acero,” quien brillantemente superó tácticamente y asesinó sin piedad a sus competidores, usualmente después de juicios en un gran espectáculo.

Las consecuencias fueron casi tres décadas de industrialización sangrienta, hambrunas forzadas, purgas perversas, aprisionamiento masivo, temor extendido, conquista internacional, dificultad material, tedio intelectual, y sofocamiento social. El mal es casi imposible de describir. El asesinato pareció ser tanto un medio como un fin.

En Death by Government, el desaparecido científico social R. J. Rummel describió en detalle horrendo cómo operaba la policía secreta bajo Stalin: “Las cuotas de asesinato y arresto no funcionaron bien. Dónde encontrar a los ‘enemigos del pueblo’ que iban a fusilar fue un problema particularmente agudo para la NKVD local, la que había sido diligente en descubrir ‘complots.’ Ellos tuvieron que acudir a fusilar a aquellos arrestados por los crímenes civiles más mínimos, a los previamente arrestados y liberados, e incluso madres y esposas quienes acudían a los cuarteles de la NKVD en busca de información acerca de sus seres amados arrestados.”

La muerte de Stalin en 1953 piadosamente terminó con el estado de terror. Por desgracia, la mejora fue sólo relativa. La liberación quedó a décadas de distancia. La URSS de Khrushchev era más liberal, pero caótica, con la Crisis de Misiles de Cuba llevando al mundo al borde de la guerra nuclear. Bajo Brezhnev la opresión fue persistente, pero, al menos, predecible y manejable.

Aunque la experiencia soviética fue horrenda, no fue única. Los europeos del este la pasaron mal, aunque la mayoría fueron copias pálidas de Moscú, aparte de Albania, que las duplicó con un asilo de dementes al aire libre. Increíblemente, la República Popular China fue peor que la Unión Soviética, mucho más en ciertas cosas. Camboya (Kampuchea), bajo los Khmer Rouge, puede haber sido el que llegó más cerca de cualquier concepción humana de infierno. Corea del Norte generó un tipo diferente de Hades. Cuba, Laos, y Vietnam persisten hoy, aunque como versiones algo desvanecidas de sus pasados brutales no tan lejanos. La cifra acumulada de muertes bajo el comunismo nunca se sabrá con certeza, pero, es posible que llegue a 150 millones y, tal vez, a tanto como 200 millones.

El deseo continuo de libertad del pueblo soviético, y de aquellos sobre quienes gobernaban, estalló rutinariamente. Hubo disidentes celebrados, como el niño de 12 años de edad, Walter Polovchak, apodado el desertor más pequeño. Hubo críticos indomables, como Aleksandr Solzhenitsyn, autor del arrasador y devastador El Archipiélago Gulag. Hubo reformadores desesperados, principalmente Imre Nagy de Hungría y Alexander Dubcek de Checoslovaquia. Estuvieron los profetas del exterior, como Ronald Reagan. Y tantos otros, quienes, a menudo con gran costo personal, se plantaron contra el estado opresor. Sin embargo, el monstruo comunista -ineficiente, furioso, herido, rencoroso, brutal, detestado, despilfarrador, moribundo, confundido, malévolo- se continuó tambaleándose.

Luego, llegó Gorbachev. Él resultó ser la figura única agente más importante del cambio.

Sí, Reagan fue vital. Él reconoció a la URSS como un Humpty Dumpty nacional, listo para su gran caída. En contra del supuesto generalizado entre especialistas de política exterior, que era muy posible que el comunismo estuviera con nosotros por años, tal vez décadas, Reagan vio debilidad, económica, ciertamente, sino también moral y espiritual. Sin duda había creyentes verdaderos en la Unión Soviética, pero un cinismo resignando era el sentimiento dominante. En realidad, ¿Cuántos comunistas arriesgarían su vida y extremidades a nombre del sistema de ellos?

También, Reagan, a pesar de su reputación de línea dura, estaba horrorizado ante la idea de una guerra. Él estaba aterrado de que la disuasión descansara en una destrucción mutuamente asegurada, lo que significaba que, en su momento, su única respuesta planeada ante un ataque nuclear soviético sería la matanza de millones de ciudadanos soviéticos. Como resultado, apoyó la defensa con cohetes e incluso buscó abolir las armas nucleares. Él reconoció qué tan cerca estuvieron los Estados Unidos y la URSS del desastre durante el ejercicio militar Able Archer [un ejercicio militar de la Organización del Atlántico Norte]. Aunque Reagan fue criticado como pacifista por halcones extremistas como Norman Podhoretz, él estaba buscando un socio para alejarse de la Guerra Fría. Gorbachev fue esa persona.

Este último provino de una familia campesina rusa con sangre ucraniana. Su familia sufrió durante la colectivización y el programa de industrialización y la Gran Purga (o el Gran Terror) de Stalin. No obstante, se elevó políticamente a pesar de mantener ideas políticas impactantemente liberales. Después de llegar al Politburó, rápidamente impresionó a lideres occidentales. En diciembre de 1984, la primera ministra británica Margaret Thatcher dijo: “Me gusta el Sr. Gorbachev. Podemos hacer negocios juntos.” Reagan vio “tibieza” en el “rostro y estilo” del líder soviético y “una dimensión moral en Gorbachev.”

La diferencia pronto se hizo evidente en sus políticas. Evitó la auto adulación y estimuló el debate interno. Famosamente inició la glasnost (apertura) y la perestroika (la reforma). Poco antes de asumir el poder, trajo al físico y ganador del premio Nobel Andrei Sakharov desde el exilio en la ciudad “cerrada” (para los extranjeros) de Gorky. Buscó encarar los crímenes de Stalin al rehabilitar a sus víctimas incluso décadas más tarde. Estuvo de acuerdo con el control de armas y retiró las fuerzas soviéticas de Afganistán.

Y él mantuvo las tropas del Ejército Rojo en sus barracas en el año novedoso de 1989, cuando los “satélites” europeos se escaparon de sus órbitas. “¿Usted conoce la canción de Frank Sinatra, ‘Lo Hice a Mi manera?’! le dijo su ayudante Gennadi I. Gerasimov al New York Times: “Hungría y Polonia lo están haciendo a su manera.”

Polonia y Hungría empezaron la cascada. Checoeslovaquia y Bulgaria siguieron con mayor lentitud. Más dramáticamente, el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989, después que el liderazgo de Alemania del Este se rehusó cometer asesinatos en masa y aplastar a manifestantes. Sin embargo, el desenlace más asombroso fue el de Rumanía, en donde el dictador y la dictadora, Nicolae y Elena Ceausescu, enfrentaron un consejo de guerra y un escuadrón de fusilamiento el Día de la Navidad.

La Unión Soviética se tambaleó por dos años más. El régimen falló crecientemente en administrar la economía. Repúblicas constituyentes empezaron a moverse hacia la independencia. Fuerzas autoritarias complotaron un regreso reaccionario. En agosto de 1991 vino el golpe inevitable, que colapsó cuando manifestantes pacíficos confrontaron a tropas de Ejército Rojo en las calles de Moscú. Gorbachev regresó para encabezar un gobierno que era poco más que un cascarón.

El primero de diciembre, Ucrania declaró su independencia, sellando la caída del monstruo comunista. En los días siguientes, una docena de cabezas de las repúblicas firmaron los Acuerdos de Belvezha, que declararon que “la URSS deja de existir como un sujeto de derecho internacional y como una realidad geopolítica.” El Día de Navidad, Gorbachev anunció su renuncia y la bandera soviética fue arreada por última vez.

Este mes hace tres décadas, el Imperio del Mal -creado por Vladimir Ilyich Lenin, empoderado por Joseph Stalin, desecado por Leonid Brezhnev, y enterrado por Mikhail Gorbachev- terminó. Desparecido. Colapsado. Desvanecido. Fallido. Y todos los intelectuales torpes, los apparatchiks venales, y los ideólogos asesinos no pudieron volverlo a juntar de nuevo.

La libertad es frágil y está bajo amenaza constante. La vigilancia permanente es necesaria para su defensa. El peligro nunca pasará plenamente. Sin embargo, gente buena puede, y algunas veces lo hace, ganar. No importa qué tan terrible puede parecer ese momento para algunos, casi cualquier momento durante la Guerra Fría fue peor. Al menos hasta el 26 de diciembre de 1991, cuando la Unión Soviética fue enviada rudamente al gran basurero de la historia. Ahí se ha quedado. Y allí quedará.

Doug Bandow es compañero sénior del Instituto Cato, especializándose en política internacional y libertades civiles. Trabajó como asistente especial del presidente Ronald Reagan y es editor de la revista política Inquiry. Escribe regularmente en importantes publicaciones como la revista Fortune, National Interest, el Wall Street Journal, y el Washington Times.


Traducido por Jorge Corrales Quesada.