En este segundo artículo se explica la importante diferencia entre las organizaciones y los órdenes espontáneos, para explicar las clases de órdenes en las sociedades.

ACERCA DE LAS “CLASES DE ORDEN EN SOCIEDAD” DE HAYEK, PARTE II

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
15 de diciembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research order, December 15, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Concluí mi columna previa culpando de mucho del daño político al instinto humano (tal vez una mejor palabra es “hábito”) de interpretar todo orden social -incluyendo el orden económico- como siendo consecuencia de una organización consciente. Esta conclusión refleja el hecho de que mi visión del mundo es influida muy fuertemente por el trabajo de F.A. Hayek en el New Individualist Review, “Kinds of Order in Society” [“Las Clases de Orden en Sociedad”].

En este ensayo destacable, Hayek identificó dos clases de órdenes sociales, las “organizaciones” y los “órdenes espontáneos.” Estos órdenes difieren categóricamente entre sí.

LAS ORGANIZACIONES

Las organizaciones son arreglos conscientemente diseñados de seres humanos, cada cual con una tarea o conjunto de tareas asignada. Cada organización es pensada por su diseñador, o diseñadores, para lograr un objetivo específico. Un ejemplo es una partida de cacería arreglada y llevada a cabo por nuestros ancestros cazadores y recolectores.

Otro ejemplo de una organización, una hoy familiar para nosotros, es un restaurante. Un empresario compra espacio, equipo de cocina, y otros insumos, así como contrata trabajadores, todo con el propósito de obtener tantas ganancias como sea posible, por medio de ventas de comidas a sus clientes. El dueño escoge conscientemente cómo operará el restaurante ̶ por ejemplo, qué tipos de comida ofrecer a la venta, la decoración del restaurante, y el número de trabajadores por emplear. También, el dueño instituye diversas reglas que gobiernan la operación del restaurante, no siendo menos importante aquellas que se refieren a especificar tareas que se espera que cada empleado desempeñe, así como la cantidad de discrecionalidad que se le dará a cada empleado para responder a cualesquiera circunstancias particulares detalladas que cada uno de los ellos encontrará mientras trabaja.

El hecho crucial es que el restaurante, como el grupo prehistórico de cacería, se organiza conscientemente para proseguir un objetivo de una manera específica. En el caso del restaurante, ese objetivo es la ganancia monetaria para el dueño ̶ ganancia buscada ofreciendo comidas a la venta para los clientes. Cada empleado del restaurante está de acuerdo, a cambio de la paga, en ayudar al dueño a lograr el objetivo escogido por el dueño. Mientras trabaja -en tanto esté en su capacidad de empleado- ningún trabajador persigue sus propios objetivos libremente elegidos. Cada trabajador está de acuerdo en que sus acciones se dirijan, ya sea directamente mediante órdenes de un supervisor, como por un conjunto de reglas, para desempeñar las tareas que se dirigen a promover el logro del propósito de la organización.

En el caso de un restaurante, es fácil determinar si esa organización ha logrado o no sus objetivos. El objetivo se logra si el exceso de ingresos sobre los costos es lo suficientemente alto como para persuadir al dueño a continuar operando el restaurante en la forma actual. Los mismo es cierto de todas las firmas con fines de ganancias, desde la operación más pequeña de una sola persona hasta la corporación multinacional más grande: Si los ingresos por encima de los costos son lo suficientemente altos, la organización se puede decir que ha logrado su objetivo; si no lo son, no lo logró.

Pero, la característica distintiva de una organización no se haya en el tipo de objetivos (como ganancias) que conscientemente se han establecido para lograrlos. Más bien, la característica distintiva de una organización es sólo que es diseñada conscientemente y establecida para proseguir algún objetivo u objetivos en particular, sean cuales sean. Y, así, las acciones de cada persona en una organización pueden y serán juzgadas por qué tan bien esas acciones contribuyen al logro de los objetivos de la organización.

LOS ÓRDENES ESPONTÁNEOS

Los órdenes espontáneos difieren categóricamente de las organizaciones. Los órdenes espontáneos, como las organizaciones, son altamente útiles para los individuos. Pero, a diferencia de las organizaciones, los órdenes espontáneos no son diseñados y creados. Ellos emergen como consecuencia no prevista de las acciones de personas, cada una de las cuales está persiguiendo sus propios objetivos individuales, sin darse cuenta que esas acciones darán lugar a un orden más amplio. Mientras que un orden espontáneo ayuda a cada individuo en la prosecución de sus objetivos, ese orden, a diferencia de una organización, en sí no tiene un objetivo al que aspira. Y, debido a que un orden espontáneo en sí no tiene objetivos, las acciones de los individuos, cuyas elecciones dan lugar al orden espontáneo, no pueden ser juzgadas por qué tan bien o tan pobremente promueven el objetivo del orden espontáneo ̶ de nuevo, porque el orden espontáneo no tiene objetivos.

El ejemplo más obvio de un orden espontáneo útil es el lenguaje. El lenguaje es claramente (para usar una frase muy favorecida por Hayek) resultado de la acción humana, no del diseño humano. Los lenguajes emergieron de seres humanos intentando comunicarse entre sí. Sin embargo, nadie decidió conscientemente qué se refieren, o significan, palabras y sonidos específicos, en algún lenguaje. La palabra “silla” emergió con el paso del tiempo para dar a entender la cosa específica que hoy significa para quienes hablan español.

No siendo diseñado, se deduce que el lenguaje no fue creado para servir algún propósito o para lograr algún objetivo específico. Sería tonto hablar acerca del objetivo del lenguaje español o del lenguaje coreano. Y, sin embargo, el lenguaje, de hecho, nos facilita a cada uno de nosotros, como individuos, perseguir mejor nuestros propios objetivos. El comprador usa el lenguaje para explicarle al empleado del negocio qué cosa desea comprar, y el empleado del negocio, al concluir la jornada diaria, usa el lenguaje para informarle al taxista acerca de su destino. Pero, el comprador y el empleado de la tienda, mediante el uso del mismo lenguaje, no están actuando juntos para lograr un objetivo superior. Aún más, sería errado describir al lenguaje como que tiene entre sus objetivos el servicio del comprador y del empleado de la tienda.

Otro ejemplo de orden espontáneo es el mercado global. Nadie diseñó la división del trabajo de hoy ̶ con algunos de nosotros trabajando como plomeros, otros como diseñadores de redes, y otros como carniceros, cerveceros, panaderos, o jugadores de beisbol. Y nadie diseñó el patrón indescriptiblemente complejo de relaciones de intercambio, que le permiten a cada uno de nosotros disfrutar de la prosperidad fabulosa que cada uno de nosotros disfruta, Y, sin embargo, estos fenómenos son reales. Son resultado de la acción humana, pero no del diseño humano. El mercado, como el lenguaje, brinda una enorme ayuda a cada uno de nosotros para procurar nuestros propios objetivos individuales. Pero, el mercado, así como el lenguaje, no tienen un objetivo general al cual aspira.

EL SESGO INJUSTIFICADO CONTRA LOS ÓRDENES ESPONTÁNEOS

La mente humana, por desgracia, se siente menos cómoda con el orden espontáneo que con la organización. Individuos que interactúan entre sí en formas que nadie ha planeado le parecen, a mucha gente, ser obviamente inferiores a individuos que interactúan entre sí según un plan.
Tan sólo observe las empresas exitosas; ellas están planeadas para satisfacer un objetivo específico. De igual forma, cuando un gobierno se encuentra en una guerra desesperada contra otros gobiernos, toma el control de la economía y la dirige de acuerdo con un plan diseñado para derrotar al enemigo temido.

Ciertamente -dice el razonamiento- la economía produciría mucho mejores resultados si ella, también, fuera siempre manejada de según un plan, en vez de dejarla a la deriva sin rumbo.

Desde la publicación en 1776 de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, los economistas han formulado un caso convincente de que, los resultados materiales de los procesos de mercado competitivos, serán muy superiores a aquellos producidos por intervenciones gubernamentales, diseñadas para lograr resultados específicos, concretos. Pero, aunque Hayek estuvo de acuerdo con esa conclusión, en sus críticas a la planificación gubernamental a menudo enfatizó un punto diferente ̶ esto es, que, en el tanto en que los acuerdos económicos son planificados por el gobierno, cada individuo es reclutado para servir fines que no son de su elección.

Una característica bella de los órdenes espontáneos es que ellos maximizan el ámbito en donde cada individuo escoge -y que persiga con mucha esperanza de éxito- sus propios únicos objetivos, sin tener que estar de acuerdo con los objetivos elegidos por otros o tener que sacrificar sus objetivos ante los de otras personas. También, en un orden espontáneo ningún individuo es impedido en la búsqueda de sus objetivos, tan sólo porque esos objetivos son inconsistentes con algún plan abarcador.

A menudo, nosotros los humanos usamos asociaciones de dueños de viviendas, empresas y otras organizaciones para mejorar nuestros prospectos de lograr objetivos específicos. Pero, la utilidad innegable de organizaciones en ciertas circunstancias no debería ser confundida como evidencia de que las organizaciones son superiores a los órdenes espontáneos. Cada una de estas dos clases de orden en sociedad tiene su lugar apropiado. Y, tal como sería una tontería esperar, digamos, que una firma empresarial que produce automóviles emerja espontáneamente, sin alguien que intente crear tal firma y planear su operación, es una tontería esperar que la economía, como un todo, puede ser exitosamente planeada y operada como si fuera una empresa de negocios o una unidad militar.

Hay, para repetirlo, dos clases de orden en sociedad. Es hora de que dejemos de glorificar y sobreestimar una, e ignorar la realidad, o descontar las maravillas de la otra.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.