Mi última traducción fue de un artículo del politólogo James R. Rogers, El Virus en la Próxima Vez, que sin duda merece toda atención. En este caso, el médico Theodore Dalrymple lo enriquece con sugerencias que lo hacen incluso más útil.

LOS COSTOS DE ESTAR PREPARADOS

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
8 de diciembre del 2021

En su ensayo el profesor Rogers hace varias preguntas interesantes. La primera es aquella de la preparación. Él dice muy correctamente que una pandemia similar a aquella del Covid-19 ha sido firmemente predicha durante décadas: pero allí yace algo del problema.

Yo sé que el mercado de valores se va a derrumbar pues el mercado de valores siempre se derrumba más temprano o más tarde. Pero, desde el punto de vista de mi riqueza, necesito saber no sólo que se derrumbará, sino cuándo sucederá. Si vendo muy temprano, podría perder tanto dinero como si vendiera demasiado tarde. Una predicción sin límite de tiempo no es muy útil.

Hay un costo por una preparación ante algo que no sucede; la preparación es costosa, y estamos gobernados por políticos que son sensibles a críticas de desperdicio y piensan en términos de ciclos electorales.

En Francia, en el 2004, la entonces ministra de Salud predijo una epidemia de una enfermedad de tipo gripal y formuló un plan que incluía cierre de fronteras, limitaciones a la movilidad, prohibición a reuniones multitudinarias, distanciamiento social, y uso de mascarillas de alta calidad.

Para el momento de la influenza epidémica H1N1 del 2009, Francia estaba bien preparada, al menos en el tema de las mascarillas: miles de millones de ellas fueron compradas. Pero, la epidemia nunca se materializó, y los auditores gubernamentales criticaron a la entonces ministra de Salud, y la prensa la ridiculizó, por haber desperdiciado tanto dinero. La lección fue aprendida: por desgracia, ante el acontecimiento, la equivocada. Ningún ministro posterior se atrevió a reordenar las mascarillas expiradas en el tiempo.

Entre tanto, Francia, como la mayoría de países europeos, había dejado de estar en capacidad de manufacturar mascarillas, habiendo llegado a depender totalmente en este sentido de China. El episodio demostró que consideraciones estratégicas, así como aquellas económicas estrictas (por ejemplo, la fuente más barata de mascarillas), a partir de ahora tenían que ser tomadas en cuenta al diseñar políticas. La tentación de motivos estratégicas para proteger industrias ineficientes será considerable en el mundo post-Covid.

El profesor Rogers atribuye el pánico o la sobrerreacción ante la pandemia de gobiernos occidentales a su impreparación, y, sin duda, esto es parcialmente, o en gran parte, correcto: pero hay otra dimensión, esta es, un cambio cultura en la población (que los gobiernos, al ser electos, deben tomar en cuenta) con respecto a un riesgo aceptable, que rápidamente se está acercando a cero. Si puedo tomar un solo ejemplo: hace algún tiempo, en una estación del tren en Sídney, Australia, conté seis advertencias acerca de diversos peligros supuestos al tomar una escalera eléctrica hacia la plataforma. Una sociedad en que una actividad como esa es algo común en cuanto a tener tantas advertencias es una muy cautelosa, para no decir más. En tales circunstancias, la posición por defecto de los gobiernos siempre será hacer mucho, en vez de no hacer nada o muy poco, y las medidas más draconianas siempre parecerán ser las más “prudentes” que las menos.

Fue cierto que Estados Unidos, debido al tamaño de su territorio y multiplicidad de jurisdicciones, estaba en una posición única para llevar a cabo experimentos en cuanto a la mejor forma de lidiar con la pandemia. Pero, la interpretación de resultados estaba destinada a ser difícil, debido al número enorme de variables que puede haber afectado los resultados.

El profesor Rogers alude a la visión de túnel de los expertos en salud pública, de nuevo, sin duda que correctamente. Para un epidemiólogo, lo único que cuenta es la enfermedad. Es necesaria la supervisión política de las recomendaciones de expertos, lo que es obviamente verdad, pero, también, es obviamente inevitable, pues los expertos en salud pública ni siquiera están de acuerdo entre ellos mismos y, así los políticos están obligados a escoger, ya sea que lo quieran o no, que lo hagan con plena consciencia o no. La ciencia no es una doctrina de la cual la política emerge por generación espontánea.

Las diversas, generalmente muy similares, políticas proseguidas por gobiernos en occidente ilustran, una vez más, la distinción de Frédéric Bastiat entre lo visto y lo no visto. Es relativamente fácil medir el número de muertes causado directamente por el Covid-19 (aunque incluso aquí hay complicaciones), pero, es mucho más difícil medir las consecuencias en la salud de medidas tomadas para combatirlo. Las muertes por el Covid-19 son inmediatas y aparentes; aquellas causadas, por ejemplo, por un tratamiento médico diferido o enfermedades llamadas de desesperanza, aparecerán sólo posteriormente y permanecerán siendo controversiales en cuanto a causalidad. Así, en una epidemia como la del Covid-19, es entendible, si no es que deseable necesariamente, que esa visión de túnel, no sólo la de expertos de salud pública, deba prevalecer.

Idealmente, como sugiere el profesor Rogers, un gobierno debería llevar a su electorado a confiar acerca de su propia ignorancia. Este es el consejo de perfección en vez de alguna posibilidad real. Un gobierno que dijera que quería que todos hicieran sacrificios, pero que dijo que no podía estar seguro de sí o no ellos estaban justificados, no sería obedecido voluntariamente. Cuando usted está imponiendo cosas a millones, es mejor saber o, al menos, aparentar que sabe de qué estaba hablando. Por desgracia, cuando usted pretende creer en algo por mucho tiempo, como en su propia omnisapiencia, llega a creer en su verdad.

El profesor Rogers señala que gente que rehúsa vacunarse no está siendo necesariamente irracional. En un sentido Humeano, que ninguna declaración de valor puede derivarse de una declaración de hechos, sin duda él está en lo correcto. La situación se complica aún más allá por el hecho de que el cociente de beneficio personal con respecto al riesgo personal con la vacuna, cambia según el grupo etario y es mucho más alto entre más alta la edad del grupo. No hay un punto en que el rechazo es absoluta, e indubitablemente irracional.

Este es un problema frecuente en medicina, en especial cuando la gente es tratada no por una enfermedad sintomática, sino porque tiene factores de riesgo -digamos, presión alta- que puede, algún día, tal vez muchos años más tarde, resultar en una enfermedad sintomática y severa. Mi impresión es que ni uno entre cien personas que toman la medicina contra la presión alta, comprende la posibilidad de que la medicina que toman no les hará bien o capta el razonamiento estadístico con base en la cual ha sido recetada.

Sea como sea, también dudo de si la mayoría de quienes rehúsan vacunarse lo hace con base en racionalidad estadística, aunque debe haber una porción que lo hace. Encuestas muestran que las teorías conspirativas abundan entre esos grupos que rehúsan vacunarse, y la certeza con la que esas teorías son mantenidas no tiene relación alguna con la fuerza de la evidencia sobre la que están basadas, o deberían estar basadas, para que en algún sentido sean racionales. Sin duda que cualquier esfuerzo debería hacerse para entender los temores irracionales de los que rehúsan vacunarse, pero, eso no significa que se acepte su racionalidad. De hecho, hay razón para pensar que los temores irracionales están declinando.

Vale la pena mencionar que, por razones que del todo no comprendo, la inmunización por mucho tiempo ha sido uno de los procedimientos humanos que ha levantado mayor antagonismo popular. La historia de la oposición a la inmunización es extensa e interesante. Antes que las vacunas para el Covid-19 empezaran a poner microchips en la gente a instancias de Bill Gates y George Soros, las vacunas para el sarampión, paperas, y rubeola estaban haciendo autistas a los niños, y aún hay gente que cree eso, a pesar de evidencia concluyente de la base fraudulenta en que se basa la teoría y del fracaso en encontrar algún ligamen estadístico, a pesar de investigación rigorosa.

Sin duda que estaremos mejor preparados para la próxima pandemia de como estuvimos para esta del Covid-19: provisto, por supuesto, que la siguiente pandemia se le parezca en formas relevantes, lo cual puede que no sea. Nuestras preparaciones pueden llegar a recordar la Línea Maginot ̶ aunque es también importante no exagerar la inutilidad de la Línea Maginot.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.