Una buna explicación acerca de otro cuento ideológico político acerca del concepto del libre comercio.

¿ES ELITISTA EL LIBRE COMERCIO?

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
29 de noviembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research elitist, November 29, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Una abundancia de mitos obscurece el caso a favor del libre comercio. ¡El libre comercio reduce el empleo! ¡El libre comercio disminuye los salarios! ¡El libre comercio resulta en una carrera hacia el fondo! ¡El libre comercio para nuestro país es aconsejable sólo si todos los demás socios comerciales comercian libremente! ¡El libre comercio requiere un gobierno único en el mundo! Estas y docenas de otras falacias acerca del libre comercio proteccionistas lanzan rutinariamente a nuestro alrededor. No obstante, ninguna falacia es más absurda que la afirmación de que el libre comercio es elitista.

Son demasiados los ejemplos de esa falacia como para enumerarlos. Una muestra al azar encuentra a un escritor del Huffington Post insistiendo acerca del libre comercio en que “Las Élites lo Están Vendiendo” y que “[g]igantescas corporaciones multinacionales y a multimillonarios les va bien bajo el libre comercio, no tanto al resto de nosotros.” El economista del ala izquierda Robert Wade, afirma que “el equipo de la élite global” que impulsa el libre comercio subestima el daño que ocasiona a la gente ordinaria, mientras que otro economista heterodoxo, Dani Rodrik, denuncia la “obsesión de tecnócratas y ‘élites’ con la hiper globalización.” También, acusando al libre comercio de ser una política apropiada solo para las élites, está el comentarista populista estadounidense y en una ocasión aspirante a la presidencia, Pat Buchanan. Y, por supuesto, Donald Trump promovió esa parte acerca de las élites en todo el camino hacia la Casa Blanca.

Incluso el anterior firme defensor del libre comercio, Paul Krugman, ahora se queja a plena voz de que el caso a favor del libre comercio es un “timo” elitista.

Tonterías.

Una política de libre comercio no es más que una política en la que gente común y corriente se queda sin ser molestada por gastar su ingreso en cualesquiera formas pacíficas que elija. Es una política gubernamental de no penalizar o prohibir los intercambios comerciales sólo porque sucede que las contrapartes de esos intercambios viven en el exterior. El libre comercio es una política de no obligar a sus compatriotas -ya sean ellos de las “élites” o los más humildes- a pagar por privilegios otorgados a grupos poderosos de interés.

Bajo una política de libre comercio, todos los productores deben ganarse sus vidas honestamente ̶ esto es, suministrado un valor genuino para los consumidores, cuando son los consumidores quienes juzgan ese valor y no según sea aquel valor que los mismos productores, o sus amigotes en el gobierno, afirman que es. Bajo una política de libre comercio, el gobierno no les niega a algunos de sus ciudadanos, ya sea como consumidores o como productores, la oportunidad de hacer lo máximo con su dinero en un intercambio voluntario con otros ̶ no obstante, no sólo el gobierno artificialmente infla los ingresos de los políticamente potentes, al transferirles obligadamente ingresos desde los políticamente impotentes.

El libre comercio es una política de dejar sola a la gente. El libre comercio no es una imposición; el libre comercio es la ausencia de imposiciones gubernamentales. Quienes arguyen que el libre comercio es obligado, implican que, cuando Jones, después de tener secuestrado a Smith, en su momento libera a Smith de su cautiverio, con ello impone la libertad sobre Smith. Pero, por supuesto, Jones no hace tal cosa. Similarmente, un gobierno que remueve obstrucciones, que en una ocasión impuso sobre la libertad de sus ciudadanos para participar en intercambios comerciales, no impone la libertad sobre sus ciudadanos; restaura el derecho a la libertad de sus ciudadanos. Les devuelve lo que correctamente era de ellos ̶ algo que nunca, en primer lugar, debió serles quitado.

No hay nada en lo absoluto de elitista acerca del libre comercio ̶ una aseveración que incita tres respuestas débiles de parte de proteccionistas.

Primera, después de señalar a trabajadores que pierden empleos concretos ante las importaciones hechas posibles por una liberalización del comercio, los proteccionistas arriban ciegamente a la conclusión de que abrumadoramente los beneficiados con el libre comercio son corporaciones multinacionales, cuyas utilidades se amplían, tanto al exportar más, como cambiar la producción hacia mercados externos menos costosos.

Pero, en realidad, la mayor parte de los beneficios del libre comercio los disfrutan hombres y mujeres ordinarios, tanto en el exterior, como en el país de origen. Este hecho debería ser obvio: Las importaciones son voluntariamente adquiridas por compatriotas. Esas compras no se harían si los compatriotas no las consideraran como buenos acuerdos. Los trabajadores, quienes son descritos como perdiendo empleos por importaciones, son correctamente mejor descritos como trabajadores que pierden empleos específicos debido a decisiones tomadas por sus compatriotas ̶ hombres y mujeres comunes y corrientes, a quienes ya no más se les impide, o penaliza, gastar sus ingresos tal como lo elijan.

(También, los proteccionistas ignoran tercamente la realidad de que el comercio internacional es una entre muchas avenidas -y en Estados Unidos una relativamente estrecha- en las cuales las decisiones económicas de consumidores ocasionan pérdidas de empleos específicos.)

Una segunda forma en que proteccionistas discuten contra la demostración de que el libre comercio no es impuesto por élites, es enfatizando el hecho que los acuerdos comerciales para hacer más libre el comercio se negocian por funcionarios gubernamentales ̶ esto es, no por los Joe y Janice consumidores de Six-Packs.

Bueno, sí. Las negociaciones gubernamentales son llevadas a cabo por funcionarios gubernamentales, y cualesquiera tratados y otros acuerdos resultantes deben ser aprobados por funcionarios de alto rango, quienes, por la naturaleza de las posiciones que mantienen son parte de las élites. Aún más, estos acuerdos siempre tienen corporaciones políticamente influyentes entre quienes los apoyan. Sin embargo, al negociar acuerdos comerciales, lo que estos funcionarios y corporaciones quieren es ampliar la habilidad de exportar. Estos negociadores y sus amigos corporativos están de acuerdo en reducir barreras a la importación en el país natal, como un precio que ellos “pagan” a cambio de una mayor capacidad de vender en mercados extranjeros. La única forma en que “nuestros” negociadores pueden persuadir a gobiernos extranjeros que reduzcan sus barreras a la importación, es que “nuestros” negociadores estén de acuerdo en reducir nuestras barreras a la importación.

Mientras que, a menudo, el resultado de esas negociaciones es un movimiento genuino en dirección del libre comercio, el comercio libre -o hasta más libre- en el país natal no es el objetivo típico de los negociadores comerciales. En su mundo ideal, esas élites lograrían acuerdos seguros que permiten a productores del país natal exportar más sin permitir que consumidores en el país natal importen más.

Por suerte, el interés propio de todos los funcionarios gubernamental les guía en busca de mayores mercados de exportación, para, reticentemente, estar de acuerdo en lograr un comercio más libre en el país. El resultado es una mejora por encima del statu quo. No obstante, el librecambista comprometido insiste en que el resultado óptimo para el gobierno del país natal es sencillamente eliminar todas las barreras arancelarias, con independencia de lo que otros gobiernos hagan. No son necesarias negociaciones de ninguna índole. Todo lo que es necesario para que reine un libre comercio verdadero y pleno es que las élites simplemente eliminen sus aranceles y subsidios oficiosos.

Finalmente, los proteccionistas piensan que ellos identifican una prueba irrefutable al ver que el caso intelectual a favor del libre comercio es típicamente formulado por élites ̶ en especial por economistas, en que muchos tienen posiciones académicas prestigiosas.

Es verdad que primordialmente entre quienes hablan a favor del libre comercio están los economistas. También, prominentes entre los que apoyan el libre comercio están investigadores y analistas de algunos centros de pensamiento. Gente que investiga, escribe, y da charlas como forma de vida -élites “intelectuales”- son, de hecho, destacados desproporcionadamente entre aquellos cuya investigación, escritos, y charlas promueven el libre comercio.

Pero, también es cierto que gente que investiga, escribe y da charlas como forma de vida –“élites intelectuales- es exhibida desproporcionadamente entre aquellos cuya investigación, escritos y charlas promueven el proteccionismo. Los voceros principales del proteccionismo, no menos que los principales voceros a favor del libre comercio, son intelectuales El proteccionismo tiene muchos amigos en medios impresos, medios de transmisión, y tanto en la academia como en el gobierno. De hecho, mi experiencia con el debate acerca del comercio durante los últimos 40 años, deja claro que, intelectuales que sospechan del libre comercio y simpatizan con el proteccionismo, exceden en mucho a quienes apoyamos el libre comercio con base en principios.

Los intelectuales casi siempre se desempeñan prominentemente en cualquier lado de cualquier debate acerca de cualquier tema. Difícilmente el comercio libre es único como causa impulsada por algunos intelectuales (y opuesta por otros). Intelectuales condujeron el movimiento antiesclavista, así como la resistencia hacia ese movimiento. El Nuevo Trato de Franklin Roosevelt fue creación de intelectuales y fue promovido en el ambiente público por ellos, así como lo fue el estado asistencialista de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson. Posteriormente, intelectuales apoyaron los movimientos de derechos civiles, mientras que otros se opusieron a él. Cada guerra es apoyada por muchos intelectuales, así como opuesta por muchos otros. Ninguna causa -incluyendo al propio proteccionismo- que es apoyada por proteccionistas, ya sean de izquierda o derecha política- es una que no es conducida por intelectuales.

El libre comercio no es algo ni más ni menos que libertad y justicia. La noción de que es un esquema elitista es una patraña grotesca.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.