Buckley fue uno de mis escritores favoritos de los años setenta y ochenta. Era una persona de vasta cultura y excelente debatiendo.

¿QUIÉN FUE BUCKLEY?

Por David B. Frisk
American Institute for Economic Research
24 de noviembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es david b. frisk american institute for economic research church Buckley, November 24, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En un momento en que se dice que el conservadurismo estadounidense ha perdido su rumbo como una fuerza basada en principios, un reexamen cuidadoso parece necesario, para quienes dicen eso y los que están en desacuerdo. Cada campo se beneficiaría si echara una mirada fresca a la larga y muy admirada carrera del fundador reputado del movimiento conservador. A Man and His Presidents: The Political Odyssey of William F. Buckley Jr., de Alvin Felzenberg, vale la pena ser leído por cualquiera que desea llegar a familiarizarse con él, o volver a familiarizarse.

Por sí solo, no brinda suficientes nuevas ideas acerca de la brillante vida pública de Buckley, como para calificarlo como una contribución importante en la historia del conservadurismo, como podemos razonablemente esperar de la largamente esperada biografía de Sam Tanenhaus, anterior editor de reseñas del New York Times. Pero, en otros aspectos, a los lectores potenciales de un libro de Buckley les sirve bastante bien.

En especial para gente más joven, es una visión general informativa de desarrollos políticos de medio siglo, tal como fueron vistos por un gran líder conservador. Es, también, una ilustración de cómo un intelectual, o un intelectual además de activista, puede involucrarse en la alta política, a la vez que mantiene un gado de independencia de ella. Para lectores de más edad y, en especial, aquellos relativamente conocedores de Buckley, el libro es un recordatorio ricamente detallado del balance, casi siempre uno razonable, que logró entre la necesidad de consistencia ideológica y requerimientos prácticos del conservadurismo. Felzenberg ha reintroducido a Buckley en nuestro discurso político ̶ no como un símbolo con el cual reprender a conservadores por la moderación, agudeza, sofisticación o intelecto que, se aduce, hoy carecen, sino como un ejemplar de algo más difícil de lograr: sabiduría política mezclada con acción política incansable y creadora.

Buckley fue, en un rango sumamente impresionante de circunstancias históricas, tanto un hombre de la Derecha con principios profundos, como reflexivamente flexible (y, también de buen humor). Esta síntesis invaluable resultó de la dificultad que habitualmente asumió -a pesar de su notoria impaciencia con algunas otras cosas- para derivar distinciones cuidadosas como base para sus juicios y prioridades. No es una exageración llamar la vida de Buckley una fiesta de la razón. No obstante, deberíamos recordar la abundancia de prudencia, paciencia, y proporcionalidad que le puso levadura a su razón. Suya fue la razón de un Burke o un Lincoln, no la de un sistematizador árido. A Man and His Presidents incluye muchos ejemplos buenos de cómo las distinciones cuidadosas de Buckley condujeron a aplicaciones pensadas y bien adaptadas de principios, al observar la escena política. Pero, su tema es una especie más directa de involucramiento.

Un riesgo al escribir acerca de una figura histórica tan colorida y multidimensional es que su significancia real en los asuntos mundiales puede desvanecerse en el trasfondo. Como lo hace ver el autor en su prefacio: “Cuando amigos, colegas, y parientes supieron que yo estaba escribiendo un libro acerca de William F. Buckley Jr., casi universalmente tuvieron la misma respuesta: ‘Oh, ¡qué tan divertido!’ Divertido fue una palabra a menudo asociada con Buckley, una estrella intelectual a quien el autor vio en la portada de la revista Time cuando era estudiante de primer año en la universidad. Para su crédito, él va más allá del encabezado “William Buckley/el Conservadurismo Puede Ser Divertido,” para concentrarse en un tema de mayor peso, lo que él correctamente llama la odisea política.

Felzenberg, veterano de dos administraciones presidenciales, quien enseña en la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pennsylvania, enfatiza de Buckley sus “habilidades como estratega y activista político, operador detrás de la escena, y trabajador en equipo por excelencia.” En algún momento escribió bellamente, él era “tanto un político como un escritor, y un activista tanto como un comentarista acerca de los acontecimientos.”

Uno de los asociados más cercanos a Buckley, el editor por mucho tiempo del National Review, William Rusher, de quien yo escribí una biografía hace varios años, habría cuestionado descripciones como “estratega” y “político.” Por supuesto, Rusher respetaba enormemente a Buckley, pero, también, consideraba que su colega mundano se quedaba corto en sofisticación política, y diletante en su compromiso político. A Man and His Presidents califica como un desafío serio a dicha percepción. Sin embargo, debe agregarse que uno no recibe la impresión de que Felzenberg consideró seriamente las reservas de Rusher. Él y otra gente importante en la vida de Buckley, quienes, de diversas formas pueden haber ayudado ocasionalmente a los lectores a asumir una perspectiva más distanciada, escasamente figuran en el libro.

Otra objeción es que el título, referido grandiosamente como “Sus Presidentes,” es exagerado. Dado que Buckley sólo conoció bien a dos de ellos, en realidad Felzenberg no tiene relaciones detalladas que describir entre el fundador del National Review y la mayoría de los once presidentes en su vida de adulto. Las relaciones de Buckley con Ronald Reagan y George Bush padre, no obstante, son intrínsecamente interesantes, incluso además de sus posibles lecciones para los conservadores de hoy. Lo mismo se puede decir de los pensamientos de Buckley acerca de otros habitantes de la Oficina Oval, desde Harry Truman a Bush hijo, acerca de sus políticas y los ambientes políticos en que funcionaron.

En cuando a los presidentes Reagan y George H.W. Bush, innegablemente Buckley fue un amigo que apoyó a ambos hombres tan diferentes ̶ y mucho más que eso a Reagan. Qué tanto más es una pregunta que se resuelve con menos facilidad, al menos en este libro. “El papel que Buckley desempeñó en promover la carrera de Reagan… no puede exagerarse,” escribe Felzenberg. “Él llegó a ser el asesor en quien más confió, además de su familia oficial y, después de Nancy Reagan, facilitadora y protectora primaria de Ronald Reagan.” Si bien se trata de afirmaciones grandes, hay más para sustanciarlas que el hecho de una amistad estrecha (si tenemos en mente el alejamiento general de la gente de Reagan) con Buckley, o la suscripción por mucho tiempo al National Review y la afirmación de Felzenberg de que él leía cada edición de portada a portada.

Hay muchas formas de ayudar a un político, y muchas de ellas se describen allí. Agregue tales cosas a lo largo de décadas y el “no puede exagerarse” de Felzenberg logra plausibilidad. Tan sólo en los años tempranos, Buckley le aconsejó a los Reagan que le ayudaran al escritor Truman Capote en su trabajo en un documental acerca de la pena de muerte; también a que se hicieran amigos de Richard y Shirley Clurman, pues el editor de la revista Time y su esposa eran “buen entretenimiento” y muy influyentes; también (en palabras de Felzenberg) que “hicieran un balance acerca de cómo funcionaba el ‘Sistema Académico’ y que identificaran unos pocos académicos con quienes ellos podían hacer causa en común.”

De alguna forma, Buckley incluso persuadió a la revista Esquire para “que no procediera con una pieza que había encargado acerca de Reagan a la periodista orientada hacia la izquierda Jessica Mitford,” descripción subestimada de ella de Felzenberg. Aunque el artículo apareció en la revista radical Ramparts, Buckley estaba orgulloso de haberle, como dijo él, “cortado los colmillos” ̶ por lo cual él daba a entender, supuestamente, que habría sido mucho más dañina si se hubiera publicado en la revista más prestigiosa. Más generalmente, Reagan “aceptó el punto de Buckley de que los intelectuales podían estropear su imagen pública y descansó crecientemente en Buckley como puente hacia al menos algunos de ellos.”

A Man and His Presidents
puede haber puesto más atención a un elemento de la psicología de la persona: sus instintos antipolíticos. En una ocasión, en los años iniciales del National Review, Buckley hizo ver que la cualidad amenazante que tenía el siglo XX (él maldijo la era por esa razón) hacía necesario que toda la gente “consciente” se interesara en la política, esa “preocupación del cuarto de educados” que él dijo que de otra manera la habría evitado. En sus últimos años, explicó con mayor serenidad que su enorme carga de compromisos en la vida pública resultó de un sentimiento abrumador de obligación y gratitud hacia Estados Unidos. Tales observaciones muestran un hombre quien no es naturalmente llevado hacia la política, sino, más bien, obligado a ella. Esto hace que los esfuerzos políticos mantenidos por Buckley -tan diferentes de lo literario y lo periodístico- sean mucho más admirables.

Lo que sea que podemos concluir acerca de la ambivalencia de Buckley hacia la política, el libro es loable por su énfasis en él como hombre público, en vez de una simple celebridad. Rusher lo habría aprobado. En un memorándum a Buckley, Rusher se refirió a las tensiones entre la élite de conservadores, como ellos mismos, y la subestimada Derecha populista. Él dijo que sus experiencias recientes con los populistas le habían enseñado que

“hay gente allí afuera en los montes quien lleva vidas razonablemente activas y dedicadas (políticamente hablando) sin entender o incluso sin ver mucho acerca de lo que yo y usted estamos haciendo. Peor aún, ellos notan y absorben sólo el altamente visible pero sumamente irrelevante epifenómeno que le concierne a usted: los yates, etcétera.”

Luego, Rusher advirtió contra asumir la actitud equivocada hacia conservadores que conocían a Buckley sólo como un carácter rico (en ambos sentidos de la palabra) y colorido: “Por supuesto que es fácil crecer en impaciencia e incluso furia con esa gente, pero, me sospecho que, al hacerlo, revelamos una mentalidad localista no diferente de la propia de ellos.”

¿Quién fue Buckley? La pregunta parece ganar fuerza con cada año que ha pasado desde su muerte en el 2008. Para muchos conservadores nostálgicos, con fuertes inversiones emocionales en Buckley, el desvanecimiento de la familiaridad hacia él entre sus compatriotas duele un poco, y debería doler. A pesar de lo anterior, más importante que tales punzadas está la necesidad de familiarizar a nuevas generaciones con él. Como enfatizó el general Patton, hablando de los estadounidenses muertos durante la Segunda Guerra Mundial; “Más bien deberíamos dar gracias a Dios que tales hombres vivieron.” Es para generaciones más jóvenes, y otros quienes supieron de Buckley sin conocer mucho acerca de lo que él estaba haciendo, que A Man and His Presidents es especialmente valioso.

Reimpreso de Law & Liberty

David B. Frisk es compañero residente en el Instituto Alexander Hamilton para el Estudio de la Civilización Occidental. Es autor de If Not Us, Who? William Rusher, National Review, and the Conservative Movement (ISI Books, 2012).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.