Tengamos bien claro el concepto de democracia. Después de todo, tiranías como la vieja URSS o Alemania Oriental constitucionalmente se llamaban a sí mismas “democracia” y la familia real de Nicaragua llama a su sistema político “democrático.”

PENSAMIENTOS ACERCA DE LA ELECCIÓN DEMOCRÁTICA

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
16 de noviembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research thoughts, November 16, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Debería existir una ley para el Pueblo además de su propia voluntad. ̶ Lord Acton

Desde nuestros días en pañales, nosotros, ciudadanos de la modernidad, se nos enseña a reverenciar la democracia. Como es cierto con muchas lecciones, esta es buena si se enseña apropiadamente. Y, para enseñar esta lección apropiadamente, se requiere preguntar, debatir, y responder con cuidado a preguntas como “¿Exactamente qué es democracia?” “Cuáles son las condiciones en el trasfondo que han de darse para que el uso de la democracia promueva el florecimiento humano?” “¿Comparada con qué? Esto es, “¿cuáles son las alternativas a la democracia? Y, si la democracia es superior a sus alternativas, ¿cómo es así, por qué es así, y cuando es así?”

A pesar de lo anterior, juzgando por el comentario popular, poca gente hace esas preguntas. Hoy, democracia es simplemente considerada como sinónimo de regla mayoritaria bajo una amplia franquicia. Los resultados de esas elecciones se considera que reflejan la así llamada “voluntad del pueblo.” Y la voluntad del pueblo no puede ser negada o denigrada. Un individuo puede legítimamente estar en desacuerdo con las preferencias de la mayoría, pero, que estas preferencias mantenidas por la mayoría deban convertirse en la ley de la tierra, no puede cuestionarse. “Si no le gusta el resultado,” dice un refrán popular, “vote por resultados diferentes.”

Por supuesto, la mayoría de estadounidenses está de acuerdo en que cierto conjunto pequeño de restricciones, impuesto por una constitución, es apropiado, en cuanto a lo que una mayoría puede hacer. Hoy, por ejemplo, la mayoría de conservadores estadounidenses cree que la mayoría no tiene autoridad legítima para obstruir el derecho individual a poseer armas propias, mientras que la mayoría de Progresistas estadounidenses cree que la mayoría no tiene autoridad legítima para obstruir el acceso a abortos. Pero, estas excepciones, a nivel constitucional, a los derechos de la mayoría para hacerlo como le parezca, son sólo eso: excepciones. Hoy, los valores fundamentales de la democracia sostienen que la mayoría tiene el derecho de hacer básicamente lo que le plazca.

Esos valores se enraízan en tres concepciones populares erradas. La primera de estas concepciones equivocadas es que, así como un individuo de carne y hueso tiene una voluntad, “el Pueblo,” como grupo, tiene una voluntad. La segunda es que la “voluntad del Pueblo” es revelada exactamente por los resultados de elecciones basadas en la regla de la mayoría.

Académicos -de izquierda, derecha, y centro político- han derramado océanos de tinta exponiendo estas dos concepciones erradas. Resumo algunas de estas exposiciones aquí y aquí. Y, por ello, en este ensayo no diré nada más acerca de estas dos concepciones equivocadas.

Mucho menos comprendida es la tercera concepción errada, que es esta: Así como un individuo es libre de perseguir sus preferencias propias, sin ser obstruido por quienes no comparten esas preferencias, el Pueblo (representado por la mayoría) debería ser libre de perseguir sus propias preferencias, sin ser obstruido por aquellos (la minoría) que no comparten esas preferencias.

Así como Jones no tiene nada que hacer obstruyendo la elección de Smith de consumir helados de vainilla, en vez de helados de chocolate, la minoría no tiene nada que hacer obstruyendo la elección de la mayoría de consumir cualesquiera políticas que prefiera. Por supuesto, así como Jones es libre para tratar de persuadir a Smith que adopte preferencias diferentes, la minoría es libre para tratar de persuadir a la mayoría a que haga lo mismo. Pero, tanto Jones, como la minoría, deben estar de acuerdo con las decisiones de otros, les guste o no.

La idea liberal clásica, de que a cada individuo se le conceda la máxima libertad posible para elegir y actuar tal como desea, se ha convertido en la idea del “estatismo” moderno (más exactamente, socialista democrática) de que, al Pueblo, tal como lo representa la mayoría, se le deba conceder la máxima libertad posible para elegir y actuar como lo desea.

Sin embargo, hay, al menos, dos problemas al saltar desde la idea liberal clásica a la (muy diferente) idea “estatista” moderna. La primera es que, cuando un individuo lleva a cabo elecciones privadas, como cuando favorece comer helado a cenar o adónde vacacionar, ese individuo, a partir de dicha decisión, no impone esas elecciones sobre otros individuos. Jones puede comer cualquier sabor que le guste de helados, independientemente del sabor elegido por Smith.

El segundo problema al saltar desde la idea liberal clásica a la idea “estatista” moderna es más profundo. Empieza con el hecho de que las elecciones que hacemos como individuos, son siempre llevadas a cabo en medio de una densa y vasta red de restricciones sociales y legales.
Cuando usted o yo, como individuos, realizamos nuestras elecciones, lo hacemos de manera integral, rara vez dirigidas a alterar fundamentalmente nuestras propias vidas, y, mucho menos fundamentalmente, para alterar la sociedad. E incluso en aquellas raras ocasiones cuando usted o yo tomamos decisiones que alteran la vida -digamos, cuando elegimos tener un hijo, o trasladarnos a una nueva ciudad a miles de millas de distancia- lo hacemos restringidos por incontables normas sociales y reglas legales. Estas normas y reglas no sólo nos dan un conocimiento importante acerca de qué podemos esperar como resultado de nuestras elecciones, sino que, también, minimizan el impacto negativo que tienen nuestras elecciones sobre terceros.

Por ejemplo, sé que, si elijo tener un niño, debo asumir una gama amplia de responsabilidades paternales. Asimismo, sé que soy incapaz -sin sujetarme a mí mismo a penas sociales y legales fuertes- de lanzar unilateralmente esas responsabilidades a terceros.

La libertad para elegir, que las instituciones liberales clásicas les conceden a los individuos, no es remotamente irrestricta.

Pero, cuando la mayoría electoral de hoy busca imponer su voluntad, busca hacerlo básicamente sin restricción. No sólo la mayoría de hoy demanda la aceptación de la minoría aun cuando su margen de victoria es escaso, sino que, también, es restringida mucho menos por las normas sociales y reglas legales que siempre restringen las elecciones de individuos. Y así, cuando es esperable que ningún individuo elija sabiamente cuando él o ella se encuentra sin amarras ante la obligación de acatar las normas sociales y reglas legales, una mayoría no se puede esperar que elija sabiamente cuando se encuentra sin amarras. (De hecho, es posible que la mayoría elija aún con mayor imprudencia que un individuo, por no otra razón más que, como lo explica mi colega Brian Caplan, esa política alimenta la irracionalidad en los votantes. Pero, el tema de la irracionalidad del votante queda para otra ocasión.)

La libertad de elección es maravillosa, y la democracia -apropiadamente entendida y restringida- puede ser una bendición. Pero, la democracia se convierte en una maldición atroz, cuando su ser se reduce a nada más que la creencia que la mayoría es libre para elegir lo que sea que le guste, sin ser limitada por una ley superior, tal como una constitución, y por normas sociales que protegen los derechos de todos, tanto como individuos, así como como miembros de coaliciones de minoría.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.