No somos sólo células. Cada uno de nosotros conforma un yo.

¿EN NUESTRAS CÉLULAS O EN NOSOTROS MISMOS?

Por Richard Gunderman
Law & Liberty
27 de octubre del 2021

Hay un problema al medicalizar, biologizar y genetizar atributos personales, como el alcoholismo, la enfermedad mental, el estado de ánimo, la afinidad política, y el vicio y virtud. Para estar claros, hay pocas dudas de que el desorden en el uso del alcohol es una condición médicamente diagnosticable, que una diversidad de enfermedades mentales, como esquizofrenia y desorden bipolar, están asociadas con anormalidades neuroanatómicas y neuroquímicas, que tanto las sustancias lícitas como ilícitas pueden alterar el estado de ánimo, y que el daño a partes del cerebro asociado con la amenaza y el disgusto, puede hacer que gente cambie desde visiones conservadoras hacia estatistas. Se ha propuesta un Proyecto de Virtud Genética como un intento por promover la excelencia moral de generaciones futuras. Sin embargo, hay una diferencia entre permitir que la medicina, la biología, y la genética tengan que ver con cómo experimentamos y actuamos en el mundo, y aseverar que ellas deberían ser las palancas principales por las que buscamos influir en la opinión y conducta. Un fallo en respetar esta diferencia significa caer en uno de los errores principales de los eugenistas de hace un siglo, al confundir nuestras células con nosotros propiamente.

Si bien el término eugenesia fue acuñado tan sólo en los años de 1880 por la polímata británica Francis Galton, prácticas que se le asemejan fuertemente se encuentran en escritos antiguos. Por ejemplo, en el Libro del Éxodo, un Faraón nervioso se propone reducir la población israelita rápidamente creciente, al ordenar a matronas que maten a los bebés varones recién nacidos y luego ordenar a sus compatriotas egipcios hacer lo mismo. En el libro V de la República de Platón, Sócrates razonó que la mejor ciudad sólo era posible si se poblaba por los mejores hombres y mujeres, al imaginar un régimen en que los mejores serán estimulados a aparearse frecuentemente con los mejores, siendo los peores desalentados de aparearse, y cuando ocurren nacimientos a partir de la unión de individuos inferiores, su descendiente será llevado a “lugares indecibles y no vistos,” una referencia velada al infanticidio. En ambos casos y muchos otros, los gobernantes buscan aumentar el número de gente deseable y reducir la indeseada al arrebatarles las riendas de la reproducción humana, transformando patrones de apareamiento básicamente no regulados, en procesos racionales de manufactura y control de calidad.

Más recientemente, la eugenesia se esparció desde su lugar de nacimiento inglés hacia muchos países alrededor del mundo, incluso Estados Unidos, en donde se hizo muy popular a fines del siglo XIX y principios del XX. Los proponentes citaron su utilidad para controlar la diseminación de grupos minoritarios no deseados, definidos por categorías como raza, etnicidad, origen nacional, y religión. Otros buscaron reducir el número de criminales y “degenerados,” individuos que se desviaban excesivamente de las normas de comportamiento tanto público como privado. Incluso otros vieron la eugenesia como un medio para reducir el número de gente con discapacidades físicas y mentales. Y algunos pensaron que los individuos podían ser científicamente estratificados usando métodos como exámenes de inteligencia, al, poner en marcha políticas que promovieran la procreación entre los inteligentes y la desalentaran entre los “imbéciles.” Implícita en tales descripciones hay una noción memorativa en el título de uno de los más conocidos libros de Galton, El genio hereditario. Eugenistas arguyeron que, alterar la frecuencia de esos rasgos en miembros de generaciones posteriores, representaba la clave para la mejora de la humanidad.

Entre los críticos de la eugenesia se incluye a Franz Boas, GK Chesterton, y el Papa Pío XI. Boas afirmó que las mismas categorías que la eugenesia toma como su punto de arranque, incluyendo raza, etnicidad e inteligencia, no son realidades biológicas dadas, sino constructos sociales. Consideren la raza. Originalmente introducida para denotar gente que compartía un lenguaje en común, luego varió a identidad nacional. Pero, para el siglo XVII, la raza se usó para referirse a características físicas, como piel, color del cabello, y características faciales. A fines del siglo XIX e inicios del XX, los eugenistas empezaron a basar sus propuestas de política en asuntos tan diversos como esterilización, mestizaje, e inmigración. En contraste, Boas aseveró que la biología juega un rol relativamente modesto en configurar un ser humano. Por tanto, él condenó el sueño eugenésico de crear una raza superior de hombres mediante la manipulación de las palancas de la herencia lejos de la naturaleza. En la revista Scientific Monthly escribió en 1916 que,

“Por tanto, la eugenesia no debería permitirse que nos engañe para que creamos que deberíamos tratar de crear una raza de superhombres, ni que debería ser nuestro objetivo eliminar todo sufrimiento y dolor. El intento de suprimir clases defectuosas cuyas deficiencias pueden ser probadas mediante métodos rígidos que se deben a causas hereditarias y prevenir uniones que inevitablemente conducen al nacimiento de una progenie golpeada por la enfermedad, es el campo propio de la eugenesia, Qué tanto puede y debería intentarse en este campo depende de los resultados de estudios cuidadosos de la ley de la herencia. La eugenesia no es una panacea que curará los males humanos, es una espada peligrosa que puede voltear su filo contra quienes descansan en su fuerza.”

Chesterton atacó desde un ángulo diferente, al publicar en 1922 Eugenics and Other Evils [La eugenesia y otras desgracias], una era en que las ideas eugenésicas no sólo eran toleradas, sino celebradas por muchas figuras importantes de la sociedad estadounidense. Estas incluían a eminentes académicos, estadistas, y titanes de la industria. Su éxito en Estados Unidos pronto atraería la atención de Adolfo Hitler y su partido nazi, el cual se basó en argumentos estadounidenses para edificar una teoría de “higiene racial” y una maquinaria asesina para ponerla en práctica.

Chesterton atracó la eugenesia desde numerosos frentes. Primero, la calificó de materialista, al efectivamente igualar a la humanidad con materiales altamente organizados, como ácidos nucleicos y proteínas que ellos codifican, que conforman un ser humano. Segundo, atacó la eugenesia como determinista. Supone que podemos prever el camino de la vida de una persona incluso antes que el viaje haya comenzado. Tercero, es inherentemente despótica, suponiendo, como lo hace, que, al controlar la herencia, es posible controlar el futuro de la humanidad. Atado al poder coercitivo del estado, Chesterton temía los efectos de la eugenesia sobre la libertad, escribiendo que,

“La cosa que realmente está tratando de tiranizar por medio del gobierno es la ciencia. La cosa que, en realidad, usa el brazo secular es la ciencia. Y la creencia que, en realidad, está imponiendo diezmos y capturando escuelas, la creencia que, realmente, es impuesta por multas y prisión, la creencia que, en verdad, es proclamada, no en sermones, sino en leyes, y diseminada no por peregrinos sino por policías ̶ esa creencia es el sistema grande pero disputado de pensamiento que empezó con la evolución y que ha terminado en la eugenesia. El materialismo es, realmente, nuestra iglesia establecida; pues, efectivamente, el gobierno le ayudará persiguiendo a sus herejes.”

Otro crítico prominente de la eugenesia fue Pío XI, quien objetó los métodos eugenésicos llamados a lograr sus fines. En la encíclica papal Casti Connubbi, él afirma que, al prevenir que la así llamada gente “no apta” se case, los eugenistas, de hecho, están penalizando a gente inocente que no ha cometido crimen alguno, escribiendo que, hacer eso, permitiría que el estado se “arrogara a sí mismo un poder sobre una facultad que nunca tuvo y que nunca puede legítimamente poseer.” Con respecto a la esterilización forzada, continúa él,
“Los gobernantes no tienen poder directo sobre los cuerpos de sus súbditos; por tanto, cuando no se ha cometido un crimen y no hay causa presente para una pena grave, ellos nunca pueden directamente dañar, o manosear, la integridad del cuerpo, ya sea por razones de eugenesia o por otra razón.”

Desde el punto de vista de la iglesia, en el orden de la creación la persona y familia humanas son anteriores a la autoridad civil, y su dignidad excede aquella del estado. Las naciones no están en libertad de inmiscuirse en esos dominios sin un interés obligante, en comparación a lo cual se quedan cortas “las normas y conjeturas” de los eugenistas que anticipan el nacimiento de una descendencia defectuosa.

Boas, Chesterton, y Pío XI ofrecen razones poderosas para dudar de cualquier intento, científico u otro, para tratar como un destino a la biología, la herencia, o la genética. Boas considera al profundo biologismo de la eugenesia como científicamente mal apoyado, sugiriendo que los factores sociales y culturales definen el curso de las vidas humanas en un grado mayor que la herencia. Chesterton ve en su determinismo materialista las semillas de un totalitarismo deshumanizador. Y Pío XI arguye que la eugenesia es, en esencia, injusta, al responsabilizar a gente y requerir que ella se someta a las penalizaciones del estado de cosas sobre el cual no tiene control ̶ es decir, su propio pedigrí.

Boas sugiere que, en vez de intentar controlar los patrones de apareamiento humano, quienes buscan aumentar la riqueza de la humanidad deberían enfocarse en condiciones sociales y culturales, deshaciéndose de instituciones como la esclavitud y prejuicio, que restringen severamente el potencial humano. Para preservar la libertad humana, sugiere Chesterton, debemos afirmar que ser humano es hacer elecciones, y que esas escogencias, aunque, tal vez, biológicamente influidas, no son determinadas. Y Pío XI pide una reafirmación de la dignidad inherente a cada persona y familia.

Estas discusiones de siglos de edad tienen una influencia poderosa en la vida contemporánea. Es fundamentalmente problemático establecer expectativas y hacer juicios acerca de personas, con base en sus rasgos supuestamente hereditarios, por tanto, es necesario un cuido extremo al juntar gente en categorías según la raza, etnicidad, e inteligencia. En el momento en que hacemos eso, nos colocamos en una pendiente en descenso, que rápidamente puede degenerar en racismo, odio étnico, y el ridículo o persecución de aquellos juzgados por ser inferiores.

Categorías como opresor y víctima pueden empezar a dominar nuestro discurso en formas que nos enceguecen ante el carácter y narrativas de vida de seres humanos reales, de carne y hueso ̶ realidades mucho más ricas que cualesquiera categorías que nosotros podemos asignarles. Suponer que podemos determinar simplemente al mirar una fotografía si una persona amerita nuestra desestimación o involucramiento, desprecio o apoyo, enemistad o afecto, es cometer un grave error ̶ un desliz intelectual, un fallo moral, y, tal vez, incluso una ofensa contra el propio orden de la creación. De hecho, las células son parte esencial de todo ser humano, pero nuestros propios yos son aún más ricos y más valiosos.

Richard Gunderman, M.D., Ph.D., es profesor canciller de Radiología, Pediatría, Educación Médica, Filosofía, Artes Liberales, Filantropía, y Humanidades y Estudios de Salud Médica en la Universidad de Indiana. Sus libros más recientes son Marie Curie y Contagion.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.