Una vez más aprendo algo nuevo de economía del apreciado profesor Boudreaux, pues, en cierto momento, he acudido a criticar la política de salarios mínimos mediante esa reducción al absurdo a la que él se refiere en su artículo. En verdad, esa reducción hace que muchas personas entiendan lo absurdo que es esa política económica errada, pero, la explicación que hace el profesor es lógicamente correcta y explica con claridad por qué no es conveniente desde el punto de vista económico.

EVITE EL REDUCTIO AD ABSURDUM CUANDO DISCUTE ACERCA DEL SALARIO MÍNIMO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
28 de octubre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux american institute for economic research minimum, October 28, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Gente escéptica ante la intervención gubernamental en los mercados, a menudo responde a llamados de aumentos en el salario mínimo usando la falacia de la reductio ad absurdum [reducción al absurdo] ̶ como “¿Por qué elevar el salario mínimo a sólo $15 la hora? Si los salarios mínimos funcionan como se promete, ¿por qué no, en vez de ello, elevarlo a $50 la hora, o ¡incluso a $150!?

En reacción a esta reducción, justificablemente los economistas hacen una mueca de dolor. Por dos razones, esa reducción es un argumento débil contra el salario mínimo.

LOS SALARIOS MÍNIMOS TIENEN BENEFICIOS, ASÍ COMO COSTOS

Cuando analizo la legislación de salario mínimo con mis estudiantes de economía de primer año universitario, siempre enfatizo el hecho de que el propio análisis no puede precisar si esa legislación es buena o mala. Tal determinación no está en la provincia de la ciencia. El análisis económico sólo puede revelar posibles consecuencias de un salario mínimo. Evaluar los méritos o deméritos de estas consecuencias necesariamente involucra juicios de valor. Y, debido a que las leyes de salario mínimo, como todas las intervenciones gubernamentales, tiene cosas buenas y cosas malas -en el lenguaje popular, generan algunos “ganadores” y algunos “perdedores”- los juicios de valor no pueden evitarse al considerar ponderar los beneficios logrados por los “ganadores” frente a las pérdidas impuestas a los “perdedores.” La ciencia no puede decirnos la cantidad máxima, si es que alguna, de una pérdida que los “perdedores” pueden sufrir, para que, no obstante, la política se justifique.

El análisis económico revela decisivamente que un salario mínimo muy posiblemente reduce las opciones de empleo abiertas para trabajadores de baja calificación, incluso del todo despojando a algunos de esos empleos. Pero, también, este análisis revela que un salario mínimo resulta en que algunos otros trabajadores son pagados un salario más alto del que serían pagados sin un salario mínimo. Hoy, la mayoría de la gente evalúa la primera consecuencia como un costo y, la segunda, como un beneficio. (De paso, vale la pena notar que la pérdida de empleos que es hoy generalmente considerada como un costo de un salario mínimo, no siempre fue considerada así. Como lo documenta el economista de la Universidad de Princeton, en su libro del 2016 Illiberal Reformers, impulsores de salarios mínimos de inicios del siglo XX evaluaron que el desempleo causado por salarios mínimos era una característica, en vez de un error. Esos promotores endosaron los salarios mínimos precisamente porque los vieron como medio para excluir de la fuerza laboral a trabajadores que esos promotores consideraban como “inferiores.”)

Por tanto, un salario mínimo nos confronta con una alternativa: opciones de empleo reducidas (e ingresos más bajos) para algunos trabajadores, y salarios más altos para otros. De nuevo, la ciencia no puede decirnos qué tanto, si es que alguno, del costo de los salarios mínimos es aceptable a la luz de los beneficios correspondientes. Pero, la ciencia nos dice que, entre más alto es el salario mínimo, más grande será el impacto negativo sobre el empleo. Y el salario mínimo puede ser establecido tan alto que todos, o casi todos, los trabajadores que se buscaba ayudar con el salario mínimo, terminan desempleados, siendo el resultado sólo costo y ningún beneficio.

La realidad es la primera razón por la cual los economistas hacen una mueca de dolor ante la reducción al absurdo. Muchos economistas apoyan aumentos modestos en el salario mínimo con base en que -en estimaciones personales de estos economistas- los efectos negativos sobre el empleo, si bien verdaderos, son compensados por los beneficios logrados por aquellos trabajadores que son pagados salarios más altos. (Ver, por ejemplo, la respuesta de los economistas a la pregunta B en esta encuesta del 2013 conducida por la Escuela Booth de Negocios de la Universidad de Chicago). Debido a que, ante un aumento mayor en el salario mínimo, mayor es el impacto negativo en comparación con el impacto positivo, apoyar ese aumento pequeño en el salario mínimo, con base en que el impacto negativo es compensado por el impacto positivo, no compromete a nadie a apoyar lógicamente un aumento mayor. Es ciertamente consistente que alguien considere aceptable el impacto negativo de un aumento modesto en el salario mínimo, a la vez que considera como inaceptable el impacto negativo de un salario mínimo grande.

Si bien no hay inconsistencia lógica involucrada al favorecer un salario mínimo de, digamos, $15 la hora, a la vez que se opone a uno de $50 la hora, es importante darse cuenta que, cuando los economistas hacen tal aseveración, ellos expresan un juicio de valor. Al hacerlo, se alejan de su papel de científicos. Simplemente hablan como seres humanos. Los economistas no tienen una experticia mayor que los no economistas al hacer juicios de valor acerca de la aceptabilidad o no de las compensaciones implicadas en cualquier aumento en el salario mínimo. Por ejemplo, David Card -quien, en parte debido a su investigación acerca de salarios mínimos, es uno de los correceptores del premio Nobel en Ciencia Económica el 2021- no está en mejor posición que usted o su tío Pepe para juzgar si los efectos negativos de un aumento propuesto en el salario mínimo, vale incurrirlos a cambio de los efectos positivos.

EL PODER MONOPSÓNICO

La segunda razón que mueve a economistas a rechazar la reducción empieza con la posibilidad teórica de que un salario mínimo, bajo las condiciones adecuadas, de hecho, no tiene un impacto negativo sobre los trabajadores, Pero, estas “condiciones adecuadas” son muy estrictas y estrechas. Como discutí en una columna mía anterior, los economistas por mucho tiempo se han dado cuenta de la posibilidad teórica de que, si los empleadores tienen un poder monopsónico sobre la mano de obra no calificada -esto es, si los empleados encuentran que no hay o es poca la competencia para contratar trabajadores- y si esos mismos empleadores también tienen un poder monopólico en el mercado en que venden sus productos, entonces, (y sólo entonces) hay un rango limitado en el que un gobierno bien informado puede establecer un salario mínimo que sólo tiene impacto positivo, y no negativo, sobre los trabajadores. En realidad, si tales condiciones existieran, lo que se tendría que establecer no es un único salario mínimo, sino, en vez de él, una serie amplia de diferentes salarios mínimos, cada cual finamente adaptado a cada patrono en particular o, como mínimo, a cada industria en particular. Sin embargo, aquí podemos ignorar este detalle desafiante).

Aunque este ensayo no es el sitio para revisar el tema, en mi estimación, la posibilidad de que existan esas condiciones en los Estados Unidos moderno es prácticamente cero. Pero, aún si esas condiciones prevalecieran en la realidad, un salario mínimo que se fija correctamente no tendrá un impacto negativo sobre los trabajadores, de hecho, uno mucho mayor tendrá los efectos negativos predichos sobre el empleo. Y así fracasa la reducción al absurdo.

NO OBSTANTE, LOS SALARIOS MÍNIMOS SON LA LOCURA MÁXIMA

Si bien la reducción es un argumento económico débil contra el salario mínimo, permanecen muchos argumentos sólidos contra esa intervención oficiosa. No es el menor de esos argumentos, debido, al menos en países como Estados Unidos, que el mercado del mundo real de la mano de obra menos calificada es, de hecho, competitivo, que un salario mínimo necesariamente reducirá las opciones de empleo para esos trabajadores. Un salario mínimo ocasiona que algunos de esos trabajadores directamente lleguen a estar desempleados, otros ven reducidas sus horas laborales, a la vez que otros sufren de peores condiciones de trabajo, Y, para aquellos trabajadores, que son lanzados al desempleo por la legislación de salario mínimo, el sufrimiento involucra más que el ingreso perdido; también, envuelve un fracaso en obtener experiencia laboral ̶ experiencia que, a menudo, es crucial para obtener en el futuro un empleo mejor pagado.

En el análisis final, aún sin la reducción, permanece siendo una verdad abrumadora la descripción que mi fallecido gran colega Walter Williams hizo del salario mínimo, como la “locura máxima.”

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.