TODO VALOR ES SUBJETIVO Y ESO ES BUENO

Por James E. Hanley
American Institute for Economic Research
26 de octubre del 2021

Todo valor es subjetivo, y ningún bien o servicio tiene algún valor intrínseco. Esta subjetividad del valor es uno de los conceptos más significativos en economía. En esta idea sencilla, pero profunda, descubrimos cómo productores y vendedores pueden ambos salir bien en un trato.

Algunas cosas parecen tener un valor intrínseco. Por ejemplo, tome el agua, que es objetivamente necesaria para la vida. De hecho, es esa la razón por la que el agua es valiosa, pero, exactamente, ¿qué tan valiosa es? Encontramos la respuesta empleando la magia del análisis marginal. El agua es un concepto abstracto, pero, una botella en particular de agua es un objeto concreto. Así que, la pregunta relevante acerca del valor es “¿Qué tan valiosa es para usted la siguiente botella de agua?” No sólo su respuesta precisa diferirá de la mía, sino que, también, su respuesta cambiará dependiendo de sus circunstancias específicas. En época fría, cuando usted no ha estado trabajando duro, usted ni siquiera podría estar dispuesto a pagar $1 por una botella de agua, pero, en un día caliente, cuando usted se ha estado ejercitando vigorosamente, podría estar de acuerdo en pagar $2. Y ya porque usted pagó $2, eso no significa que es todo lo que para usted vale. Su valoración de ella, en ese momento de gran sed, puede ser mucho mayor que lo que tuvo que pagar por ella. Pero, otra persona, enfrentando el mismo precio puntual, puede decidir que no vale la pena, y más bien esperaría regresar a casa para así poder beber del tubo a un precio mínimo.

Aunque el agua es una necesidad objetiva, el valor particular adscrito a una unidad dada es subjetivo. Esto es, único para el momento y tiempo en que ese sujeto desea el objeto.

Algunas cosas pueden parecer objetivamente más valiosas que otras. Por ejemplo, un carro de mayor calidad puede venderse en más que un carro de menor calidad. Pero, ese valor preciso todavía depende de los compradores individuales y de cómo interpretan subjetivamente el valor de esa cualidad. Puesto en sencillo, un Mercedes puede ser un automóvil de más calidad que otras marcas, no obstante, no todo mundo que puede pagar por uno lo hace (o compra un carro de una calidad similarmente alta). La mayor calidad no vale ese tanto incluso para ellos, aunque lo es para alguien más.

La subjetividad el valor es la única razón por la que compradores y vendedores pueden llevar a cabo el intercambio y terminar ambos con buenos resultados. Pretendamos que el valor intrínseco es real y digamos que le estaba vendiendo a usted un carro usado. Digamos que el valor intrínseco de ese carro es $5.000. Naturalmente, no aceptaré menos de $5.000 por él, pues, de hacerlo, tendría una pérdida, Y, por la misma razón, usted no me pagará un centavo por encima de los $5.000. Ambos estaríamos indiferentes entre el carro y los $5.000, pues los dos valores serían idénticos. Ninguno de nosotros obtendría ventaja alguna con el intercambio. Si uno de nosotros terminaba con una ventaja, sería sólo porque la otra persona cometió un error al evaluar el valor, lo que significaría que, en realidad, esa persona perdió con el trato. En tal caso, el trato sería un intercambio de ganar-perder.

Pero, el valor no es intrínseco; es subjetivo. Así que yo valoro el carro que estoy vendiendo en $5.000, y usted, digamos, lo valora en $5.500. Con cualquier precio intermedio, ambos salimos bien. Digamos que usted es mejor negociador, así que me convence que le venda el carro en $5.200. Usted sale ganando $300, y, aunque yo no salgo tan bien, siempre saldré ganancioso con $200. Es un intercambio de ganar-ganar, pero, sólo porque nuestras valoraciones subjetivas del carro de uno y del otro difieren.

Similarmente, los salarios bajos no son explotación, pues el empleador y el empleado tienen valoraciones subjetivas acerca del tiempo del empleado (o, más precisamente, lo que el empleado puede hacer con ese tiempo). Digamos que el patrono le ofrece $12 la hora. El empleado desearía un salario mayor e incluso puede pensar que merece más, pero, a menos que él valore su tiempo ocioso en más de $12 la hora, él tomará el puesto. Asumir el puesto significa que valora su tiempo de ocio en menos de $12 la hora. Por otra parte, el patrono valora el tiempo del trabajador -o lo que el puede hacer para el empleador con ese tiempo- a una tasa de, al menos, $12 la hora. En resumen, el empleo se presenta porque el empleador valora el tiempo del empleado en más de lo que lo hace el empleado.

Lo hacen al menos hasta cierto punto. Entre más horas labora el empleado, más atractiva se hace una hora de ocio, hasta que él llega al punto en que aquella vale más que los $12 obtenidos trabajando. En ese punto, que se mantenga trabajando depende de qué tanto el patrono valora otra hora de trabajo de él. Digamos que el empleado valora la hora de ocio en $13, y el empleador valora una hora extra de trabajo en $14. Entonces, ambos tienen espacio para lograr un acuerdo beneficioso que mantiene al trabajador laborando. Pero, si el patrono valora otra hora adicional de trabajo en menos de $13, entonces, el empleado declinará la oferta de trabajar tiempo adicional y opta por el ocio.

Sólo el valor subjetivo, que es específico no sólo para el individuo sino para el individuo en las circunstancias de ese mismo momento, hace que el intercambio de trabajo por dinero sea un trato de ganar-ganar.

La subjetividad del valor tiene importantes implicaciones de política. Precios que se elevan durante desastres naturales tienen un efecto saludable; hacen que la gente no guarde más bienes necesarios de lo que ella absolutamente necesita, asegurando que al menos más gente tenga los suministros esenciales post desastre, en vez de unos pocos teniendo mucho y la mayoría nada. Pero, esos precios elevados a menudo parecen ser injustos, precisamente porque la gente súbitamente se encuentra en mayor necesidad. Algunos se refieren a esto como “manipulación de los precios.” Pero, la necesidad incrementada de la persona posterior al desastre, significa que él tiene, en ese momento, una valoración subjetivamente más alta de los bienes necesitados. Aún al precio mayor, todavía sale bien. Siempre es un intercambio de ganar-ganar.

Aún aquellas cosas que no tienen un precio explícito en el mercado tienen valor subjetivo. ¿Cuánto vale un día con los hijos de uno? La mayoría de la gente diría que vale muchísimo. Hasta dirían que eso no tiene precio. Pero, sabemos que genuinamente no es algo sin precio. Si lo fuera, nunca haríamos alguna otra cosa diferente. Implícitamente ponemos un precio a un día con nuestros hijos, al pasar días lejos de ellos ganando dinero o pasando un día con amigos, en vez de nuestros hijos.

Cuánto vale un día con los hijos de uno depende del individuo y sus circunstancias en ese momento. Compare su quinto día seguido con sus hijos con su primer día con ellos, después de, digamos, haber estado lejos de ellos por varias semanas. Ciertamente usted no los valora precisamente en la misma cantidad. Después de haber estado alejado por varias semanas, podría requerir una bonificación sustancial como pago para alejarlo de su familia. Pero, después de una semana de vacaciones, usted está -si bien no exactamente ansioso por regresar a trabajar- generalmente dispuesto a dejarlos a cambio de un salario diario normal.

La idea de un valor intrínseco es, uno podría decir, intrínsecamente atractiva. Se siente bien. Pero es equivocada. La valoración de cualquier unidad de algo deseado varía, tanto de individuo a individuo, como de momento a momento. Y es sólo esa valoración subjetiva lo que hace posible las ganancias del intercambio. Si algo tuviera un valor intrínseco, podría sólo intercambiarse, ya fuera por un precio que coincide exactamente con ese valor, así ninguno de nosotros terminando mejor, o, bien, intercambiándolo a un precio diferente de su valor “verdadero,” con una persona que termina peor debido al intercambio. Qué mundo más horrible sería si los valores intrínsecos fueran reales.

James E. Hanley es un académico independiente, sin partido alguno. Obtuvo su PhD en Ciencia Política en la Universidad de Oregón, seguido de una beca postdoctoral bajo la ganadora del premio Nobel en Economía del 2009, Elizabeth Ostrom, y enseñar por veinte años Ciencia Política y Economía a nivel universitario.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.