Un amigo de Facebook me pidió mi opinión acerca del más reciente premio Nobel en economía. Le dije que comentaría al respecto, que creo aparece reflejado en este interesante artículo que hoy traduzco y comparto con ustedes.

LOS OJOS ANTE UN PREMIO POLITIZADO

Por Phillip W. Magness
American Institute for Economic Research
12 de octubre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es phillip w. magness american institute for economic research prize, October 12, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La selección del economista David Card como correceptor del premio en Economía en memoria de Nobel del 2021, curiosamente ha revivido una vieja historia acerca de una guerra de palabras de otro laureado. Según esa descripción, James M. Buchanan -el ganador del premio de 1986- supuestamente denunció a Card por encontrar resultados empíricos que contradecían teoría económica básica acerca del salario mínimo.

En un momento llegaremos a esa historia, pero, primero, veamos el trasfondo.

Las muchas distinciones académicas de Andrew Card incluyen un estudio de 1994 acerca de políticas de salario mínimo en la industria de la comida rápida. En ese estudio, Card y su coautor Alan Krueger, las diferentes tasas de salarios mínimos en los estados vecinos de Nueva Jersey y Pennsylvania, para llevar a cabo lo que era esencialmente un experimento natural. Ellos encuestaron a negocios de comida rápida en las cercanías de la frontera de los dos estados, para ver si la la tasa de salarios mínimos más alta de Nueva Jersey ocasionaba un aumento en el desempleo entre los trabajadores de comidas rápidas (la teoría económica convencional acerca de los pisos a los precios dice que deberían, todo lo demás igual). En contra de esa expectativa, Card y Krueger “no encontraron indicación de que el aumento en el salario mínimo reducía el empleo” en la industria de la comida rápida de Nueva Jersey. Y, así empezó una leyenda acerca de una contienda.

El artículo de Card y Krueger era intencionalmente limitado y detallado en sus alegaciones. Ellos sólo estudiaron una sola industria, y lo hicieron con una encuesta telefónica que recolectó datos auto reportados por restaurantes a los que llamaron. Ellos concluyeron haciendo ver que sus hallazgos eran “difíciles de explicar con el modelo competitivo estándar” del salario mínimo “o modelos en que los patronos enfrentan limitaciones de oferta (por ejemplo, modelos de monopsonio o de busca del equilibrio)” ̶ hallazgos que les condujeron a pedir una investigación adicional. A pesar del fuerte uso de Card y Krueger de calificaciones para limitar generalizaciones excesivamente amplias de sus hallazgos, los académicos y políticos, que ya tenían una disposición ideológica hacia el salario mínimo, pidieron exactamente aquello. Pronto nació un mito de que Card y Krueger habían “refutado” la teoría económica de libro de texto convencional, en donde estaba involucrado el salario mínimo, al mostrar que, en vez de eso, los salarios mínimos funcionan tal como alegan sus impulsores.

Vamos hasta 1996. El presidente Bill Clinton acababa de anunciar un impulso legislativo de un aumento en todo el país del salario mínimo, como parte de una agenda doméstica al entrar en un año electoral. Mientras que el Congreso debatía la propuesta, el Wall Street Journal encuestó un grupo de economistas acerca del consenso de la profesión acerca de la sabiduría o no de las leyes de salarios mínimos.

Uno de quienes respondió fue James M. Buchanan. Buchanan respondió con una broma colorida:

“La relación inversa ente cantidad demandada y precio es la proposición esencial de la ciencia económica, que incorpora el supuesto de que el comportamiento de elección del ser humano es lo suficientemente racional como para permitir que se hagan predicciones. Así como ningún físico alegaría que “el agua corre cuesta arriba,” ningún economista que se respete a sí mismo afirmaría que aumentos en el salario mínimo aumentan el empleo. Esa afirmación, si es que se presenta en serio, equivale a negar que siquiera existe un contenido científico mínimo en economía, y que, en consecuencia, los economistas no pueden hacer otra cosa más que escribir como defensores de intereses ideológicos. Por suerte, sólo un puñado de economistas está dispuesto a lanzar por la borda la enseñanza de dos siglos; aún no hemos llegado a convertirnos en una banda de prostitutas simpatizantes de un campo.”

Y, así nació la historia. ¿Habría, en realidad, Buchanan llamado a Card y Krueger “una banda de prostitutas simpatizantes de un campo” debido a su desacuerdo con sus hallazgos en un experimento natural?

La aseveración ha aflorado de vez en cuando antes, pero, el anuncio del premio a Card le dio nueva vida. Noah Smith de Bloomberg usó la oportunidad para declarar que “James Buchanan -quien ganó el premio Nobel en Economía en 1986- simplemente se rio ante el resultado,” supuestamente insultando a Card y Krueger en el proceso. “Por supuesto, Buchanan está totalmente equivocado,” continuó, al invocar el modelo de monopsonio de salario mínimo ̶ que sostiene que, bajo ciertas condiciones específicas de concentración del mercado laboral, en efecto, un salario mínimo puede conducir a un aumento en el empleo.

Smith no es el único en hacer esa acusación contra Buchanan ̶ él sólo es el más reciente. Angus Deaton, otro ganador del premio Nobel, lo incluyó en su libro The Great Escape [El Gran Escape], haciendo ver que la “herejía de Card y Krueger creó denuncias acaloradas” de “economistas enfurecidos.” La broma de Buchanan es luego presentada por Deaton como una Muestra A en la persecución de la “herejía” de ellos.

¿Había Smith, Deaton y muchos otros que repitieron el cuento, atrapado a Buchanan en un acto de intercambio de insultos de escuela primaria, acerca de un resultado empírico que no le gustaba? O, peor, ¿Qué trató de denigrar y reprimir un hallazgo científico que supuestamente iba contra un dogma económico por mucho tiempo afirmado?

No tan rápido. Regresemos a la edición del Wall Street Journal del 24 de abril de 1996, en donde apareció la respuesta de Buchanan. En contra de la insinuación de Smith y otros, la pregunta del Journal al economista en realidad no fue acerca del estudio ya dos años viejo de Card y Krueger ̶ fue acerca del proyecto de ley de Bill Clinton que proponía un salario mínimo. La nota del periódico simplemente decía así:

“Pronto el Congreso votará acerca de si aumenta el salario mínimo a $5.15 la hora desde $4.25 la hora. Como es usual, los argumentos económicos a favor y en contra de un aumento en el salario mínimo han sido obscurecidos por la retórica. Mientras que algunos economistas se han visto envueltos en el exceso retórico previo al voto, esto no obscurece los efectos económicos reales de elevar el salario mínimo. Le preguntamos a un grupo de economistas prestigiosos cuáles eran esos efectos, y si aún existe un consenso general entre los economistas acerca de ese tema.”

Si bien el estudio de Card y Krueger ciertamente fue un tema álgido de discusión dentro de la profesión (y continúa hoy con mucha literatura que tanto confirma como refuta sus hallazgos), no fue sino hasta que el Journal le pidió a sus entrevistados que comentaran. En el grado en que el artículo de Card y Krueger entró en la ecuación, fue a través de los lentes políticos de la agenda legislativa de la administración Clinton.

El entonces ministro de Trabajo de Clinton, Robert B. Reich, se había dedicado a argüir que los efectos sobre el desempleo de un aumento nacional del salario mínimo serían “desdeñables” y “estadísticamente insignificantes.” Para formular su caso, Reich eligió a dedo varios estudios recientes de salarios mínimos, entre la literatura académica que calzaba con la historia política que deseaba contar. El primero de estos no fue Card y Krueger, sino, más bien, otro estudio de Allison J. Wellington, que afirmaba que un aumento del 10 por ciento en el salario mínimo reduciría el desempleo de jóvenes en menos de un uno por ciento. También, Reich recurrió a afirmaciones similares de Jacob Klerman y, finalmente, de Card y Krueger. Por desgracia, el propio Krueger fue llevado a un debate político durante cierto tiempo por Reich, quien le convenció que asumiera un papel de asesor en el ministerio del Trabajo en 1995. Primordialmente, y para su crédito, Krueger limitó su testimonio político a los hallazgos limitados, y con advertencias, de su estudio de la industria de restaurantes de Nueva Jersey. Reich, por otra parte, lo invocó, al igual que los otros estudios antes mencionados, como reivindicaciones inequívocas del radical aumento nacional en el salario mínimo que la administración Clinton buscaba.

Resumiendo, en su argumento en un testimonio antes de Congreso en 1995, Reich afirmó que “de los artículos publicados en revistas de economía estadounidenses revisados por homólogos durante los últimos cinco años, una mayoría ha encontrado que cambios moderados en el salario mínimo tienen un efecto insignificante sobre el empleo.” La veracidad de la afirmación de Reich es tanto desafiada como está más allá de nuestro alcance, pero, si fuera cierta, desmentiría la noción de que Card y Krueger, por sí solos, habrían desafiado a la profesión. A pesar de lo anterior, también establece las muchas formas en que el sistema político ha cooptado la investigación académica acerca del salario mínimo, y ahora lo estaba desplegando agresivamente para discutir a favor de conclusiones de política, que excedían las afirmaciones académicas limitadas de ese mismo cuerpo de investigación.

Aun cuando es posible e incluso factible que Buchanan contemplara el estudio de Card y Krueger entre los argumentos a los que se estaba oponiendo, nunca lo mencionó, o alguno de los otros artículos, por su nombre. Tampoco se refirió a su hallazgo principal de que no había efectos de pérdida de empleos en los restaurantes de Nueva Jersey. Más bien, atacó la afirmación osada más general de que “aumentos en el salario mínimo aumentan el empleo” y lo hizo refiriéndose al aumento nacional contemplado en la propuesta de Clinton. (Card y Krueger encuentran que la ley de salarios mínimos de Nueva Jersey “puede haber aumentado el empleo en la industria de comida rápida” comparado con Pennsylvania, pero, ellos también, advirtieron en contra de alcanzar una conclusión general de este caso y concedieron que la evidencia es sólo débilmente sugerente de ese hallazgo).

En todo caso, Buchanan estaba respondiendo claramente a una pregunta acerca de la propuesta de aumento del salario mínimo de Bill Clinton en 1996, no a Card y Krueger o. para el caso. algún otro artículo académico en específico. En cuanto a la pregunta de que dio a entender Buchanan como su objetivo en sus comentarios, él da la respuesta en una frase previa. Son aquellos que “escriben como promotores de intereses ideológicos” cuando proponen el salario mínimo. En resumen, él estaba describiendo el tipo de comportamiento exhibido en el testimonio reciente y las afirmaciones públicas de Robert B. Reich.

Sin embargo, hay otro giro. Después de equivocar la naturaleza de las afirmaciones de Buchanan y omitir el contexto de la propuesta de Clinton de 1996, Smith, luego, procede a acusar a Buchanan de un error en su teoría económica, Recuerde que Card y Krueger concluyeron su artículo haciendo ver que sus “hallazgos son difíciles de explicar con el modelo competitivo estándar o con modelos en que los patronos encaran restricciones de oferta (por ejemplo, los modelos de monopsonio y de búsqueda del equilibrio)” (énfasis agregado). Los dos autores sí sugieren que el escenario del monopsonio era una explicación posible de sus hallazgos, que requerían investigación, pero, cuidadosamente, evitaron hacer tal alegación directamente.

Smith y otros que ha comentado la broma de Buchanan de 1996, sin embargo, parecen creer que el artículo de Card y Krueger sostiene la explicación del monopsonio, por tanto, indicando que Buchanan estaba equivocado, además de ser grosero.

Así, continua Smith:

“Por supuesto, Buchanan está totalmente equivocado, Es muy fácil imaginar una situación en que un aumento pequeño en el salario mínimo aumentará el empleo ̶ todo lo que usted necesita es algún poder monopsónico en la economía. La teoría básica del monopsonio, que debería ser enseñada en todo curso de Principios de Economía exactamente a la par del modelo perfectamente competitivo… Es un asunto de libro de texto ̶ o en todo caso, debería ser asunto de libro de texto.”

Por supuesto, Smith está ansioso de acreditar a Card y Krueger por traer el escenario del monopsonio a la atención de la profesión, e incluso canta su heroicidad al, supuestamente, desafiar una convención mantenida profundamente por la profesión. Desde 1994, afirma él “el hallazgo de Card y Krueger parecía revolucionario y herpético. De hecho, otros investigadores probablemente habían venido encontrando la misma cosa, pero temían publicar sus resultados simplemente por su terror de ofender a la ortodoxia.” En ese cuento, Buchanan así asume el papel del Gran Inquisidor contra los herejes que apoyan los salarios mínimos.

Sin embargo, desconocido para él y otros comentaristas de la misma vena, es que el propio Buchanan también escribió acerca del escenario del monopsonio y sus efectos de un salario mínimo. Él escribió una explicación detallada de ellos alrededor de unos 40 años antes de Card y Krueger, y lo hizo así en un libro de texto para estudiantes universitarios acerca de teoría de precios, coescrito con Clark Allen y Marshall Colberg. Como escribieron Buchanan y sus colegas en su libro de texto de 1954 Prices, Income, and Public Policy:

“Al momento, los efectos adversos de la legislación de salario mínimo han sido enfatizados, y estos probablemente sobrepasan los resultados beneficiosos. Por otra parte, sin duda que la legislación de salario mínimo impide a algunos patronos pagar a los trabajadores menos que su producto ingreso marginal. Esto es especialmente posible que suceda cuando los trabajadores no “comparan precios” lo suficiente, como para darse cuenta de oportunidades alternativas de empleo o si esas alternativas son pocas o inexistentes. Este es el caso del monopsonio, discutido en el Capítulo 13. En este tipo de situación es posible que, la imposición de un salario mínimo legal uniforme, tenga el efecto general de que la firma contrate más, en vez de menos trabajadores. No obstante, para que se dé ese efecto, el salario mínimo legal tendría que ubicarse entre la tasa de salario actualmente pagada por la firma y el producto ingreso marginal de la mano de obra empleada (entre OW y OW’ en el gráfico 13.3) [Nota del traductor: este gráfico 13.3 puede verse en phillip w. magness american institute for economic research prize, October 12, 2021]. Tal bache variará de firma a firma. Esto hace extremamente poco posible que la imposición de un salario mínimo legal uniforme (que afecta a todas las firmas), tenga el efecto general de aumentar, en vez de disminuir, el empleo. El salario mínimo afecta sólo a la mano de obra relativamente no capacitada, que usualmente tiene un número más sustancial de alternativas de empleo que el que tiene la mano de obra pagada más, pero que, también, es una mano de obra altamente especializada. Por otra parte, los trabajadores no calificados, a menudo, desconocen más las oportunidades de empleo alternativas.”

El gráfico arriba mencionado del libro de texto de Buchanan es el mismo diagrama del modelo de monopsonio que después Smith repite en su artículo propio, como ejemplo del supuesto descuido de Buchanan.

En efecto, la descripción de 1954 de Buchanan del escenario del monopsonio es precisamente el tipo de “cosa de libro de texto” que Smith, sin quererlo, requiere a partir del artículo de Card y Krueger. La única diferencia es que Buchanan, a la vez que reconoce la posibilidad de un escenario de monopsonio, continúa haciendo una lista de las razones por las que esas condiciones hacen poco posible que sean frecuentes en la práctica. El escenario del monopsonio del salario mínimo fue una “curiosidad teórica,” para citar a Milton Friedman (quien, también, cubrió el mismo escenario en su propio libro de texto de 1976, décadas antes de Card y Krueger). Smith, por supuesto, difiere de esta evaluación y sugiere que, en efecto, un salario mínimo se hace viable con la existencia diseminada de mercados monopsónicos de trabajo. Pero, también, tal afirmación excede la misma presentación de Card y Krueger de sus resultados.

A pesar de lo anterior, podemos establecer conclusivamente que el escenario del monopsonio de un salario mínimo fue directamente anticipado y discutido por economistas durante décadas antes del artículo de Card y Krueger. También, que ese escenario está claramente presente en los mismos tipos de libros de texto de economía, que, según el mito promovido por Smith y otros, supuestamente negaron esa visión detallada del salario mínimo.

Y, ahora parece que el autor de uno de esos libros de texto, James M. Buchanan, después de todo es el último en sonreír.

Phillip W. Magness es investigador sénior y director interino de invstigación y educación en el American Institute for Economic Research. Él tiene un PhD y una Maestría en Asuntos Públicos de la Escuela de Política Pública de la Universidad George Mason, y una licenciatura de la Universidad de St. Thomas (Houston). Antes de unirse a AIER, el Dr. Magness pasó una década enseñando política pública, economía, y comercio internacional en instituciones que incluyen a la American University, la Universidad George Mason y Berry College. El trabajo de Magness comprende la historia de los Estados Unidos y del mundo Atlántico, con especializaciones en las dimensiones económicas de la esclavitud y la discriminación racial, la historia tributaria, y las mediciones de la desigualdad económica en el tiempo. También, mantiene un interés activo en la investigación de la política de la educación superior y la historia del pensamiento económico. Además de su labor académica, los escritos populares del Dr. Magness han aparecido en numerosos medios, incluyendo el Wall Street Journal, el New York Times, Politico, Reason, National Review, y la Crónica de la Educación Superior.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.