ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD POR NUESTRAS POLÍTICAS

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
6 de octubre del 2021

La distinción entre responsabilidad y culpa es importante, tanto ética como jurisprudencialmente, pero, parece que la distinción está siendo cada vez más confusa al reemplazar la ley a la religión como árbitro de la moral. Qué tan a menudo he escuchado decir a alguien que ha sido acusado de comportarse mal, “¡No existe una ley contra eso!, como si la ausencia de una prohibición legal resolviera el asunto.

Los dos claramente se traslapan, y, en general, no puede existir una culpa legal sin una responsabilidad legal. Pero, los diversos significados de la palabra culpa -que una corte encuentre que se ha quebrado una ley, el sentimiento que uno tiene, o debería tener, después de haber hecho algo mal, la adscripción de reproche por otros a alguien quien supuestamente ha hecho algo malo- están convirtiéndose rápidamente en el tipo de sopa cuyos ingredientes han sido puestos por medio de una batidora.

Incluso la adscripción de culpa legal está a menudo plagada de ambigüedades. Un hombre puede tener un excusa o circunstancias mitigantes para su acción ilegal. Un sistema que se rehúsa a reconocer esto sería riguroso hasta llegar al punto de la crueldad; un sistema que mitiga todas las ofensas aceptándolas es muy poco posible que mantenga la paz. Desataría la simple anarquía en el mundo.

La distinción entre culpa y responsabilidad es aún más difícil en el mundo político que en la vida cotidiana. En Francia, una antigua ministra de Salud, Agnès Buzyn, ha sido llamada por una corte para que los magistrados puedan investigar si ella es o no culpable prima facie de algún crimen en su manejo cuando empezó la epidemia de Covid-19. No sólo ella, sino el actual ministro de Salud, así como altos funcionarios, también, probablemente serán objeto de dicha investigación.

Las autoridades de la fiscalía recibieron miles de tales quejas del público, en parte estimuladas por abogados ̶ quienes, por supuesto, estaban sólo pensando en el bien común. El resultado posible, después de miles de horas de investigación costosa, es que no se presentarán cargos, o, si se formulan, que los acusados serán absueltos. Sin embargo, eso no es seguro, la anterior ministra está bajo investigación por uno de dos cargos, o, posiblemente, por ambos, al “exponer directamente a otra persona a un riesgo inmediato de muerte, o de daño que conducen a la mutilación o una discapacidad permanente, por la negligencia deliberadamente manifiesta de una obligación privada del debido cuidado…,” o por “abstenerse deliberadamente de llevar a cabo o promover medidas, sin riesgo alguno para sí misma, para combatir un desastre, por tanto creando un peligro para la seguridad de terceros.” La penalización por el primer crimen es de hasta un año de prisión y una multa de 15.000 euros, y, para el segundo, de hasta dos años de prisión y una multa de 30.000 euros.

Obviamente, hay dificultades enormes y probablemente insuperables en el caso, aún en sus propios términos. Es fácil decir que las medidas tomadas o no por la ministra fueron subóptimas y condujeron a más muertes de las que, alternativamente, podrían haber sucedido; pero, tiene que probarse no sólo que ella hizo lo que no debería haber hecho, o que no hizo lo que debió hacer, sino que ella los hizo ya sea deliberadamente o no, y, aún más, que sus acciones u omisiones en realidad condujeron a un aumento en muertes por las que hubo quejas. Dado el estado caótico del conocimiento incluso después de varios meses, esto no sería fácil: y el hecho de que eso no es fácil lleva a sugerir la inocencia, o, al menos, la no culpa de la persona que es investigada.

Todavía más, tiene que probarse que la mayor parte de la responsabilidad de esa política fatal descansa en ella, que ella simplemente no estaba siguiendo el consejo de gente que sabía mejor que ella acerca de la materia. Aun en casos relativamente simples, que involucran un paciente en un hospital, uno a menudo encuentra que ninguna persona es responsable de un resultado catastrófico, que, por el contrario, hay una cascada de pequeños errores que condujeron a eso. Uno puede encontrar un chivo expiatorio o exonerar a todos, nada de lo cual es enteramente satisfactorio ̶ si bien encontrar un chivo expiatorio es siempre divertido y muy satisfactorio.

Las esperanzas de los acusadores han sido aumentadas por el prospecto de un anterior ministro detrás de las rejas, pero, probablemente, serán borradas al final de cuentas, estimulándolos a ellos y otros a concluir que el “sistema” siempre protege a los suyos, por tanto, aumentando la desafección de la gente aún más, lo que es peligroso. La anterior ministra será objeto (ya sido objeto) de horas de interrogatorios. No la conozco, y, supuestamente, llegar a esa posición en primer lugar requería que tuviera un carapacho lo suficientemente fuerte, más fuerte que el promedio; sin embargo, aún los políticos están sujetos a sufrir.

No soy un gran admirador de los políticos, en especial quienes no han hecho algo más en sus vidas que politiquear. Sin embargo, hacerlos criminalmente responsables por sus errores me parece ser una buena forma de asegurar que aquellos empeoren más de lo que son actualmente. El poco atractivo de la vida política es lo suficientemente grande, tal como lo es. Su naturaleza de tiempo completo, como si fuera una profesión como, digamos, la cirugía, es lo suficientemente mala, como lo es el hecho de esa vigilancia perpetua que significa que un simple chiste puede conducir a la destrucción de una carrera, una vez que se transmite en un medio social. Hoy un político vive su vida sobre cáscaras de huevo. Pero, si, además, los políticos tienen que enfrentar cargos criminales por haber proseguido políticas erradas, una vez que han alcanzado el poder, sólo la gente muy psicopática, narcisista, o cruel se atrevería a lograrlo. El castigo a los políticos son ciertamente las votaciones y en los medios, etcétera.

Sin duda que llega un momento en que una política es lo que Talleyrand pensó era menos que un error; esto es, un crimen. Obviamente, una política como un genocidio es un crimen, tanto como una política. Pero, este es un caso muy extremo, del que la mayoría de políticos, no importa qué tan reprensibles se les vea, queda muy lejos.

El previo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cuya característica más atractiva era su tendencia beber, en una ocasión dijo algo muy ingenioso. Refiriéndose a políticos electos, dijo él, “Todos nosotros sabemos lo que se debería hacer, es sólo que después no sabemos cómo logramos ser electos.”

Entonces, ¿son los políticos o el electorado quienes son los culpables?

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.