Otra buena “clase” del profesor Donald Boudreaux, de la cual muchos podemos aprender.

ELEGIR: EN LA REALIDAD E IN EXTREMIS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
29 de setiembre del 2021

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreux american institute for economic research choice, September 29, 2021. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Una rutina hipotéticamente usada para comprobar los límites de la libertad de contrato incluye una persona in extremis, quien, a partir de ello, es obligada a negociar en términos que, de otra forma, serían firmemente rechazados. Un ejemplo familiar es un Smith tremendamente sediento quien, caminando en medio de un desierto, se encuentra con Jones, quien le ofrece vender a Smith un botellón de agua fresca a un precio exorbitante ̶ digamos $100.000. Si Smith rechaza la oferta de Jones, moriría. Sólo sobrevivirá si Smith acepta la oferta de Jones. Si Smith es obligado, ¿debería aceptar la oferta y beber el agua, para luego pagarle a Jones los $100.000?

Nuestra intuición entera grita: “¡No! Despreciamos al Jones hipotético por ser tan cruel, mientras que sentimos pena por el Smith hipotético, por tener que lidiar con un monstruo así tan sólo para obtener agua que le salve la vida.

El uso de tales argumentos hipotéticos no existe sin que haya problemas intelectuales. Los planteamientos hipotéticos a menudo se quedan sin que se pregunten -y, por tanto, sin que se respondan- cuestiones importantes. ¿Por qué Smith estaba deambulando en el desierto? ¿Se descompuso su carro? O, ¿sería un corredor de resistencia quien apostó con un conocido (¡¿Jones?!) una suma sustancial de que podría cruzar el desierto sin beber agua en todo el camino? Y ¿qué estaba haciendo Jones en el desierto? ¿Por qué Jones estaba allí? ¿Qué riesgos y costos asumió Jones para poder ofrecer venderle a Smith un botellón de agua? Aún más, ¿cuánta agua le habría quedado para Jones si le vende el botellón lleno a Smith?

Plantear esas preguntas obviamente hace que el caso hipotético sea menos notorio y más interesante. Al postular esas preguntas, aprendemos que nuestro instinto inicial, que parecería ser indisputablemente correcto y universal, no siempre es una guía confiable para hacer un juicio. Las situaciones del mundo real están siempre envueltas en incontables detalles, y esos detalles importan.

No obstante, de hecho, hay una verdad importante revelada por el caso hipotético in extremis. Es este: Una persona que sufriría consecuencias extremamente serias si rechazara alguna oferta, no puede, en realidad, decirse que está de acuerdo con los términos de esa oferta, de la misma forma en que, digamos, un cliente ordinario en una pulpería en Tallahassee está de acuerdo con los términos en que se vende una botella de agua y esta verdad es sólo más fuertemente abrazada si la persona in extremis es colocada en esa inviable posición contra su voluntad, por la persona que, luego, toma ventaja de los angustias de la víctima. Si Jones secuestra a Smith, y la deja en medio del desierto sin agua y, después, ofrece aliviar su sed extrema a un precio de $100.000, todo mundo vería a Jones como un monstruo extraordinariamente malvado. Mientras que todo mundo, correctamente, ve a Smith como una víctima que merece una lástima extraordinaria ̶ y también merece el perdón de la obligación de pagar el precio extorsivo de Jones.

LA NATURALEZA DE LAS ÓRDENES GUBERNAMENTALES

Por tanto, qué tan curioso es que casi nadie aplica la misma lógica a las intervenciones gubernamentales en nuestras vidas privadas y comerciales. Después de todo, en casi todos los casos en que el gobierno actúa en formas distintas de aplicar la ley consuetudinaria sobre la propiedad, contratos y agravios -y que aplica la ley criminal que emerge de la ley consuetudinaria- coloca a los individuos in extremis. Hacerlo así es el propio modus operandi del estado intervencionista.

“Pague $20.000 en impuestos o será metido en una cárcel. Y, si usted se resiste a ser encarcelado con suficiente empecinamiento, resultará muerto.”

“Usted es libre de persistir tercamente a tratar de pagar a sus trabajadores menos que el salario mínimo si usted está dispuesto también, como consecuencia, a ser encarcelado.”

“Como pastelero profesional usted tiene la opción de no hacer un queque para una pareja gay si usted está dispuesto a pagar una multa elevada.”

No necesitamos aquí debatir acerca de los méritos de algunas de las políticas que son impuestas por el gobierno, amenazando con poner a todos los individuos in extremis que no están de acuerdo con los términos que el gobierno impone unilateralmente. Aún si estipulamos que toda, o, al menos, la mayoría, de esas políticas se justifica por algún conjunto de criterios éticos razonables, la curiosidad continúa rodeando el hecho de que, mientras todo mundo piensa que Jones, en el ejemplo hipotético de arriba, es inequívocamente monstruoso, un número significativo de esa misma gente reaccionaria con una incredulidad agresiva ante la sugerencia de que el gobierno de alguna forma es similar a Jones. En efecto, mucha de esa gente ve al gobierno que interviene en dichas formas como una fuerza única para bien.

De nuevo, qué tan curioso.

Una acusación frecuentemente esgrimida contra quienes abogamos por los mercados libres es que confundimos la simple disponibilidad formal de elección con la verdadera disponibilidad de elección. Un trabajador, se dice, quien, por supuesto, tiene el derecho formal a renunciar a su empleo, pero se alega que en la práctica ese derecho no tiene sentido alguno, pues el trabajador sufrirá gravemente si escoge renunciar.
En otras palabras, se asume que el trabajador está in extremis y, por tanto, está siendo explotado por su empleador, que sabe que este trabajador no tiene alternativa real sino la de mantener el empleo. Por tanto, se afirma que los resultados del mercado son injustos y no merecen deferencia, pues son resultado, no de elecciones verdaderas, sino de elecciones tomadas in extremis.

Pero, si esta razón es válida para denunciar los resultados del mercado, entonces, es aplicable con una fuerza al menos igual a los resultados diseñados por el gobierno. Al poner a los individuos in extremis, el gobierno les niega una elección verdadera. Y, si la posibilidad de encontrar otro empleo es, como dicen los opositores al mercado, sólo una ilusión de una elección verdadera y control sobre el destino de uno, entonces, en verdad, también es una ilusión de elección real y control sobre la vida de uno, la posibilidad de un ciudadano de afectar la política mediante el voto.

No tengo que explicarles a los lectores de esta columna que rechazo la noción de que las decisiones en el mercado son hechas in extremis. Esas elecciones, creo, son muy reales e importantes. Pero, es asombroso que muchos de los opositores del mercado, que denuncian al mercado con base en que las decisiones que quedan abiertas a los individuos no son reales -que estas elecciones sean efectuadas primordialmente por gente in extremis- vean los resultados de la coerción gubernamental con tal cariño y favor.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.