Cuando joven, allá en los años sesenta, me deleité leyendo tres obras de Herman Hesse, Demian, Siddharta y El Lobo Estepario (y de la banda de hard rock Steppenwolf -El Lobo Estepario- que tomó el nombre del libro de Hesse y que nos dio Magic Carpet Ride y Born to Be Wild). Ahora, al leer esta pieza de Hesse me vuelven los buenos recuerdos y las buenas enseñanzas.

POR QUÉ HERMANN HESSE VIO LA “VOLUNTARIEDAD” COMO UNA VIRTUD SUPERIOR A TODAS LAS OTRAS

Por Hermann Hesse
Fundación para la Educación Económica
Domingo 5 de setiembre del 2021

El gran poeta alemán- suizo Herman Hesse, quien obtuvo el premio Nobel en Literatura en 1946, aseveró que es una vergüenza que la voluntariedad sea una virtud tan impopular.

Nota del editor: Este artículo -este fragmento del poeta ganador del premio Nobel Hermann Hesse Eigensinn macht Spaß, Individuation und Anpassung- fue traducido de su original en alemán por Nils Symanczyk. La casa editora alemana Suhrkamp, que administra los derechos del legado escrito de Herman Hesse (1877-1962), ha confirmado que los derechos de este ensayo, que esencialmente ha pasado sin ser notado desde su publicación original, aún no han sido alegados y le otorgó permiso al traductor para publicarlo.

Fragmento traducido de: Hermann Hesse, Eigensinn macht Spaß. Individuation und Anpassung. Ein Lesebuch, páginas 89-96, compilado por Volker Michels. © Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 1986. Todos los derechos reservados de Suhrkamp Verlag Berlin.


Hay una virtud, una sola, que yo realmente amo. Se llama voluntariedad. A ninguna de las otras virtudes acerca de las que leemos en libros y se mencionan por profesores mantengo en tan elevada consideración. Aún así, todas esas otras virtudes que el hombre ha inventado para sí podrían resumirse bajo un único nombre. Virtud es obediencia. Eso nos lleva a la pregunta: a quién uno obedece, pues incluso el voluntario debe obedecer. No obstante, todas las otras virtudes apreciadas y alabadas son obediencia a leyes, que son dadas por hombres. Es sólo la voluntariedad la que no tiene que ver como tal con esas leyes. Quien es voluntario, se sujeta a si mismo a una ley diferente, una única y santa, que es la ley interna; esto es, la voluntad de lo que es propio.

¡Da lástima enorme que la voluntariedad sea tan impopular! ¿Es que del todo tiene alguna reputación? ¡Lejos de ello! Es incluso vista como un vicio, o, en todo caso, como un signo de degeneración. Su bello nombre es sólo evocado cuando otros se sienten alterados por él o cuando suscita odio. (Incidentalmente, las virtudes verdaderas siempre causan alteraciones y odio, ver Sócrates, Jesús, Giordano Bruno, y todos los otros imbuidos de voluntariedad). Siempre que la gente acepta, al menos en algún grado, a la voluntariedad como una virtud o bien como un adorno bonito, su nombre crudo es atenuado, siempre que sea posible. “Carácter” o “personalidad” no suenan tan duros y casi crueles como “voluntariedad.” Aquellos tienen un sonido más aceptable para ellos. Incluso uno puede pasársela con “originalidad,” si bien sólo aquella de inadaptados, artistas y otros excéntricos tolerados. En el arte, en donde la voluntariedad no puede causar un daño notable a la riqueza y la sociedad, es incluso bienvenida bajo el disfraz de originalidad. Así, cuando se materializa por artistas, la voluntariedad se ve como algo deseable y será bien compensada. Aparte de eso, sin embargo, en el lenguaje cotidiano, “carácter” o “´personalidad” se entienden como algo difícil ̶ esto es, como un rasgo que existe y que puede mostrarse y ser adornado, pero uno que se someterá a leyes externas siempre que llega el momento. Un carácter es un hombre que tiene una cantidad de aprensiones y opiniones para las cuales él no vive. Sólo muy sutil y raramente insinuará que piensa diferente y tiene otras opiniones. A los ojos de los vivientes, esta forma plácida y vana de carácter ya constituye una virtud. No obstante, si alguien tiene esas aprensiones y realmente vive para ellas, no será reconocido como un hombre de “carácter,” sino simplemente será llamado “voluntarioso.” Pero, tomemos la palabra literalmente por un momento, ¿Qué significa “voluntariedad”? Aquello que tiene su propia voluntad, ¿no es así?

Todas y cada cosa única en la tierra tiene su propia voluntad. Cada roca, hoja de zacate, flor, arbusto y animal crece, vive, actúa y se siente simplemente de acuerdo con su propia voluntad, razón por la que el mundo es bueno, abundante y bello. Las flores y frutos, abedules y robles, caballos y gallinas, estaño y hierro, oro y carbón, todos, existen simplemente porque incluso la cosa más pequeña en el universo lleva dentro de sí misma su propia voluntad, su propia ley, la que sigue con certeza e inquebrantablemente.

Sólo hay dos criaturas pobres y condenadas sobre la tierra a las que se les prohíbe seguir este llamado eterno a ser, crecer, vivir, y morir, según su voluntariedad innata. Sólo el hombre y su mascota domesticada están condenados a no seguir el llamado a la vida y al crecimiento, sino, más bien, a adherirse a leyes hechas por el hombre que se rompen y cambian una y otra vez. La cosa más peculiar acerca de ello es esta: esos pocos que descartan esas leyes arbitrarias para seguir sus propias, de hecho, leyes naturales, la mayoría de ellos fueron condenados y apedreados; sin embargo, después, fueron ellos en particular quienes por siempre se reverenciaron como héroes y redentores.
Esa sociedad que alaba y demanda obediencia a sus leyes arbitrarias como la máxima virtud entre los vivientes, esa misma sociedad en especial agrega a ellos a su panteón, los que desafían esas demandas y más bien darían sus vidas en vez de traicionar su voluntariedad.

“Tragedia,” esa palabra maravillosamente sublime, mística y santa, que ha emanado de los temblores de una humanidad joven, mítica, y que todo reportero mal usa tan frívolamente en una base cotidiana, esta “tragedia” significa nada más que el destino del héroe, quien, en contra de la ley convencional, perece siguiendo su propia estrella. Es el único camino a través del cual la humanidad le brinda una perspectiva a su voluntariedad innata una y otra vez. Pues es el héroe trágico, el individuo voluntario, quien repetidamente muestra a los millones de comuneros y cobardes que la desobediencia a leyes creadas por el hombre no es un mero antojo, sino, por el contrario, una adhesión a una ley mucho más elevada, mucho más santa. En otras palabras: la mentalidad de rebaño de la humanidad, por encima de todo, demanda la asimilación y subordinación de todo mundo ̶ sin embargo, sus honores más altos no están reservados para el indulgente, cobarde o complaciente, sino, más bien, para el voluntarioso y heroico.

Así como muchos reporteros usan mal el lenguaje cuando llaman a todo accidente en una fábrica “trágico” (que para esos payasos es sinónimo de la palabra “lamentable”), es igualmente errado hablar coloquialmente de la “muerte heroica” de todos aquellos soldados desafortunados, masacrados. Es una de esas palabras favoritas que a los sentimentales les gusta usar, en particular aquellos que evadieron la conscripción. Los soldados que han muerto en una batalla ciertamente merecen toda nuestra compasión más elevada. Ellos a menudo han actuado bajo circunstancias inimaginables, han sufrido tremendamente y, al final, han pagado con sus vidas. Pero, esto no los hace héroes más que un soldado raso quien es matado por un disparo mientras que su oficial le está gritando como si fuera un perro. La noción de masas enteras, de millones de héroes como tales, es prepóstera.

“Heroico” no es el ciudadano obediente, bien comportado, que lleva a cabo sus deberes. Heroico sólo puede ser el individuo que ha convertido su propia voluntad -su voluntariedad preciosa, natural- en su destino. Novalis, uno de los pensadores alemanes más profundo y menos conocido, dijo que destino y temperamento son nombres [diferentes] para el mismo concepto.

Si la mayoría de la humanidad tuviera ese coraje y voluntariedad, el mundo sería un lugar diferente. Nuestros maestros asalariados (aquello que tan ansiosamente alaban a los héroes de ayer) dirían que [en tal estado] las cosas se descontrolarían. Para esta afirmación ellos no tienen ni necesitan prueba. La verdad del asunto es, que la vida sería más rica y más elevada entre gente que sigue autónomamente sus leyes interiores y voluntad. En su mundo, algunas maldiciones y palmadas en el rostro, de las que hoy jueces dignos deberían ocuparse, tal vez, pasarían sin ser penalizadas. De la misma forma, ocurriría con el homicidio ocasional ̶ sin embargo, ¿eso no pasa incluso hoy con todas las leyes y penas vigentes? Sin embargo, algunas de las cosas horrendas e increíblemente tristes e insanas que vemos prosperando en nuestro mundo bien estructurado de hoy, serían, entonces, desconocidas e imposibles ̶ como, por ejemplo, las guerras ente pueblos.

Ahora, escucho a las autoridades decir: “usted predica la revolución.”

Sin embargo, es otra falacia, hecha posible tan sólo a través de la mentalidad de rebaño. Yo predico la voluntariedad, no la insurgencia.
¿Cómo podría yo desear la revolución? La revolución, como la guerra, no es sino la continuación de la política por otros medios. Por el contrario, al individuo que alguna vez ha sentido el coraje y ha escuchado el llamado a su propio destino, no le importará en lo más mínimo la política, ¡ya sea monárquica o democrática, revolucionaria o conservadora! Él esta preocupado por algo más. Su voluntariedad, como aquella […] de la hoja del zacate, está dirigida a nada más que su propio crecimiento. El “egocentrismo,” por así decirlo, si bien un tipo de egoísmo que es ¡muy diferente del tacaño o del megalómano!

El individuo voluntarioso que tengo en mente no busca dinero o poder. Él no desdeña esas cosas porque es un mojigato o un ateo que renuncia ̶ ¡al contrario! Sin embargo, el dinero y el poder y todas las cosas por las que la gente se atormenta e incluso se dispara la una a la otra, son de poco valor para alguien que haya llegado a lo suyo. Pues él mantiene sólo esa fuerza mística dentro de sí, que es la fuente de su vida y crecimiento. Esta fuerza no puede mantenerse, promoverse, o profundizarse por el dinero y cosas similares, pues dinero y poder son invenciones de desconfianza. Quien desconfía de la fuerza vital interna y, por tanto, carece de ella, debe compensarla con un sustituto, como el dinero. Quien confía en sí mismo y no desea algo más que se manifieste su destino dentro de sí, rebajará a herramientas subordinadas a esos sustitutos sobrevalorados y groseramente sobre apreciados. Para él, su posesión y uso pueden ser convenientes, pero nunca esenciales.

Oh, ¡cómo aprecio esta virtud llamada voluntariedad! Una vez que uno ha reconocido y descubierto dentro de sí algo de esa virtud, todas las otras virtudes se convierten en curiosamente dudosas.

Tome por ejemplo al patriotismo. Como tal no me importa ̶ significa que el individuo es reemplazado por un complejo más grande. Sin embargo, el patriotismo es sólo realmente visto como una virtud en tiempos de guerra, esos medios ingenuos y ridículamente inadecuados para continuar con la política. Después de todo, ¿no es el soldado que mata a sus enemigos visto como un patriota más grande que el agricultor que cultiva su tierra tan bien cómo puede? Porque el ultimo obtiene beneficios personales con ellos. Y, extrañamente, ¡nuestra moralidad artificial cuestiona esas virtudes que benefician a quien las genera! Pero, ¿por qué ello? Es porque estamos tan acostumbrados a obtener beneficios expensas de otros y porque nuestra desconfianza ocasiona que deseemos lo que otros tienen.

El jefe de la tribu cree que la fuerza vital de los enemigos que él mató pasa hacia él, ¿No es esa la misma pobre mentalidad del eslavo [sic] que subyace en toda guerra, toda rivalidad, toda desconfianza entre humanos? No, ¡estaríamos mejor igualando al agricultor con el soldado! Si sólo pudiéramos dejar de lado la superstición de que la ganancia de un hombre es la pérdida de otro hombre.

“Bueno…” Escucho al maestro decir: “todo eso suena adorable, sin embargo, por favor, considere el asunto objetivamente desde un punto de vista económico nacional. El producto económico global es…”

A lo cual le respondo, “No gracias. El punto de vista económico nacional no es de ninguna forma objetivo, es un par de anteojos, a través del cual uno puede ver resultados muy diferentes. Por ejemplo, antes de la guerra, podría probarse que una guerra mundial era imposible o que, alternativamente, no duraría mucho tiempo. Hoy, lo opuesto puede probarse, también usando un punto de vista económico nacional. No, ¡de
una vez por todas concibamos realidades en vez de esas fantasías!

Estos “puntos de vista” no son de utilidad como sea que se les llame, y por quien sea que los profese. Todos ellos son erróneos. No somos máquinas calculadoras ni algún otro tipo de mecanismo. Somos seres humanos Y, para un ser humano, hay sólo un punto de vista natural, solo una medida natural. Es aquella de la voluntariedad. Para él, no hay destinos de capitalismo o socialismo, nada de Inglaterra, ni de Estados Unidos. La única cosa viviente que late en su pecho es esa profunda e inevitable ley, que ocasiona una lucha interminable para el afluente, pero que significa destino y santidad para los voluntariosos.

Hermann Hesse (1877-1962) fue un novelista poeta y pintor alemán-suizo. Sus trabajos más populares incluyen Demian, El lobo estepario, y El juego de los abalorios, cada uno de los cuales explora la búsqueda de un individuo del conocimiento de sí mismo y espiritualidad. En1946, Hess recibió el premio Nobel de Literatura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.