Puede ser útil esta definición de libre empresa: “La libre empresa, o libre mercado, se refiere a una economía en donde el mercado determina los precios, productos, y servicios, en vez de los gobiernos. Las empresas y los servicios están libres del control gubernamental. Alternativamente, la libre empresa podría referirse a un sistema ideológico o legal en donde las actividades comerciales son primordialmente reguladas por medio de medidas privadas. O el concepto desarrollad por Friedrich Hayek, como un sistema en que “la planificación y regulación surgen de la coordinación del conocimiento descentralizado entre numerosos especialistas, no burócratas.”

LA LIBRE EMPRESA COMO UNA CONSPIRACIÓN

Por Phillip W. Magness
American Institute for Economic Research
25 de agosto del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como phillip w. magness american institute for economic research conspiracy August 25, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El surgimiento reciente en el siglo XX del interés académico en el conservadurismo, libertarismo, y desarrollos asociados con el pensamiento económico de libre mercado, también conlleva una implicación historiográfica curiosa. Abarcando contribuciones de autores como Kim Phillips-Fein, Quinn Slobodian, Bethany Moreton, Kevin Kruse, y Nancy MacLean, el género varía ampliamente en calidad académica. No obstante, sus contribuyentes comparten una pronunciada hostilidad ideológica a su materia de interés, lo que, a su vez, da forma a cómo ellos seleccionan y construyen sus fuentes de materiales.

Si bien un lente político agnóstico no es necesariamente deshonroso, puede introducir sesgos interpretativos ̶ en particular, cuando un autor se aproxima al pasado en busca de una explicación más profunda de sus propias quejas ante el clima político actual. El enfoque tomado en este trabajo, en esencia, hace conspiraciones de lo mundano ̶ una práctica de tratar registros históricos rutinarios de fuentes que les disgustan, conservadoras, libertarias, de libre mercado, como si fueran evidencia de una voluntad colectiva de transformar políticamente el mecanismo de la historia, en formas que alteran un curso específico del desarrollo político progresista deseado por el autor. Un surtido predecible de consecuencias problemáticas en el presente, presuntamente se deriva de muchas décadas de diseños que ellos alegan haber identificado: la crisis financiera del 2007-2008, degradación ambiental, desigualdad creciente, ascenso político de la derecha religiosa, y Trump.

Free Enterprise: An American History
de Lawrence Glickman ofrece la última contribución de este subcampo en auge, a la vez que peculiar. Estilizado como una historia intelectual del concepto, su tesis mantiene que la “libre empresa” es esencialmente una mitología construida que surgió de la oposición política al Nuevo Trato. En el curso del siglo XX, esta versión de “libre empresa” refunde al intervencionismo económico como una aberración de una historia artíficamente construida de la economía estadunidense pre Roosevelt. Según ella, el Nuevo Trato representó una ruptura con una época anterior en donde los negocios y el gobierno ocuparon esferas separadas, el último restringiendo sus poderes y proscrito de intervenir en los asuntos del primero. En esencia, Glickman ve al concepto “libre empresa” como un intento por readaptar una barrera histórica ficticia a lo que él percibe como respuestas de una política progresiva rutinaria y necesaria ante la Gran Depresión. En su cuento, el mito que los expositores -principalmente un grupo de intereses empresariales e intelectuales de libre mercado asociados- establecieron para “deslegitimar” moralmente al orden del Nuevo Trato y con él “las funciones más básicas del gobierno,” esto es, imposición, regulación, y gastos públicos.

Como en muchos otros trabajos de este género, Glickman traza la confirmación de este supuesto diseño a un elemento clave ̶ un memorándum de 1971 advirtiendo de un “ataque” al “Sistema Estadounidense de Libre Empresa,” que el futuro juez de la Corte Suprema, Lewis Powell, preparó para la Cámara de Comercio de Estados Unidos. El memorándum de Powell desde ese momento llega a ser en algo así como una bète noire en las esquinas conspiratorias de la literatura del “neoliberalismo,” para explicar los éxitos políticos supuestos de los “grandes negocios,” que echa a perder una letanía de las causas progresistas. Glickman acepta esta interpretación con una deferencia pasiva a su reputación, haciendo ver que “Llegó a ser vista por muchos comentaristas en el siglo XXI como la clave para el resurgimiento conservador del último cuarto del siglo XX.” No obstante, también, él ve al memorándum como una apoteosis sintetizadora del concepto de libre empresa, ofreció -si bien desconocido para su autor- lo que se convertiría en el punto de inflexión de las suertes políticas del orden del Nuevo Trato. En vez de ser un modelo para la supuesta ascendencia “neoliberal,” el memorándum de Powell desveló una consumación política de las ideas detrás del ataque original al programa de Roosevelt de alrededor de cuatro décadas antes.

En el decir de Glickman, ese ataque equivale a una “guerra unilateral” al Nuevo Trato de parte de intereses empresariales y otros defensores de la “libre empresa,” todos enraizados en la arriba mencionada creación de mitos. Mientras que él ofrece una etimología moderadamente interesante de la frase y sus diversos demandantes políticos, datándola tan atrás como el siglo XIX, la esencia de su narrativa de creación de mitos sufre profundamente de esas distorsiones epistémicas por la hostilidad ideológica del libro a su tema.

En particular, el propio compromiso político de Glickman con el Nuevo Trato (y con el progresismo, más ampliamente) en efecto, le incapacita para comprender la existencia de críticas económicas válidas a las políticas de Roosevelt, o sus efectos a largo plazo sobre el panorama fiscal de Estados Unidos hasta el día presente. En vez de ello, el Nuevo Trato es simplemente “un fruto del proceso democrático” y, como tal, inexpugnable. Sus críticos, actuales y del pasado, son reducidos a simples caricaturas que cargan mitos y casualmente separados como exponentes de una devoción cuasi religiosa del concepto artificialmente construido de “libre empresa.” Esta movida retórica le permite al autor dejar pasar cualquier compromiso con críticas destacadas de las políticas y actores políticos del Nuevo Trato. Es mucho más fácil volver a refundir a los críticos como fanáticos bajo el trance “astral” de un concepto descartado.

Según ello, Glickman se eriza ante la sugerencia de que el Nuevo Trato intencionalmente “prolongó y profundizó, en vez de moderar, la Depresión,” incluso cuando la academia empírica moderna ha dado un fuerte apoyo a esa afirmación correcta. [1] Con base en su popularidad, él descuenta cualquier preocupación por las presiones presupuestarias que inducen al déficit de la Seguridad Social y programas similares. En vez de consideraciones sustantivas de finanzas públicas, esas inquietudes se convierten en productos manipulados por un “vocabulario ya preparado,” que injustamente transforma la beneficencia progresista en “prerrogativas” y desacredita la única solución a sus demandas presupuestarias que él personalmente está dispuesto a tolerar ̶ impuestos más altos a los ricos. [2]

Similarmente, él sólo ve temor ante los espectros del comunismo y fascismo europeo en las quejas de empresas contemporánea acerca de la afinidad de Roosevelt hacia la planificación central, pidiendo prestado, pero, también, groseramente sobre simplificando la metáfora de F.A. Hayek acerca del camino de servidumbre para impartir en la afirmación un alarmismo irracional de la cuesta hacia abajo. Contraste esa evaluación con la del arquitecto del Nuevo Trato, Rexford Tugwell, quien, al reunirse con Benito Mussolini en 1934, se jactó de que el sistema fascista italiano era “la pieza operativa de maquinaria social más limpia, más ordenada, operando eficientemente que jamás yo había visto.” [3] Uno no necesita especular que los partidarios tempranos del Nuevo Trato se inspiraron en regímenes totalitarios europeos, en la década antes que el mundo descendiera a la guerra con esos mismos poderes. Ellos, por sí mismos, se jactaron abiertamente de así hacerlo.

El estudio resultante tiene un parecido mayor a un argumento político del resurgimiento de la administración Roosevelt por la vía de proyectos de gasto público en gran escala y los impuestos que los acompañan, que un ejercicio de análisis histórico desapasionando. Un resultado desafortunado es una historia ostentosa de la “libre empresa” que casi omite totalmente el uso histórico del concepto para resaltar filosóficamente a la Unión Soviética y la planificación central. En efecto, Glickman excluye conscientemente esta dimensión de su estudio al inicio, con poco más que una agitación de la mano: “Aunque lo que podemos llamar ‘la era de la libre empresa’… casi que coincide precisamente con la batalla de la Guerra Fría contra el comunismo soviético, los proponentes describieron las graves amenazas al sistema como primordialmente domésticas, no externas.”

La severidad del error en esta evaluación puede determinarse rápidamente viendo no más allá del discurso de la corriente principal de mediados de siglo. Cuando en 1950 Dwight Eisenhower sostuvo en un discurso reconocido que le ayudó a lanzarlo hacia la presidencia, que el mundo comunista se “había embarcado en una campaña agresiva para destruir al gobierno libre… pues la regimentación no puede enfrentar la competencia pacífica de la libre empresa.” O, considere el Discurso del Estado de la Nación de Harry Truman en 1953, que relata que los soviéticos habían predicho una reversión de Estados Unidos hacia la Gran Depresión después del fin de la Segunda Guerra Mundial: “respondimos esa pregunta ̶ la respondimos con un sonoro ‘no.’ Nuestra economía ha crecido tremendamente. La libre empresa ha florecido como nunca antes.” John Kennedy, en el discurso que nunca dio en el Trade Mart, el día de su asesinato, planeaba contrastar las ambiciones militares del comunismo internacional con “la fortaleza y habilidad de la ciencia estadounidense, la industria estadounidense, la educación estadounidense, y el sistema estadounidense de libre empresa.” O, como lo dijo Lyndon Johnson sucintamente en una entrevista en 1964, “tenemos una cosa que [los soviéticos] no tienen, y esa es nuestro sistema de empresa privada, de libre empresa.” Al intentar encasillar al termino para sus usos políticos domésticos, Glickman, de alguna manera, lo administró asombrosamente como para no darse cuenta de su sitio central en la geopolítica de mediados del siglo XX.

Descuidos y malas construcciones similares de la evidencia permean al resto del libro, y, en particular, los intentos del autor para caracterizar las bases filosóficas del concepto de “libre empresa.” En un tratamiento extraño del clásico de Leonard Read, Yo, el lápiz, Glickman se aprovecha del uso de la historia de metáforas religiosas, para reinterpretar su mensaje como una profesión de devoción espiritual hacia los mercados libres. “Fe es la palabra clave” para entender el ensayo, alega él, pues la construcción del lápiz supuestamente probó que “no era posible entender o explicar las operaciones complejas y extensas del mercado.” En vez de ello, la libre empresa equivalía a una expresión basada en la fe de una devoción hacia la “mano invisible” de Adam Smith ̶ una metáfora que Glickman ve en términos estrictamente religiosos, “pues sugería una base divina de las operaciones del mercado.”

Read era un cristiano practicante y escribía en un estilo alegórico. Aun así, uno no puede sino concluir que el análisis textual de Glickman omite el bosque al ver los árboles. El examen resultante evidencia que no se da cuenta de la principal lección económica de la alegoría; esta es, que la división del trabajo a lo largo de tareas especializadas en la producción de lápices, resuelve el problema del conocimiento de construir un producto complejo a partir de la nada y hacerlo sin una planificación centralizada. El ensayo de Read, por supuesto, nunca se intentó más que para servir como una lección de escuela primaria acerca del pensamiento económico, escrito en una época en que la planificación industrial de estilo soviético se formulaba como el competidor primordial del concepto de “libre empresa.” A pesar de lo anterior, el análisis de Glickman se queda corto en alcanzar incluso ese nivel introductorio de involucramiento.

Como en muchos otros trabajos en la historia del conservadurismo, Glickman dedica una energía sustancial a ligar la “libre empresa” con la segregación racial en la era de los derechos civiles, implicando un detallado pero seguro traslape entre las dos causas. Si bien podemos reconocer debidamente el historial mixto de la comunidad de negocios (así como los menos discutidos intereses de los sindicatos) acerca del asunto de los derechos civiles a mediados de siglo, el análisis aquí presentado exhibe un uso desigual y tendencioso de las fuentes. La evidencia que va contra la comunalidad planteada entre la economía de libre mercado y la discriminación es, en mucho, omitida o mal construida.

Considere el caso del editor de un periódico de California, R.C. Hoiles, a quien, en otra parte, Glickman lo acredita como “uno de los mayores impulsores de la frase [libre empresa].” Una historia más balanceada podría haber hecho ver que Hoiles fue uno de los primeros editores importantes en endosar la integración racial en escuelas, al lanzar un ataque editorial contra la junta de educación de Santa Ana, California, por su política de separar blancos y niños hispanos, cinco años antes de la decisión legal Brown versus Board of Education. [4] Asimismo, Hoiles condenó la política basada en la raza para el Internamiento de Japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en vez de investigar estos argumentos históricamente notorios de un reconocido importante popularizador del concepto de “libre empresa.” Glickman, en vez de ello, dirige a su lector a escoger editoriales quejosos acerca de la “agitación de los Derechos Civiles” y su supuesta amenaza a los negocios en el Spokane Spokesman-Review y en otras fuentes similarmente anodinas.

En otra parte, Glickman apunta hacia una conceptualización alternativa de “libre empresa” como una herramienta para eludir formas de discriminación del mercado que excluían a afro-estadounidenses de la vida económico, mostrando esa representación del término como opuesto a la variante capitalista o no intervencionista de Milton Friedman o F.A. Hayek. No obstante, la dicotomía es exageradamente simplista, y calza para una narrativa centrada en el Nuevo Trato que sólo permite una tensión entre raza e intereses empresariales. De hecho, él parece no darse cuenta que Friedman hizo un argumento muy similar acerca de elusiones del mercado a Jim Crow [Nota del traductor: a leyes racistas blancas aprobada principalmente por legislaturas blancas demócratas] en su libro de 1962 Capitalismo y Libertad, basándose en un estudio académico innovador del tema por su estudiante de doctorado Gary Becker.

Al final de cuentas, el libro Free Enterprise: An American History presenta un análisis fallido que revela más acerca de los efectos historiográficos a través de los lentes de ideología espesa de su autor, que la historia del término que sirve de título. No obstante, incluso aparte del sesgo político del libro, un lector informado encontrará múltiples señales de que Glickman es un profundo desconocedor de su tema.

En un punto del texto, Albert Jay Nock, el periodista liberal clásico, se convierte en “Alfred.” Varias referencias sucesivas sugieren que Glickman no se daba cuenta que el político de Virginia, Harry Flood Byrd, sénior, era una persona diferente de su hijo de un nombre compartido. Él se refiere al más joven Byrd como el “senador por largo tiempo” en una discusión acerca de un discurso de 1972, aun cuando él sólo sirvió un término después de asumir el cargo de su padre fallecido unos pocos años antes, mientras que referencias adicionales a los discursos del padre de una generación anterior aparecen en el índice bajo el nombre del hijo. Merwin K. Hart, un editor marginal antisemita, se encuentra promovido a la posición de “congresista de Nueva York” en una discusión de un ataque en 1937 al Nuevo Trato. Y, regresando al documento paradigmático que está en el corazón de la propia conspiración mundana, Glickman confunde la identidad del receptor encargado del memorándum de Powell. El documento fue preparado para el amigo y vecino de Powell, Eugen Sydnor, mientras que Glickman inicia su análisis del memorándum, así como del propio libro, con una discusión extensa acerca de otro Sydnor, llamado Charles.

Muy a menudo el hecho histórico y los errores de interpretación histórica van uno de la mano del otro, reflejando un enfoque general que evita el proceso más amplio del descubrimiento académico y, en vez de ello, busca selectivamente pedacitos de evidencia para que calcen el pasado con una narrativa preconcebida. Una historia del concepto de “libre empresa” sigue siendo un área fértil para el descubrimiento académico, en particular, su uso sub explorado para resaltar el socialismo soviético. Por desgracia, como lo revelan las numerosas inexactitudes discutidas aquí, los lectores de este libro no deberían esperar poco más que un resumen histórico de la política actual del autor.

REFERENCIAS:

[1] Ver, por ejemplo, Harold L. Cole & Lee E. Ohanian. “New Deal policies and the persistence of the Great Depression: A general equilibrium analysis.” Journal of Political Economy 112.4 (2004): 779-816; Robert Higgs, Depression, War, and Cold War. Oxford University Press, 2006, Capítulo 1.
[2] Al contrario de la impresionante connotación de una normativa “nihilista” de Glickman (229), el “gasto en prerrogativas” es, en realidad, un término técnico de las finanzas públicas, usado para distinguir la categoría de gastos presupuestarios públicos ligada con beneficios y servicios existentes de apropiaciones anuales, o “gasto discrecional.” Glickman señala un aparente cambio del término en los años setenta (250) en conjunto con una campaña anti impuestos conservadora; sin embargo, eso ya estaba codificado en el estatuto federado como una categoría de gasto en el período inmediato posterior a la Segunda Guerra Mundial, si no es que antes.
[3] También, Tugwell evidenció simpatías soviéticas, incluyendo al expresar públicamente un interés en estudiar y adaptar ideas del “experimento” de Stalin en planificación para Estados Unidos. Aunque “Rex el Rojo” fue sacado en 1936 de la administración Roosevelt por sus puntos de vista crecientemente controversiales, otros dos asesores económicos de alto rango del Nuevo Trato, Laughlin Currie y Harry Dexter White, serían posteriormente creíblemente implicados en el espionaje soviético.
[4] R.C. Hoiles, Editorial, Santa Ana Register, 16 de abril de 1947.

Reimpreso de Law & Liberty

Phillip Magness es investigador sénior en el American Institute for Economic Research. Él tiene un PhD y una Maestría en Asuntos Públicos de la Escuela de Política Pública de la Universidad George Mason, y una licenciatura de la Universidad de St. Thomas (Houston). Antes de unirse a AIER, el Dr. Magness pasó una década enseñando política pública, economía, y comercio internacional en instituciones que incluyen a la American University, la Universidad George Mason y Berry College. El trabajo de Magness comprende la historia de los Estados Unidos y del mundo Atlántico, con especializaciones en las dimensiones económicas de la esclavitud y la discriminación racial, la historia tributaria, y las mediciones de la desigualdad económica en el tiempo. También, mantiene un interés activo en la investigación de la política de la educación superior y la historia del pensamiento económico. Además de su labor académica, los escritos populares del Dr. Magness han aparecido en numerosos medios, incluyendo el Wall Street Journal, el New York Times, Politico, Reason, National Review, y la Crónica de la Educación Superior.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.